El tiempo pascual es el tiempo
del bautismo: la Iglesia siempre bautizó uniendo al catecúmeno a la muerte y resurrección
de Cristo celebrada en el tiempo pascual.
ESTE ES EL TIEMPO DEL BAUTISMO.
Los nuevos hijos de la Iglesia
reciben por las aguas bautismales y la unción con santo Crisma una impronta, un
estatuto nuevo: ya son profetas, sacerdotes y reyes. Esto marca la vida
cristiana señalándole un tono muy concreto para vivir en el mundo.
¿Pero cómo se es sacerdote por el
bautismo? ¿Qué da, qué significa, qué conlleva, que todos somos sacerdotes por
nuestro bautismo? ¿Cuál es este "sacerdocio común", que así se llama?
Vayamos a la doctrina de la
Constitución Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II:
"Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los
hombres (cf. Hb 5,1-5), de su nuevo pueblo «hizo... un reino y
sacerdotes para Dios, su Padre» (Ap 1,6; cf. 5,9-10). Los bautizados, en
efecto, son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como
casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra del hombre
cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien el poder de Aquel que
los llamó de las tinieblas a su admirable luz (cf. 1 P 2,4-10). Por ello
todos los discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabando juntos a
Dios (cf. Hch 2,42-47), ofrézcanse a sí mismos como hostia viva, santa y
grata a Dios (cf. Rm 12,1) y den testimonio por doquiera de Cristo, y a
quienes lo pidan, den también razón de la esperanza de la vida eterna que hay
en ellos (cf. 1 P 3,15)" (LG 10).
CONCENTRA MUY BIEN LOS PUNTOS DE
VIDA DEL SACERDOCIO BAUTISMAL:
-se ejerce por medio de las obras
santas de la vida
-ofrecen sacrificios espirituales
(todo se ofrece a Dios: trabajo, alegrías, pequeñas mortificaciones, el
ejercicio de la paciencia o de la fortaleza o de la templanza...)
-anuncien a Cristo, como
evangelizadores en su familia, en sus ámbitos laborales o de amistad, en el
mundo
-se vive mediante la oración
personal y litúrgica
-se ofrecen a Dios por completo
-dan testimonio de vida
-y dan razón de su propia esperanza, de su fe (la
razonabilidad de la fe).
A veces se han creado
intencionadamente confusiones; todos somos sacerdotes por el bautismo, sí, pero
el sacerdocio bautismal no es igual que el sacerdocio ministerial (de los
presbíteros), ni éste es una delegación de los fieles. Sigue la Const. Lumen
Gentium:
"El sacerdocio común de los fieles y el
sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque diferentes esencialmente y no sólo en
grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su
manera del único sacerdocio de Cristo [16].
El sacerdocio ministerial, por la potestad sagrada de que goza, forma y dirige
el pueblo sacerdotal, confecciona el sacrificio eucarístico en la persona de
Cristo y lo ofrece en nombre de todo el pueblo a Dios. Los fieles, en cambio,
en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de la Eucaristía [17]
y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de
gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación y caridad
operante" (LG 10).
Somos sacerdotes por el bautismo
en medio del mundo: consagrados a Dios, es misión de todo bautizado orar
personal y comunitariamente en la liturgia para santificarlo todo y es misión
la de ofrecer a Dios todos y cada uno de nuestros actos para su gloria y para
el bien de los hombres.
El santo crisma, recibido en la
Confirmación, nos consagra para Dios y para el ejercicio de un culto santo.
Somos sacerdotes de nuestra
propia existencia para un culto verdadero, en espíritu y verdad, una liturgia
viva, "existencial".
Orígenes, en el siglo III, lo
desgranaba hermosamente:
"Cada uno de nosotros tiene en sí un
holocausto y enciende en sí mismo el altar de su holocausto, para que continúe
siempre ardiendo. Cuando renuncio a todo lo que poseo, y tomo mi cruz y sigo a
Cristo, he ofrecido un holocausto en el altar de Dios. Cuando poseo el amor y
doy mi cuerpo a las llamas y alcanzo la gloria del martirio, me he ofrecido a
mí mismo como holocausto en el altar de Dios. Cuando amo a mis hermanos hasta
dar la vida por ellos, cuando combato hasta el fin por la justicia, por la
verdad, he ofrecido un holocausto en el altar de Dios. Cuando con la
mortificación de mis miembros me mantengo libre de cualquier concupiscencia de
la carne, cuando el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo, he
ofrecido un holocausto en el altar y me convierto a mí mismo en sacerdote de mi
ofrenda" (In Lev. hom., 9,9).
Es una
hermosa catequesis y profundamente realista: nos enseña a vivir como sacerdotes
en medio del mundo.
Javier
Sánchez Martínez
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