jueves, 28 de octubre de 2010

LA NOCHE OSCURA DEL ALMA Y EL ESPÍRITU...


LA MADRE TERESA DE CALCUTA

Más recientemente la ha vivido la Madre Teresa de Calcuta. Un libro recién publicado por el postulador de la causa de canonización de la Beata Madre Teresa de Calcuta, Brian Kolodiejchuk, «Madre Teresa: Ven y sé mi luz» («Mother Teresa: Come Be My Light». y ha sido publicado por la editorial estadounidense Doubleday. El autor declara que su noche oscura fue una especie de martirio debido a la presencia-ausencia de Dios. En una de sus cartas, la Madre Teresa dice: «¡Hay tanta contradicción en mi alma: un profundo anhelo de Dios, tan hondo que hace daño; un sufrimiento continuo, y con ello el sentimiento de no ser querida por Dios, rechazada, vacía, sin fe, sin amor, sin celo... El cielo no significa nada para mí, me parece un lugar vacío. Este sufrimiento lacerante, provocado por el vacío de Dios, es el signo de un fenómeno positivo. Es una presencia-ausencia por la que Dios está presente pero no es experimentado. El que la Madre Teresa pudiera pasar horas ante el Santísimo, como dicen los testigos que la vieron, casi extasiada y lo hiciera en estas condiciones, demuestra que es un verdadero martirio, porque para quien no experimenta a Dios y siente ese vacío, estar durante horas quieta ante el Santísimo significa estar entre llamas. No hay que escandalizarse por estos escritos de la Madre Teresa, pues esto hace más grande su figura, no la empequeñece, pues los ateos normales, comunes, no se afligen por la ausencia de Dios; por el contrario, para la Madre Teresa era la prueba más terrible que podía vivir.

LA MADRE TERESA GRANDE EN LA SANTIDAD

La Madre Teresa tiene verdaderamente la talla de los grandes de la santidad cristiana, precisamente por su capacidad de esconder estos fenómenos, de vivirlos personalmente en lo íntimo de su corazón. Quizá lo hizo precisamente en expiación por este ateísmo creciente que se da en el mundo de hoy, pues en el fondo la Madre Teresa vivió este vivir como si Dios no existiese positivamente, con fe, del lado de Dios. La «noche oscura», es muy conocida en la tradición cristiana; lo nuevo ha sido la manera en que la vivió la Madre Teresa. Pues mientras la noche oscura del espíritu de san Juan de la Cruz es un período preparatorio al unitivo, en el caso de la Madre Teresa parece que fue estable, desde que comenzó su gran obra de caridad, hasta el final. Creo que la Madre Teresa es la santa de la era de la comunicación, pues esta noche del espíritu la protegió de la posibilidad de convertirse en víctima de los medios, dejándose exaltar a sí misma. Era una especie de escudo para atravesar la era de los medios de comunicación. La interminable noche de algunos santos modernos es el medio de protección para los santos de hoy, que viven y trabajan constantemente bajo los focos de los medios. Es el traje de amianto para quien debe ir entre las llamas; el aislante que impide a la corriente eléctrica salir, provocando cortocircuitos. Lo mismo podríamos decir del Juan Pablo II. De hecho, ella misma decía que ante los más grandes honores y ante el interés de la prensa, ella no sentía nada porque vivía este vacío interior.

SANTA TERESA DE JESÚS

Santa Teresa de Jesús, la gran mística de Ávila, describe así la suya: «Oh válgame Dios, y qué son los trabajos interiores y exteriores que padece un alma hasta que entre en la séptima morada... Ningún consuelo se admite en esta tempestad...», San Pablo de la Cruz y Santa Juana Chantal, también sufrieron la noche oscura, la noche amable más que la alborada.

SAN PÍO DE PIETRALCINA

El Padre Pío de Pietralcina estuvo convencido toda la vida de que sus famosos estigmas en manos y costado no eran un signo de predilección y de aceptación de parte de Dios, sino, al contrario, de su rechazo y del justo castigo divino por sus pecados. El santo italiano llega a decir que «el sufrimiento del alma en este estadio es tan grande que sólo es comparable al del infierno».

FILOSOFOS Y PENSADORES

Son muchos los filósofos buscadores de Dios que percibieron doloro­samente su ausencia en la Historia y su ¿aparente? silencio. Pascal, Dostoievski, Camus o Kierkegaard. Pero quizás el máximo exponente del agonismo cristiano sea Miguel de Unamuno, que le daba la religión un significado de salvación ante la nada. Tras una infancia creyente, ali­mentada por una fe ingenua, pasó a una juventud racionalista y agnóstica y a una edad adulta socialista, que, poco a poco, se fue cargando de interrogantes religiosos. En lucha continuamente esos dos universos, sólo queda instalarse en la duda permanente.

