jueves, 19 de junio de 2014

HIJO DE DIOS, HIJO DEL HOMBRE


Es bien sabido de todos…, que la virtud por excelencia, la primera de todas, la que es base de todas las demás, la más querida por Dios es la humildad. Y el Señor dio muchas pruebas de humildad a lo largo de su vida pública, esencialmente en la última semana de su vida entre nosotros, la que conocemos los que le amamos y tratamos de imitarle con el nombre de Semana de Pasión. Iba a escribir y por lo tanto decir que: Quizás el Señor se excedió en ser tan humilde, porque esa humildad, le impidió a muchos el reconocerle. Pero me equivoco en hacer esta afirmación, porque me olvidó tener en cuenta que los bienes espirituales al igual que los males, carecen de límites. Todo lo que pertenece al orden del espíritu carece de límites. Podemos ser humildes hasta límites insospechados de la misma forma, que el deseo de odiar y hacer el mal al odiado, carece también de límites. Lo perteneciente al orden de la materia, es siempre caduco y limitado, en contra posición de lo que es espiritual, que es lo que pertenece al orden divino, que es el orden de Dios mismo ya que Él como sabemos, es Espíritu puro.

El Señor teniendo título para ello, no iba predicando diciendo Yo soy el Hijo de Dios, o Yo soy el Mesías. A lo largo de los cuatro evangelios, no podemos encontrar ni una sola vez que el Señor se comportase así: Cuando no le quedó más remedio que reconocer su condición de enviado de Dios, ello sucedió en el Sanedrín, de la siguiente forma: “59 Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para poder condenarlo a muerte; “60 pero no lo encontraron, a pesar de haberse presentado numerosos testigos falsos. Finalmente, se presentaron dos 61 que declararon: «Este hombre dijo: "Yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días". 62 El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie, dijo a Jesús: ¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran contra ti? 63 Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió: Te conjuro por el Dios vivo a que me digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios. 64 Jesús le respondió: Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en adelante verán al hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo. 65 Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. 66 ¿Qué les parece? Ellos respondieron: Merece la muerte”. (Mt 26,59-66) Solo ante el conjuro del Sumo sacerdote, ni siquiera Él directamente dijo que lo fuese, sino que se limitó a responderle afirmativamente, diciendo: Tú lo has dicho.

Tenemos también otra vez, en la que el Señor ante Pilatos, le contestó diciéndole: Tú lo dices. Sin darle pie a Pilatos, a una conversación: “11 Jesús compareció ante el gobernador, y este le preguntó: “¿Tú eres el rey de los judíos? El respondió: Tú lo dices.12 Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los ancianos, no respondió nada. 13 Pilato le dijo: ¿No oyes todo lo declaran contra ti? 14 Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y esto dejó muy admirado al gobernador”. (Mt 27, 11-14). San Juan nos amplia más el encuentro con Pilatos y nos dice que el Señor le aclaró: “Mi reino no es de este mundo; si de este mundo fuera mi reino, mis ministros habrían luchado para que no fuese entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí. Le dijo entonces Pilato: ¿Luego tú eres rey? Respondió Jesús: Tú dices que soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye mi voz. Pilato le dijo: ¿Y qué es la verdad? Y dicho esto, de nuevo salió a los judíos y les dijo: Yo no hallo en éste ningún delito”. (Jn 18,36-38). Sobre el tema de la opinión de Pilato cerca de la verdad, publiqué una glosa el 2-12-12 con el número 640d y bajo el título: ¿Y qué es la Verdad?

La tremenda humildad del Señor a lo largo de su Pasión y muerte debería servirnos de meditación acerca de lo poco humilde que somos. Pensemos en las continuas circunstancias que se nos presentan cuando conducimos, sobre todo en los atascos, en los que nuestra humildad brilla por su ausencia. No somos más que un saco de soberbia que nos alimenta nuestro afán de protagonismo y como en el fono de nuestro ser somos conscientes de nuestra podredumbre, necesitamos, en vez de ser humildes y reconocer lo que somos, nos subimos a nuestro pedestal y echamos mano de la parafernalia y la púrpura, con la que pretendemos exigir de los demás el tributo que demanda nuestra soberbia.

¿Qué es sino, ese afán de tener el mejor coche y cambiarlo sin necesidad por otro de más cilindrada y prestaciones? ¿Qué es sino ese deseo de tener y utilizar un caro vestuario, para poder conocer todos los restaurantes de lujo? No empiezo a enumerar todo aquello, que alimenta nuestra soberbia y nos aleja de la humildad, porque de sobra todos lo sabemos, pero enseguida nos sale la auto-justificación. Es que el vestir bien, tener un buen coche, tener una buena casa, conocer todos los restaurantes de lujo, me lo exige mi trabajo. Sí lo comprendo tú te sacrificas, por el bien de los que te rodean, porque si nadie comprases coches de lujo, los pobres fabricantes de coches de lujo, tendrían que cerrar la fábrica los obreros irían a la calle y en el paro no podrían alimentar a sus familias y que sería de los pobres empleados de las sastrerías de moda y no digamos, nada de los pobres empleados que trabajan en los restoranes. Hijo mío, desde luego es que te pasas la vida haciendo obras de caridad y los demás no lo vemos y encima te criticamos. ¡Que injusta es la vida con el que le sobra el dinero! Desde luego hay que dar gracias a Dios de no tenerse que encontrar en t incomprendida situación. Pero no por lar razones que tu piensas, sino por otras que no las comprendes y Dios quiera que antes de llamarte las comprendas.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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