jueves, 10 de marzo de 2016

QUE ES LA MISERICORDIA Y LA COMPASIÓN PARA EL CATOLICISMO


Informe Especial

Estamos en pleno Año Santo de la Misericordia. Sobre este criterio de la Misericordia, entendida como la entienden los secularistas, se ha generado la idea que la Iglesia pronto invitará a los católicos divorciados vueltos a casar a recibir la Eucaristía, a los homosexuales a casarse, a aceptar la eutanasia, etc., porque después de todo, eso sería lo más misericordioso y compasivo para hacer, según el mundo secular.

Según Wikipedia, la misericordia es la disposición a compadecerse de las miserias ajenas y la compasión es la percepción y comprensión del sufrimiento del otro, y el deseo de aliviar tal sufrimiento. En definitiva ambos términos apuntan a lo mismo: la empatía y el tratar de hacer algo.

Los cristianos prefieren hablar de misericordia porque es una cualidad de Dios, pero en este artículo trataremos compasión y misericordia como intercambiables pues así lo son en el lenguaje cotidiano.

Sin embargo hay diferencias de fondo. El mundo secular no entiende lo que significa misericordia y la compasión para el catolicismo. Equipara la misericordia con el sentimentalismo. Este último, sin embargo, no es una virtud, sino una indulgencia emocional.

Tolstoi dibujó una imagen clara de sentimentalismo, al referirse a las damas rusas de moda que se conmueven hasta las lágrimas por una obra de teatro, pero que permanecen ajenas a sus propios cocheros sentados afuera esperando por ellas en un frío de congelación.

Pero lo cierto que hay una presión sobre los católicos, que son vistos como poco compasivos por el mundo y esa es una mochila que le pesa, pero la imagen no se cambia demostrando el estilo de compasión que muestra el mundo.

EL SENTIMENTALISMO ES SÓLO EMOCIÓN, ES FALSA COMPASIÓN

El sentimentalismo comienza y termina con la emoción, pero no está en armonía con la justicia o las necesidades de los demás, no se compadece verdaderamente y hasta el fondo con los demás.

El Arzobispo Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe Católica, ha recordado al mundo que la misericordia no es absoluta. En un extenso artículo publicado en L’Osservatore Romano, el arzobispo afirmó que

“la misericordia de Dios no nos dispensa de seguir sus mandamientos o las reglas de la Iglesia”.

Esta frase afirma el valor de la misericordia de Dios, así como el valor de ser fiel a sus mandamientos y a las normas de la Iglesia. Pero también indica que la misericordia no tiene una prioridad desenfrenada.

Santo Tomás de Aquino comenta que la misericordia

“no destruye la justicia, sino que es un cierto tipo de cumplimiento de la justicia.”

“La misericordia sin justicia es la madre de la disolución, mientras que la justicia sin misericordia es crueldad.”

SE NECESITA DEL ARREPENTIMIENTO PARA INSTAURAR LA JUSTICIA

La palabra latina está compuesta por miserum (dolor) y cordial (en referencia al corazón). La persona misericordiosa es aquella que tiene un “corazón triste.” Tiene muchas ganas de dispensar su misericordia, pero sólo cuando pueda hacer algo bueno.

No hay ninguna ventaja en la dispensación de misericordia a alguien que no se ha arrepentido y sigue comprometido con una forma equivocada de vivir.

Tal persona necesita cuidado y orientación antes de ser elegible para la misericordia.

Este punto se expone dramáticamente en la obra de Heinrich von Kleist, El príncipe de Homburg.

El príncipe, después de haber desobedecido una orden militar, es condenado a muerte. Su padre, el elector de Brandeburgo, quiere salvar la vida de su hijo, pero no le puede ofrecer la misericordia hasta que el príncipe no vea la justicia de su condena y permanezca sin arrepentimiento: “Si tengo que discutir con él por mi perdón, yo no sabría nada de su misericordia”.

La obra termina con una nota alta, sin embargo. Después de una profunda reflexión, el príncipe reconoce formalmente la justicia de su condena, un acto que le hace elegible para la misericordia de su padre. La justicia está reconocida, se aplica la misericordia, y la obra tiene un final feliz.

Piensa en las diversas cosas en que le piden que la Iglesia abra su misericordia, como el divorcio y segundas nupcias, la homosexualidad, el aborto, la eutanasia, etc. ¿Ha habido arrepentimiento de parte de quienes piden la misericordia?

LA MISERICORDIA NO SE DEBE CONFUNDIR CON LA GENEROSIDAD

La generosidad puede ser dirigida a un hombre feliz y trasciende las exigencias de la justicia. La misericordia se dirige a alguien que está sufriendo. Pero debe cumplir con las reglas de la justicia.

