Es bien
sabido de todos…, que la virtud por excelencia, la primera de todas, la que es
base de todas las demás, la más querida por Dios es la humildad. Y el Señor dio
muchas pruebas de humildad a lo largo de su vida pública, esencialmente en la
última semana de su vida entre nosotros, la que conocemos los que le amamos y
tratamos de imitarle con el nombre de Semana de Pasión. Iba a escribir y por lo
tanto decir que: Quizás el Señor se excedió en ser tan humilde, porque esa
humildad, le impidió a muchos el reconocerle. Pero me equivoco en hacer esta
afirmación, porque me olvidó tener en cuenta que los bienes espirituales al
igual que los males, carecen de límites. Todo lo que pertenece al orden del
espíritu carece de límites. Podemos ser humildes hasta límites insospechados de
la misma forma, que el deseo de odiar y hacer el mal al odiado, carece también
de límites. Lo perteneciente al orden de la materia, es siempre caduco y
limitado, en contra posición de lo que es espiritual, que es lo que pertenece
al orden divino, que es el orden de Dios mismo ya que Él como sabemos, es
Espíritu puro.
El Señor
teniendo título para ello, no iba predicando diciendo Yo soy el Hijo de Dios, o Yo
soy el Mesías. A lo largo de los cuatro evangelios, no podemos encontrar ni
una sola vez que el Señor se comportase así: Cuando no le quedó más remedio que
reconocer su condición de enviado de Dios, ello sucedió en el Sanedrín, de la
siguiente forma: “59 Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio
contra Jesús para poder condenarlo a muerte; “60 pero no lo encontraron, a
pesar de haberse presentado numerosos testigos falsos. Finalmente, se
presentaron dos 61 que declararon: «Este hombre dijo: "Yo puedo destruir
el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días". 62 El Sumo Sacerdote,
poniéndose de pie, dijo a Jesús: ¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos
declaran contra ti? 63 Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió: Te
conjuro por el Dios vivo a que me digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.
64 Jesús le respondió: Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en
adelante verán al hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y
venir sobre las nubes del cielo. 65 Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras,
diciendo: Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban
de oír la blasfemia. 66 ¿Qué les parece? Ellos respondieron: Merece la muerte”.
(Mt 26,59-66) Solo ante el conjuro del Sumo sacerdote, ni siquiera Él
directamente dijo que lo fuese, sino que se limitó a responderle
afirmativamente, diciendo: Tú lo has dicho.
Tenemos
también otra vez, en la que el Señor ante Pilatos, le contestó diciéndole: Tú
lo dices. Sin darle pie a Pilatos, a una conversación: “11
Jesús compareció ante el gobernador, y este le preguntó: “¿Tú eres el rey de
los judíos? El respondió: Tú lo dices.12 Al ser acusado por los sumos
sacerdotes y los ancianos, no respondió nada. 13 Pilato le dijo: ¿No oyes todo
lo declaran contra ti? 14 Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y esto
dejó muy admirado al gobernador”. (Mt 27, 11-14). San Juan nos
amplia más el encuentro con Pilatos y nos dice que el Señor le aclaró: “Mi
reino no es de este mundo; si de este mundo fuera mi reino, mis ministros
habrían luchado para que no fuese entregado a los judíos; pero mi reino no es
de aquí. Le dijo entonces Pilato: ¿Luego tú eres rey? Respondió Jesús: Tú dices
que soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar
testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye mi voz. Pilato le
dijo: ¿Y qué es la verdad? Y dicho esto, de nuevo salió a los judíos y les
dijo: Yo no hallo en éste ningún delito”. (Jn 18,36-38). Sobre el tema de
la opinión de Pilato cerca de la verdad, publiqué una glosa el 2-12-12 con el
número 640d y bajo el título: ¿Y qué es la Verdad?
La
tremenda humildad del Señor a lo largo de su Pasión y muerte debería servirnos
de meditación acerca de lo poco humilde que somos. Pensemos en las continuas
circunstancias que se nos presentan cuando conducimos, sobre todo en los
atascos, en los que nuestra humildad brilla por su ausencia. No somos más que
un saco de soberbia que nos alimenta nuestro afán de protagonismo y como en el
fono de nuestro ser somos conscientes de nuestra podredumbre, necesitamos, en
vez de ser humildes y reconocer lo que somos, nos subimos a nuestro pedestal y
echamos mano de la parafernalia y la púrpura, con la que pretendemos exigir de
los demás el tributo que demanda nuestra soberbia.
¿Qué es
sino, ese afán de tener el mejor coche y cambiarlo sin necesidad por otro de
más cilindrada y prestaciones? ¿Qué es sino ese deseo de tener y utilizar un
caro vestuario, para poder conocer todos los restaurantes de lujo? No empiezo a
enumerar todo aquello, que alimenta nuestra soberbia y nos aleja de la
humildad, porque de sobra todos lo sabemos, pero enseguida nos sale la
auto-justificación. Es que el vestir bien, tener un buen coche, tener una buena
casa, conocer todos los restaurantes de lujo, me lo exige mi trabajo. Sí lo comprendo
tú te sacrificas, por el bien de los que te rodean, porque si nadie comprases
coches de lujo, los pobres fabricantes de coches de lujo, tendrían que cerrar
la fábrica los obreros irían a la calle y en el paro no podrían alimentar a sus
familias y que sería de los pobres empleados de las sastrerías de moda y no
digamos, nada de los pobres empleados que trabajan en los restoranes. Hijo mío,
desde luego es que te pasas la vida haciendo obras de caridad y los demás no lo
vemos y encima te criticamos. ¡Que injusta es la vida con el que le sobra el
dinero! Desde luego hay que dar gracias a Dios de no tenerse que encontrar en t
incomprendida situación. Pero no por lar razones que tu piensas, sino por otras
que no las comprendes y Dios quiera que antes de llamarte las comprendas.
Mi más
cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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