viernes, 9 de septiembre de 2016

¿CÓMO DEBEN VESTIR LOS SACERDOTES? ¿SOTANA, ALZACUELLOS O DE CIVIL?


Los oficiales de la Iglesia Católica (sacerdotes) viven la tensión de ser uno más en el mundo para poder estar más cerca de la gente o que se les distinga para poder servir mejor.
El signo más notorio es la vestimenta. El dilema es si vestir como civil fuera de las celebraciones o marcar que son sacerdotes.
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Y aún después que tanto deben márcalo: si a través de la sotana o de un cuello romano o alzacuellos.

LA POSICIÓN DEL PADRE FORTEA
El afamado sacerdote exorcista y demonólogo español José Antonio Fortea es partidario que los sacerdotes usen sotana, como un signo de consagración a Dios y de servicio a los fieles.
Y admite que detrás de la vestimenta de los sacerdotes suele haber una forma de referirse a su profesión, unos quieren un sacerdote que esté en el mundo, que sea del mundo y como todo el mundo, mientras que en la otra concepción el sacerdote está en el mundo sin ser del mundo.
También reproducimos más abajo un estudio del mismo Fortea sobre la historia de la vestimenta sacerdotal, que publicó en su blog.
En una entrevista con ACI Prensa el P. Fortea indicó que “los clérigos deben vestir al modo que los más ejemplares sacerdotes visten en esas tierras, porque ir identificado es un servicio”.
“Mi recomendación acerca de este tema es que el sacerdote se identifique como tal“.
Y hace referencia al Derecho Canónico y a su artículo 284, que indica que “los clérigos han de vestir un traje eclesiástico digno, según las normas dadas por la Conferencia Episcopal y las costumbres legítimas del lugar”.
La Congregación para el Clero, en su Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, expresa que “El no usar el traje eclesiástico por parte del clérigo puede manifestar un escaso sentido de la propia identidad de pastor, enteramente dedicado al servicio de la Iglesia”.
“En una sociedad secularizada y tendencialmente materialista, donde tienden a desaparecer incluso los signos externos de las realidades sagradas y sobrenaturales, se siente particularmente la necesidad de que el presbítero, hombre de Dios, dispensador de Sus misterios, sea reconocible a los ojos de la comunidad, también por el vestido que lleva, como signo inequívoco de su dedicación y de la identidad del que desempeña un ministerio público”.
El P. Fortea subrayó al respecto que “no vamos identificados porque nos guste. A lo mejor nos gusta, a lo mejor no nos gusta. Vamos (identificados) porque es un servicio para los fieles, es un signo de consagración, nos ayuda a nosotros mismos“.
El presbítero reconoció la dificultad de que a un sacerdote a quien desde el seminario no se le enseñó sobre el valor del hábito de usar la sotana, cambie después, sin embargo precisó que en los últimos años esto “ha ido cambiando a mejor”.
“Es fácil mantenerlo (el hábito), es difícil empezarlo. Pero el sacerdote debe ir identificado”, señaló.
ACI Prensa le preguntó si la costumbre de no usar la sotana guarda alguna relación con la Teología de la Liberación, el P. Fortea señaló que “ahora ya las cosas han cambiado”.
“Fue en los años 70, 80, en que todos estos sacerdotes se veían a sí mismos más como personas que ayudaban a la justicia social.
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Allí no tenía sentido el hábito sacerdotal, el hábito sacerdotal tiene sentido como signo de consagración“.
“Ahora ya ha pasado eso, pero ha quedado la costumbre de no vestirse y claro, es difícil, yo entiendo que es difícil. Pero estas cosas están cambiando poco a poco”.
A FAVOR DEL CUELLO ROMANO (ALZACUELLOS o CLERYGMAN)
Mons. Charles M. Mangan y el Padre Gerald E. Murray han escrito un famoso artículo sobre las razones de “¿Por qué un cura debe usar su cuello romano?”.
Los autores dan como argumento de autoridad que normativamente la Iglesia requiere que los clérigos lleven ropa administrativa (número 61 del Directorio para Sacerdotes)
Y que los santos nunca han aprobado de un enfoque indiferente sobre la vestidura sacerdotal, más aún, que fue el ardiente deseo del Papa Juan Pablo II.
Aquí resumimos su exposición en 7 puntos:
Un sacerdote vestido como la Iglesia quiere es un recordatorio de Dios y de lo sagrado y sirve como un “signo de contradicción” para un mundo perdido en el pecado y en rebelión contra el Creador. 
Un cura con cuello romano es una inspiración para los demás, porque es una señal visible de confianza que atrae a los jóvenes, impide “mensajes mixtos” para las mujeres jóvenes y atractivas, y es recordatorio a los católicos alejados para que no olviden su situación.
La mayoría de los católicos esperan que sus sacerdotes vistan en consecuencia, para ser  identificables como los “agentes” del ejército de Cristo y líderes en la Iglesia.
El cuello romano es un signo de consagración sacerdotal al Señor, proporciona un recordatorio para el mismo sacerdote de su misión e identidad.
El cuello romano es un recordatorio de que el cura “nunca deja de ser sacerdote” y que la vida de un sacerdote no es suya sino que pertenece a Dios, quien le envía a servirle con su vida. 
Con el uso de ropa administrativa y sin poseer exceso de ropa, el cura demuestra la adhesión al ejemplo de la pobreza material del Señor y es una señal de que el cura se esfuerza por convertirse en santo y por vivir su vocación siempre. 
El cuello romano muestra el servicio abnegado, que el cura está disponible las 24 horas para los Sacramentos, en una tónica de sacrificio, especialmente cuando hace calor y cuando el cuello se convierte en una mortificación por lo pecados.
HISTORIA DE LA VESTIDURA ECLESIÁSTICA
Este es un artículo que escribió el Padre Fortea en su Blog.