AUSCHWITZ

Cuando Benedicto XVI visitó el campo de concentración nazi de Auschwitz, se preguntó públicamente por qué Dios se mantuvo en silencio cuando un millón y medio de víctimas, la mayoría judías, fueron asesinadas allí. Confesaba emocionado: «Tomar la palabra en este lugar de horror, de acumulación de crímenes contra Dios y contra el hombre que no tiene parangón en la historia, es casi imposible; y es particularmente difícil y deprimente para un cristiano, para un Papa que proviene de Alemania. En un lugar como este se queda uno sin palabras; en el fondo sólo se puede guardar un silencio de estupor, un silencio que es un grito interior dirigido a Dios: ¿Por qué, Señor, callaste? ¿Por qué toleraste todo esto?». ¿Dónde estaba Dios en esos días? ¿Por qué permaneció callado? ¿Cómo pudo tolerar Dios este exceso de destrucción, este triunfo del mal?

PEDRO Y PABLO

San Pedro, apóstol, cabeza del círculo más íntimo de Jesús que lo deja todo por seguir al Maestro, duda sin cesar, y lo niega tres veces. Y San Pablo, el apóstol advenedizo, decía: «Para que no me engría con la sublimidad de esas revelaciones, me fue introducido un aguijón a mi carne». La espina en su carne era el silencio de Dios. Aunque vicarios de Cristo en la tierra, también los Papas tuvieron dudas de fe y se plantearon preguntas radicales sobre el sentido de la vida y de la inmortalidad.

SAN FRANCISCO DE ASIS

La noche oscura de San Francisco de Asís fue una crisis, una prueba terrible. Tuvo el sentimiento de fracaso. Allí le esperaba Dios. Fue una suprema purificación. Con el alma desgarrada, el pobre de Asís avanzó hacia una despojo de si completa y definitiva. A través de la turbación y de las lágrimas iba por fin a llegar a la paz y la alegría.

ROSA DE LIMA Y CATALINA DE SIENA

A Rosa de Lima, como a santa Catalina de Siena, se les concedió la gracia mística de participar físicamente en la pasión de Jesús y Rosa durante quince años tuvo que atravesar la dura experiencia interior de la ausencia de Dios, ese sufrimiento del espíritu que san Juan de la Cruz llama la "noche oscura". La de Rosa fue una vida escondida y atormentada que, dócil al Espíritu Santo, alcanzó las más altas cumbres de la santidad. En uno de los misteriosos mensajes que recibió del Señor. "Que sepan todos - le confió Jesús - que la gracia sigue a la tribulación; entiendan que sin el peso de las aflicciones no se llega a la cumbre de la gracia; comprendan que en la medida en que crece la intensidad de los dolores, aumenta la de los carismas. Ninguno se equivoque ni se engañe; esta es la única y verdadera escalera hacia el paraíso y, fuera de la cruz, no hay otra vía por la que se pueda subir al cielo".

EL PAPA BEATO JUAN XXIII

El Papa Beato Juan XXIII, que tu­vo la inspiración de convocar el Concilio Vaticano II, el Concilio del «aggíornamento» para poner al día a la Iglesia, ante las inflexibles críticas de gran parte de la Curia romana llegó a dudar de que su intuición fuese obra de Dios. A Pablo VI se le conoce como el Papa hamletiano: su pontificado estuvo lleno de dudas. Antes de morir aseguraba: «El humo de Satanás ha entrado en la Iglesia». Juan Pablo II tenía una fe instinti­va, mística. No necesitaba creer: para él Cristo era evidente, aun en medio de las tinieblas interiores. Benedicto XVI es un intelectual posmo­derno: cree a fondo, no obstante las dudas. La fe para él es una continua victoria de la razón. Que Dios existe y Jesús es su Hijo lo demuestra con razonamientos. Pero la razón se topa a menudo con el silencio de Dios.

TENTACIONES DIABOLICAS Y ESPIRITUALES

En la noche se sufren dos tipos de tentaciones. Las diabólicas, en las que Satán impide dormir, como a san Juan María Vianney o llevar una vida normal. Las espirituales, intentan destruir la fe, sembrando dudas sobre la existencia de Dios. Es el peaje de los que aspiran a llegar a las cumbres de la santidad: filósofos, Papas, santos y el mismo Jesucristo, que fue tentado en la montaña por Satanás en el huerto de Getsemaní y en la cruz, ha dicho el cardenal español Julián Herranz. El Nazareno murió gritando: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».

Y de Jesús abajo, todos los grandes pasaron por el mismo trance. María duda del anuncio del ángel de que va a ser madre de Dios: «¿Cómo puede ser eso. También José, envuelto en un mar de dudas ante el embarazo de su esposa, estaba decidido a re­pudiarla, hasta que el ángel le anunció: «Eso es cosa de Dios»

ALFONSO MARÍA DE LIGORIO, VICENTE DE PAUL Y NICOLAS FACTOR

San Alfonso María de Ligorio atraviesa un terrible período de "noche obscura del alma", sufre tentaciones sobre su fe y sus virtudes. Se ve abrumado por sus escrúpulos, temores y alucinaciones diabólicas, durante dieciocho meses, con intervalos de luz y reposo. A esto le siguió un periodo de éxtasis, profecías y milagros.

Preguntaba el Beato Nicolás Factor a San Luis Beltrán: «¿Qué os parece, Luis, me salvaré Ésta fue su cruz mental, la noche oscura, el contrapeso de las gracias extraordinarias durante toda su vida, que se hizo sentir más pesadamente desde la muerte del amigo en octubre de 1581.

