martes, 29 de abril de 2014

EL VÍNCULO MATRIMONIAL Y LA SENCILLEZ DEL AMOR


En este dilema sobre el que he escrito, nunca he dicho que éste sea un asunto de misericordia. Si la persona no hace mal rehaciendo su vida con una persona que le ama, entonces no hay que tenerle misericordia, no hace daño a nadie.

Ahora bien, si el dilema no es la ley o la misericordia, ¿cuál es entonces el dilema? ¿La ley frente a qué otra cosa?

El problema es que si afirmamos que no se puede imponer el heroísmo de la castidad al cónyuge joven abandonado, ¿entonces tampoco podríamos imponer el heroísmo frente a la ley moral en ningún caso?

¿Pecaría el juez que emite una sentencia injusta, sabedor que si condena al culpable, será asesinada su familia? Evidentemente, sí. Nadie diría que la misericordia está por encima de la ley.

No es la cuestión del vínculo, por tanto, una cuestión de misericordia. El padre que prohíbe a su hijo diabético tomar dulces, no es cruel. Si existe el vínculo indestructible, como una realidad espiritual, entonces no es crueldad afirmar la verdad.

Dios al crear el vínculo indestructible, sabía que lo entregaba en manos humanas. Lo mismo que el sacerdocio. Pero ese vínculo sacramental lo entrega no al hombre-animal, sino al hombre que vive en la Nueva Alianza, que vive en Cristo.

Dios sabía lo que hacía al crear el vínculo indisoluble. Dios sabía que su don llegaría, con el pasar del tiempo, a una sociedad como la nuestra en este tiempo.

En mi modesta opinión, si atendemos a la verdad, la ley eclesiástica es expresión de esa verdad de Dios, de esa verdad del Creador respecto a la familia. Esa verdad no es cruel, ni inmisericorde. Simplemente, es lo mejor para los seres humanos.

Ahora bien, no es imposible crear una teología de la relación del poder de las llaves apostólicas en la materia matrimonial. La determinación de Moisés sobre el libelo de repudio no fue criticada ni siquiera por un solo profeta hasta la llegada de Cristo. Luego Dios tampoco criticó la decisión de Moisés.

Simplemente, hubo un momento en que Cristo dijo: a partir de ahora, no. Pero no hubo un juicio negativo respecto a la decisión de Moisés.

Luego Moisés obró con autoridad en esa decisión. Y esa decisión fue la más acertada dadas las circunstancias. ¿Resulta absolutamente imposible una nueva acción de ese tipo? Moisés actuó el matrimonio no sacramental. ¿Podría un Papa actuar sobre la praxis post sacramentum dejando intacta la doctrina?

¿En la práctica, los tribunales eclesiásticos matrimoniales no suponen esa intervención? En teoría, no. Pero en la práctica, no me atrevería a afirmarlo de forma tan clara. ¿Acaso no son muchos los que mienten al testificar en el proceso que pide la declaración de nulidad? Y, sin embargo, tras la sentencia, lo mejor es acatar la sentencia sin dar más vueltas a si el otro tal vez haya mentido o no cuando testificó.

En el fondo, las conciencias se aquietan al saber que lo que ha sido desatado en el tribunal, queda desatado. No aceptar la sentencia, supondría dejarlo todo en manos del subjetivismo del cónyuge que no acepta esa decisión canónica. Luego el tribunal, en el fondo, supone no sólo una mera declaración sobre el pasado (fue válido o no), sino una cierta determinación: queda desatado.

Lamento en mi post ser tan oscuro y complicado, pero este tema realmente no es sencillo. Aunque, al final, todo se reduce a que aceptaremos lo que digan los obispos en unión con el Papa. Acataremos de todo corazón lo que determine el Papa, aunque lo determine a solas. Y mientras el Papa no diga nada, la doctrina es la que ha sido, es y será.

Puede parecer que entre ambas afirmaciones hay contradicción: la verdad es inamovible, y acataremos lo que diga el Papa. Pero no nos olvidemos, en todo este asunto, que Jesucristo tiene su vicario sobre la tierra. Luego podemos reflexionar y hacernos preguntas. La Iglesia es un espacio de libertad. Pero, al final, lo que vale es lo que diga el Sucesor de Pedro. Yo me puedo equivocar en mis razonamientos, pero al obedecerle sé que no me equivoco. El Espíritu Santo está y estará sobre él.

P. FORTEA

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