lunes, 30 de abril de 2012

CONOCE A SUS OVEJAS



 Ayer leíamos en el Evangelio que el Buen Pastor conoce a sus ovejas. Para los judíos el verbo conocer tenía un sentido mucho más profundo que para nosotros.

Decía el texto que las conoce por su nombre. En Israel el nombre equivalía a la persona. Por eso era para ellos tan importante la imposición del nombre y encontramos en la Biblia que Dios da otro nombre a las personas a las que les confiere una misión nueva.


Reflexionando sobre esa idea de ser pastores, encontré este texto de Jacques Loew. Fue un sacerdote obrero. Trabajaba de estibador en el puerto de Marsella. Muchos sacerdotes obreros, muchos de ellos dominicos, cayeron por el camino; Loew aguantó porque era un hombre de una espiritualidad profunda, reflejada en los libros que escribió. El texto es el siguiente:


"Un día comprendí de modo existencial lo que es el "conocimiento" del pastor. Estaba sentado a la mesa, a mediodía. Habíamos trabajado durante toda la mañana, un trabajo sucio, con sacos de azúcar que nos dejaban a todos embadurnados. Me encontraba en el lugar de presidencia de la mesa, y por eso, dada la disposición de los sitios, veía de frente a todos mis compañeros de trabajo. Me sorprendía el hecho de que sus rostros parecían cubiertos de una especie de máscara anónima, compuesta de polvo, suciedad, cansancio...Todos se parecían. Después de la comida, como nos quedaba un poco de tiempo libre, una media hora, antes de remprender el trabajo, me fui con cinco o seis de ellos a un pequeño café, el bar Gaby, como se llamaba la dueña. Era una auténtica marsellesa, próspera, vivaz, alegre; y cada vez que iba al bar Gaby, pensaba yo en la frase de Jesús: Yo conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen. En efecto, la dueña del bar Gaby conocía a las ovejas que iban a su abrevadero; conocía el nombre, el apellido y el apodo de cada uno. Y hasta los nombres que podían resultar injuriosos en boca de otros, dichos por ella asumían un tono amistoso. Ella me conocía. Para ella, yo era unas veces Jackie; otras, el gafotas. Cada uno era cada uno. Entonces, en contacto con aquella mujer que conocía a sus ovejas, y que sus ovejas la conocían, vi caer la máscara que tanto me había sorprendido hace un momento en el comedor: ante aquella mujer se habían vuelto hombres de nuevo, con su propio nombre y apellido. Y - de improviso - surgía algo limpio y sencillo en sus miradas, que volvían a ser como la mirada de un niño."


(Jacques Loew)

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