También San Vicente de Paul sufrió una terrible tentación contra la fe, que aceptó para lograr que Dios librara de esa tentación a un amigo suyo. Esto lo hizo sufrir hasta lo indecible y fue para su alma "la noche oscura". A los 30 años escribe a su madre contándole que amargado por los desengaños humanos piensa pasar el resto de su vida retirado en una humilde ermita y lograr que Dios librara de esa tentación a un amigo suyo. Cae a los pies de un crucifijo, consagra su vida totalmente a la caridad para con los necesitados, y entonces empieza su verdadera historia gloriosa.

El Catecismo señala el ejemplo de Abraham, que creyó contra toda esperanzay, especialmente de la Virgen, que mantuvo su fidelidad en medio de la oscuridad de la fe en el momento de la pasión y crucifixión de su Hijo. Otros muchos santos, como San Pío de Pietrelcina pasaron largas temporadas de oscuridad y prueba que fueron para ellos periodos muy duros, pero de gracia y conversión.

LA INTUICION ORIGINAL DE SAN JUAN DE LA CRUZ

Suya fue la intuición fundamental de que, cuando un cristiano se encuentra en la noche oscura del alma, no significa que esté lejos de Dios, sino al contrario, que se ha acercado más a él. El santo utiliza el ejemplo de los mochuelos para explicar esto. Estas aves nocturnas, cuando el día las despierta, les ciega la luz del sol porque resulta demasiado brillante para ellas. De la misma forma, cuando nos vamos acercando a Dios por la oración, la vida cristiana y la gracia, la luminosidad de Dios es demasiado fulgurante para nosotros. Nuestra debilidad humana provoca esas noches oscuras en las que el alma siente que no ve nada o que se encuentra lejos de Dios, cuando lo que sucede es que ha sido cegada por la luz divina y necesita tiempo para acostumbrarse a ella.

Dios utiliza esas noches para purificar nuestra fe. Al comienzo de la vida espiritual, Dios regala muchos consuelos: la sensación clara de su presencia, de la belleza de la vida y la fe cristiana, la alegría de pertenecer a la Iglesia. Sin embargo, nuestro corazón débil tiende a apegarse a estos consuelos e, incluso, llega a preferirlos al propio Dios. Por eso el Señor, antes o después, nos priva de esos consuelos para que pongamos el corazón solamente en él, configurándonos con Cristo en su pasión.

UN ESTÍMULO

La propia Madre Teresa decía: He comenzado a amar mi oscuridad, porque creo que ésta es una parte, una pequeñísima parte, de la oscuridad y del sufrimiento en que Jesús vivió en la tierra. Su oscuridad y sequedad espirituales no significaron en absoluto que vacilase en su fe, sino que mostraban que su fe se iba haciendo más fuerte manteniéndose en medio de esa oscuridad. El hecho de que, con la gracia de Dios y a pesar de su sentimiento de oscuridad, fuera capaz de continuar con su labor, dando la vida por los más pobres de entre los pobres, es un claro signo de una fe inquebrantable que movía todo lo que hacía. La Madre Teresa había cimentado su vida sobre la roca que es Jesucristo y, cuando soplaron los vientos y los aguaceros y chaparrones durante años y años, su vida permaneció en pie. Lejos de ser un obstáculo para su canonización, estoy convencido de que el hecho de que la Madre Teresa de Calcuta se mantuviese firme en la fe en medio de una sequedad y una oscuridad que duraron años, tendrá un lugar preeminente en el proceso de canonización. Sin lugar a dudas y entre otras muchas cosas, Dios ha querido darnos a la Madre Teresa para darnos ánimos, Los creyentes a veces tienen que tolerar el silencio de Dios para entender, como Job, el misterio de Dios. Cualquier persona tiene dudas de fe, momentos de oscuridad, pero como dice San Juan de la Cruz, la falta de luz en estas "noches oscuras del alma" no significan que el fiel se aleja de Dios, sino que, al contrario, como si se hubiera "acercado demasiado".

LA TORTURA DE TERESA DE LISEUX

Estas dudas que todos tenemos y que han experimentado personas en todos los momentos, desde Abraham hasta la Virgen María, pasando, sobre todo, por Santa Teresa de Lisieux, que vivió la gran tortura de la oscuridad de la fe desde junio de 1897, tres meses antes de su muerte. Teresa escribe: "En los días tan alegres del tiempo pascual, Jesús ha hecho sentir que realmente hay almas que no tienen fe, que, por haber abusado de la gracia, pierden este precioso tesoro, fuente de las únicas alegrías puras y verdaderas". El conocimiento del mundo de las almas sin fe no le fue dado como una iluminación del Espíritu destinada a abrirle perspectivas nuevas para avivar su celo apostólico, como había ocurrido a Santa Teresa de Jesús cuando la visita del Padre. Maldonado, franciscano, de vuelta de México, la inflamó por la noticia de los "millones de almas que allí se perdían por falta de doctrina", como narra en sus Fundaciones.

