“En esto entró Jesús, se puso en
medio y les dijo: ¡Paz a vosotros’. Y diciendo esto les enseñó las manos y el
costado. Y los discípulos se llenaron de alegría” (Jn 20, 20)
El Espíritu Santo es un don del
Señor resucitado. Un don extraordinario que va acompañado de otros dones. Uno
de ellos es el de la paz. Otro es el de la alegría. Sin embargo, ni la paz ni
la alegría que acompañan al Espíritu, tienen que ver con las que a menudo
buscan los hombres. Para muchos, la paz es fruto de la guerra y la alegría va
unida al dinero y al gasto. Para los cristianos, la paz nace del amor y de la
justicia, mientras que la alegría va unida a la generosidad. La paz nace
también de otra cosa: la reconciliación, el perdón. Un perdón que se recibe
–del ofendido, de Dios en la confesión- y que se da; un perdón que nos abre las
puertas de la santidad.
Estas
son, pues, las cuatro claves de Pentecostés: paz, alegría, perdón, santidad.
Debemos pedirle al Espíritu Santo que nos regale esos dones y debemos trabajar
para que, una vez otorgados, echen raíces en nosotros y fructifiquen
abundantemente. ¿Qué puedo hacer yo por la paz? ¿Tengo esa alegría que poseen
los que aman? ¿He perdonado o he pedido perdón? ¿Busco la santidad? Son las
cuatro preguntas que debemos responder esta semana.
Santiago Martín
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