Estamos asistiendo desde hace tiempo…, a una utilización política, de la
exigencia de una petición de perdón del contrincante político, con fines
lógicamente políticos. Ningún ser humano tiene capacidad para perdonar una
ofensa efectuada a Dios, Solo Él tiene capacidad de perdonar directa o
indirectamente por medio de un sacerdote que en el confesionario, está
representando a Dios, y en su nombre donándonos la misericordia divina del
perdón. Demandarle perdón a otro, por muy grande que sea la ofensa recibida. El
ofendido solo tiene capacidad de demandar un perdón, que solo puede ser, un lo siento, una disculpa humana pero
nunca un perdón exonerador, divino de la ofensa recibida. Dios, que es el único
que puede perdonar.
Lo que le pasa a los políticos es que confunden, lo que es perdonar con
lo que es aceptar unas disculpas, por un error cometido por quien presenta las
disculpas, que equivale a una muestra de arrepentimiento, por parte del que
presenta las disculpas. En el fondo lo que busca el político es una humillación
del contrario para así ganar votos. Humillar al contrario es la última
finalidad que se busca y quien la busca, no se da cuenta que aunque
materialmente se puedan obtener réditos materiales de haber humillado al
contrario, en el plano espiritual, el que sale ganando, es el que se ha
humillado. Últimamente los enemigos de la Iglesia, instigados, por el demonio,
que es quien está detrás, se han enzarzado en una campaña para que la Iglesia
pidiese perdón por los miembros de ella que hubiesen incurrido en pederastia,
que es un tema en que la opinión pública se encuentra muy sensibilizada. El
papa Francisco públicamente ha pedido perdón y se puede garantizar que más ha
ganado en bienes espirituales el gesto de humildad del papa, que lo que haya
llegado a cosechar satanás con sus instigaciones e instigados a sus órdenes.
En la época del Señor,
los judíos murmuraban contra Él, porque se atribuía la capacidad de perdonar.
¡Quién es este, para decir que puede perdonar los pecados de los hombres!
decían los escribas y fariseos. Así San Mateo nos recoge este pasaje
evangélico, diciéndonos: “1 Subió luego a
la barca, y, haciendo la travesía, llego a su ciudad. 2 Le presentaron un
paralítico acostado en su lecho, y viendo Jesús la fe de aquellos hombres, dijo
al paralítico: Confía, hijo; tus pecados te son perdonados. 3 Algunos escribas
dijeron dentro de sí: Este blasfema. 4 Jesús, conociendo sus pensamientos, les
dijo: ¿Porque pensáis mal en vuestros corazones? 5 ¿Que es más fácil, decir “Tus
pecados te son perdonados”, o decir “Levántate y anda"?. 6 Pues para que
veáis que el Hijo del hombre tiene sobra la tierra poder de perdonar los
pecados, dijo al paralítico: Levántate, toma tu lecho y vete a casa. 7 El,
levantándose fuese a su casa. 8 Viendo esto, las muchedumbres quedaron
sobrecogidas de temor y glorificaban a Dios de haber dado tal poder a los
hombres”.
(Mt 9,1-8).
Desde luego que el
hombre no puede perdonar los pecados, pero como dice Fulton Sheen, Dios puede
perdonar los pecados a través de los hombres: “21 Jesús les
dijo de nuevo: ¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo
también les envío a ustedes 22 Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió.
Reciban al Espíritu Santo. 23 Los pecados serán perdonados a los que ustedes se
los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. (20,21-23). No debemos de
olvidar que previo al perdón para que este, sea donado, se requiere un arrepentimiento y lo requieren
no solo los pecados mortales sino también los veniales. Sin arrepentimiento
Dios no otorga perdón. Y continua escribiendo el arzobispo Sheen: “Lo peor que hay en el mundo no es el pecado,
sino la negación de este que hace la falsa conciencia. Porque tal actitud hace
que el perdón sea imposible. El pecado imperdonable, es la negación del
pecado”…. Una persona puede negar el pecado pero nunca escapa a su efectos”.