Según CS Lewis,

“La misericordia florecerá sólo cuando crece en las grietas de la roca de Justicia; trasplantado a las marismas del mero humanitarismo, se convierte en una mala hierba devoradora de hombres, tanto más peligrosa, ya que todavía es llamada por el mismo nombre que la variedad de la montaña”.

La misericordia es humana sólo cuando se corona con la justicia. No es una virtud independiente. Su aspecto humano es evidente, ya que se basa en una aguda sensibilidad a la debilidad humana. Si no somos misericordiosos con los demás, negamos nuestra propia falibilidad y, en consecuencia, nuestra propia necesidad de misericordia.

El sentimentalismo desea que las cosas pudieran ser mejor, pero sin tomar las medidas necesarias para que sean mejores. La misericordia no es sentimentalismo. Se posiciona equidistante entre la justicia y el que está sufriendo.

UNA TENUE LÍNEA ENTRE LA COMPASIÓN EVANGÉLICA Y SU ADULTERACIÓN

El lenguaje del Papa Francisco ha ido virando en los últimos tiempos a mostrar al mundo y a los católicos la compasión; y visto está que declaró un año de la misericordia. Probablemente el movimiento sea una forma de acercar a la Iglesia al lenguaje de compasión y caridad que se fue desdibujando en el exterior de la Iglesia, en parte por la operación de los medios de comunicación enemigos y en parte por vicios internos.

Siendo un camino necesario, también hay que coincidir que se trata de un campo minado, porque la compasión evangélica fácilmente se puede corromper y pasar a transformarse en una aplicación la compasión para apoyar los valores mundanos.

Por ejemplo ¿es compasión cristiana permitir el aborto para que las madres en crisis no sufran? O ¿es compasivo apoyar la eutanasia cuando una persona está sufriendo y quiere finalizar con su vida?

En muchos casos la compasión mundana y la evangélica coinciden, pero en muchos casos no, y la línea demarcatoria entre ellas es algo que se discutió en el Sínodo de la Familia, pero no lo vamos a tratar en este artículo, sino a ser más genéricos.

El Papa probablemente pretenda construir un puente más eficaz entre el mundo exterior y la iglesia; que el abismo que le separa del mundo no sea tan grande como para que los de afuera no se atrevan siquiera e pensar en cruzar.

DE QUE ESTÁ CONSTRUIDO ESE ABISMO

Esta hipótesis supone que El Papa ha advertido que la Iglesia ha perdido la imagen de compasión y eso la ha separado del mundo exterior, o quizás que haya perdido el valor de la compasión.

En el primer caso, el abismo está construido de la incomprensión del mundo sobre la compasión que tiene o debía tener la Iglesia para los demás.

Por lo tanto es menester mostrar más claramente y más masivamente signos de compasión; dar a entender a la gente de afuera que la Iglesia no está en otra cosa, discutiendo doctrinas inalcanzables para ellos o tratando temas de poder y privilegios para la institución.

La imagen que tiene el mundo exterior, y a lo que apuntan los enemigos y los medios de comunicación, es a concentrar las críticas en la falta de compasión de la Iglesia.

En el occidente rico, la Iglesia se percibe a menudo (y es muy a menudo descripta) por no ser compasiva.

La Iglesia no se preocupa por las mujeres con embarazos en crisis y por lo tanto no aprueba el aborto o la anticoncepción, y tampoco se preocupa por quienes están con problemas graves de salud y la vida les causa gran sufrimiento, y por lo tanto no acepta la eutanasia; y todo esto porque no es “compasiva” dicen los enemigos, y con ellos convencen a quienes no tienen una posición formada.

La Iglesia no se preocupa de los divorciados y vueltos a casar, porque no admite que tomen la eucaristía en las misas, por lo tanto no es “compasiva”, a los ojos de los contrarios y los desinformados que no pueden entender los temas internos doctrinales.

Del mismo modo, es percibida como en defensa de pequeñas tradiciones estériles, al preocuparse por los detalles de culto como un tema importante, haciendo caso omiso de las necesidades reales de las personas, por lo tanto no es compasiva para los medios de comunicación.

O sea que hay todo tipo de formas en que las personas piensan que la Iglesia ha perdido el sentido de la compasión, y esto se extiende también a los fieles católicos que son convencidos por cumplir con la compasión mundana.

En esta imagen, cada cosa discutible de la Iglesia puede ser puesta por los enemigos dentro del bolsón de la poca compasividad, que se ha vuelto creíble para el público.

RECOBRAR LA IMAGEN DE COMPASIÓN ¿PERO HASTA DONDE SE PUEDE?

De acuerdo a lo anterior, para que la nueva evangelización tenga éxito hay que mellar y destruir esa creencia de la gente del exterior de que a la Iglesia le falta compasión.

¿Y cómo se hace? ¿Y hasta dónde podemos llegar para convencer a la gente?

