jueves, 22 de abril de 2010

ENTENDIENDO LA EUCARISTÍA


ENTENDIENDO LA EUCARISTÍA – SEGUNDA PARTE

8. LA PRESENCIA DE JESÚS EN EL SAGRARIO
Jesús ha cumplido su promesa: “No los dejaré huérfanos... Estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.

Nos dejo su Sacrificio de la Cruz, a través de la Santa Misa; dejó ese alimento, que es su Cuerpo, el cual nos hace fuertes para poder hacer el bien, siendo así hijos del Padre Eterno porque hacemos sus obras. Y se queda en el Sagrario, para estar disponible.

¿Qué hace Jesús en el silencio de Sagrario?
Adora a su Divino Padre, intercede por nosotros y suple con su Amor, el desamor de los hombres y mujeres, que preferimos nuestro camino, nuestros gustos que llenarnos de sabiduría, de amor y de felicidad que sólo Dios puede dar. Sólo Dios es capaz de llenar las aspiraciones del corazón humano.

En el silencio de la Eucaristía, Jesús ama a los hombres; los ama con un amor que es compasión para todas nuestras penas, misericordia para todos nuestros pecados, ternura para todas nuestras pobres manifestaciones de amor.

A imitación suya, cuando estamos frente al Sagrario, unámonos a sus adoraciones para adorar “en espíritu y en verdad” al divino Padre y busquemos aquí el consuelo de nuestras penas, el perdón de nuestras culpas y esa ternura del corazón de Cristo, que saciará la sed infinita de amor que atormenta al pobre corazón humano...

Que importante es para la vida de una persona, que desea encontrarse con Cristo vivo y seguirle, los momentos de oración, de dialogo ante el Sagrario. Ese es uno de los secretos de Juan Pablo II, los momentos junto al Sagrario a lo largo de su jornada. Durante sus viajes pasa horas enteras, de noche o por la madrugada, junto al Sagrario.

La oración silenciosa en el sagrario prolongará en el corazón y en la vida del cristiano, la oración suscitada en la Misa: interceder por el mundo, meditar el misterio de Cristo, la acción de gracias por los dones de Dios...

“!Oh insensatos del mundo!, dice San Agustín, desdichados, ¿a dónde van a parar para satisfacer su corazón? Vengan a Jesús, que Él sólo puede darles el contento que buscan. Alma mía no seas tú tan insensata; busca sólo a Dios, busca el bien en el que están todos los bienes, como dice el mismo santo; y si quieres hallarle presto, aquí le tienes cerca de ti: dile lo que deseas, pues está en el Sagrario para oírte y consolarte” (San Alfonso Ma. De Ligorio)

“Pasan muchos cristianos grandes fatigas y se exponen a innumerables peligros por visitar los lugares de la Tierra Santa en que nuestro amabilísimo Salvador nació, padeció y murió. No necesitamos nosotros emprender tan largo viaje, ni exponernos a tales riesgos, cerca tenemos al mismo Señor que habita en la Iglesia a pocos pasos de nuestras casas. Y si los peregrinos se tienen por venturosos, como dice San Paulino, si logran traer de aquellos lugares un poco de polvo del pesebre o del sepulcro del Señor, ¡Con qué fervor deberíamos ir nosotros a visitarle en el Santísimo Sacramento, donde está el mismo Jesús en persona! Sin ser necesario para hallarle pasar tantos trabajos ni peligros” (San Alfonso Ma. De Ligorio)

Clínica del alma.
Médico: Jesucristo (Hijo de Dios)
Experiencia: Infalible y Eterna
Residencia y Oficinas: En todas partes, especialmente en la Eucaristía
Su poder: Ilimitado
Su especialidad: lo Imposible
Su instrumento: El poder
Enfermedades para sanar: Todas
Precio del tratamiento: Fe
Garantía: Absoluta
Horas de Consulta: 24 hrs.

El encuentro con Cristo vivo en la Eucaristía.
Ya nos hemos asomado a este gran misterio: Jesús subió al cielo, a la derecha del Padre, pero quiso quedarse cerca de nosotros. Como es Dios y todo lo puede, no sólo nos dejo un recuerdo o una pintura, se quedó Él mismo.