El problema actual
siempre creo que ha debido de existir, aunque no con tanta extensión como
existe hoy en día, es la pérdida del
sentido del pecado. Ya San Juan escribía en su evangelio: "8 Si decimos: No tenemos pecado, nos
engañamos y la verdad no está en nosotros. 9 Si reconocemos nuestros pecados,
fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda
injusticia. 10 Si decimos: No hemos pecado, le hacemos mentiroso y su Palabra
no está en nosotros”.(1Jn 1,8-10).
Slawomir Biela escribe a
este respecto diciendo: “Deformo cada vez más mi
conciencia, porque cuando actúo mal me convenzo de que no he hecho mal alguno y
encuentro cientos de argumentos para justificarme, Con el tiempo la conciencia
deformada lava mis suciedades, de manera tan hábil que ya casi ni siquiera se
ven. Por eso no percibo la resistencia tan grande que opongo a la gracia. En
este proceso que se realiza de forma gradual e imperceptible construyo el
pedestal ficticio de mi propia irreprochabilidad. De este modo comienzo, al
final, a creerme de verdad que estoy muy bien y que si todavía me falta algo
para llegar a la perfección, dentro de poco tiempo seguramente lo alcanzaré.
Progresivamente va desapareciendo de mi vida el Padre misericordioso que me
ama. ¡Pero que me ama siendo yo pecador! En su lugar aparece en mi mente una
imagen falsa de Dios que me sugiere inconscientemente, que me ama por mis
méritos y mis esfuerzos. Y así me adentro cada vez más por el camino del hijo
mayor hermano del hijo pródigo, camino que cierra la conciencia del hombre a la
verdad de la Redención”.
Si pensamos en estas
palabras de Slawomir Biela, nos damos cuenta que en este proceso de pérdida del
sentido el pecado, estamos todos incurriendo y lo peor es que no somos
conscientes de ello. Nuestro gran defecto es la soberbia madre de todos los
vicios. Nadie puede decir, yo seré otra cosa pero no soy soberbio y no se da
cuenta que declarando esta afirmación está negando lo que afirma. Más o menos,
todos somos soberbios de la misma forma que somos pecadores, nadie puede decir:
Yo no soy pecador, en mi vida he cometido ni n lev pecado.
La soberbia es un reptil tan venenoso y astuto, que como tal se parece a
su padre la gran serpiente del Apocalipsis que es el demonio. Este reptil,
astutamente revistiéndose con ropajes de que hay que auto superarse en nuestras
tareas, nos suprime toda humildad y nos monta en el pedestal de creernos que
somos el mejor o al menos de los mejores. Nos hace creer, que todo nos lo
merecemos, porque valemos mucho y así se instala en nuestras almas
destrozándolas en su relación con el Señor.
En la medida en la que el proceso de aumento de nuestra soberbia avanza,
nos creemos capaces de todo incluso en el orden espiritual y en nuestras
relaciones con Dios, del cual nos creemos que no s necesitamos su ayuda, se nos
olvidan su palabras: El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no
podéis hacer nada. “6 El que no permanece en mí es
echado fuera, como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al
fuego para que ardan. 7 Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en
vosotros, pedid lo que quisiereis y se os dará”. (Jn 15,6-7).
Frente a la soberbia solo
hay un antídoto que se llama humildad: “Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas, pues
mi yugo es blando y mi carga ligera”. (Mt 11,29). La humildad es el gran remedio que nos indica el Señor y si
queremos seguir el camino de su imitación, que es lo que hemos de seguir, hemos
de buscar y amar la humildad, porque: “12* El que se ensalzare será humillado, y el que se humille será
ensalzado”. (Mt 23,12). Santiago
apóstol en su epístola nos dice: “Dios, da su gracia a los
humildes y resiste a los soberbios”. (St
4,6).
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga
Juan del Carmelo
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