Por lo pronto no debería hacerse abdicando de la sana doctrina. Sino que hay que generar hechos que expresen compasión, que dramaticen el empeño compasivo de la Iglesia.

Por ejemplo, cuando Francisco eligió celebrar el lavatorio de pies en una cárcel de jóvenes y lavarle los pies a reclusos en Semana Santa, dio un mensaje muy claro de preocupación compasiva por quienes están en dificultad. Distinto hubiera sido que el lavatorio de pies se hubiera realizado en una gran Iglesia y se hubiera lavado los pies de otros sacerdotes, como muestra de los discípulos de Jesús, tal cual ha sido tradición hacerlo.

O sea que este lavatorio de pies se inscribe en el empeño de tratar de ayudar a la gente a recordar (o aprender por primera vez) que la Iglesia en realidad está toda relacionada con la compasión y la caridad en su forma más pura.

También por ejemplo ha indicado que los sacerdotes tienen que ser más provocadores, tomar más riesgos en salir hacia la gente. Él está pensando como un obispo latinoamericano con enormes barrios pobres en las diócesis.

Y les ha dicho a los párrocos que tengan la iglesia abierta y una luz en los confesionarios, lo que refuerza el mensaje de cercanía con las necesidades de la gente.

Pero además a Francisco no le pesa el equipaje, porque como jesuita, no le importa mucho la liturgia. Él no apuesta a los tipos tradicionales de la liturgia o a las liturgias que los liberales quieren. Francisco no invierte en ninguno de estos campos; está afuera de esta polémica.

En realidad Francisco quiere que la misa deje en la gente sensación de “alegría”, o algo que tenga que ver con el “reino”. Quiere que la gente salga de misa “como si hubiera oído buenas noticias”.

Francisco quiere que los sacerdotes hablen con la gente, averigüen lo que necesitan y participen en sus luchas diarias. La liturgia, para Francisco, parece estar implicada precisamente en eso.

Pero aun así el problema persiste porque hay campos en que el mundo acusa a la Iglesia de incompasiva porque no se adapta a sus valores, como por ejemplo respecto a evitar el sufrimiento de las madres que quieren abortar, de los que quieren acabar con sus vidas mediante la eutanasia, de los homosexuales activos que tienen dificultades para integrarse a las parroquias, de los divorciados vueltos a casar porque no pueden comulgar, etc.

Por lo tanto hay un punto en el que la Iglesia debe frenarse en la demostración al mundo de su compasión, y es cuando lo que el mundo llama compasión colide con la real compasión evangélica y la doctrina.

Y esta discusión la vemos vimos en el Sínodo de la Familia respecto a los divorciados vueltos a casar y los homosexuales.

Hay una frontera en que pasamos a trabajar para ser compasivo con los valores del mundo y no con los verdaderamente evangélicos, y eso se muestra claramente en la diferencia de posiciones entre los Cardenales Kasper el Burke.

Mientras el Cardenal Kasper sostiene que darle la comunión a los divorciados vueltos a casar es un acto de compasión con aquellos que quieren volver plenamente a la Iglesia, el cardenal Burke piensa que es como darle azúcar a un diabético, lo mataría.

El tema es más profundo que la comunión a los divorciados o la aceptación del matrimonio homosexual, refiere a la línea demarcatoria entre lo que es la compasión para el mundo y lo que es la compasión evangélica.

Veamos un caso por demás claro que se está procesando en este momento, para sacarlo de la discusión del Sínodo y apreciarlo con menos prejuicios.

EL CASO DE ALGUNOS CLÉRIGOS CRISTIANOS DEL REINO UNIDO

Hace unos meses una alianza de clérigos escribió al Daily Telegraph en apoyo de la legislación asistida suicidio en Gran Bretaña.

La carta de figuras religiosas en favor del suicidio asistido – entre ellos el ex arzobispo de Canterbury, Lord Carey – presenta un argumento teológico curioso.

“No hay nada sagrado en el sufrimiento, nada sagrado sobre la agonía, y los individuos no deben estar obligados a soportarlo”, dicen los firmantes, quienes añaden que ayudar a las personas con enfermedades terminales a suicidarse debe ser visto simplemente como que les permite la gracia de devolver su vida a Dios.

La primera curiosidad es la percepción que expresan que las entidades religiosas en el Reino Unido se oponen abrumadoramente al suicidio asistido porque creen que Dios quiere que la gente sufra. ¿Quién dice esto?

Los católicos y anglicanos han señalado constantemente la necesidad de más camas de cuidados paliativos y de hospicios, precisamente con el fin de no sólo aliviar el dolor físico, sino que también proporcionan cuidado amoroso y apoyo a los que están en su último viaje.

De hecho los obispos han manifestado siempre que un apoyo al suicidio asistido disolvería rápidamente cualquier apoyo a esta idea, con la introducción de la noción de que una vida que incluya el dolor y el sufrimiento es menos digna de ser vivida, y de ser protegida.