JESÚS Y LOS PRIMEROS CRISTIANOS
Jesús no vistió ninguna vestidura especial. Entra dentro de lo posible el que los sacerdotes judíos sí que tuvieran vestiduras clericales, pues constituían una casta.
Pero, de acuerdo a lo que nos dicen las dos genealogías de los Evangelios, Jesús pertenecía al linaje de los reyes de Judá, no al de los descendientes de Leví. El Mesías no era un sacerdote del Antiguo Testamento. Además, Él comienza un nuevo sacerdocio.
Los Apóstoles, por tanto, tampoco llevaron ninguna prenda distintiva, ni tampoco sus sucesores. Obrar de otra manera, en medio de una persecución, hubiera sido una temeridad.
En las generaciones siguientes a que la Iglesia obtuviera su libertad, los clérigos siguieron llevando ropas que no les distinguían de los laicos.
Si bien, en las celebraciones litúrgicas sí que iban revestidos con vestiduras especiales. Muy probablemente, los monjes sí que llevaban ropas que les distinguían como monjes.
Aunque el clero seguía vistiendo sin ropas especiales, poco a poco, en algunos lugares sí que se fue desarrollando un modo distintivo de vestir.
En el año 428, por una carta del Papa Celestino, sabemos dos cosas: que en Roma no existía una vestidura clerical, pero que en la Galia algunos obispos ya la usaban.
La carta del Papa, curiosamente, exhorta a que los clérigos se distingan de los laicos no por las ropas, sino por sus virtudes.
Pero ni siquiera esta opinión papal pudo detener el curso de la historia que ineludiblemente llevaba a mostrar externamente esa distinción.
Y así, este desarrollo lento de las vestiduras clericales, lleva a que en el 572, el Concilio de Braga ordene que los clérigos de esa zona de la península ibérica vistan la túnica talar.
A partir de entonces, los decretos sobre la ropa clerical se fueron haciendo más y más frecuentes, en el sentido de que los clérigos no vistieran las ropas seculares, ni siguieran sus modas.