Encontrémonos con Cristo vivo en la Eucaristía, ven y lo verás.
Como ama con todo su corazón, lleno de vida divina, da sin pedirte nada a cambio, nada: sólo quiere hacerte feliz, darle sentido a tu vida, al dolor, a la muerte.

Te hace fuerte para que recorras el camino que nos manda, ¡que es el mejor!. Peor son las esclavitudes del pecado de la soberbia, del egoísmo, del alcohol, de la pornografía, de la persona débil que no puede proponerse nada o no le sale nada... Ser esclavos de la opinión que tengan sobre nosotros...

Encontrémonos con Cristo vivo en la Eucaristía, ven y lo verás.
Te van a pedir, por tu bien, que dejes aquello que te daña, y adquieras esos valores tan propios de los hijos de Dios, y que es lo que nos hace felices en la tierra y es el camino para la vida eterna.

Encontrémonos con Cristo vivo en la Eucaristía, ven y lo verás.
Cuando te acerques, habla con Él, ábrele tu corazón, ten confidencias; te entiende, te escucha, te dará paz y pondrá en tu cabeza algo que pueda ser la solución a lo que le planteas. No basta rezar, repetir oraciones, ve a buscarle y platica con el mejor amigo que hayas podido soñar; medita sus enseñanzas, reflexiona sobre tu vida.

Encontrémonos con Cristo vivo en la Eucaristía, ven y lo verás.

1. Cristo, alimento.
“Las palabras de Jesús: ‘Tomad y comed’ corresponden a la aspiración del corazón humano, necesitado de satisfacer la multitud de formas de hambre que marcan la peregrinación terrena: hambre de alimento de bienes esenciales para vivir, hambre de justicia y de libertad, hambre de amor y de esperanza. En el pan y el vino Dios da al hombre no sólo el alimento que lo nutre, sino también el sacramento que lo renueva, para que nunca le falte este apoyo del cuerpo y el espíritu. La oración que dirigimos al Padre celestial: ‘Danos hoy nuestro Pan de cada día’, de hecho, encuentra respuesta completa en la Palabra Divina y en la Eucaristía. También a nosotros hoy como a la gente que pedía a Jesús: “Señor, danos siempre de este pan, y Él responde: “Yo soy el pan de vida, el que venga a mí no tendrá hambre y el que crea en mí no tendrá sed”“(Juan 6, 34-35).

Alimentarse de Cristo en el santo altar es reconocer que “su Carne inmolada por nosotros es alimento que nos fortalece”, experimentando la verdad de su promesa: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso” (Mateo, 11,28). La fuerza del pan y del vino consagrado invita, por lo tanto, a volver con perseverancia a comer y beber en el convite eucarístico, para recuperar la energía de progresar en el camino hacia la comunión definitiva con Dios.

La fe alimentada por el “pan de vida” y por el “cáliz de la salvación” no se cansa de repetir que Jesús es la verdadera respuesta que pone fin a nuestra búsqueda, es el sentido de la vida y de su futuro: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día. El que come este pan vivirá para siempre”(Juan, 6, 54-58). Sobre todo, en los momentos en los cuales el sufrimiento exige una respuesta de amor, debemos fijarnos que, las palabras de Cristo: “Tomad y Comed”, se dirigen propiamente a él. El Pan Eucarístico es la fuerza de los débiles, el apoyo de los enfermos, el bálsamo que sana las heridas, el viático del que deja este mundo. Es el vigor de los fieles que trabajan, en ambientes y circunstancias en las cuales es la única posibilidad de proclamación del Evangelio dando testimonio de Jesucristo, “Camino, Verdad y Vida”(Jn 14,6). “Comer el pan de vida” tiene como fin hacer visible aquello por lo cual verdaderamente vale la pena vivir”.