Teresa del Niño Jesús, sabía que había "impíos que no tenían fe", pues una sobrina de su tía la Sra. Guérin, Margarita Maudelonde, se había casado con un reconocido ateo, el señor Tostain, representante del presidente de la República en Lisieux. Pero en la fe de Teresita, "tan viva, tan clara", ella creía "que, cuando negaban la existencia del cielo", hablaban en contra de sus pensamientos, porque, para Teresa, la existencia del cielo era entonces tan evidente, que para un espíritu recto y sincero resultaba imposible no admitirla, Decía "el pensa­miento del cielo me hacía totalmente feliz", y de repente, se le concede el conocimiento, no externo sino íntimo, experimental, del mundo de las almas sin fe al verse ella misma inmersa en él: "Dios permitió que mi alma fuera invadida por las más espesas tinieblas y que el pensamiento del cielo, tan dulce para mí, no fuera en adelante sino motivo de lucha y tor­mento...". Teresita no participaba de los senti­mientos de estos ateos y renegados, sino que tratando de defen­derlos se encontraba en su compañía y, Jesús le "hizo sentir", sólo sentir, que realmente hay almas que se hallan en estas tinieblas del espíritu. Esta toma de conciencia del drama de los incrédulos irá profundizando en su corazón, en el transcurso del tiempo. Cuando escribía esto, no sabía que duraría, dieciséis meses y veinticinco días, ¡hasta la hora de su muerte!

No era una prueba de orden moral, afectiva o psicológica, no era una cri­sis pasajera, sino que era una prueba de orden teologal, impuesta por Dios para purificar su fe de lo que tenía de demasiado natural, para quitar todo lo que pudiera haber de satisfacción natural en el deseo que tenía del cielo.

PURIFICACIÓN DE LA FE

Para ella, como para cualquier cristiano, las motivaciones de la fe no son todas sobrenaturales. Se mezclan casi siempre, elementos naturales que la privan de su pureza, de su fuerza y, en consecuencia, de su capacidad de "asir" a Dios como él es. La necesidad de estas purificacio­nes necesarias es lo que San Juan ha descrito en la Noche oscura. Pero el Señor, en su pedagogía llena de sabiduría y misericordia, no impone estas purificaciones sino a quienes consienten en ello, y no lo hace sino después de prolongada y paciente preparación. Así lo comprende Teresa cuando escribe: "No me ha enviado esta prueba sino en el momento en que yo podía soportarla"; "Antes, creo que me hubiera descorazonado". No dice "hubiera dudado", sino "descorazonado". Aunque, según el designio de Dios sobre ella, tenía que sufrir una última purificación que la surgiera como el oro en el crisol (1 Co 1, 12), igual que le había sucedido a María, la Madre de Dios.

UNA PRUEBA DE INICIATIVA DIVINA

Comprobamos que, si su prueba de fe surgió de repente, como tempestad en aguas tranquilas o como violenta tormenta en cielo azul, estuvo precedida de algunas señales precursoras. No es casuali­dad que la manifestación de su tuberculosis coincidiera con la entrada en la noche de sus dudas. Como si sus sufrimientos físicos, que llegarán a ser atrozmente insoportables, tuvieran que acompañar y redoblar sus sufrimientos espirituales, hasta su muerte, para llevarla, a través de una paciencia heroica, a una fe totalmente despojada de toda huella de satisfacción natural. Qué extraño e incoherente!". Esta exclama­ción de la Santa nos advierte que no estaremos en condiciones de comprender la naturaleza y las formas diversas que la prueba de fe pre­senta en un alma. Es un misterio incluso para la misma alma.

La vida de fe es una realidad sencilla y compleja. Sencilla, en su caminar a Dios. Compleja, en los elementos que la componen: el mundo interior y exterior de la persona. En la tentación de la duda la fe es atacada en su raíz, y dura más y es tanto más profundo cuanto que el árbol de la fe ha desarrollado más profundamente sus raíces y sus ramas en toda la existencia. Estas tentaciones, siguen el ritmo de la vida, producen la impresión de incoherencia y la dificultad para quienes les resulta difícil comprender y dejar comprender lo que están experimentando. "Prueba del alma que es imposible comprender", afirma Teresa. Sólo con prudencia y con sencillez se puede intentar describir y examinar la lucha personal vivida en este caso por la Santa. Teresa usa esta comparación para explicar su estado: Me imagino que he nacido en un país cubierto de espesa niebla; nunca he contemplado el aspecto alegre de la naturaleza. Doctrina teológica segura, propuesta en términos sencillos. La fe ya es, por sí misma, una noche para la razón que no puede tener la evidencia de las realidades divinas. Estas maravillas de las que ha oído hablar, no son una historia inventada, sí no una realidad cierta, pues el Rey de la patria donde brilla sol el ha venido a vivir en el país de las tinieblas durante treinta y tres años. Así, la oscuridad inherente a la fe es iluminada para el alma por una certeza comparable a una luminosa lámpara, como dice San Pedro, que habló de una lámpara que brilla en lugar oscuro (2P 1, 19). La prueba consiste, pues, en que la noche de la fe se transforma en noche total: las tentaciones contra la fe tienen como efecto el que ocultan la pequeña llama u oscurecen su resplandor, con el velo espeso de las dudas: "pero de golpe las brumas, que me rodean se hacen más espesas, penetran en mi alma y la envuelven", explica Teresa.

