miércoles, 22 de mayo de 2013

ES CRISTO QUIEN VIVE YA EN MÍ... Y EN TI


El pasaje de la Epístola de San Pablo es suficientemente conocido. San Pablo se dirige a los gálatas, y les escribe diciéndoles: "Yo estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”. (Gal 2,20).

Desde luego, que desde nuestro bautismo es la Santísima trinidad quien inhabita en nuestra alma, y ahí siempre la encontraremos, si es que nos cuidamos de vivir en la gracia y amistad de Dios. Porque como bien sabemos la comisión de un pecado mortal, mata esa inhabitación y el amor Trinitario que nos ama y nos protege, nos abandona y nos niega sus gracias y dones. Solo el sacramento de la penitencia, puede restablecer la situación anterior y el Señor lo desea más que nosotros mismos, de que esto suceda, desea que nos arrepintamos de nuestro pecado o pecados y pidamos perdón, de otra forma Él nada puede hacer, porque hemos salido del ámbito de amor del Señor, y fuera de este ámbito, falta la luz y el poder del maligno nos induce al mundo del odio y de las tinieblas.

La inhabitación Trinitaria en nuestras almas, puede ser y de hecho lo es, de muy diferentes intensidades. El Señor se encuentra más a gusto en unas almas que en otras. Uno llega a una casa e independiente de que esta sea humilde o ricamente alhajada, en ella uno se encuentran muy a gusto, la decoración es sencilla pero agradable, no es nada estridente ni desentona, el ambiente, la paz y el silencio que se respira en esa casa, son el fruto de un sano calor de hogar… por el contrario, hay casas sucias y malolientes, con muebles y objetos caros, pero son casa frías, sin calor de hogar, con un ambiente que no invita al sosiego.

Algo así encuentra el Señor en nuestras almas, Él se siente más cómodo inhabitando en unas almas que en otras y por supuesto Él se encuentra más a gusto en las almas de aquellos a quienes más se les asemejan. Una cualidad esencial del amor es la semejanza, porque la norma nos dice, que el que más ama más se asemeja al amado. Las personas y los animales tendemos a buscar y unirnos a nuestros semejantes. “Todo viviente ama a su semejante”, (Ecl 13,19). Buscamos a los que piensan igual que nosotros, a los que les gusta lo que a nosotros nos gusta, es por ello que el refrán que dice: Dios, los cría y ellos solos se juntan, es decir se buscan y se encuentran, porque muchas veces sin darse cuenta ellos mismo, buscan la asemejanza.

Son pues muchos, los grados de inhabitación Trinitaria que se dan en el alma humana, tanto en cuanto a su cuantía como en su forma e intensidad, pues no olvidemos que de la misma forma que todos nuestros cuerpos son distintos, también lo son nuestras almas; por ello existen tantas clase de inhabitación Trinitaria como tantos seres humanos que somos. La Santísima trinidad inhabita, en todas las almas que vivan en gracia y amistad del Dios, pero de distinta forma y agrado.

Lo importante para nosotros si queremos alcanzar la situación que San Pablo expresa, (Gal 2,20), es que pensemos y meditemos detenidamente, las palabras que San Pablo nos dejó dichas: “Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo” (Flp 3,8). Para recibir una inhabitación perfecta, prefecta ha de ser nuestra actitud, despreciando lo que este mundo nos ofrece, porque. El mismo nos dejó dicho: “Porque quién quisiere salvar su vida, la perderá; pero quién perdiere su vida por amor de mí, la salvará, pues ¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si él se pierde y se condena? Porque quien se avergonzare de mí y de mis palabras, de él se avergonzará el Hijo del hombre cuando venga en su gloria y en la del Padre y de los santos ángeles”. (Lc 9,24-26).

Busquemos en todo momento la imitación a Cristo, porque imitándole en todo, ganaremos semejanza con Él, y cuanto más semejantes a Él seamos, más le amaremos y nos acercaremos a poder decir como San Pablo nos dejó dicho, : "Yo estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí;”. Son muchos los pasos que hay que dar y la perseverancia que hemos de tener, durante todo el tiempo que necesitamos para cumplir este objetivo.

Vivir en Cristo, es haberse tomado en serió las palabras del Señor cuando nos dejó dicho: “El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues quién quiera salvar su vida, la perderá, y quién pierda la vida por mí y el Evangelio, ése la salvará”. (Mc 8,34-35). Este es el camino que hemos de seguir para lograr encontrar al Señor en nuestra alma, porque es ahí donde tenemos que buscarlo. En la medida en que nosotros vayamos abandonando el hombre viejo que nos domina y nos vayamos convirtiendo en el hombre nuevo que se asemeja al Señor, iremos entrando poco a poco en el interior de nuestra alma donde Él se halla y allí lo encontraremos. Poco a poco quien inicia este camino de la asemejanza con el Señor se va encontrando en su interior de hombre nuevo a quien tanto ama y va uniéndose a Él cada vez más.

Jean Lafrance nos dice: Dios quiere hacerse conocer por todo hombre que lo busque, más allá de las ideas y de los sentimientos que tengamos de Él. La fe nos asegura que Dios ha llegado al fondo del corazón del hombre y allí ha hecho su morada: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada”. (Jn 14,23). A Dios no se le ve pero se le reconoce en su acción. Nosotros muy a menudo tratamos de realizar la oración, fuera de nosotros y tratamos de crearla a partir de las palabras o de las ideas, o la buscamos por encima y alrededor de nosotros en los gruesos volúmenes que describen las técnicas de la oración. Mientras intentemos hacer brotar nuestra oración del exterior nunca llegaremos a orar en verdad y siempre.

El hombre debe de descubrir un día que lleva en si un corazón de oración. Como lo dice muy bien André Louf…: “Hoy, dijo, tengo la impresión de que desde hace años yo llevaba la oración en mi corazón, pero no lo sabía. Era como un manantial que estaba tapado por una piedra. En un momento dado, Jesús quitó la piedra, y entonces la fuente se ha puesto a manar y sigue manando continuamente”.

Thomas Merton escribe y nos dice: Dios te ama, lo entiendas o no, que está presente en ti, que vive en ti, que habita en ti, que te llama, que te salva y te ofrece un conocimiento y una luz que no tiene comparación con nada, que hayas encontrado en los libros u oído en los sermones. Y el hombre o la mujer que decididamente no dejan de meditar sobre su Amado, llega un momento que la luz se va haciendo más clara en el interior de su alma, es entonces cuando haya la luz del Señor y comprende que él o ella son templos vivos de Dios.

Dios se busca a sí mismo en nosotros, y la aridez y la tristeza de nuestro corazón, es la del Dios que desconocemos, que no puede encontrarse a sí mismo en nosotros porque no nos atrevemos a creer o a confiar en la increíble verdad de que Él pueda vivir en nosotros y que nosotros podamos ser objeto de su predilección.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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