2. El Domingo, día del Señor.
El Domingo, un día de crecimiento humano y espiritual

El Papa Juan Pablo II, escribió la carta apostólica “Dies Domini” (El día del Señor), donde nos explica la importancia que tiene el Domingo para la vida de las personas, las ideas centrales de este documento son: El fin de semana es un tiempo de reposo, pero nos pide que no confundamos el Domingo, que debe ser una “verdadera santificación del día del Señor”, con el mero descanso o diversión. Ante la diversidad de situaciones socioeconómicas y culturales, «parece más necesario que nunca, recuperar las motivaciones doctrinales profundas, que son la base del precepto eclesial, para que todos los fieles vean muy claro el valor irrenunciable del domingo en la vida cristiana» (n. 6). «Este es un día que constituye el centro mismo de la vida cristiana. Si desde el principio de mi pontificado no me he cansado de repetir: "¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!", en esta misma línea quisiera hoy invitar a todos con fuerza a descubrir de nuevo el domingo: ¡No tengáis miedo de dar vuestro tiempo a Cristo!” ». (n. 7).

Cuenta el Papa el relato del Génesis, donde se dice que Dios descansó el séptimo día. El capítulo III - Dies Ecclesiae, el día de la Iglesia - se dedica a la celebración eucarística, centro del domingo. «Entre las numerosas actividades que desarrolla una parroquia, ninguna es tan vital o formativa para la comunidad como la celebración dominical del día del Señor y de su Eucaristía». (n. 35). «No se ha de olvidar, por lo demás, que la proclamación litúrgica de la Palabra de Dios, sobre todo en el contexto de la asamblea eucarística, no es tanto un momento de meditación y de catequesis, sino que es el diálogo de Dios con su pueblo, en el cual son proclamadas las maravillas de la salvación y propuestas siempre de nuevo las exigencias de la alianza. El Pueblo de Dios, por su parte, se siente llamado a responder a este diálogo de amor con la acción de gracias y la alabanza, pero verificando al mismo tiempo su fidelidad en el esfuerzo de una continua "conversión"». (n. 41). El aspecto comunitario «se manifiesta especialmente en el carácter de banquete pascual propio de la Eucaristía. (...) Por eso la Iglesia recomienda a los fieles comulgar cuando participan en la Eucaristía, con la condición de que estén en las debidas disposiciones y, si fueran conscientes de pecados graves, que hayan recibido el perdón de Dios mediante el Sacramento de la reconciliación, según el espíritu de lo que San Pablo recordaba a la comunidad de Corinto. (...) Es importante, además, que se tenga conciencia clara de la íntima vinculación entre la comunión con Cristo y la comunión con los hermanos. La asamblea eucarística dominical es un acontecimiento de fraternidad» (n. 44).

3. El precepto dominical.
«Hoy, como en los tiempos heroicos del principio, en tantas regiones del mundo se presentan situaciones difíciles para muchos que desean vivir con coherencia la propia fe. El ambiente, es a veces declaradamente hostil y, otras veces - y más a menudo -, indiferente y reacio al mensaje evangélico. El creyente, si no quiere verse avasallado por este ambiente, ha de poder contar con el apoyo de la comunidad cristiana. Por eso es necesario que se convenza de la importancia decisiva que, para su vida de fe, tiene reunirse el domingo con los otros hermanos para celebrar la Pascua del Señor con el sacramento de la Nueva Alianza». (n. 48).

«Los Pastores tienen el correspondiente deber de ofrecer a todos la posibilidad efectiva de cumplir el precepto». (n. 49). De ahí, explica el Papa, que la Iglesia facilite la participación en la Misa dominical desde el sábado por la tarde.

El capítulo IV, llamado “el día del hombre”, subraya que el domingo es el día de alegría, descanso y solidaridad: «Además, dado que el descanso mismo, para que no sea algo vacío o motivo de aburrimiento, debe comportar enriquecimiento espiritual, mayor libertad, posibilidad de contemplación y de comunión fraterna, los fieles han de elegir, entre los medios de la cultura y las diversiones que la sociedad ofrece, los que estén más de acuerdo con una vida conforme a los preceptos del Evangelio». (n. 68). «El domingo debe ofrecer también a los fieles la ocasión de dedicarse a las actividades de misericordia, de caridad y de apostolado». (n. 69). «De hecho, desde los tiempos apostólicos, la reunión dominical fue para los cristianos un momento para compartir fraternalmente con los más pobres» (n. 70). El cristiano ha de reconocer «que no se puede ser feliz "solo"», y buscar «a las personas que necesitan su solidaridad». (n. 72).

