domingo, 20 de julio de 2014

NUESTRO PRECIADO BIEN


Todo el mundo, creyente y no creyentes…, tenemos una vida interior íntima, de la que no damos cuenta a nadie, es una vida que se contrapone con nuestra vida exterior. A nosotros se nos conoce por nuestra vida exterior, de la que forma parte nuestra conducta, nuestra forma de ser, nuestras virtudes y defectos, es la imagen que ofrecemos a quienes nos tratan, pero en nuestro interior existe una vida íntima en la que nadie entra ni le dejamos entrar, porque ella da un perfecto reflejo de cómo somos realmente, somos muy celosos del secreto de nuestra vida íntima, hasta el punto de que cuanto mayor es el desarrollo socio económico de una nación, las leyes de esta, protegen con más rigor, el posible quebrantamiento de nuestra intimidad.

Claro que hay que distinguir entre las persona normales que protegen su intimidad, sin pensar en la obtención de unos frutos económicos del quebrantamiento de la intimidad de los demás y otras personas que necesitan la publicidad para prosperar en su trabajo y diariamente están saliendo en revistas y pantallas, pero si no se les paga por esto, inmediatamente están demandando en los tribunales una indemnización, monetario por haber sido invadida su intimidad.

También hay otra clase de invasión de nuestra intimidad, que es la que es la que realiza la Hacienda pública para estrujar a todo el que caiga en sus redes, pero esta es legal y no se puede demandar indemnización alguna, aunque cada vez más, la avaricia de la hacienda pública aumenta para mantener un tren de vida, que la mayoría de las veces no corresponde, ni al nivel de vida y a las posibilidades económicas de los contribuyentes.

Desde luego la intimidad personal es un bien sagrado que se ha de respetar. Pero no va el contenido de esta glosa, por el respeto a la intimidad, ni al bien que esta es, de lo que quiero hablar en esta glosa., s sobre otro tema relacionado con lo anterior. Dentro del contenido de la Vida interior o íntima de una persona, hay dos componentes, uno meramente humano o natural y otro espiritual o sobrenatural, en cuanto u contenido es el de las relaciones de la persona de que se trate con su Creador. Hay tres clases a considerar:

La primera de ellas la ocupan los no creyentes, en cuya vida interior ni hay sitio para la existencia de una vida espiritual. Pero como todo ser humano creado siente en su interior la llamada de Dios ha encontrarse con él, en si vida íntima, este problema lo ahogan con lo que ellos llaman vida espiritual, que es una entrega y amor a la música, a la danza, al arte, la cultura…, y todo lo que es de esta naturaleza, que es el único sucedáneo que encuentran para ahogar la llamada de Dios. No me voy a extender dando las razones que existen para comprender que a Dios con nada se le puede sustituir. Aunque esta clase de persona le diga a uno que las estas artes le elevan su espíritu. Habría que decirles: Mire Vd. a su alma lo único que le puede calmar su sed es el amor que emana del agua viva de Dios.

La segunda clase de personas, está constituida por la mayoría de los creyentes que en la vida interior o íntima de ellos si existe una vida espiritual, cuya importancia no siempre es igual. Es importante la proporción de vida espiritual o sobrenatural de relación con el Señor, que convive con la vida íntima humana, o natural. En la medida en que vaya aumentando en una persona su nivel de vida espiritual, esta irá ocupando más espacio en nuestra vida interior y se irá perdiendo interés por pensamientos, ideas, proyectos, o aficiones…etc, que antes teníamos, nuestra vida íntima se irá volcando más hacia el Señor .

Y también en la medida en que se vaya aumentando el nivel de vida espiritual, puede ser que miremos para atrás y nos sorprendamos, del cambio que hemos hecho, estos suelen ser los frutos de una conversión que muchas veces hemos sufrido y no somos conscientes de haberla sufrido. La mayoría de las conversiones, no son espectaculares, es más, puede ser que sean más fuertes y seguras las conversiones lentas que la rápidas, pues no olvidemos el refrán que dice: Que lo que muy fuerte entra, muy fuerte sale.

La tercera clase de personas, a las que antes hemos aludido, son aquellas que están en un avanzado nivel de vida espiritual. Para ellas en su vida interior, no hay otra cosa que el amor al Señor, su vida es una continua oración, un continuo contacto con ese fuego de amor, que es el fuego de la zarza ardiendo que Moisés vio en el Horeb Para esta clase de personas su bien más preciado no es material, es espiritual, es su vida espiritual íntima que le permite, vivir en, por y para el Señor.

Estas personas saben que en su interior inhabita la Santísima trinidad, y la mayoría de ellas ya ha buscado y hallado a Dios en su interior, Tal como le pasó San Agustín, empezaron buscando a Dios fuera de ellas: “Tarde te hallé, estabas dentro de mí y yo de te buscaba fuera” Estas personas saben que son amadas que se sienten amadas protegidas, nada las inquieta, y si se trata de la muerte, para ellas no hay otro deseo que el que esta sea cruenta, su amor y entrega al Señor se lo demanda.

El cuadro de la vida de esta clase de personas, puede ser que a muchos no les ilusione, pero se puede asegurar sin ningún lugar a dudas, que no hay en el mundo, nadie más feliz que una persona plenamente entregada al amor del Señor, el cual manifestó en su día que: "28 Pedro entonces comenzó a decirle: Pues nosotros hemos dejado todas las cosas y te hemos seguido. 29 Respondió Jesús: En verdad os digo que no hay nadie que, habiendo dejado casa, o hermanos, o hermanos, o madre, o padre, o hijos, o campos, por amor de mí y del Evangelio, 30 no reciba el céntuplo ahora en este tiempo en casas, hermanos, hermanas, madre e hijos y campos, con persecuciones, y la vida eterna en el siglo venidero, 31 y muchos primeros serán los últimos, y los últimos los primeros”. (Mc 10,28-31).

Rara es la persona que entregada plenamente al Señor, esté pensando en lo que va a recibir. Así tenemos. Recordemos la parte segunda del soneto del s. XVI, atribuido a San Juan de la Cruz, que dice:

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo yo te amara, y aunque no hubiera infierno te temiera. No me tienes que dar por que te quiera, pues aunque lo que espero no esperara lo mismo que te quiero te quisiera.

A estos extremos llega un alma enamorada del Señor.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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