Trabajó con los refugiados de guerra.
«Jesús se me apareció con dos libros en sus manos: en una, la Biblia; en otra, el Corán. Me pidió que escogiera qué libro era el correcto», recuerda.
Esta es la historia de Bashir Abdelsamad, que empieza en su infancia, en los años 60, en Sudán del Norte, un niño musulmán como tantos otros que iba a la escuela y se aprendía el Corán.
"El clérigo islámico que nos daba clase nos explicó que Dios nos permitía a nosotros, los musulmanes, matar a los cristianos y los ateos, los que no creen en el Corán", recuerda Bashir.
- ¿Por qué creó Dios, que es misericordioso, a esas personas, si no les ama? -preguntó el niño en clase. El profesor le castigó duramente delante de todos por hacer preguntas incómodas. Pero él, con 10 años, tenía claro que Dios no podía ser así.
EL NIÑO MUSULMÁN QUE VIO A JESÚS
"Esa noche, tuve una visión de Jesús", explica Bashir, casi 50 años después. "Jesús se me apareció con dos libros en sus manos: en la derecha tenía la Biblia; en la izquierda tenía el Corán. Me pidió que escogiera qué libro era el correcto. Cuando elegí la Biblia, desapareció".
Esa es la visión sobre la que Bashir edificó su vida en un entorno hostil a la fe cristiana. Él dice que ni siquiera había visto nunca entonces una imagen de Jesús, algo perfectamente lógico en el Sudán del Norte de los años 60. Pero cuando un tiempo después vio una iglesia católica en su país, con imágenes de Jesús, lo reconoció. Era el hombre de su visión.
ESTUDIANDO CON LOS COMBONIANOS
Hasta la educación secundaria, en un instituto de los Misioneros Combonianos, Bashir no tuvo ninguna oportunidad de conocer nada más de Jesús y el cristianismo. Creció durante la primera guerra civil sudanesa (1955 a 1972) y después viviría la guerra del gobierno islámico del norte contra los independentistas cristianos y animistas del sur (de 1983 a 2005).
En el instituto de los combonianos pudo conocer la fe, estudiar la Biblia y convencerse: esa era la verdad. Nadie quería bautizarle, los sacerdotes temían represalias del gobierno islámico, pero el joven insistió tanto que al final recibió el bautismo. A su familia no le molestó, excepto por las posibles represalias si se supiera. Pero Bashir lo tenía ya claro: quería ser sacerdote.
Primero probó en el noviciado comboniano, pero solía caer enfermo y la salud es muy importante para los misioneros. Después estudió en un seminario de su diócesis, y fue ordenado como sacerdote diocesano.
CON LOS REFUGIADOS EN LAS MONTAÑAS
Fue entonces cuando su obispo lo envió a ayudar a los refugiados de los Montes Nuba en Sudán central, gente desplazada por la guerra y muy maltratada por los islamistas del norte y las fuerzas gubernamentales. "Yo los organizaba, les ayudaba en necesidades básicas como comida, medicinas, mantas y alojamiento", recuerda.
Pero eso no gustaba a las tropas norteñas que recorrían los Montes Nuba. Quien ayudase a los refugiados, quien no fuese musulmán, era sospechoso de simpatizar con el enemigo. Dos veces detuvieron a Bashir y le interrogaron, acusándolo de colaborar con los rebeldes del sur. La tercera vez que le arrestaron, en 1991, decidieron ya fusilarle, y lo juntaron con otras 8 personas para ejecutar.
"Me llevaron a unos barracones militares y me metieron en una celda pequeña un tiempo. Después, nos juntaron para fusilarnos. Éramos nueve. Sólo yo fui rescatado", apunta.
Se salvó porque otro sacerdote consiguió encontrar a un comandante amigo de Bashir y llegaron corriendo al pelotón de fusilamiento... Los otros ocho condenados ya habían sido ejecutados. Bashir se salvó por muy poco.
CAMINO DEL EXILIO
Su amigo comandante le recomendó dejar el país. Y lo hizo: primero huyó a El Cairo, luego a Kenia, después a Sudán del Sur. Allí volvió a atender a refugiados, pero al caer enfermo el obispo lo envió a recuperarse a Nairobi. Y de allí, a estudiar en la universidad jesuita de Xavier, en Ohio, EEUU, donde llegó en 1994. Acabados los estudios, no pudo volver a Sudán hasta mucho después, avisado de que aún le buscaban.
Tardó 21 años en volver a su tierra, en ver a sus parientes. "Mi familia me aconsejaba no caminar solo en público, pero les dije que si me matan, mi muerte valdrá la pena, porque alguien que ama su país y muere hace que la gente aprenda de esa muerte", declaró en la revista de Xavier University. "Cuando me arrestaron para matarme, estaba feliz de morir sabiendo que no podrían quitar mi espíritu".
Hoy Bashir sigue en Estados Unidos, como vicario en varias parroquias de la diócesis de Sioux City, y atiendiendo también inmigrantes sudaneses en Norteamérica. "La Biblia, mi libro preferido, siempre está conmigo, y el Rosario también. Creo que Dios tiene planes para mí, aquí, o en cualquier otro sitio", comenta el padre Bashir Abdelsamad.
P.J. Ginés / ReL
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