Un último capítulo, donde el Papa habla del domingo como el día de los días: ese domingo brota de la Resurrección y atraviesa el tiempo como una flecha que penetra los siglos, orientándolos hacia la segunda venida de Cristo.

El documento concluye con una exhortación a vivir en plenitud el domingo: «Considerando globalmente sus significados y sus implicaciones, es como una síntesis de la vida cristiana y una condición para vivirla bien. Se comprende, pues, por qué la observancia del día del Señor signifique tanto para la Iglesia y sea una verdadera y precisa obligación dentro de la disciplina eclesial. Sin embargo, esta observancia, antes que un precepto, debe sentirse como una exigencia inscrita profundamente en la existencia cristiana». (n. 81).

4. El Sagrario
Jesús te espera hace 2000 años en la Eucaristía.

Un autor de nuestros tiempos nos ayuda con este razonamiento:

“Si para liberarte, hubieran encarcelado a un íntimo amigo tuyo, ¿no procurarías ir a visitarle, a charlar un rato con él, a llevarle obsequios, calor de amistad, consuelo?... Y, ¿si esa charla con el encarcelado fuese para salvarte a ti de un mal y procurarte un bien..., lo abandonarías? Y si ¿en vez de un amigo, se tratase de tu mismo padre o de tu hermano?” ¡Entonces! (Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, Surco n.685)

Jesús se “ha metido en esa cárcel de amor”, para estar disponible y poder estar accesible para cuando lo necesitáramos: ve a charlar con Él, tú saldrás ganando: Cuánto ha hecho Jesús por ti, por nosotros, ¡ya no puede hacer más!, nos invita pero respeta nuestra libertad.

¡Si fuéramos más consientes los cristianos, de la presencia de Cristo vivo en la Eucaristía, las iglesias estarían llenas todos los días a todas horas! ¡El mundo estaría lleno de amor, habría paz y justicia! ¿No está el mundo tan revuelto porque nos hemos alejado de la persona que lo puede arreglar? Encontrémonos con Cristo vivo en la Eucaristía, ven y lo verás.

V. COSTUMBRES EUCARÍSTICAS
A lo largo de estos 2000 años, han ido surgiendo algunas costumbres Eucarísticas, para honrar a nuestro Salvador, a Jesús que se quiso quedar cerca de nosotros, y... amor con amor se paga. La historia es la siguiente...

1. LA HISTORIA DEL CULTO A LA EUCARISTÍA
De este culto, tal como se desarrolló en otros países, con una amplitud cada vez más grande, no encontramos ninguna traza antes de los primeros años del siglo XII, pero si un fundamento de fe tan antiguo como la Iglesia Cristiana. La permanencia de la realidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor en el misterio de la cena, ninguna comunidad eclesiástica antes del siglo XVI interpretó las palabras de Jesús: “tomen y coman, esto es mi cuerpo” y “tomen y beban, esto es mi sangre” como limitando esta presencia al acto en el cual son consumidos el pan y el vino. Lo que aparece en la Edad Media y no se manifestó en Oriente es un conjunto de prácticas, de nuevas prácticas, arraigadas en esta antigua creencia.

EL SAGRARIO
La Santa Reserva, era guardada en un anexo del santuario llamándola con diferentes nombres (sagrario, etc.), generalmente se guardaba bajo la responsabilidad de los diáconos y permanecía fuera de la vista de los fieles. La iglesia, que no fue al principio mas que un local donde se reunían para la liturgia, se volvió también una casa de oración cuando los cristianos venían a otras horas del día para orar y hablar con Dios. Cuando los monjes penetraban, en el oratorio de su comunidad a orar, no había sagrario hacia dónde dirigirse, hacia donde mirar, sólo veían hacia el altar, la mesa del sacrificio que, para ellos, representaba simbólicamente la presencia del Señor.