CONSOLIDACIÓN DE LA VESTIDURA CLERICAL
Entre el siglo VI y el VIII, los testimonios escritos muestran que el uso de la vestidura clerical se hizo obligatorio.
Al principio, los colores no estaban unificados. Dándose muchos colores y diversas tonalidades.
El color negro fue el que finalmente predominó por una razón esencial, se trata de un color muy solemne.
Después, a posteriori, se le pudo dar sentidos simbólicos a ese color, como el de la muerte al mundo, pero la razón por la que prevaleció fue ésa: se trata de un color que expresa seriedad, solemnidad.
Frente a la opción del negro, el blanco hubiera podido también predominar, es el color de la lana sin tintes, pero tenía un problema: cualquier mancha se ve con facilidad.
Y, aunque se lave una y otra vez, el uso deja restos de las antiguas manchas. Por eso el blanco se reservó para las funciones litúrgicas desde el principio, y para la vida ordinaria el negro acabó prevaleciendo.
Sin embargo, las dos tendencias que hoy día existen entre los que prefieren vestir de laicos y los que prefieren vestir como clérigos, son dos tendencias que las encontramos no ya desde la Edad Media, sino que es posible rastrearla desde la Edad Antigua.
Desde que el hábito eclesiástico se hizo obligatorio, encontramos a sacerdotes y aun obispos que han vestido como laicos, en más o en menos ocasiones. Insisto, incluso en la Edad Media.
Al principio, el hábito eclesiástico era una túnica sin botones. Muy a menudo con cinturón de cuero con hebilla.
Los botones que recorren la sotana de arriba abajo, predominaron a partir del siglo XIV y XV. Hasta el siglo XIV, en la vestidura clerical no existía el alzacuellos.
Pero a partir de entonces, las camisas comenzaron a dejar ver su parte superior por encima del hábito. Al principio, sobresalía el cuello de la camisa blanca sin solapas.
Después, cuando ya hubo solapas como las actuales, éstas o sobresalían verticales (cerradas por un botón) más allá de donde acaba el hábito, o bien caían hacia abajo por encima del hábito.
Las solapas que caían sobre el hábito, evolucionaron hasta el siglo XVII tomando la forma de lo que se llamaba el babero. Las solapas verticales evolucionaron hasta formar el alzacuellos.
El alzacuellos se formó como prenda aparte, porque era mucho más fácil lavar la parte del cuello si ésta era una prenda independiente.
Démonos cuenta de que en otras épocas las camisas no se lavaban diariamente, pues un clérigo humilde poseía pocas camisas.
Un humilde párroco de pueblo en el siglo XVII podría tener cuatro camisas y una sola sotana. Un clérigo de baja posición no tenía tres o cuatro sotanas, sino uno sola que se remendaba las veces que hiciera falta.
Muchos consideran la capucha como privativa de los monjes. Pero lo específico de ellos era el escapulario o la cogulla. El escapulario es la prenda rectangular que cae por delante y por la espalda, hasta casi el borde de la túnica.
La capucha era habitual entre las ropas de los laicos, y por tanto también entre el clero secular. En el clero secular, la capucha se llevaba no en el hábito talar, sino en la muceta.
La muceta sobre los hombros era una prenda de abrigo, la llevaba cualquier clérigo y solía tener una capucha. Esta costumbre de la capucha en el clero secular llegó hasta el siglo XX.
La muceta de los cardenales tenía capucha, así como la de los Papas. Cardenales y Papas llevaban esa capucha en la muceta, aunque no pertenecieran al clero secular.
Sin bien, más allá de la Edad Media, muchas mucetas muestran unas capuchas exiguas que ya no hubiera sido posible ponerlas sobre la cabeza.
Aunque el uso del hábito eclesiástico ha sido lo habitual desde el siglo VII más o menos, ya se ha dicho que siempre ha habido clérigos que han deseado vestir de un modo secular, casos así ha habido desde la Edad Media hasta nuestros días, siglo tras siglo.
