Esencialmente hay dos clases de perdón…, el perdón divino y el perdón
humano, porque si no perdonamos no
seremos perdonados. Así es como nosotros mismos lo expresamos Señor, cuando
en el Padrenuestro decimos: Señor, perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores: “Muéstrate
conciliador con tu adversario mientras vas con él por el camino, no sea que te
entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas puesto en prisión”, (Mt 5,25).
El perdón es la base de la sanidad de nuestra mente, conciencia y
corazón. Necesitamos perdonar porque sin perdón no tendremos perdón y cuanto
más tardemos en perdonar más nos ataremos a ese dolor que nos produjo la ofensa
que en su día recibimos. Si no hay perdón por nuestra parte, estaremos
alimentando en nuestra alma, la amargura, el resentimiento y el rencor y lo que
es peor, estaremos caminando hacia el pozo del odio que es un claro terreno de
dominio satánico. El que odia no ama y ese es el mayor deseo de satanás, la
destrucción del amor que es la antítesis del odio, que es el único sentimiento
que él tiene y conoce. El perdón es la clave de nuestra liberación espiritual.
Al margen de las dos clases básicas de perdón; el perdón que recibimos
de Dios y el perdón que estamos obligados a dar a los demás por sus ofensas, si
queremos que Dios nos perdone a nosotros por las ofensas nuestras; tenemos dos
clase de perdón, uno que tienen un sentido anómalo y el otro que tiene un
sentido ofensivo hacia Dios.
En el primer caso se trata de pedirse o exigirse perdón a uno mismo. Hay
actitudes y hechos cometidos por nosotros que nos humillan, nos denigran y nos
avergüenzan. Nuestra actuación en la vida nunca es perfecta, cometemos muchos
errores. Nadie es perfecto, la misma esencia defectuosa, propensa a fallar
existe en todos los seres humanos. Esta realidad, unos por razón de su propio
orgullo no reconocen sus errores o faltas, no ya frente a los demás, sino
también, frente a sí mismos. Para ellos los que se equivocan son los demás. En
el polo opuesto tenemos a los que son humildes, que aun siendo inocentes, se
consideran culpables de esos errores que se originan en las conductas humanas.
Perdonarse a sí mismo de esta clase de errores que no ofende al Señor ni a los
demás, es un acto de humildad interna el no perdonarse a uno mismo y afianzarse
en la idea de que el error fue de otro es un acto de soberbia.
Cierto es que hay veces que resulta difícil atribuir el error a un
tercero o a uno mismo, pero en esa situación, el que no tiene dominada su
soberbia instintivamente atribuirá el error a otro, antes que a uno mismo. Por
el contrario, En el lado opuesto, no hay duda de que el que sea humilde y ame
la humildad, no tendrá inconveniente alguno en atribuirse a sí mismo, el error
de que se trate. Perdonarse uno a si mismo es un acto de humildad interno que
solo el Señor conocerá y te fortalecerá con dones y gracias divinas, que te
acercarán más a Él.
Ya en una antigua glosa, hice referencia a una persona, creo recordar
que miembro de la carrera diplomática, que se unió en una fiesta a un círculo
de amigos que estábamos comentando tenas referentes a las miserias y hambre
existente en muchos países del mundo. Este señor tomó la palabra y con gran
sorpresa nuestra dijo: Dios tendrá que pedir perdón a la humanidad, por el
mucho sufrimiento que esta ha soportado y soporta. Desgraciadamente esta es una
afirmación, que no se le ocurre pensar, suponer o decir a cualquiera de esas
personas que están soportando esos sufrimientos, porque por muy escasa que sea
la formación religiosa que tenga, su sentido común les dice que hay un Dios
todopoderoso y bondadoso que hará justicia el día de mañana, pues Él no es el
culpable de sus desgracias, el pecado o la ofensa a Dios son los cupables..
El que piensa que estas tragedias e injusticias son una falla de Dios,
es que a pesar de tener una buena formación académica, su mente y percepción
espiritual son demasiado estrechas como para comprender la magnitud de algunas
cosas, y sobre todo adolece de un tremendo desconocimiento de quién es Dios y lo
que representa en nuestras vidas y no solo en el ámbito espiritual interno,
sino también en el material externo. Está muy claro que en el mundo el desastre
lo cometen los seres humanos. Solo por razón de nuestro orgullo e ignorancia de
quien es Dios y de lo que representa, se puede pensar que Dios nos ha fallado.
Esta es una necia actitud producto de la ignorancia y de la soberbia humana.
Existe el mal y existe el bien, el mal que se extiende por el mundo es
un fruto del pecado; cuando se ofende a Dios estamos generando el mal, para
nosotros y para los demás, pues todos formamos parte del Cuerpo místico de Cristo y tanto los bienes como los males que
generamos repercuten en el Cuerpo místico
de Cristo el Señor nos dejó dicho: "5 Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El
que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis
hacer nada. 6 El que no permanece en mí es echado fuera, como el sarmiento, y
se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan. 7 Si
permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que
quisiereis y se os dará”. (Jn 15,5-7). Santo Tomás de Aquino escribía diciéndonos: “El Cuerpo místico, abarca todos los hombres que han existido o
existirán desde el comienzo hasta el fin del mundo. Los condenados son los
únicos que están excluidos para siempre. El Cuerpo místico está constituido no
solo por los hombres sino también por los ángeles; Cristo es la cabeza de esta
multitud”.
Son los pecados de los hombres los que son,
generadores del mal que se padece en el mundo, porque todos los hombres,
mientras no sean reprobados pertenecen al Cuerpo
místico de Cristo, y sea bueno o malo lo que realicemos a todo el mundo le
afecta.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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