miércoles, 22 de mayo de 2013

SENTIMIENTOS DURANTE UNA ECOGRAFÍA


Ayer acudí junto a mi esposa a la consulta del ginecólogo, donde le realizaron la ecografía de las 20 semanas, y pudimos ver al bebé que esperamos. Sabemos de sobra que con ese tiempo, y mucho antes incluso, la criatura está plenamente formada. Sabemos que desde el momento de la concepción, un nuevo ser humano se desarrolla en el vientre materno. Sabemos que como cristianos la defensa de estas criaturas, la lucha contra el aborto, es para nosotros algo vital, irrenunciable. Estamos acostumbrados a recibir datos, estadísticas, sobre la evolución del aborto. También a la tramitación de leyes, más permisivas unas, menos otras, en relación al mismo.

El debate es constante, y asistimos igualmente al desprestigio y escarnio público de quien en este tema llama a las cosas por su nombre, que nos duele como si lo sufriéramos en carne propia. Y sin embargo, por muy concienciados que estemos, ¡qué fuerza cobra todo esto al vivirlo tan de cerca!

Un estremecimiento le recorre a uno todo el cuerpo al ver, en aquella pantalla, a su bebé. Es un increíble milagro. De mi esposa y de mí mismo, con todos nuestros defectos, limitaciones, pecados, etc., se ha valido Dios para crear la vida. Un ser humano, que se parecerá tanto a nosotros que nos conmoverá desde el primer día, y que sin embargo será completamente diferente a sus padres: un nuevo ser, con su propia personalidad.

Veía sus manitas, las que pronto se posarán en mi propio rostro, reconociendo las facciones de papá. Sus pies, sus piernas, sobre las que se erguirá y que le servirán para desplazarse a tantos sitios; ¿qué lugares visitará? ¿Qué verán sus ojos? Seguro que contemplará cosas que yo nunca vi. Allí estaban todos sus órganos vitales. Su cabecita, su cerebro… ¿cuántos pensamientos pasarán por él, cuántas ideas? ¡Qué ser tan inteligente puede llegar a ser! Y ante todo, me maravillaba su corazón, su frenético latir, tan perfecto, tan puro. Serán tantas vivencias, tantos sentimientos los que pasarán por él… se acelerará, se calmará, una y otra vez… ojalá su constante movimiento esté siempre empapado de la presencia de Dios.

Si intentara olvidar por un momento mi fe y sacar a Dios de mi vida, sabiéndome egoísta y acomodado, ¿podría no obstante querer algún mal para esta criatura? ¿Podría desear, bajo la peor de las circunstancias, la muerte de esta niña, sangre de mi sangre? ¿Podría la más acuciante situación económica o de desamparo hacer que no desease dar la vida por ella, por su supervivencia? ¿Podría mi certeza de incapacidad, la soledad que pudiera haber en mi vida, alejarme de ella? ¿Podría hacerlo la sospecha de que tenga alguna “imperfección”? ¿Podría, en un caso extremo, la angustia de que sólo va a estar en este mundo unas horas? No, de ningún modo. Ya la quiero con todo el corazón, hasta el último minuto de vida. Sólo el pensar en ella ya me despierta una sonrisa. Y si esto es así en mí, que aunque plenamente partícipe de este proceso, no dejo de vivirlo como un privilegiado espectador, ¿qué no sentirá una madre, que lleva a esta criatura en su seno?

Qué increíblemente dolorosa ha de ser la culpa experimentada tras asesinar a la más indefensa de las criaturas, a aquella que dependía por completo de nosotros, a una personita para la que tantos planes pudiera haber tenido Dios. Qué angustioso saber que el mundo ha podido perderse algo maravilloso. Y sin embargo, qué grandioso es Dios, cuya infinita misericordia también alcanza a curar este dolor entre quienes se vuelven a él.

Gracias, Señor, por el regalo de hacernos partícipes del don de la vida.

José Manuel Puerta Sánchez

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