Pero, aunque normalmente, estos casos han sido excepcionales, lo que sí que ha sido más frecuente es el deseo de secularizar el hábito eclesiástico.
Y así, hay testimonios desde el siglo XVII reprobando el uso de sotanas cortas que llegaban sólo hasta la rodilla.
Esta lucha entre la secularización del hábito eclesiástico y el mantenimiento del estilo eclesiástico por encima de toda moda mundana, también se puede rastrear en toda época.
Incluso en la Edad Media hay obispos que vestían más como caballeros que como prelados.
Finalmente, en el siglo XIX se hizo frecuente el habito piano o hábito corto. La parte superior era igual que la de la sotana, con su alzacuellos o su babero.
Pero la sotana había sido sustituida por una especie de chaleco que llegaba sólo hasta la cintura, a partir de la cual eran visibles unos pantalones cortos que acababan en calzas negras.
Encima del chaleco, se llevaba una casaca. Este hábito corto fue desapareciendo, y a comienzos del siglo XX los curas llevaron sotana solamente.
Hasta que en los años 70, apareció el clériman (también escrito clergyman).
Una vez que hubo desaparecido el hábito corto, éste continuó entre los curas católicos de Estados Unidos, por influencia de los pastores de la iglesia episcopaliana que vestían así. Y de los curas católicos norteamericanos retornó al resto de países en los años 70.
LOS SOMBREROS
Este deseo de que las vestiduras de los sacerdotes fueran enteramente clericales, conllevó que los sombreros tuvieran formas y hechuras propias.
La forma de cubrirse la cabeza los eclesiásticos siempre había sido por antonomasia la capucha, entre el clero regular y secular.
Pero ya en la Edad Media se abrieron paso los gorros académicos o los civiles entre los eclesiásticos, frente a la capucha que parecía demasiado monástica y demasiado primitiva.
Pero siempre se luchó por parte de las diócesis para que los gorros eclesiásticos tuvieran una hechura propia y no fueran iguales que los de los laicos.
Aunque siempre había clérigos a los que les gustaba ponerse gorros que fueran más con la moda civil porque les parecían más elegantes.
Los sombreros eclesiásticos evolucionaron a raíz de dos modelos diversos. Un modelo procedía de las gorras académicas, y de allí surgió la birreta, el birrete o bonete.
Otro modelo procedía de tipos de sombreros más parecidos a los civiles, de ahí surgieron diversos tipos de sombreros con ala plana, redonda o rectangular: teja, saturno, galero.
El solideo es la evolución de un gorro que cubría la cabeza desde la frente a la nuca. La función era preservar del frío, pero poco a poco se hizo de él una prenda constante.
Al llevarlo en toda estación, con el pasar de las generaciones, se fue haciendo más ligero para que no diera tanto calor, llevándolos de lana en invierno.
VESTIDURA DE ABRIGO
La vestidura de abrigo era la muceta sobre los hombros, pero si hacía más frío se llevaba la capa. Cuando los abrigos aparecieron, muchos fueron arrinconando la capa.
Pero para que el abrigo no fuera igual que el de los laicos, se diseñó de forma que llegara hasta el borde de la sotana, llamándose este abrigo dulleta.
Sin embargo, la capa y la dulleta coexistieron. En España, la capa daba una vuelta colocándose sobre el hombro. Esta capa más larga se designaba con el nombre de manteo.
En toda esta evolución de los trajes eclesiásticos, la costumbre era que cuando uno se ordenaba como clérigo, a partir de ese momento, todas sus vestiduras eran clericales.
Manifestando de forma externa y visible la consagración total a Dios del propio ser, de la propia vida, de todos los pensamientos y deseos.
Por eso, desde la recepción de la orden menor de la tonsura todas las vestiduras debían ser clericales.
La tonsura era el signo de esta mentalidad. El sacerdote no sólo llevaba ropas sacerdotales, sino que incluso sus cabellos llevaban el signo de la consagración.

Foros de la Virgen María

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