En una carta a sor María del Sagrado Corazón, la Santa había descrito, de forma alusiva, el mismo fenómeno, comparándose a un pajarito asaltado por la tempestad. Le parece que no existen más que las nubes que lo envuelven, pero él sabe que detrás de las nubes sigue brillando su Sol. La fe sigue estando allí, pero su luz invisible ya no es percibida por el alma que ya no siente el gozo. Tiene la impresión de haber entrado en una noche más profunda, en otra noche. Es impresionante ver cuánto insiste la santa en la profundidad de esta nueva oscuridad. Habla de espesas tinieblas, de túnel oscuro; ya no se trata de un velo, sino de un muro que se levanta hasta el cielo. En las notas recogidas por sus hermanas durante su enfermedad, encontramos los mismos rasgos característicos: el cielo es tan negro que no veo ninguna claridad. Habla de un agujero negro, en el que no se distingue ya nada.

¡AH,, QUÉ TINIEBLAS!

Las poesías que compuso desde abril de 1896 a junio de 1897 decían explícitamente: "Sin arrimo y con arrimo / sin luz y a oscuras... ". (P 30, del 30 de abril de 1896); "Mi Jesús me sonríe cuando a él suspiro, y entonces no siento ya la prue­ba de la fe". "Cuando la tempestad se alza en mí alma" (P 36, del 15 de agosto de 1896). Las confidencias que jalonan las últimas conversaciones demuestran que Teresa sufrirá esta prueba hasta su último suspiro. Sin embargo, advierte: A veces, un rayito de sol viene a iluminar mis tinieblas; entonces la prueba cesa un instante, para volver de nuevo un instante después. Esos períodos de calma se deben a la desaparición momentánea de la tiranía de las dudas: es como la percepción repentina de la ternura de Dios. Así, el encuentro fortuito en el jardín de una gallina que cobijaba a sus polluelos bajo las alas, un sueño en el que la madre Ana de Jesús la tranquiliza sobre el valor de su caminito, o la solicitud de la que se ve envuelta. Es un relámpago en medio de las tinieblas. Tiene sentimientos de alegría pasajera: cuando reza a la Santísima Virgen, cuando escucha a sor Teresa de San Agustín referir el sueño en el que ha visto a Teresa detrás de una pesada puerta negra, o cuando oye una música lejana.

Estos consuelos tan breves no le devuelven la dulzura interior que había conocido anteriormente. Así, llorando de gratitud por un ramillete de flores silvestres que le había llevado una hermana para el aniversario de su profe­sión, precisa: Es por las delicadezas que Dios me dispensa. Exteriormente, me veo colmada de ella, y sin embargo, interiormente sigo en la prueba...

OSCILACIONES

Si en el fondo la prueba ha sido continua, ha conocido grados de intensidad variable. Parece que fue acentuándose progresivamente hasta alcanzar a veces un máximo de violencia: Admiro el cielo material; el otro, está para mí cada vez más cerrado. Hay dos momentos cruciales. La noche del 15 al 16 de agosto de 1897, en la que las hermanas de la Santa, fuertemente impresionadas, temen que sucumba a las tentaciones y rezan por ella, y durante las últimas horas de su vida, "es la agonía pura, sin mezcla alguna de consuelo". Es razonable que los sentimientos experimentados por la Santa sean al principio de asombro, de sorpresa. No lo esperaba, sobrevino de golpe. Sentimientos de extrañeza, de incomprensibilidad para ella y para las demás, y, en consecuencia, de soledad: Sólo Dios me puede comprender. Sentimientos de desánimo, de angustia. Sentada a una mesa llena de amargura, come el pan del dolor y sufre un tormento interior indecible.

ALGO SE LE ESCAPA

Aunque era muy reservada, Teresa ofrece algunos ejemplos de las sugestiones surgidas desde las tinieblas: Sueñas con la luz, con una patria embalsamada con los más suaves perfumes; sueñas con la posesión eterna del Creador de todas estas maravillas; crees que un día saldrás de las brumas que te rodean. Adelante, adelante, alégrate de la muerte, que te dará, no lo que tú esperas, sino una noche más profunda aún, la noche de la nada. Los puntos sobre los que la voz de las tinieblas hace recaer la duda son los que por más tiempo se mantenían en el corazón de Teresa. Sería interesante compro­bar cómo los temas mencionados aquí en resumen corresponden al mundo privilegiado de Teresa: la luz, la patria, los perfumes, la felicidad eterna de la posesión de Dios, la creación y sus maravillas, el destierro. Y su tristeza supone una vida en el más allá, pues la eternidad de dolor corre pareja con la eternidad dichosa. Induce a creer también en la existencia del cielo. Ahora bien, Teresa había estado tentada de negarla. Lo que la espera es la noche de la nada. Si, después de la muerte, no hay nada, tampoco habrá ni cielo ni infierno.

¿QUÉ SIGNIFICA PARA ELLA EL CIELO?

