jueves, 1 de abril de 2010

MISA CRISMAL


Agua, pan, vino y aceite de oliva: nunca se explicó tan bien su sentido cristiano.

Benedicto XVI ha vuelto a hacer una demostración de la que quedará como una de las características esenciales de su pontificado: la claridad pedagógica. Su homilía del Jueves Santo resumió el significado católico de los alimentos más vinculados simbólicamente a la historia y la liturgia de la Iglesia, pero lo llamativo no es lo que dijo, sino cómo supo explicarlo.

Aunque la doctrina expuesta es común en los Padres de la Iglesia y en los manuales de teología, probablemente la homilía de Benedicto XVI en la Misa Crismal de 2010 quede como la mejor explicación sobre el sentido y valor de los santos óleos y de otros signos de los sacramentos de la Iglesia.

El Papa presidió esta tradicional celebración del Jueves Santo a las 9:30 de la mañana en la Basílica de San Pedro, en concelebración con los cardenales, obispos y sacerdotes presentes en Roma. Durante la ceremonia renovaron sus promesas sacerdotales y se bendijeron los óleos de los catecúmenos y de los enfermos, así como el Santo Crisma.

El sermón de Joseph Ratzinger versó precisamente sobre estos tres óleos y sobre otros alimentos presentes desde siempre en la simbología y la liturgia cristianas.

«Los elementos de la creación con los cuales se construye el cosmos de los sacramentos son cuatro: el agua, el pan de trigo, el vino y el aceite de oliva», dijo el Papa, antes de añadir que «el agua, como elemento básico y condición fundamental de toda vida, es el signo esencial del acto por el que nos convertimos en cristianos en el bautismo, del nacimiento a una vida nueva. Mientras que el agua, por lo general, es el elemento vital, y representa el acceso común de todos al nuevo nacimiento como cristianos, los otros tres elementos pertenecen a la cultura del ambiente mediterráneo. Nos remiten así al ambiente histórico concreto en el que el cristianismo se desarrolló. Dios ha actuado en un lugar muy determinado de la tierra, verdaderamente ha hecho historia con los hombres».

Mientras que el pan simboliza la vida cotidiana y el vino la fiesta, en el sentido de «la alegría de los redimidos», es el aceite de oliva el que adquiere un sentido realmente sublime: el mismo nombre de Cristo es la traducción griega de la palabra Mesías, que significa Ungido: «El aceite de oliva es de un modo completamente singular símbolo de cómo el Hombre Jesús está totalmente colmado del Espíritu Santo», en la medida en que fue ungido «no con aceite material, sino con Aquel al que el óleo representa: con su Santo Espíritu».

El Papa recordó que los santos óleos están presentes en cuatro sacramentos: bautismo, confirmación, unción de enfermos y orden sacerdotal, siempre «como símbolo de la bondad de Dios que llega a nosotros», es «la medicina de Dios».

E insiste en ello Benedicto XVI justo en relación a los sacerdotes, de nuevo acudiendo a la etimología popular, que une el griego elaion (aceite) con eleos (misericordia): el sacerdote, también ungido en su ordenación, es el hombre que recibe «el encargo de llevar la misericordia de Dios a los hombres».

Y también el ramo de olivo tiene una simbología de victoria, sobre el pecado y sobre la muerte, por lo cual los primeros cristianos decoraban con ellos sus tumbas: «Estaban seguros de que Cristo, que les había prometido la paz que el mundo no era capaz de ofrecerles, estaba esperándoles».

Cristo, en fin, «es el aceite de júbilo», aunque un júbilo distinto al que «la sociedad moderna anhela»: «La diversión, en su justa medida, es ciertamente buena y agradable. Es algo bueno poder reír. Pero la diversión no lo es todo. Es sólo una pequeña parte de nuestra vida, y cuando quiere ser el todo se convierte en una máscara tras la que se esconde la desesperación o, al menos, la duda de que la vida sea auténticamente buena, o de si tal vez no habría sido mejor no haber existido».

Benedicto XVI apela al gozo que da Cristo, distinto porque «puede ir unido al sufrimiento» y «nace de la verdad». Ése es el óleo que el mundo «necesita urgentemente», concluye el Papa para animar a los sacerdotes, en su gran día del año, a cumplir tan sagrada misión.
E.R./ReL

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