miércoles, 4 de abril de 2012

DEVOCIÓN


Si decimos que fulano es un devoto del rioja y del oporto…, discretamente estamos diciendo que lo que es fulano, es un bebedor empedernido y a lo mejor nos quedamos cortos. Si decimos que
mengano es un devoto de la buena mesa, lo que queremos decir, también discretamente, es que el tal mengano no tiene más pariente que sus dientes. Pero si cogemos el diccionario de la RAE y buscamos el término devoción, encontraremos que este término más se encuadra en el ámbito religioso que en el mundano. Prueba de ello es que las varias acepciones sobre el término devoción nos dicen:
1.- Amor, veneración y fervor religiosos. 2.- Práctica piadosa no obligatoria. 3.- Inclinación, afición especial. 4.- Costumbre devota, y, en general, costumbre buena. 5.- Prontitud con que se está dispuesto a hacer la santa voluntad de Dios.

La devoción es un don del Señor, claro que realmente todo lo que somos y nos rodea es un don divino, y este don está muy ligado a otro don, cual es el de la piedad. Cuando una persona vive
una íntima relación con el Señor, se suele decir que es una persona muy piadosa, pero indistintamente también se dice que es una persona muy devota, por lo que no es fácil encontrar el matiz diferencial de ambos términos, pero hay un algo que identifica a los dos, y es que ambos requieren una entrega y amor al Señor, de un carácter fuera de lo normal.

Este don de la devoción, que Dios no da a todo el mundo, determina un grado de entrega personal, que inicialmente siempre es hacia el amor y aceptación de la voluntad del Señor, pero este amor que se le muestra al Señor, determina un culto o adoración, que cuando tiene carácter exclusivo a Él, se denomina latría, cuando se refiera a la devoción de un determinado santo se denomina dulía y cuando se refiere a nuestra Señora se denomina hiperdulía. La devoción
al ser un don, tal como antes hemos dicho, el Señor lo otorga donde, como, cuando quiere y a quien quiere donárselo, es por ello que Tomás Hemerken en el Kempis, pone en boca del Señor estas palabras: “Si te otorgo la gracia de la devoción, dame gracias, no porque seas digno de ella, sino porque he usado de misericordia contigo”.

Y más adelante también en el Kempis podemos leer: “Es preciso que no desistas en buscar incesantemente la gracia de la devoción, que la pidas con afán, que la esperes con paciencia y confianza y la recibas con acciones de gracias, para que puedas después conservarla con humildad, y cooperar con ellas en lo posible; y, mientras esperas que Dios venga, deja en sus manos que escojas el tiempo y la medida en que querrá visitarme con ese don del cielo. No es
infrecuente que Dios dé a veces en un momento lo que por largo tiempo ha diferido en concedernos; y en ocasiones da al final lo que nos negó al principio de la oración. Aguarda, pues, la gracia de la devoción con firme esperanza y con esa paciencia que es patrimonio de los humildes. Y si ves que Dios no te la concede, o te priva de ella ignorando tú la causa, atribúyelo a
ti mismo como responsable de ello por tus pecados”.

Leyendo opiniones, libros y comentarios sobre la devoción, para escribir esta glosa, me llama la atención, el número de tratadistas, santos y exégetas que vinculan el don de la devoción con la humildad, lo cual si se piensa despacio se ve que nada tiene de extraño, ya que la humildad es la virtud madre de todas las demás virtudes y ella subyace en cualquier otra virtud que podamos
considerar, por otro lado al ser la antítesis de la soberbia, es la humildad la virtud más estimada por el Señor en las almas humanas. Luis de Blois –Blosio-, ya en su época, hace 500 años, escribía: “…, la verdadera devoción consiste en la auténtica humildad, resignación, negación
y menosprecio de si mismo, más que en sabor y dulzura sensible”

Pero la devoción, puede ser no bien entendida en su practica. La devoción ha de ser centrada en lo invisible, en el sentimiento espiritual que siente el alma que ama al Señor, no en la materialidad de las imágenes que ven nuestros ojos. Las imágenes han de ayudarnos a despertar la intimidad de nuestra alma con el Señor. Cosa distinta es por supuesto las sagradas formas depositadas en un copón en el sagrario, donde se halla el Señor con toda su humanidad y con toda su divinidad. La persona con autentica entrega al amor del Señor, centra su devoción
principalmente en lo invisible. Necesita pocas imágenes. Y de pocas de ellas goza. San Juan de la Cruz, en su libro “Subida al Monte Carmelo”, escribe: “Llega a tanta la estupidez, que algunas tienen más confianza en algunas imágenes que en otras, creyendo que Dios las escuchará más por ésta que por aquella, siendo así que las dos representan una misma cosa, como dos de Cristo o dos de la Virgen... La causa de que Dios haga milagros y conceda gracias por algunas imágenes no es para que unas sean más estimadas que otras, sino para que con aquél prodigio se despierte la devoción dormida y el amor de los fieles a la oración”.

Hay un viejo refrán que dice que: La obligación es antes que la devoción. Y así debe de ser pues ante todo el Señor lo que desea es que cumplimentemos su voluntad y cumplir con nuestras obligaciones de acuerdo con el lugar que Señor nos haya colocado en esta vida, esto es lo que desea el Señor, porque si trabajamos en nuestras obligaciones por amor al Señor, estamos rezando. La devoción, se ha de practicar de un modo acomodado a las fuerzas, negocios y
ocupaciones particulares de cada uno….La devoción mientras sea auténtica y sincera, nada destruye, sino que todo lo perfecciona y completa y si alguna vez resulta que de verdad es contraria a la vocación o estado de alguien, sin duda es porque se trata de una falsa devoción.

En cuanto a la devoción a nuestra Señora, es esta una inequívoca señal de salvación para aquellos que mantengan una especial devoción de amor a nuestra Madre celestial. San Alfonso María Ligorio, uno de los grandes enamorados de la devoción a nuestra Señora, escribía: “Devoto lector demos gracias al Señor si vemos que Dios nos ha dado amor y confianza para con la Reina del Cielo, porque Dios -dice San Juan Damasceno- otorga esta gracia a los que
quiere salvar”. Y añadía: “Debemos rezarle continuamente con las palabras de San Ambrosio: “Ábrenos María las puertas del paraíso, ya que Tú conservas las llaves, más aún ya que Tú eres la
puerta, tal como te llama la Iglesia. “Puerta del cielo”. La excelsa Madre es llamada por la Iglesia estrella del mar: “¡Salve, estrella de los mares!”. Porque así como los navegantes, dice Santo Tomás el angélico, se orientan para llegar a puerto por medio de la estrella polar, así los cristianos se orientan para ir al paraíso por medio de María”.

La mejor forma de mostrar esta devoción es la de perseverar diariamente en el rezo del Santo Rosario, porque esta perseverancia es un indicio sumamente grande de que vas a conseguir la
eterna salvación…. Y añade San Alfonso María de Ligorio que: “En cielo tendrán los devotos de nuestra Señora, alguna señal más particular y muy distinguida por la cual serán reconocidos como íntimos de la Virgen y de su cortejo especial conforme al dicho de los Proverbios: “Todos los de su casa visten doble vestido” (Pr 3,21)”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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