La prueba de fe en Teresa evolucionó progresivamente creciendo en intensidad. Con el tiempo, la tentación se hizo más radical. ¿Qué significa para ella el cielo? Parece ser la eternidad dichosa, la vida con Dios. Pero, ¿incluye esto la existencia del mismo Dios? No pone en duda su existencia, sino la supervivencia del alma. Dios existiría, pero ¡no se ocuparía de los hombres! "Pero si por un imposible vos mismo tuvierais que ignorar mi sufrimiento. Me es imposible confiaros totalmente mis angustias, decía Teresa a la madre Inés, tendría miedo de ofender a Dios si expresara con palabras tales pensamientos. ¡Ya que lo amo tanto!" La incoherencia de su estado interior aparece en una declaración de sor Teresa de San Agustín en el Proceso Apostólico: Si supierais, me dijo, en qué tinieblas me veo sumida. No creo en la vida eterna. Me parece que después de esta vida mortal, ya no hay nada: todo ha desaparecido para mí, no me queda ya más que el amor. ¿Puede el amor de Dios subsistir sin la fe? ¿Cómo puede una casa mantener­se en pie cuando ya no tiene cimientos? Es casi cierto que en esta tormenta el amor de Teresa a Dios no sufrió mengua alguna. Lo que provoca su asombro: Hay que amar mucho a Dios y a la Santísima Virgen, y tener esos pensamientos!" Tuvo que buscar una explicación a este fenómeno, pues propone esta respuesta encontrada cuando leía un comentario de la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis: "Nuestro Señor en el huerto de los olivos gozaba de todas las delicias de la Trinidad, y, sin embargo, su agonía no era por eso menos cruel". Es un misterio, pero os aseguro que comprendo algo de él por lo que yo misma experimento. ¿Se daba cuenta de que poseía la prueba de la firmeza y de la vitalidad de su fe? Si es cierto afirmar con Combes que la caridad de Teresa salvó su fe, se puede invertir la proposición y decir que la fe de Teresa salvó su caridad. Fue su fe viva en su unidad existencial la que resistió los asaltos de la duda. Nos encontramos ante un aspecto de carácter misterioso de toda prueba de fe. Resistencia sin concesiones.

Resistencia sin concesiones. El término combate, empleado por Teresa, define bien sus reacciones ante los asaltos de la duda. No se contentó con sufrir pasivamente el tormento, luchó valientemente, adoptando varios sistemas de defensa: resistencia sin concesiones, táctica de huida, afirmación de su fe, abandono en Dios.

La imagen que viene espontáneamente al espíritu al recordar la actitud de Teresa durante su noche de dudas es la de una plaza fuerte firmemente defendida. Nos lo sugiere, su vocabulario guerrero que utiliza, soldado, guerra, armas, pero sobre todo por la fortaleza de alma de la que ha dado pruebas a todo lo largo de esta temible prueba. Es una fortaleza inquebrantable, sólidamente asentada sobre roca. Su firmeza no conoce el desfallecimiento. A lo sumo, revela un día la violencia de los ataques que padece dejando aflorar en sus labios, la obsesión de sospecha con la que "la hostiga, el enemigo, diciendo: Si no hubiera vida eterna... pero hay una, tal vez... Y ¡seguro que la hay!" No es una brecha abierta en el recinto fortificado, pues rechaza este insidioso tal vez. No ha querido conceder nada a su adversario, ni siquiera lo mínimo de verdad recibida y mantenida en su fe. Resiste con todas sus fuerzas. Por la mañana, después de una noche particularmente agotadora, confiesa: He rechazado muchas tentaciones. La resistencia sin concesiones de Teresa nos parece tanto más admirable cuanto que su prueba fue prolongada, violenta, y se inició de golpe. No ha conocido la lenta irrupción de un crepúsculo en el que las verdades de la fe se difuminan poco a poco para dar lugar a una noche cerrada sin que se monte guardia, como le sucedió a Renan. Semejante lance no le podía suceder a Teresa, era imposible. Imposible a causa de su vigilancia y del vigor de su fe. Soy como el centinela que observa al enemigo desde la torrecilla más alta de un fuerte castillo. Además, las pruebas de la fe, los numerosos sufrimientos a los que tuvo que hacer frente en el curso de su vida, sobre todo la enfermedad de su padre, la habían arrastrado al combate espiritual y fortificado cada vez más en su fe en Dios y en una confianza inalterable en él.

