Antes de empezar, quiero dejar
claro que no soy ni vasco, ni catalán. Sólo soy un pobre sacerdote que quiere
que todos se respeten y ayuden. Soy hijo de un padre castellano y una madre
aragonesa que nunca tuvieron la menor inclinación nacionalista.
Sobre el tema del plebiscito acerca de la independencia de Cataluña, ya escribí hace casi cinco meses:
Sobre el tema del plebiscito acerca de la independencia de Cataluña, ya escribí hace casi cinco meses:
Reafirmándome en lo que dije,
quiero recordar a los que aman a España que es fácil faltar al amor al prójimo
al hablar de este tema. Cada uno que piense lo que quiera, pero no insultemos
al hermano, no nos enfurezcamos, no exacerbemos nuestras peores pasiones.
Tenemos que aceptar como un hecho
el que millones de habitantes de esta península no se sienten españoles. Eso no
es una hipótesis, ni una teoría, ni una falsedad. Se trata de un hecho. Y
cuanto antes aceptemos ese hecho, más berrinches nos ahorraremos.
Yo hablo como pastor. Cada uno
que defienda lo que considere que es más justo, pero sin enfadarse. Ningún buen
cristiano puede decir, ni pensar: pues yo enviaría los tanques y pondría orden
por la fuerza.
Ese pensamiento es pueril. Este
tipo de cosas no se resuelven como en La Guerra de las Galaxias haciendo
saltar por los aires la Estrella de la Muerte y ya todo está solucionado y
pueden salir los créditos con una bella música.
Como sacerdote, en cuestiones opinables del mundo, aconsejo tratar de
entender las posiciones del otro, de meternos en la mente del que no piensa
como nosotros, y darnos cuenta de que es un ser humano, un hermano. Pase lo que
pase, no caigamos en una escalada de odios, de soberbia y de desprecio.
P.
FORTEA
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