EL CULTO EUCARÍSTICO EN OCCIDENTE
Estas expresiones son significativas; la oración es dirigida a Cristo, mientras que, en la celebración de la misa, al menos en su parte central y esencial es hacia el Padre al que se dirigen las alabanzas y las súplicas, por la mediación del Hijo. Al lado de este gran movimiento del al Padre por el Hijo, la espiritualidad evangélica había hecho nacer en el corazón de los cristianos un deseo de dialogar con el Señor Jesús, una búsqueda de intimidad más profunda con Él, una búsqueda de la humanidad del Salvador en su proximidad con nosotros.

LA RESERVA EUCARÍSTICA
Surgió un nuevo interés por guardar la Reserva Eucarística, la gente ya no se conformaba con guardarla en la sacristía, en una caja en la cual se reservaba para los enfermos; o de una misa a otra. En ciertos lugares, y a partir del siglo IX, se prefirió depositarla sobre el altar, lo que entonces hizo que la gente se preocupara más por la presentación de este cofre y se inspiraron entonces, en otras piezas del mobiliario litúrgico más antiguas, como por ejemplo, los “tours” o torres en las cuales, en el antiguo rito galo, se llevaban las Hostias al principio de la liturgia eucarística. Estos dispositivos tenían la ventaja de que poseían una cerradura, lo que evitaba que hubiera profanaciones.
(Cfr. L’ Èglise en Priere, Tomo II pp 262- 284, por R. Cabié)

2. LAS FORMAS DE DEVOCIÓN EUCARÍSTICA
En palabras del Papa Juan Pablo II: “La adoración a Cristo en este sacramento de amor debe encontrar expresión en diversas formas de devoción eucarística: plegarias personales ante el Santísimo, horas de adoración, exposiciones breves, prolongadas, anuales (las cuarenta horas), bendiciones eucarísticas, procesiones eucarísticas, Congresos eucarísticos (...) La animación y robustecimiento del culto eucarístico son una prueba de esa auténtica renovación que el Concilio se ha propuesto y de la que es punto central (...). Jesús nos espera en este Sacramento de Amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las graves faltas y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración.” (Carta Dominicae Cenae, sobre el misterio y el culto de la Eucaristía, 24-III-1980, n.3).

3. LA EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO
El deseo de ver la Hostia, dio lugar, en la Edad Media, a la elevación después de la consagración del pan y del vino, este uso se desarrolló como lo hemos notado en la iglesia de Contrarreforma. Es de esta costumbre que habla primero el ritual del Papa Paulo VI: el Santísimo Sacramento retirado del sagrario, es presentado a los fieles en el copón o cáliz, donde se conserva habitualmente de tal forma que el pan consagrado pueda ser visto.

No se debe celebrar el Santo Sacrificio en la misma nave o parte de la iglesia mientras dura la exposición. En estos momentos esta en su forma solemne. Se comienza con los Santos Misterios, donde es consagrado el pan que se propone a la adoración el cual, está situado en el copón o la custodia después de la comunión. Dura tanto tiempo como hay fieles que vengan a recogerse en la Iglesia y comprende oraciones, cantos, lecturas y tiempos de silencio prolongados. Se concluye con la bendición dada con el Santísimo Sacramento, siempre precedida de un himno o un canto apropiado y de una oración, después de esto el pan consagrado se regresa al Sagrario. Se llama la hora Santa, y suele ser los jueves, día que se dedica a la Eucaristía.

Existen fórmulas más breves, lo importante es que eso dé lugar a un momento de oración, no es permitido sacar la eucaristía únicamente para dar la bendición.

