¿Quién no se ha sentido
incomprendido en algún punto de su vida? Lo cierto es que por extraño que
parezca, tal incomprensión -cuya versión más radical es la persecución a
ultranza- pueda llegar a jugar un papel muy importante en nuestra hoja de ruta
hacia Dios. ¿Cómo es posible que los santos y las santas hayan sido señalados,
injuriados e incluso excluidos por muchos de los suyos? El que quiera seguir a
Jesús de un modo coherente, encontrará toda clase de incomprensiones, algunas
increíblemente novelescas; es decir, totalmente desvirtuadas por personas mal
intencionadas. La mayoría las creerán sin más. Basta con recordar a San
Francisco de Asís, quien fue criticado injustamente por algunos miembros de su
orden que buscaban anular las aportaciones que había hecho a la fundación.
Siempre habrá celos y luchas de poder en torno a los hombres y mujeres
congruentes, porque hay quienes no soportan ver cómo atraen a los demás sin
siquiera pretenderlo. Mientras ellos practican el “carrerismo”, los santos se
dejan llevar por el evangelio en todo sentido y eso fascina. Alrededor de
Jesús, muchos sumos sacerdotes se sintieron expuestos y por eso reaccionaron
por la vía de la violencia. Tocó sus intereses al señalar las estructuras de
pecado. Hoy día sigue pasando en muchas partes. Por ejemplo, cuando llega a una
parroquia un catequista decidido y los de siempre se unen para difamarlo porque
les asusta que sea más entregado que ellos. La incomprensión permanece, pero
Cristo le da un sentido constructivo para quien tiene que soportarla. Desde
luego, hay que evitar dos tentaciones. La primera es salirse de la Iglesia por
verse incomprendido “ad intra” y la segunda es asumir un papel de víctima. El
que dentro de ella haya injusticias forma parte de la condición humana y, si
bien es cierto que hay que luchar contra ellas, no deben verse como un motivo
para desertar. La Iglesia es mucho más que aquellos cuya cortedad de miras los
vuelve incapaces de identificar la acción del Espíritu Santo en la historia. Un
reformador obediente sabe mantener su sentido de pertenencia a la comunidad
eclesial y, desde ahí, crecer en la verdad. En algún momento, llegará la
reivindicación. El bien, aunque tarde en figurar, siempre termina ganando la
batalla, porque en Dios no existe la mentira.
Ahora
bien, ¿qué nos pueden dejar las incomprensiones? Una fe sólida, enraizada,
determinante y, por ende, probada. Solamente quien pasa por la incomprensión
puede tener la certeza suficiente de estar caminando por la vía del evangelio,
de la reproducción de Jesús a nivel personal. Se trata de amar hasta las
últimas consecuencias y si eso implica ser criticado, excluido o despedido,
¡adelante! Sin duda, Dios no abandona a los que confían en él. Cuando alguien
nos acuse o critique, escuchémoslo, pero si tales puntos no coinciden con
nuestra conducta, hay que seguir adelante sin miedo y/o complejos. Jesús pasó
por la cruz y aunque no nos espera una crucifixión como la suya, es un hecho
que nos toca recorrer su mismo camino y eso implica señalamientos injustos. Al
final, con todo y el camino ajetreado, podremos entregarnos a Dios con paz y
contribuir al aumento de hombres y mujeres santos. Recordemos una de las
Bienaventuranzas: “Dichosos ustedes
cuando por causa mía los maldigan, los persigan y les levanten toda clase de
calumnias” (Mt 5, 11). En ellas, Jesús nos puso las cosas en claro.
Cuando nos critiquen los de casa, aclaremos y sigamos adelante. Si nos
excluyen, recordemos que “más vale
sufrir una injusticia que cometerla”.
Cuando
nos persigan, tomemos precauciones para que no terminemos persiguiendo. Jesús,
quien es la verdad, vale la pena. Si nos resignamos a lo políticamente
correcto, no haremos nada con nuestra vida. Por lo tanto, desde la obediencia,
sigamos con el proyecto que Dios quiere llevar a cabo en nosotros. Nada ni
nadie puede quitarnos la fe. Aprendamos de los que ya están del otro lado,
aquellos que perseveraron y que no se dejaron amedrentar por la situación.
Nuestra vocación es cierta.
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Carlos J. Díaz
Rodríguez
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