AMBIENTE EXQUISTO DE FE

Había gozado de un medio de fe excepcional, pero ¿cómo, para consolidar su fe, para adquirir la fuerza y la madurez que vemos en ella, para mantener su fe "viva y clara", no habría tenido que combatir contra esas mil solicitaciones a la duda y a la increencia de las que toda su vida, incluso protegida, ofrece ocasión? Ella, que sólo "buscó la verdad", no dejó de encontrar dificultades que se vio forzada a señalarlas a través de sus observaciones sobre el mundo que la rodea, de sus reflexiones personales sobre la doctrina recibida y de sus propios descubrimientos. Parece claro que percibió ciertos problemas... Por eso, se lamenta de no poder acla­rar por sí misma las traducciones de la Escritura que juzga defectuosas. Conocemos con qué avidez se informó de las verdades de la fe a lo largo de su vida, muy pronto de las lecciones de catecismo del abate Domin que la llamaba "su doctorcito". El libro del abate Arminjon le aportó un profundo conocimiento de "los miste­rios de la vida futura". Sobre todo, fue el Evangelio lo que asimiló sin cansarse. Esta formación sólida y considerable, exenta de curiosidades o de sutilezas intelectuales, constituyó el tesoro vivo que defendía con vigilancia inflexible. A la totalidad de su compromiso por la fe le correspondía la integridad de esa misma fe celosamente guardada. Todo lo había confiado a Dios. Mantenida siempre, hecha vida de su propia vida, convertida en su propia sustancia, la fe de Teresa había adquirido el vigor de un organismo vivo y sano, plenamente desarrollado. Da la impresión de ser una ciudadela inexpugnable. Su enraizamiento profundo en Cristo y su vigilancia le confieren aquella firmeza de la casa construida sobre roca de la que habla el Evangelio (Mt 7,24-27). Táctica de huida Es otro sistema de defensa que adoptó Teresa ante las tentaciones contra la fe, la "huida". "En cada nueva ocasión de combate, cuando mi enemigo viene a provocarme, me porto valientemente sabiendo que es una cobardía batirse en duelo, doy la espalda a mi adversario, sin mirarle siquiera la cara".

BATIRSE EN DUELO ES CAPITULAR

Batirse en duelo es ya capitular, es ofender a Dios, es renegar de él rechazando el confiar plenamente en él. El auténtico combate, ¿no fue el del ángel con Jacob? Por eso Teresa toma con firmeza la resolución de, en cada nueva ocasión, huir del compromiso y de la rendición inevitable que se le propone. Considera prudente no exponerse al combate cuando la derrota es segura. Se niega a detenerse en esos pensamientos que le sugiere la voz mal­dita; les da la espalda sin dignarse mirarles la cara, sabiendo que no es solamente inútil, sino muy peligroso examinarlos de cerca, discutir con ellos para medir su validez. Estad tranquila, no voy a devanarme los sesos atormentándome.

¡Ah, no finjo! Es verdad que no entiendo nada. Sus tentaciones no han seguido el camino astuto de las motivaciones que son, por naturaleza, exteriores a la fe, tales como una información incompleta de datos revelados, una enseñanza caricaturesca o un poner en tela de juicio total, provocado por la situación de la Iglesia o la de la sociedad, o incluso algunos casos particulares de escándalo. Desde hacía tiempo, su sentido de la fe le había permitido discernir y captar la sustancia. Por eso su adversario, sin rodeos, la provoca directamente sobre lo esencial. Teresa sabe que la tentación no es pecado, que una dificultad, para transformarse en duda, tiene que pasar por un consentimiento libre y consciente, por una aceptación positiva. "Mil dificultades no producen una duda", decía el cardenal Newman. La preocupación de la Santa de no ofender a Dios es de tal naturaleza que teme incluso describir sus tormentos interiores: "No quiero escribir más, temo blasfemar... tengo miedo incluso de haber dicho demasiado...". "Tendría miedo de ofender a Dios si expresara con palabras tales pensamientos". Se puede ver otra razón en su silencio y en su prudente reserva de querer evitar que se contagien con su mal quie­nes viven con ella. Sor Genoveva dirá en el Proceso Apostólico: "No hablaba de ello a nadie por temor a contagiar a las demás su indecible tormento". A sor María del Sagrado Corazón, le respondió de una manera vaga y cambió la conversación. Comprendí entonces que no quisiera decirme nada "por temor de hacerme partícipe de sus tentaciones". Al P. Madelaine le dirá: "Procuro que nadie sufra mis penas".

SUFRIR EN SILENCIO

Teresa aplicaba en este caso extremo un principio que pertenecía a su "caminito": Hace tanto bien y da tanta fuerza no decir nada de sus penas!". Se niega a apiadarse de sí misma, a buscar consuelos doloristas, porque, en el fondo, no siente apego alguno de si misma. Teresa no se contentó con resistir enérgicamente a los asaltos del adversario, ni utilizó su táctica de huida más que para atacar a su vez, afirmando deliberadamente su fe en la verdad que estos pensamientos procuraban inducirla a negar. En cada nueva ocasión de combate corro hacia Jesús, le digo que estoy dispuesta a derramar hasta la última gota de mi sangre para confesar que hay un cielo.

En cierto modo, renueva la totalidad de su compromiso con Dios, con Jesús, haciendo actos de fe, multiplicados cuanto sea necesario: Creo que he hecho más actos de fe, desde hace un año, que durante toda mi vida. Después de una noche en la que las tentaciones se han hecho más acuciantes: ¡Ah!, he hecho muchos actos de fe... Hablando a la madre Inés de estos pensamientos tenebrosos, dice: Los sufro forzosamente, pero cuando los sufro, no dejo de hacer actos de fe.

Durante su agonía, cuando sus sufrimientos habían llegado al paroxismo, fue cuando llevando la contraria a sus tentaciones hizo oír este grito, admirable de fe y amor: Oh, Dios mío!..., es muy bueno, es muy bueno para mí. ¡Oh, , sois bueno! ¡Lo sé!".