4. LAS PROCESIONES EUCARÍSTICAS
Ya en la Edad Media, las procesiones eran muy populares: se llevaban en ellas reliquias de santos, en una procesión se trasladan para solemnizar su fiesta, así como imágenes de la cruz o de otros símbolos religiosos. Todo eso se hacía con solemnidad, se llamaba a los fieles para acompañar al cortejo, y los que no podían ir eran llamados por medio de una campanita para así recogerse al paso del cortejo que iba hasta la iglesia o a la casa de un enfermo. Por otra parte, el jueves santo, se acostumbraba dar cierta importancia al rito en el que se llevaba a la Eucaristía, desde el altar al lugar donde se conservaba para su adoración y comunión del día siguiente. Al final del siglo XI, este acto litúrgico tenía ya connotaciones festivas.

Se pueden ver en las primeras procesiones del Santísimo Sacramento, modelos de un lazo orgánico que se subraya entre la misa que se viene de ofrecer y la comunión que justifica la existencia.

La institución de la fiesta del Corpus Christi va a dar lugar a una manifestación de carácter nuevo. El Papa Urbano V instituye esta solemnidad en toda la iglesia. Esta innovación se extiende bastante rápido en las ciudades primero, en los pueblos y en el campo después. Quizá es en esta ocasión, que se empezaron a utilizar relicarios para transportar y distribuir a los fieles las Santas Especies. El éxito de estas procesiones llegó a extender esto a otras circunstancias en ciertas regiones de Alemania, y, es a partir del siglo XIV, una manera de solemnizar las grandes fiestas del año. Según el nuevo ritual, se presenta una ocasión especial para el pueblo cristiano de, a través de las calles de las ciudades y de los pueblos, dar un testimonio público de fe y de piedad referente a la Eucaristía. Por otra parte “es importante que la procesión con el Santísimo Sacramento se haga después de la misa donde se consagra el pan que se llevará en la procesión” o por lo menos “después de una adoración pública y prolongada que siga a continuación de la misa”. Es también aconsejable, como para toda procesión que ésta se dirija de un lugar a otro y es únicamente en circunstancias particulares que se regresa a la iglesia de donde se parte. El rito se concluye con una bendición con la Eucaristía.

5. LOS CONGRESOS EUCARÍSTICOS
“El congreso es por tanto un acto de fe en la soberanía del amor de Cristo que se irradia de la presencia eucarística; es un ratificar el culto eucarístico en toda su plenitud y complementariedad. Sabemos que el sacrificio de la misa tiene el primer lugar en la liturgia, lo afirman todos los documentos del magisterio, hasta los mas recientes. Pero del mismo modo queremos recordar a todos nuestros hermanos e hijos que, ante ciertas nuevas improvisadas cuestiones teóricas y prácticas, todas las formas del culto eucarístico mantienen inalterada su validez, su insustituible función, su valor pedagógico y formativo, escuela de fe, de oración y de santidad..., reavivando el culto a la presencia real de Cristo, puedan reavivar la generosidad, el esfuerzo, el heroísmo de descubrir a Cristo en el rostro y en el sufrimiento de los pobres, de los necesitados, de los inmigrados, de los enfermos, de los moribundos, y servirle con amor en ellos, sostenidos por la fuerza que sólo da el hábito prolongado de familiaridad y de oración con Él”. (Pablo VI).

En efecto, todos los CONGRESOS EUCARÍSTICOS INTERNACIONALES realizados después del Concilio Vaticano II (Bombay, Melbourne, Filadelfia, Lourdes, Nairobi y Seúl) han sido una ocasión muy significativa, para renovar y reforzar, a través de encuentros de oración y estudio, de colaboraciones y acciones comunes, de testimonio de vida cristiana, ese espíritu de búsqueda de la unidad perfecta en el único cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Lo mismo que los comienzos, también hoy los Papas ven en los Congresos Eucarísticos acontecimientos eclesiales que deberían interesar a todos, y comprometer a todos aquellos quienes forman parte del pueblo de Dios: “individuos, Iglesias locales, Iglesia universal y esto lo mas ampliamente posible” (S 12), “son una ocasión providencial para hacer crecer el sentido de la Eucaristía entre los sacerdotes, los religiosos y los fieles, mas allá del círculo restringido de los que podrán participar en el lugar o mediante la radio y la televisión. Es decir, se trata de hacer comprender mejor el lugar central de la Eucaristía en la Iglesia”.

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