domingo, 14 de octubre de 2012

«CON EL CONCILIO, EL LAICO PASÓ A CONVERTIRSE EN APÓSTOL», AFIRMA MONSEÑOR ANTONIO MONTERO




Fue uno de sus cronistas hace 50 años

Antonio Montero, hoy arzobispo emérito de Mérida-Badajoz, participó como joven sacerdote y cronista en el Concilio Vaticano II, del que piensa que hizo mucho bien a la Iglesia.

–¿Cuál fue la herencia del Concilio Vaticano II para la Iglesia?

–Es una herencia histórica enormemente positiva y única porque trató casi todos los temas de la fe de la Iglesia. También se dirigió a la sociedad y a casi todos sus ámbitos. La Iglesia se estudió a sí misma, compuesta de jerarquía pero sobre todo de pueblo, al que se invitaba a una renovación partiendo de la palabra. Fue un concilio de renovación interna de la Iglesia en todos sus estamentos: Papa, obispos, sacerdotes, religiosos, seglares... Además tuvo una importancia ecuménica mundial. Se abrió las manos a todo el mundo.

–¿Y la herencia para la sociedad?

–La Constitución Pastoral «Gaudium et Spes» lo deja muy claro. En ella se habla de la Iglesia en el mundo actual. Trata temas como los derechos humanos, la justicia social, el matrimonio, de la guerra, de la paz o de la libertad religiosa. También, de otros asuntos como la enseñanza y la cultura, etc. Es una Constitución muy importante en cuanto a extensión y relevancia.

–¿Ejemplos concretos del concilio hoy?

–Casi todo. Se empezó a celebrar los cultos en las lengua de la gente que asistía. El pueblo empezó a participar, dejó de asistir y comenzó a participar al máximo. El laico pasó a convertirse en apóstol, etc.

–¿Qué va a suponer este 50º aniversario y este Año de la fe para la vida de la Iglesia?

–Supone una responsabilidad y una llamada a la mejora y a la renovación. Una llamada a convertirse más al Evangelio, acercarse a la persona de Cristo. Una llamada a cultivar la propia fe y a acabar con la fe del carbonero. Es una llamada a ser evangelizadores. Empezar a hablar de una Iglesia evangelizada y evangelizadora. Movilizar a la Iglesia para que no vaya para atrás, sino que mantenga su jugo, su brío. Se quiere responder con honestidad a las necesidades del mundo de hoy.

J. de Aldecoa / La Razón

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