Ya hemos dado el paso. Estamos en
Semana Santa. Ayer fuimos aprisa a recoger nuestra palma o nuestro ramo de
olivo para participar en la procesión. Hay que recibir al Señor que entra
triunfante aclamado por todos. No sé si también has corrido a poner tu alma en
paz. No sé si esa alegría que se nota en tu rostro os auténtica. No sé si esos
ramos y esas palmas te dicen algo.
«Como toda fiesta cristiana, ésta
que celebramos es especialmente una fiesta de paz. Los ramos, con su antiguo
simbolismo, evocan aquella escena del Génesis: esperó Noé otros siete días y,
al cabo de ellos, soltó otra vez la paloma, que volvió a él a la tarde,
trayendo en el pico una ramita verde de olivo. Conoció, por esto, Noé que las
aguas no cubrían ya la tierra (Gen VIII, 10-11). Ahora recordamos que la
alianza entre Dios y su pueblo es confirmada y establecida en Cristo, porque Él
es nuestra paz (Eph II, 14)» (J. Escriva, “Es Cristo que pasa” (n. 73).
La Iglesia recuerda en este día
la entrada de Cristo en Jerusalén para consumar su misterio pascual. La liturgia
comienza bendiciendo los ramos con estas palabras: «Dios todopoderoso y
eterno, santifica con tu bendición estos ramos, y, a cuantos vamos a acompañar
a Cristo aclamándole con cantos, concédenos, por él, entrar en la Jerusalén del
cielo».
Somos peregrinos que cruzamos el
mundo con los ojos clavados en el cielo. Miramos al cielo y miramos a la tierra
donde pisamos para no salimos del camino. Estamos dispuestos, con el corazón en
la mano, a recibir al Señor con júbilo. ¡Queremos que el Señor triunfe!
¡Queremos triunfar con el Señor! Somos hijos de Dios, y con El lo podemos todo.
Cristo tiene que Reinar en nuestras vidas. Ha comprado el mundo con su sangre y
todos somos de su propiedad.
Que estas palmas que portamos hoy con júbilo se
conviertan durante todo el año en el símbolo del compromiso contraído con
Cristo que ha venido a Reinar sobre nosotros. Que no tiremos estos ramos a la
basura cuando llega el momento de la difícil cruz. Si estamos hoy con Cristo,
procuremos también estar con El el día de las traiciones.
Sí, sobre un borriquillo humilde
hizo su entrada Jesús en la ciudad Santa. Id a la aldea de enfrente, y en cuanto
entréis, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo
y traedlo. Y si alguien os preguntara por qué lo hacéis, contestadle: ´El Señor
lo necesita´, y lo devolverá pronto.. .(Mt. 11,1-10. Montó el Señor
sobre el borrico, se valió el Señor de lo más humilde. Para que tú y yo
vayamos exhibiendo nuestra valía y nos creamos que el éxito de Dios depende de
nuestras cualidades o de los medios. Un simple asno. Un animal callado,
sufrido, constante, sin relieve. En el silencio, en la cruz, en la constancia,
en la modestia encontraremos al Señor. Él se apoya en nuestra debilidad.
En otras ocasiones despreciamos a
los demás porque los consideramos poca cosa. En Israel el asno no era animal de
ofrenda sacrificial; no tenía categoría para eso. Era animal de caravana, de
trabajo, de carga y de cabalgadura. Solemos mirar por encima del hombro lo que
no brilla socialmente. Y llega Cristo y nace en un pesebre, y acoge a los
niños, come con los pecadores, vive de limosna, es despreciado, condenado a
muerte, y ejecutado en una cruz como un vulgar malhechor. Y muere sin nada.
Estos son los medios que a Dios
agrada. «Echa lejos de ti esa desesperanza que te produce el conocimiento de tu
miseria. Es verdad: por tu prestigio económico, eres un cero..., por tu
prestigio social, otro cero..., y otro por tus virtudes, y otro por tu talento...
