miércoles, 15 de mayo de 2013

EL IDEÓLOGO NO SABE QUÉ ES EL AMOR. PAPA FRANCISCO


Hoy día 14 de mayo celebramos a San Matías. Matías fue, el discípulo de Cristo, que fue elegido para “sustituir” a Judas Iscariote, tras su suicidio.

Hoy en día no somos capaces de entender el sentido simbólico de la vida y la necesidad de que este sentido simbólico nos permita hacernos símbolos vivientes de Cristo. Tras la pérdida de Judas, once Apóstoles no podían comunicar la misión de evangelizar a Israel y al mundo. Igual que los doce hijos de Jacob dieron lugar a las 12 tribus de Israel, los doce Apóstoles tenían la misión de hacer presente el Reino de Dios en el mundo. Jacob fue una prefiguración de Cristo y la escalera de Jacob, la primera referencia simbólica que Cristo señaló a sus discípulos (Jn 1, 51)

La fidelidad de Matías es el contrapunto de la infidelidad de Judas. No podemos decir muchas cosas buenas de Judas Iscariote, ya que en los Evangelios se le señala como una persona que esperaba a otro salvador y esperaba otra iglesia diferente. El Papa Francisco, en una reciente homilía en la capilla de la Residencia Santa Marta, habla de esto:

"Pensemos en aquel momento de la Magdalena, cuando le lava los pies a Jesús con el nardo, tan caro: es un momento religioso, un momento de gratitud, un momento de amor. Y él, Judas, se distancia y critica con amargura: "¡Pero... esto podría ser utilizado para los pobres!". Ésta es la primera referencia, que yo he encontrado, en el Evangelio sobre la pobreza como ideología. El ideólogo no sabe qué es el amor, porque no sabe donarse".

El Papa Francisco nos da una clave certera: Judas entendía lo que vivía a través de la ideología que le impregnaba. El amor era algo secundario para él. Pensaba y creía que los medios de los que disponía, debían estar disponibles para transformar el mundo como él creía necesario. Por eso recriminó a la Magdalena y señaló el desperdicio de dinero que realizó al bañar los pies de Cristo con el caro perfume de nardo.

Toda ideología parte de un mayor o menor odio por el mundo en que vivimos. Estima que lo causa que produce que el mundo “no funcione bien”, es puramente instrumental o funcional, por ello busca transformarlo según un modelo humano, que cree ideal. Las ideologías, de una u otra forma, imponen a las personas normas, leyes, prohibiciones y castigos, ya que cree que esto hace posible el mundo ideal que el ideólogo sueña. En el siglo XX hemos visto a diversas ideologías estrellarse contra la realidad. En el siglo XXI seguimos creyendo que los cambios políticos, financieros, jurídicos o burocráticos son la salvación del ser humano. Así nos va.

La ideología no es capaz de encontrar la belleza y el amor que subyace en todo lo que nos rodea, ya que lo único que le importa es cambiar la naturaleza humana por la fuerza. Cristo no odió al mundo, Dios amó al mundo tanto (Jn 3, 16), que envió a su hijo a transformarlo de forma muy diferente a como las ideologías nos proponen. El mundo es el que odia a Cristo y a quienes le siguen (Jn 15, 18) y Judas pertenecía al mundo.

Las ideologías son trampas peligrosas para los cristianos. El Papa lo ha indicado en la misma homilía de forma clara:

"Y Juan lo dice: ‘era un ladrón’. Y esta idolatría lo llevó a aislarse de la comunidad de los demás: éste es el drama de la conciencia aislada. Cuando un cristiano comienza a aislarse, también aísla su conciencia del sentido comunitario, del sentido de Iglesia, de aquel amor que Jesús nos da. En cambio, el cristiano que da su vida, que la pierde, como dice Jesús, la encuentra, en su plenitud. Y el que, como Judas, la quiere conservar para sí mismo, al final la pierde. Juan nos dice que ‘en ese momento, Satanás entró en el corazón de Judas’. Y, debemos decirlo: Satanás es un mal pagador. Siempre nos estafa ¡siempre!"

La vida en comunidad cristiana no es sencilla. Conlleva donación de sí mismo y aceptación de los demás. Nadie sobra en la comunidad. Los diferentes carismas deben complementarse para llegar a la fraternidad. Pero tanto para donarse, como para aceptar a los demás, hace falta amor. Amor que nos permita poner con común gratuitamente lo que somos capaces de hacer y que es beneficioso para la comunidad. Amor que nos permite acoger a las personas que se acercan a nosotros en Nombre del Señor. Este acogimiento conlleva un trabajo comunitario que aminore o haga desaparecer las ideologías que cada uno de nosotros portamos con nosotros. Aminorar los deseos por esa iglesia personal, esa justicia social que tanto me gusta a mí, ese grupo comunitario ideal, formado por clones de mí mismo.

Si la ideología prevalece, el cristiano se aísla y pierde el contacto con la Iglesia y con Cristo mismo. Nos reunimos en Nombre de Cristo (Mt 18, 20), no en nombre de la ideología personal de cada cual. En mundo se transforma en Reino, por medio de la Gracia de Dios, no por las leyes que nos impongan.

San Juan, como indica el Papa Francisco, señala el momento en que el diablo termina por desgajar a Judas de la comunidad (Jn 13, 27). El momento en que Cristo le señala dándole una porción de comida y seguramente le conmina a ser sincero con si mismo. Nosotros no tenemos que temer. Tenemos un aliado de primer orden: el Espíritu Santo.

"En estos días de espera de la fiesta del Espíritu Santo, pidamos: ¡Ven, Espíritu Santo, ven y dame un corazón abierto, un corazón que sean capaz de amar con humildad y con mansedumbre, pero siempre un corazón abierto que sea capaz de amar. Pidámosle esta gracia al Espíritu Santo. Y que nos libre siempre del otro camino, del camino del egoísmo, que termina siempre mal ¡pidámosle esta gracia!”

ReL

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