miércoles, 9 de julio de 2014

EL SIGNIFICADO DE UN GESTO


FRANCISCO Y LAS VÍCTIMAS DE LA PEDERASTIA: EL SIGNIFICADO DE UN GESTO

Un sacerdote que hace esto traiciona el Cuerpo del Señor, porque el sacerdote debe llevar a este niño o a esta niña a la santidad, y, en lugar de hacerlo, abusa de ellos...

Más allá de lo que el Papa y sus interlocutores se hayan dicho entre sí o de las palabras netas y claras de la homilía de la misa, el encuentro que se llevó a cabo en la Casa Santa Marta, alejado de los reflectores y de las telecámaras, es importante por el simple hecho de haberse llevado a cabo. Francisco rezó, habló y abrazó a seis personas que, cuando eran pequeñas, sufrieron abusos por parte de sacerdotes o religiosos. Son de Alemania, Gran Bretaña e Irlanda. Es la primera vez que sucede, por lo menos oficialmente, desde que Bergoglio fue elegido. Y es también significativo que estas personas, que han vivido marcadas por esos trágicos hechos, hayan sido recibidas en la casa del Papa y no al margen de algún viaje, lejos del Vaticano.

Francisco ha dicho y ha demostrado en diferentes ocasiones que pretende continuar siguiendo la línea marcada por su predecesor. El aporte de Joseph Ratzinger, antes como cardenal encargado de la Congregación para la Doctrina de la Fe y después como Pontífice, fue determinante. Han cambiado las normas jurídicas, se ha instaurado una legislación de emergencia, se han agilizado los procesos. Pero Benedicto XVI impulsó el cambio determinante con los gestos, a partir del que llevó a cabo en 2008 en Washington, en donde por primera vez se reunió con algunas víctimas de la pederastia clerical. Desde entonces, los encuentros se han multiplicado: de Estados Unidos a Australia, Reino Unido, Malta y Alemania.

No hay que menospreciar la importancia de estos gestos papales. Su alcance, de hecho, es mucho mayor de lo que parecería. Las leyes, las normas, son importantes para combatir el fenómeno. Pero esta plaga no podrá ser arrancada de raíz sin el cambio más importante, el de la mentalidad. Hasta que las víctimas y sus padres, en lugar de ser objeto de atención, cercanía y apoyo, sean vistos como potenciales enemigos de la buena reputación de la Iglesia (como, desgraciadamente, ha sucedido durante décadas), no cambiará nada.

Al recibir a las víctimas, después de haber celebrado la misa con ellas y para ellas, Papa Francisco demuestra una vez más la atención hacia los que han sufrido abusos y subraya la necesidad de continuar por el camino emprendido para garantizar la seguridad de los menores que frecuentan las parroquias. El actual obispo auxiliar de La Valletta, en Malta, Charles Scicluna (que colaboró durante una década con Ratzinger y creó una fuerza especial en el ex Santo Oficio especializada para contrarrestar estos delitos), dijo en 2001: «Si el abuso ha sido cometido por un sacerdote, la huella en la víctima será mucho más grande: hay una confianza espiritual hecha añicos, una fe asesinada».

Por este motivo era y es importante escuchar las historias de las víctimas, demostrarles cercanía y comprensión, como sucedió en Santa Marta por parte de un Papa que ha usado palabras durísimas en contra del fenómeno de los abusos: «Un sacerdote que hace esto traiciona el Cuerpo del Señor, porque el sacerdote debe llevar a este niño o a esta niña a la santidad, y, en lugar de hacerlo, abusa de ellos... Es como hacer una misa negra».

Pero, además de este gesto, Francisco también instituyó una comisión para la defensa de los menores, encomendada al cardenal Sean O’Malley, que se debe ocupar de los programas y de las intervenciones para combatir el fenómeno dentro de la Iglesia. Integran esta comisión cuatro mujeres, y, entre ellas, destaca la presencia de la irlandesa Marie Collins, que fue una víctima de abuso. Su presencia en Santa Marta, junto con las seis víctimas del encuentro de hoy, demuestra que la Iglesia seguirá caminando por la vía que emprendió Benedicto XVI.

Autor: Andrea Tornielli

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