En otros momentos en que se siente menos acorralada hace numerosos actos de fe implícitos, bien afirmando con serenidad cuando esté en el cielo... o dicien­do a Dios que le ama, bien haciendo la señal de la cruz que le exige un esfuerzo considerable. Besa su crucifijo con ternura. Incluso tendrá que cantar muy fuerte en mi corazón: Después de la muerte la vida es eterna. Pedirá con insistencia recibir el sacramento de los enfermos y manifestará su alegría por administrárselo. Siempre, para ejercitar y fortificar su fe, estará decepcionada de no poder confesarse con el abate Youf. Su mayor dolor fue el verse privada de la comunión desde el19 de agosto hasta su muerte, por no poder absorber ni un trocito de hostia. En una palabra, soporta terribles sufrimientos físicos y su "prueba de alma" con el pensamiento, o mejor, con la certeza de trabajar por el bien de las almas y de llevar a cabo una acción póstuma: "Volveré".

LA SOSTIENE DIOS

Si Teresa se mantiene con firmeza, es solamente porque Dios la sostiene. Pero no siente esta ayuda, le viene dada poco a poco y de un modo tan secreto que Teresa tiene más bien la impresión de estar completamente abandonada en su noche, en sus sufrimientos físicos, en sus angustias de alma. Come el pan del dolor en la medida llena de amargura, donde comen los pobres pecadores. Experimenta el sentimiento de la ausencia de Dios como si hubiera caído en la increencia. Sin el gozo de la fe, privada de las alegrías sobrenaturales del amor que la colmaban antes, vive psicológicamente el desamparo de los ateos. El cielo le está totalmente cerrado: "Hasta los santos la abandonan", gime. No son los consuelan sensibles que sus hermanas le prodigan los que pueden aliviar este indescriptible tormento.

EL CIELO ES UNA ILUSIÓN

Las tinieblas interiores parecen poner en tela de juicio no sólo su adhesión a la fe, sino el impulso de su esperanza bajo la forma de duda sobre la fidelidad de Dios en mantener sus promesas. Que la bienaventuranza del cielo se revela ilusoria es una cara de la tentación, pero no menos temible es que esta otra cara que consiste en dudar que Dios se interesa por el alma, en pensar que él 1a abandona a sí misma en sus esfuerzos irrisorios para conseguir el fin prometido. San Pío de Pieltrecina o santa Teresa de Jesús, son dudas normales y razonables. En realidad, todos los que trabajan contra la injusticia y la miseria desde el punto de vista de la fe, se han sentido solos y comprueban tanta maldad que vuelven los ojos al Cielo... y en ocasiones tienen y tenemos la sensación de que Dios está comunicando, está de vacaciones.

VOLVIENDO A LA MADRE TERESA DE CALCUTA

Saber de las dudas de Madre Teresa engrandece su figura. Era, además de una santa, una persona de carne y hueso que reía y lloraba como todos. Si a la mayor parte del mundo le asaltan dudas de fe en su vida cotidiana, imaginad lo que le sucedería a ella, rodeada de muerte, lepra, sida abandono...

MUERTE DE AMOR

La reacción de Teresa a sus dudas fue extraordinaria por su oportunidad y eficacia. Comprendió que no podía recurrir a ninguna ayuda externa para mantenerse firme en esta tormenta. La respuesta del abate Youf a sus confidencias era: "No os detengáis en eso, es muy peligroso", le hizo decir con humor: "No es muy consolador oír esto". Lo que motiva esta confianza total no son sus méritos personales, una vida ejemplar, es el incomprensible e infinito Amor misericordioso de Las Ultimas Conversaciones están llenas de anotaciones de este tipo: "Mi alma, a pesar de sus tinieblas, está en suma paz admirable". Admirable, en efecto, aunque la naturaleza le castigó con enfermedades que la agotaron en su cuerpo y en su alma. La alegría y la serenidad Irradian de su ser, hasta tal punto que sus hermanas estaban sorprendidas por ello y olvidaban a veces que tenían a su cuidado a una enferma muy grave, yendo a pedirle consejos, hostigándola con preguntas o para recibir consuelo. Paz admirable, hablando humanamente, porque no hay otra fuente que la gracia presente en el fondo del corazón de Teresa. De modo que su último suspiro que señala, con un éxtasis momentáneo, su triunfo, aparece como la meta de su subida. Bien entendido que, hasta el último segundo, podía fallar y Teresa no lo ignoraba, ella que confiaba tanto de su debilidad. Pero tal desfallecimiento era más que improbable, porque, suele decirse, se muere como se ha vivido. Dice San Juan de la Cruz que las almas que mueren de amor, mueren dulcemente como el cisne, que nunca canta y sólo lo hace cuando va a morir, con un ritmo delicioso como quien divisa ya las riberas de las verdes praderas y se acompasa al himno de los bienaventurados. La muerte de Teresa confirma toda su vida poniendo puntos suspensivos finales que la resumen enteramente:Oh, te amo!... ¡Dios mío... os amo!..." Y, como San Juan en un éxtasis luminoso, inclinó la cabeza en la almohada y se fue a cantar Maitines al Cielo.

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