lunes, 16 de abril de 2012

¿QUÉ HACEMOS CON LOS MATRIMONIOS ENFERMOS?


Esta semana celebramos en Murcia el Primer Simposio de Peritos de Tribunales Eclesiásticos.
Me dedico por mi cargo a tratar con matrimonios rotos por distintas razones. Desde hace unos años han aumentado considerablemente los procesos de nulidad matrimonial. Superada la ignorancia que creía que eso de la nulidad era cosa de ricos, muchos se acogen al derecho que les asiste de solicitar una justicia de acuerdo con sus posibilidades económicas. Un tanto por cierto importante de procesos son de justicia gratuita. Y ello hay que agradecérselo fundamentalmente a los letrados y peritos que hacen su trabajo sin percibir ninguna, o muy escasa, remuneración.
Todos tienen derecho a que se haga justicia en su matrimonio fallido desde sus orígenes.

Y hay que dejar bien claro que la Iglesia no “anula” ningún matrimonio. No hay divorcio en la Iglesia. Lo que estudia, cuando se le demanda, es la verdad del matrimonio en cuestión. Es decir, investigar si aquel matrimonio que ha fracasado nació como tal matrimonio, o se lo impidió algunos de los impedimentos o causas que pueden afectar a la validez de un acto humano (falta de discreción de juicio para, falta de libertad interna, inmadurez psicológica, incapacidad para
asumir las obligaciones esenciales del matrimonio, engaño o error sobre cualidad pretendida en la otra parte, etc.). Sobre estos supuestos trabajamos con la ley canónica en la mano, y los instrumentos que nos brinda el Derecho.

Uno de ellos es la prueba pericial para tratar de bucear en las personas y tratar de ver como eran cuando emitieron el consentimiento. Nada fácil, pero ahí trabajamos para poner orden en una situación lamentable que pone en peligro la felicidad de las personas.

Pero no quiero quedarme en la patología que pudo afectar a los matrimonios rotos. Hay que tenerlas en cuenta. Pero prefiero hablar de los remedios para no llegar a esos extremos tan lamentables. Es decir, para intentar que los matrimonios no mueran, y si están enfermos que encuentren la salud afectiva y efectiva.

Traigo aquí los siete consejos para un matrimonio maduro que nos brinda Ricardo Ruvalcaba.

1. El matrimonio es para amar. Y amar es una decisión, no un sentimiento. Amar es donación. La medida del amor es la capacidad de sacrificio. La medida del amor es amar sin medida. Quien no sabe morir, no sabe amar. No olvides: “amar ya es recompensa en sí”, como decía el padre Marcial Maciel. Amar es buscar el bien del otro: cuanto más grande el bien, mayor el amor. Los hijos son la plenitud del amor matrimonial.

2. El amor verdadero no caduca. Se mantiene fresco y dura hasta la muerte, a pesar de que toda convivencia a la larga traiga problemas. El amor, ama hoy y mañana. El capricho, sólo ama hoy.
Los matrimonios son como los jarrones de museo: entre más años y heridas tengan, más valen, siempre y cuando permanezcan íntegros. Soportar las heridas y la lima del tiempo, y mantenerse en una sola pieza es lo que más valor les da. El amor hace maravillas.

3. Toda fidelidad matrimonial debe pasar por la prueba más exigente: la de la duración. La fidelidad es constancia. En la vida hay que elegir entre lo fácil o lo correcto. Es fácil ser coherente
algunos días. Correcto ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente en la hora de alegría, correcto serlo en la hora de la tribulación. La coherencia que dura a lo largo de toda la vida se llama fidelidad. Correcto es amar en la dificultad porque es cuando más lo necesitan.

4. Séneca afirmó: “Si quieres ser amado, ama”. El verdadero amor busca en el otro no algo para disfrutar, sino alguien a quien hacer feliz. La felicidad de tu pareja debe ser tu propia felicidad. No te has casado con un cuerpo, te has casado con una persona, que será feliz amando y
siendo amada. No te casas para ser feliz. Te casas para hacer feliz a tu pareja.

5. El matrimonio, no es “martirmonio.” De ti depende que la vida conyugal no sea como una fortaleza sitiada, en la que, según el dicho, “los que están fuera, desearían entrar, pero los que están dentro, quisieran salir”.

6. El amor matrimonial es como una fogata, se apaga si no la alimentas. Cada recuerdo es un alimento del amor. Piensa mucho y bien de tu pareja. Fíjate en sus virtudes y perdona sus defectos. Que el amor sea tu uniforme. Amar es hacer que el amado exista para siempre. Amar
es decir: “Tú, gracias a mí, no morirás”.

7. Para perseverar en el amor hasta la muerte, vive las tres “Des”: Dios. Diálogo. Detalles.
a. Dios: “Familia que reza unida, permanece unida”.
b. Diálogo, para evitar que los problemas crezcan.
c. Detalles: de palabra y de obra. “Qué bonito peinado”. “¿Qué se te antoja comer?” “Eres el mejor esposo del mundo”. “Hoy, la cena la hago yo”. “Nuestros hijos están orgullosos de ti”. El amor matrimonial nunca puede estar ocioso.

Suscribo todo lo que dice. Muchos problemas nos ahorraríamos si se tuvieran en cuenta estos siete consejos. Hay más, pero de momento nos quedamos con la propuesta de estos siete.

En el Simposio de Peritos que ha organizado el Tribunal Eclesiástico de la Diócesis de Cartagena, en el que trabajo, intentaremos aportar datos psicológicos y psiquiátricos que afectan a los matrimonios fracasados. Los ponentes son verdaderos expertos en la materia. Pero intentaremos hacer un poco de luz que ofrecer algún remedio a los que están enfermos.

Juan García Inza

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