miércoles, 8 de julio de 2015

¿ES MOTIVO PARA SORPRENDERSE?


Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo, visible o encubierto, como demuestra la historia

Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net

Hay quienes se sorprenden ante propuestas políticas nacionales o internacionales orientadas a destruir dimensiones básicas de la vida social, de la ética y de la justicia.

Por ejemplo, algunos quedan escandalizados y reaccionan negativamente ante propuestas que buscan ampliar los casos del mal llamado “aborto legal”, que apoyan y promueven formas anómalas de “matrimonio” y de familia, que defienden la esterilización y el uso de anticonceptivos como métodos eficaces para el control natal, que marginan el uso de los símbolos cristianos en espacios públicos, que ridiculizan a la Iglesia católica y a sus enseñanzas, que declaran “inmoral” e intolerante a quien defiende y enseña sus propias ideas cuando no coinciden con las ideas de los que se dicen tolerantes y no lo son.

En realidad, lo sorprendente y “escandaloso” es que se hayan aceptado por tanto tiempo y tantos lugares aquellas premisas que llevan, tarde o temprano, a la destrucción de la sociedad y a la promoción del individualismo más salvaje.

Esas premisas han sido y son bandera constante de grupos que dicen defender la libertad y la autonomía del ser humano, que hablan de tolerancia y de justicia, que levantan banderas en favor de un mundo más moderno. En realidad, esos grupos buscan destruir los valores auténticos y los principios básicos de la vida social, para luego admitir como legales actos como el repudio del cónyuge, el divorcio, la promiscuidad sexual, el aborto, la producción, congelación y destrucción de miles y miles de embriones, la economía salvaje, el desprecio y marginación de los débiles, la legalización de la eutanasia.

Como también es sorprendente que, con las premisas típicas del libertarismo, siga en pie la prohibición de la poligamia y del infanticidio. Aunque ya la segunda idea tiene como defensores a personas de la fama de Peter Singer, y la primera cuenta con el aval de grupos que creen en la poligamia como un auténtico derecho humano.

No es motivo, por lo tanto, para sorprenderse el constatar la fuerza y el empuje de un movimiento mundial que busca la destrucción de lo humano con tanta fuerza y tanta eficacia, desde el rechazo de Dios y desde visiones filosóficas, antropológicas, éticas y políticas equivocadas.

Como explicaba Juan Pablo II, “si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo, visible o encubierto, como demuestra la historia” (encíclica “Centesimus annus” n. 46).

¿El antídoto ante esta situación? Romper el cerco del relativismo y del subjetivismo que destruyen los valores básicos para la convivencia humana, y emprender un trabajo serio y eficaz para redescubrir verdades éticas que permitan construir sociedades más justas, más solidarias, más buenas, porque se abren al respeto a principios éticos irrenunciables y porque saben fundarlos en una correcta visión sobre la naturaleza humana.

En este sentido, vale la pena conocer y divulgar el documento publicado en mayo de 2009 por la Comisión Teológica Internacional con el título “En busca de una ética universal: nueva mirada sobre la ley natural”.

El n. 87 de este documento recuerda los 4 valores básicos que permiten a las sociedades trabajar por el bien común: la libertad, la verdad, la justicia y la solidaridad (cf. también “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia” nn. 197-203).

Si las naciones y sus dirigentes viven estos principios, evitaremos los hechos que a muchos sorprenden cuando en realidad son la consecuencia lógica de vivir en el relativismo y en el subjetivismo. Vale la pena recordarlo, no sólo para evitarnos sorpresas, sino sobre todo para avanzar en la potenciación de todo lo bueno y lo bello que ennoblece el existir humano.

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