Pero, a la izquierda de esas
negaciones, está Cristo... y ¡qué cifra inconmensurable resulta!» (Camino,n.
473).
¡Puedes! ¡Vales! Dios sólo exige
docilidad, buena voluntad, esfuerzo, perseverancia, deseos de santidad, que
seas una herramienta manejable y útil; lo demás lo pone El. «¡Animo! ¡Tú...
puedes. —¿Ves lo que hizo la gracia-de Dios con aquel Pedro dormilón, negador
y cobarde..., con aquel Pablo perseguidor, odiador y pertinaz?» (Camino,
483).
Y Jesús, rodeado de medianías, de
gente humilde, y sobre un asno, entra oficialmente en la gran ciudad. Los niños
hebreos, llevando ramos de olivo, salieron al encuentro del Señor aclamando:
¡Hosanna en el cielo!
Tú y yo, con todas nuestras
miserias a flor de piel, también nos apresuramos a recibir al Señor. Con toda
humildad ponemos a su disposición lo poco que tenemos. Esto, ya es mucho.
EN MARCHA
Como la muchedumbre que aclamaba
a Jesús, acompañemos también nosotros con júbilo al Señor.
Y nos ponemos en marcha con los
ramos en la mano. El pueblo de Dios siempre ha sabido mucho de peregrinaciones
y marchas. La historia del antiguo pueblo de Israel es la historia de su marcha
constante al encuentro del Señor. De acuerdo con la Ley los israelitas estaban
obligados a tres peregrinaciones: por Pascua, Pentecostés y en la fiesta de los
Tabernáculos. Los judíos de la diáspora estaban obligados a hacer, a lo largo
de su vida, una peregrinación por lo menos. Según la predicación de los
profetas también los paganos peregrinarán hacia Jerusalén. El Nuevo Testamento
habla igualmente de peregrinaciones.
El
cristiano ha de estar en marcha constante. Sin quedarse instalado en una vida
aburguesada. Tenemos que acompañar al Señor que no para, y gritar con el salmista:
¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a
entrar el Rey de la gloria... Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con
gritos de júbilo, porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la
tierra... (Sal. 23,46).
Gritad a todos que el Señor
viene. Que el Rey de la gloria está aquí. Que se abran las puertas de todas las
almas, porque el Señor va a entrar. Mira que estoy a la puerta y llamo; si
alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él
conmigo. Es día de dejar respetos humanos y ridiculas cobardías. Es día de
sentirnos de verdad niños y seguir gritando: ¡Gloria, alabanza y honor!
¡Gritad hosanna y haceos como los niños hebreos al paso del Redentor! ¡Gloria y
honor al que viene en el nombre del Señor! (Ap. 3,20)
Pero, ¡cuidado!, que no se nos
vaya la fuerza por la boca. «Obras son amores...». «Nada más lejos de la fe
cristiana que el fanatismo, con el que se presentan los extraños maridajes
entre lo profano y lo espiritual sean del signo que sean. Ese peligro no
existe, si la lucha se entiende como Cristo nos ha enseñado: como guerra de
cada uno consigo mismo, como esfuerzo siempre renovado de amar más a Dios, de
desterrar el egoísmo, de servir a todos los hombres. Renunciar a esta
contienda, con la excusa que sea, es declararse de antemano derrotado,
aniquilado, sin fe, con el alma caída, desparramada en complacencias
mezquinas.
Para el cristiano, el combate
espiritual delante de Dios y de todos los hermanos en la fe, es una necesidad,
una consecuencia de su condición. Por eso, si alguno no lucha, está haciendo
traición a Jesucristo y a todo su cuerpo místico, que es la Iglesia» (Es
Cristo que pasa, n.74). Hoy, tú y yo, cogemos las armas de la paz y nos
lanzamos a la lucha con moral de triunfo.
Juan
García Inza
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