miércoles, 24 de octubre de 2012

LA LÓGICA DEL AMOR Y DE LA FE SE PARECEN MUCHO



Quien encuentra a Jesucristo, en ese cara a cara, se siente llamado a entregar su propia vida. Igual que en el amor...

El otro día, con el grupo de universitarios, me vino un pensamiento envidiable. Yo mismo me sorprendí, y me admiré. No porque yo lo pensara, que estoy más o menos acostumbrado a hacerlo, y a darle vueltas a las cosas, sino por lo que significaba. Intuí que la lógica de la fe y del amor se parecían mucho.

1. Venimos al mundo capacitados para amar y para confiar. No son cosas que se enseñan, sino necesidades básicas de las personas, algo que demandamos, que ansiamos. Y comienzan en nosotros a desarrollarse en la medida en que somos vulnerables y necesitados. Necesitamos ser amados, cuando todavía no podemos amar siquiera, y necesitamos que nos ofrezcan confianza, cuando somos incapaces de ofrecer nada creíble ni sólido. Comienzan ambas recibiendo.

2. Son estructuras esenciales e innegables en las personas. Configuran ambas todo. Lo tocan todo, lo trastocan todo, tienen capacidad para transformar todo nuestro ser, pensar, hacer, vivir... lo que queramos. Nuestro trabajo y nuestra vida personal. Se mete hasta las junturas del ser. Su lógica no es una lógica particializable. Ni controlable. No tiene, por así decir, medida y toda persona se debe rendir ante esta evidencia. Una me va llevando a la otra, y así, como si fuera un tsunami, lo recoloca todo a su medida.

3. Buscan saciarse, como quien desea algo, ajeno a sí mismo, capaz de llenar un vacío. El deseo que nos impulsa a amar nos hace apasionarnos, disfrutar, gozar, alegrarnos cuando encontramos algo que creemos digno de amor, digno de nosotros mismos. En cuanto vemos que no es así, reina la decepción, y pasamos a otra cosa. Lo mismo en el ámbito de la confianza y de la libertad. Dicho de otro modo, es una potencia y fuerza que sabe que existe aquello que todavía, quizá, sea incapaz de ver, incluso quiera negar, o encuentre en imperfección y limitación.

4. Por qué tanto “cambio”, tanta “apuesta personal”. Porque no hay otro modo de vivir que arriesgando valientemente una y otra vez. No queremos el riesgo, la verdad. Todos desean, por mucho que lo nieguen, encontrar lo definitivo, aquello que les “ate” y les dé sentido para siempre. Cada momento se convierte entonces en una prueba para esta apertura del ser humano. Y así buscamos y buscamos, y caminamos de aquí para allí, y estamos con una persona, y con un grupo de personas, y experimentamos qué vivimos en este lugar, en este otro, en esta situación y en esta otra.

5. En el momento en el que encontramos lo que merece la pena, el resto pasa a un segundo nivel, tercer nivel y cuarto nivel si es necesario. Y todo pierde valor, en proporción al hallazgo, o se revaloriza, en función del tesoro encontrado. De modo que con una persona nos vale en el mundo, a quien poder entregarnos, de quien poder recibir amor. Y tan importante es encontrar quien me quiera bien, como aquella persona que me dignifique siendo capaz de recibir todo cuanto soy, con lo que eso significa.

En la lógica del amor y de la fe, sucede exactamente lo mismo. Quienes aman, porque han sido amados primero, lo saben y pueden decir si es o no cierto lo que digo. Pero yo, en la fe, puedo decir también que quien conoce a Jesucristo encuentra esa respuesta que andaba buscando. No quien encuentra “la idea de Jesús, o la idea de Dios”, o peor, “la idea de Jesús o de Dios de tal o cual persona”, sino quien se encuentra con Dios cara a cara, quien permite y se abre a semejante encuentro. Hasta entonces, confiará su corazón y su vida a otras cosas, que harán de dioses imperfectos, que le agotarán y le harán sentirse incluso más vacío. Pero quien encuentra a Jesucristo, en ese cara a cara, se siente llamado a entregar su propia vida. Igual que en el amor, igual que en la búsqueda de amor que hay en el corazón del hombre. Ambas lógicas, en sus semejanzas, nunca podrán ser negadas ni olvidadas, y buscan y desean y anhelan. Tensionan la humanidad hacia lo eterno y hacia lo infinito, hacia el más. Por eso también quien ha encontrado amor, quien ha recibido fe, sabe que no ha hecho nada más que empezar a descubrir cuál es el camino verdadero.

Autor: José Fernando Juan

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