Y todo el que haya dejado casa, hermanos o hermanas, padre o madre, o
hijos, o campos, por causa de mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará
la vida eterna.
Porque muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros.»
«Jesús
dijo entonces a sus discípulos:
En verdad os digo: difícilmente entrará un rico en
el Reino de los Cielos. Es más, os digo que es más fácil
a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de
Dios. Cuando oyeron esto sus discípulos, quedaron muy asombrados y decían:
Entonces, ¿quién podrá salvarse?
Jesús, fijando su mirada en
ellos, les dijo: Para el hombre esto es imposible, para Dios, sin embargo, todo
es posible. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo: Ya ves que nosotros lo
hemos dejado todo y te hemos seguido, ¿qué
recompensa tendremos?
Jesús respondió: En verdad os
digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en su trono de
gloria, vosotros, los que me habéis seguido, también os sentaréis en doce
tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.
Y todo el que haya dejado casa, hermanos o hermanas, padre o madre, o hijos, o campos, por causa de mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna.
Porque muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros.» (Mateo 19, 23-30)
Y todo el que haya dejado casa, hermanos o hermanas, padre o madre, o hijos, o campos, por causa de mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna.
Porque muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros.» (Mateo 19, 23-30)
Jesús,
ante la respuesta negativa del joven rico cuando Tú le
llamas a dejarlo todo y seguirte, adviertes a tus discípulos: «difícilmente
entrará un rico en el Reino de los Cielos.» Quieres aprovechar el ejemplo para
enseñarles que «no se puede servir a Dios y a las riquezas» (Mateo 6,24).
Son dos
fines que se excluyen: o Tú eres mi último fin o, en el
fondo, mi último fin soy yo mismo: tener, dominar, pasármelo bien, sobresalir.
El tema no es tanto el tener más o menos riquezas, sino el «servir a Dios o a
las riquezas», ser pobre o rico de espíritu.
Por eso,
en las Bienaventuranzas, dices: «Bienaventurados los pobres de
espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mateo 5,3). Se puede
«servir a las riquezas» con muy poco dinero, y al revés: con mucho dinero se
puede «servir a Dios».
Por eso,
he de tener cuidado de cómo pongo el corazón en las cosas materiales: un coche de tal marca, un artículo de lujo, un capricho, una comodidad.
¿Uso lo que tengo con moderación y con cuidado para que dure? ¿Me creo
necesidades superfluas?
Jesús, me
pides que tenga el corazón desprendido de lo material, que sepa prescindir de lo que otros «necesitan» por lujo, capricho, comodidad o vanidad.
Sólo así seré pobre de espíritu, que significa libre de espíritu: libre para
amar a Dios y a los demás.
Te falta
«vibración». -Esa es la causa de que
arrastres a tan pocos. -Parece como si no estuvieras muy persuadido de lo que
ganas al dejar por Cristo esas cosas de la tierra. Compara: ¡el ciento por uno
y la vida eterna! -¿Te parece pequeño el «negocio»?»
Jesús, tu
promesa es clara: «el ciento por uno y la vida eterna». ¿Qué más puedo
pedir? En ningún negocio voy a obtener mayor rentabilidad. Pero ocurre que, a
veces, no estoy muy persuadido de esto.
Para
empezar, no te acabo de dar ese uno que me
pides: estudiar más en serio; dedicar tiempo a mi familia, o al apostolado, o a
algún servicio de caridad; o, tal vez, entregar esos lazos de la sangre o de
tipo profesional: «padre o madre, o hijos, o campos».
Especialmente me pides ese uno a
la hora de dedicarte el tiempo que te mereces, acudiendo frecuentemente a los
sacramentos y a la oración. Su amor es grande. Si deseas prestarle,
Él está
dispuesto. Si quieres sembrar Él vende semilla; si
construir; Él te está diciendo: edifica en mis solares.
¿Por qué
corres tras los hombres, que nada pueden? Corre en
pos de Dios, que por cosas pequeñas te da otras que son grandes»
Jesús, me
falta generosidad para darte el uno, y por
eso no experimento el ciento que Tú me has prometido. Además, me falta fe para
captar la importancia de tu promesa: «la
vida eterna».
¡Si tan sólo me diera cuenta de que todo es nada en
comparación con la vida eterna! Aumenta, Jesús, mi fe y mi generosidad para
darte el uno que me pides, aunque ese uno sea el todo.
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