La segunda curiosidad es el intento de crear una justificación teológica para el suicidio asistido en desafío de las enseñanzas largamente asentadas en la tradición cristiana (así como otras religiones).

Como los obispos católicos de Inglaterra y Gales, han declarado:

“la falta de salud o el hecho de la discapacidad nunca son razones válidas para la exclusión o, y lo que es peor, para la eliminación de las personas. La privación grave experimentada por la edad no es el debilitamiento del cuerpo físico o la discapacidad que puede resultar de esto, sino más bien, es el abandono, la exclusión y privación de amor”.

Lord Carey et al están ofreciendo una hoja de parra teológica para el argumento habitual en favor del suicidio asistido, que se basa en una ética de la autonomía:

-que a los individuos se les debería permitir decidir sobre tales asuntos personales por sí mismos, y controlar el momento de su muerte;
.
-que estas decisiones deben ser respetadas por la ley;
.
-y (lo que no se dice con frecuencia directamente) que a los médicos se les debe permitir operar esto.

Esta posición de Lord Carey et al era en apoyo a la propuesta que permitiría a la gente, que cree que tiene no más de seis meses de vida y que tienen una “intención establecida” para poner fin a su vida, darle una dosis letal de drogas con la autorización de dos médicos.

Ellos creen que en este punto de vista, el Estado no debe desempeñar ningún papel coercitivo de las decisiones personales.

En el corazón de todos estos argumentos bien ensayados está el deseo – como Charles Moore señala – del control. No es el sufrimiento en sí mismo que lleva a la gente a buscar el suicidio asistido, sino el horror de la impotencia. Un suicidio asistido es la respuesta enojada de los que no pueden hacer frente a no tener el control.

El puñado de obispos anglicanos y rabinos liberales detrás de la carta al Telegraph trata de justificar esto teológicamente, pero falla miserablemente diciendo

“Valoramos la vida como un don precioso de Dios, pero también defendemos el derecho de las personas que se acercan a sus últimos meses, a que con la gracia devuelvan ese regalo, si sienten que la calidad de su vida está a punto de deteriorarse más allá del punto en el cual quieren continuar”.

¿Devolver su vida a Dios? Nada podría estar más lejos de la mente de los hombres de negocios de clase media y profesores que hacen su camino a Dignitas (clínica de suicidios de Suiza).

Jeffrey Spector, quien recientemente organizó su suicidio allí rodeado de publicidad, desafió a su familia, al insistir en la decisión porque

“Sentí que la enfermedad había cruzado la línea roja y yo estaba cada vez peor…. En lugar de ir más tarde estoy saltando sobre la pistola”. Dijo su familia más tarde, que “no quería vivir una vida en la que estuviera paralizado y dependiente de su familia para cuidar de él”

Ni Spector ni ninguno de los demás fanáticos del control que piden el suicidio asistido nunca hacen ninguna mención de Dios, y mucho menos de “devolver” la vida a cualquiera.

El devolverla y entregarla es lo que hacemos cuando renunciamos al control, aceptamos nuestra impotencia y (si creemos en Dios) confiamos en Dios para que nos lleve de la mano.

Lo que los defensores del suicidio asistido hacen es lo contrario. Tratan de evitar la “entrega” a cualquiera lo que ellos organizaron para su propias existencia.

En la extraña nueva dispensación teológica de Lord Carey, podrían en el futuro ser enviados vicarios a acompañar a los inspectores a Suiza, para susurrar dulcemente en sus oídos que están “con gracia volviendo a Dios”, mientras beben el elixir fatal.

La ley siempre ha compartido la suposición cristiana que la vida es un don de Dios, no es algo de los que estamos en control. Esa es la base no sólo de una sociedad civilizada, sino el significado del amor.

El amor es posible sólo porque nuestras vidas dadas por Dios significan que somos infinitamente dignos, sea cual sea nuestro estado de vida; una vez que – con la ayuda del Estado y de la profesión médica – declaramos que la vida carece de valor y puede ser terminada, empezamos por la carretera que conduce en una sola dirección: a los campos de exterminio y los gulags.

Ayudar a un suicidio es una corrupción de la compasión y una perversión de la misericordia. Un Estado que lo avala renuncia a la obligación de la ley para defender el valor sagrado de la vida. Un clérigo cristiano que lo avala renuncia al corazón mismo del Evangelio.

La frontera entre la compasión evangélica y su corrupción, parece clara a la mayoría de los católicos en el día de hoy sobre el tema de la eutanasia, sin embargo se ha desdibujado en otros tema, como por ejemplo el aborto, y hace poco se discutió en el Sínodo de la Familia respecto a la comunión a los divorciados y la celebración del estilo de vida homosexual.

Fuentes:










Foros de la Virgen María

No hay comentarios: