lunes, 26 de septiembre de 2011

LOS AFECTADOS POR EL MALIGNO



A menudo me preguntan si son muchos los afectados por el maligno.

En principio, creo que una vez más se puede citar la opinión del jesuita francés Tonquédec, conocido exorcista: «Hay un grandísimo número de infelices que, aun no presentando signos de posesión diabólica, recurren al ministerio del exorcista para ser liberados de sus padecimientos: enfermedades rebeldes, adversidades y desgracias de toda especie. Los endemoniados son muy raros, pero aquellos infelices son legión».

Es una observación que sigue siendo válida si se considera la gran diferencia entre los verdaderos afectados y aquellos que piden una palabra segura al exorcista sobre el amontonamiento de sus desdichas. Pero hoy es necesario tener en cuenta muchos factores nuevos que no existían cuando el padre Tonquédec escribía. Y son estos factores los que me han llevado a la experiencia directa de que el número de los afectados ha aumentado enormemente.

Un primer factor es la situación del mundo consumista occidental, en el que el sentido materialista y hedonista de la vida ha hecho que la mayoría perdiera la fe. Creo que, sobre todo en Italia, una buena parte de la culpa corresponde al comunismo y al socialismo, que con las doctrinas marxistas han dominado en estos años la cultura, la educación y el espectáculo. En Roma se calcula que a la misa dominical acude aproximadamente el doce por ciento de los habitantes. Es matemático: donde decae la religión, crece la superstición. De ahí la difusión,especialmente entre los jóvenes, de las prácticas de espiritismo, magia y ocultismo. Añádase a ello la búsqueda del yoga, el zen y la meditación trascendental: prácticas todas basadas en la reencarnación, en la disolución del ser humano en la divinidad o, en todo caso, en doctrinas inaceptables para un cristiano. Y ya no es preciso irse a la India para entrar en la escuela de un gurú: se lo encuentra uno a la puerta de casa; a menudo con esos métodos, de apariencia inocua, se llega a estados de alucinación o de esquizofrenia. Añado la difusión, como mancha de aceite, de sectas, muchas de las cuales con una directa huella satánica.

Distintas cadenas de televisión muestran escenas de magia y espiritismo. Se encuentran libros sobre estos temas hasta en los quioscos, y el material para la magia se difunde incluso con la venta por correspondencia. A esto hay que sumar varios periódicos y espectáculos de terror en los que al sexo y a la violencia se suma frecuentemente un sentido de perfidia satánica. Luego está la difusión de ciertas músicas masivas que arrastran al público hasta la obsesión. Me refiero en particular al rock satánico, del que se hace intérprete Piero Mantero en su librito Satana e lo stratagemma della coda (Segno, Udine, 1988). Invitado a hablar en algunas escuelas superiores, se me ha hecho palpable la gran incidencia de estosvehículos de Satanás sobre los jóvenes; es increíble lo difundidas que están en las escuelas superiores y medias varias formas de espiritismo y magia. Es ya un mal generalizado, incluso en los centros pequeños.

Tampoco puedo callar cómo demasiados hombres de Iglesia se desinteresan totalmente de estos problemas, dejando a los fieles expuestos y sin defensas. Considero que ha sido un error eliminar casi completamente los exorcismos del rito del bautismo (y parece precisamente que también Pablo VI era de esta opinión); considero un error haber suprimido, sin sustituirla, la oración a san Miguel arcángel que se rezaba al fin de cada misa. Considero sobre todo una carencia imperdonable, de la cual acuso a los obispos, haber dejado que se extinguiese toda la pastoral exorcística: cada diócesis debería tener al menos un exorcista en la catedral; debería haber uno en las iglesias más frecuentadas y en los santuarios.

Hoy al exorcista se le ve como un ser raro, casi imposible de encontrar; en cambio, su actividad posee un valor pastoral indispensable que secunda la pastoral de quien predica, de quien confiesa y de quien administra los demás sacramentos.

La jerarquía católica debe entonar fuertemente el mea culpa. Conozco a muchos obispos italianos, pero sólo conozco a algunos que hayan practicado exorcismos, que hayan asistido a exorcismos y que sientan adecuadamente este problema. No dudo en repetir lo que he publicado en otra parte: si un obispo, después de una solicitud seria (no por parte de un desequilibrado), no toma medidas personalmente o por medio de un sacerdote delegado, comete un pecado grave de omisión. Así nos encontramos en la situación de haber perdido la escuela: en el pasado, el exorcista instruía al nuevo exorcista. Pero volveré sobre este asunto.

Hizo falta el cine para volver a despertar el interés por el tema. Radio Vaticana, el 2 de febrero de 1975, entrevistó al director de la película El exorcista, William Friedkin, y al teólogo jesuita Thomas Bemingan, que actuó como asesor durante la filmación. El director afirmó que había querido narrar un hecho tomado del argumento de una novela que, a su vez, se inspiraba en un episodio verdaderamente acaecido en 1949. Sobre si se trataba de una verdadera posesión diabólica o no, el director prefirió no pronunciarse y decir que eso era un problema de los teólogos y no suyo. El padre jesuita, ante la pregunta de si aquélla era una de las habituales películas de terror o algo distinto, optó decididamente por la segunda hipótesis. Basándose en el enorme impacto que tuvo la películasobre el público de todo el mundo, afirmó que, aparte de ciertos detallesespectaculares, la película trataba con mucha seriedad el problema del mal. Y despertó el interés por los exorcismos, ya olvidados.

¿Cómo se puede caer en los trastornos extraordinarios causados por el demonio? Prescindo de los trastornos ordinarios, o sea de las tentaciones que afectan a todos. Uno puede caer con culpa o sin ella, según los casos. Podemos resumir los motivos en cuatro causas: por permisión de Dios; porque se es víctima de un maleficio; por un estado grave y recalcitrante de pecado; por frecuentación de personas o lugares maléficos.

1. Por permisión de Dios. Que quede bien claro que nada ocurre sin el permiso de Dios. Y que quede igualmente claro que Dios no quiere nunca el mal, pero lo permite cuando somos nosotros quienes lo queremos (por habérsenos creado libres) y sabe obtener el bien también del mal. El primer caso que consideramos tiene como característica que no interviene en él ninguna culpabilidad humana, sino sólo una intervención diabólica. Del mismo modo que Dios permite habitualmente la acción ordinaria de Satanás (las tentaciones), concediéndonos todas las gracias para resistir y obteniendo de ello un bien para nosotros si somos fuertes, así Dios también puede permitir a veces la acción extraordinaria de Satanás (posesión o trastornos maléficos) para que el hombre ejercite la humildad, la paciencia y la mortificación.

Podemos, por tanto, recordar dos casos que ya hemos tomado en consideración: cuando hay una acción externa del demonio que causa sufrimientos físicos (del estilo de los golpes y las flagelaciones sufridos por el cura de Ars o por el padre Pío); o cuando se permite una verdadera vejación, como hemos dicho respecto de Job y san Pablo.

La vida de muchos santos nos presenta ejemplos de esta clase. Entre los santos de nuestra época cito a dos beatificados por Juan Pablo II: el padre Calabria y sor María de Jesús Crucificado (la primera árabe beatificada). En ambos casos, sin que hubiera ninguna causa humana (ni culpa por parte de las personas afectadas, ni maleficios hechos por otros), hubo períodos de verdadera posesión diabólica, en los cuales los dos beatos dijeron e hicieron cosas contrarias a su santidad y sin tener ninguna responsabilidad de ello, porque era el demonio el que actuaba sirviéndose de sus miembros.

2. Cuando se sufre un maleficio. Tampoco en este caso hay culpa por parte de quien es víctima de este mal; pero hay un concurso humano, o sea una culpa humana por parte de quien hace o quien ordena a un mago el maleficio. De ello hablaremos más ampliamente en un capítulo aparte. Aquí me limito a decir que el maleficio existe: perjudicar a otros a través de la intervención del demonio. Puede realizarse de muchas maneras distintas: atadura, mal de ojo, maldición... Pero digamos inmediatamente que el modo más utilizado es el del hechizo; añadamos también que el hechizo es la causa más frecuente que encontramos en aquellos que están afectados por la posesión o por otros trastornos maléficos. No sé verdaderamente cómo se pueden justificar esos eclesiásticos que dicen que no creen en los hechizos; y aún menos puedo explicarme cómo están en condiciones de defender a sus fieles cuando se ven afectados por estos males.

Alguien se maravilla de cómo Dios puede permitir estas cosas. Dios nos ha creado libres y nunca reniega de sus criaturas, ni siquiera de las más perversas; luego, al final, cuadra sus cuentas y da a cada uno lo que ha merecido, porque cada uno será juzgado según sus obras. Entretanto, podemos hacer buen uso de nuestra libertad y obtenemos méritos por ello; podemos utilizarla mal y obtenemos condena por ello. Podemos ayudar a los demás y podemos hacerles daño con muchísimas formas de tropelía. Para citar una de las más graves: puedo pagar a un asesino para que mate a una persona; Dios no está obligado a impedirlo. Así, puedo pagar a un mago, a un brujo, para que realice un maleficio contra una persona; tampoco en este caso Dios está obligado a impedirlo, aun cuando, de hecho, muchas veces lo impide. Por ejemplo, quien vive en gracia de Dios, quien reza más intensamente, está mucho más salvaguardado que quien no es practicante o, peor aún, vive habitualmente en estado de pecado. Citemos, por último, una verdad que repetiremos a su debido tiempo: el campo de los hechizos y de los demás maleficios es el paraíso de los embrollones. Los casos verdaderos son un pequeñísimo porcentaje respecto de las falsedades que reinan en este campo. Este terreno, además de prestarse con gran facilidad a los engaños, se presta también muchísimo a las sugestiones, a las fantasías de las mentes débiles, por lo cual es importante que el exorcista esté en guardia, pero que también lo estén todaslas personas con sentido común.

3. Un estado grave y recalcitrante de pecado. Ahora nos ocupamos de la causa que, por desgracia, en los tiempos en que vivimos, está en crescendo, por lo que también lo está el número de las personas afectadas por el demonio. En el fondo, el verdadero motivo es siempre la falta de fe. Cuanto más falta la fe, tanto más aumenta la superstición; es un hecho, por decirlo así, matemático. Creo que el Evangelio nos presenta un ejemplo emblemático de esto en la figura de Judas. Era ladrón; quién sabe cuántos esfuerzos hizo Jesús para reprenderle y corregirle, y recibió a cambio sólo rechazo y obstinación en el vicio. Hasta que llegó al colmo: «¿Cuánto me dais si os entrego a Jesús? Y ellos señalaron el precio: treinta monedas de plata» (Mt. 26, 15). Y así leemos aquella frase tremenda, durante la última cena: «Satanás entró en su corazón» (Jn. 13, 27). No hay duda de que se trató de una verdadera posesión diabólica.

En el estado actual de ruina de las familias, he conocido casos en que las personas afectadas vivían estados matrimoniales desordenados, con el agravante de otras culpas; se me han presentado mujeres que habían cometido varias veces el delito de abortar, además de otras faltas; he estado ante personas que, además de perversiones sexuales aberrantes, cometían actos de violencia; y he tenido varios casos de homosexuales que se drogaban y caían en otras culpas relacionadas con la droga. En todos estos casos, me parece casi inútil decirlo, la vía de la curación sólo empieza a través de una sincera conversión.

4. Frecuentación de personas y lugares maléficos. Con esta expresión he querido englobar la práctica o la asistencia a sesiones espiritistas, magia, cultos satánicos o sectas satánicas (que tienen su apogeo en las misas negras), a prácticas de ocultismo... frecuentar magos y brujos; ciertos cartománticos. Todas ellas son formas que exponen a la persona al peligro de incurrir en un maleficio. Tanto más cuando se quiere contraer un vínculo con Satanás: existe la consagración a Satanás, el pacto de sangre con Satanás, la frecuentación de escuelas satánicas y el nombramiento como sacerdote de Satanás... Por desgracia, especialmente desde hace quince años, se trata de actividades que van en aumento, casi en explosión. En cuanto al recurso a magos y similares, presento un caso muy corriente. Uno padece un mal rebelde a cualquier tratamiento, o bien ve que todas las cosas que emprende le salen mal; cree que hay algo maléfico que le bloquea. Acude a un cartomántico o a un mago, que le dice: «Usted tiene un hechizo». Hasta aquí el gasto es poco y el daño es nulo. Pero a menudo viene la continuación: «Si quiere que se lo quite, se necesita un millón de liras» o aún más. Entre los muchos casos que se me han presentado he tenido noticia de la cifra máxima de cuarenta y dos millones. Si la propuesta es aceptada, el mago o el cartomántico pide algo personal: una foto, una prenda íntima, un mechón de cabellos, o algún pelo, o un fragmento de uña. En este punto el mal ya está hecho. ¿Qué hace el mago con los objetos pedidos? Está claro: magia negra.

Me interesa asimismo hacer una precisión. Muchos caen porque saben que ciertas mujercitas «están siempre en la iglesia»; o porque ven el despacho de los magos tapizado de crucifijos, de vírgenes, de santitos o de retratos del padre Pio. Además, les dicen: «Yo sólo hago magia blanca; si me solicitaran hacer magia negra, me negaría». Por magia blanca suele entenderse quitar los hechizos; la magia negra es para realizarlos. Pero, en realidad, como no se cansaba de repetir el padre Candido, no existe magia blanca y magia negra: sólo existe la magia negra, pues toda forma de magia es un recurso al demonio. Así, el desventurado, si antes tenía un pequeño trastorno maléfico (pero muy probablemente no tenía nada de este tipo), se vuelve a casa con un verdadero maleficio. A menudo nosotros, los exorcistas, tenemos que afanarnos mucho más para deshacer la obra nefastade los magos que para curar el trastorno inicial.

Añadiré que, muchas veces, tanto hoy como en el pasado, la posesión diabólica puede ser confundida con las enfermedades psíquicas. Tengo gran estima por esos psiquiatras que tienen la competencia profesional y el sentido de los límites de su ciencia y saben reconocer honradamente cuándo un paciente presenta sintomatologías que no cabe englobar en las enfermedades científicamente reconocidas. El profesor Simone Morabito, psiquiatra residente en Bérgamo, ha afirmado tener pruebas de que muchos considerados como enfermos psíquicos eran en realidad poseídos por Satanás, y ha logrado curarlos con la ayuda de algunos exorcistas (véase Gente, núm. 5, 1990, pp. 106-112). Conozco otros casos análogos, pero quiero detenerme sobre uno en particular.

El 24 de abril de 1988, Juan Pablo II beatificó a un carmelita español, el padre Francisco Palau. Es una figura muy interesante para nosotros, pues, en los últimos años de su vida, Palau se dedicó a los endemoniados. Había adquirido un hospicio en el que acogía a los afectados por enfermedades mentales. Los exorcizaba a todos: los que estaban endemoniados, se curaban; los que eran enfermos, quedaban como tales. Naturalmente fue muy combatido por el clero. Entonces viajó a Roma dos veces: en 1866 para tratar de estas cosas con Pío IX; en 1870 para conseguir que el Concilio Vaticano I restableciese en la Iglesia el exorcismo como ministerio permanente. Sabemos cómo fue interrumpido aquel concilio; pero la exigencia de restaurar este servicio pastoral sigue siendo urgente.

Nos consta que subsiste la dificultad de distinguir a un endemoniado de un enfermo psíquico. Pero un exorcista experto está en condiciones de entenderlo más que un psiquiatra; porque el exorcista tiene presentes las distintas posibilidades y sabe detectar los elementos de diferencia; la mayoría de las veces, el psiquiatra no cree en la posesión diabólica, por lo cual ni siquiera tiene en cuenta esta posibilidad. Años atrás el padre Candido exorcizaba a un joven que, según el psiquiatra que lo había tratado, estaba afectado de epilepsia. Invitado a asistir a un exorcismo, este médico aceptó. Cuando el padre Candido puso la mano sobre la cabeza del joven, éste cayó al suelo, presa de convulsiones. «¿Ve, padre? Se trataevidentemente de epilepsia», se apresuró a decir el médico. El padre Candido se inclinó y volvió a poner la mano sobre la cabeza del joven. Éste se levantó de golpe y permaneció de pie, erguido e inmóvil. «¿Hacen esto los epilépticos, preguntó el padre Candido. «No, nunca», respondió el psiquiatra, evidentemente perplejo ante aquel comportamiento.

Ni que decir tiene que los exorcismos continuaron hasta la curación del joven, que durante años había sido vapuleado por medicinas y tratamientos que no habían hecho otra cosa que perjudicarle. Y es precisamente aquí donde tocamos un punto delicado: en los casos difíciles, el diagnóstico requiere de un estudio interdisciplinario, como apuntaremos en las propuestas finales. Porque los que pagan los errores son siempre los enfermos, que en no pocos casos se han visto arruinados por tratamientos médicos erróneos.

Aprecio mucho a los hombres de ciencia que, aunque no sean creyentes, reconocen los límites de su ciencia. El profesor Emilio Servadio, psiquiatra, psicoanalista y parapsicólogo de fama internacional, hizo interesantes declaraciones a Radio Vaticana el 2 de febrero de 1975:

«La ciencia debe detenerse ante aquello que sus instrumentos no pueden comprobar y explicar. No se pueden señalar exactamente estos límites: no se trata de fenómenos físicos. Pero creo que todo científico consciente sabe que sus instrumentos llegan hasta un cierto punto y no más allá.
»Respecto de la posesión demoníaca, sólo puedo hablar en primera persona, no en nombre de la ciencia. Me parece que en ciertos casos la malignidad, la destructividad de los fenómenos, posee un aspecto tan particular, que ciertamente ya no se puede confundir esta clase de fenómenos con los que el hombre de ciencia, por ejemplo el parapsicólogo o el psiquiatra, puede apreciar en los casos tipo poltergeist u otros. Para poner un ejemplo, sería como comparar a un chiquillo respondón con un sádico criminal. Hay una diferencia que no se puede medir con un metro, pero es una diferencia que se puede advertir. En estos casos creo que un hombre de ciencia debe admitir la presencia de fuerzas que ya no son gobernables por la ciencia y que la ciencia como tal no está llamada a definir».

Publicado por Wilson

2 comentarios:

NATALIA dijo...

HOLA: SI UNA PERSONA TIENE INFLUENCIAS NEGATIVAS, ON ORACIONES DE LIBERACION, CONESION Y COMUNION, ALCANZA PARA LOGRAR LA LIBERACIÓN.

Hermano José dijo...

SI LO HACES DE LA DEBIDA FORMA ES MUY POSIBLE QUE QUEDES LIBERADA... ES MÁS EFECTIVO QUE SEA A TRAVES DE TU GRUPO DE ORACIÓN
BENDICIONES POR CASA