lunes, 26 de abril de 2010

I: CONTRADICCIONES DE LOS SANTOS


Contradicciones que han sufrido los santos y los hombres de Dios a lo largo de la historia.

INTRODUCCIÓN
En recuerdo del Gris, aquel perro (?) oportuno y magnífico.

Debo aclarar a los lectores a los que haya sorprendido la dedicatoria con la que se abre este libro, que el Gris no es ningún animalito de compañía. El Gris es aquel perrazo imponente que surgía en defensa de san Juan Bosco cuando se encontraba en apuros, y al que el Santo comparaba, por su aspecto terrible, con un lobo enfurecido.

El Gris tenía más de un metro de altura y una peculiaridad sorprendente: se presentaba en los momentos más oportunos - por ejemplo, con ocasión de un atentado - y desaparecía luego como por encanto. ¿Quién era el misterioso Gris? Cuando se lo preguntaban, Don Bosco eludía, riendo, la respuesta.

Gheón, al referirse a la naturaleza de este misterioso animal al que aludía san Juan Bosco en sus Memorias del Oratorio, decía que "la Providencia puede servirse de un perro. Un ángel tiene posibilidad de hacer surgir su forma. Lo menos que se puede decir es que este animal supo rastrear la santidad y ponerse decididamente a su favor".

Durante estos últimos años he añorado en algunas ocasiones la presencia poderosa del Gris. Se han prodigado los ataques contra algunas figuras de la iglesia y pocas voces han acudido en su defensa; y con frecuencia los afectados han sufrido la indefensión en la que el infamante suele sumir a su agredido.

No es fácil responder a la calumnia. ¿Qué actitud tomar? El que opta por no defenderse corre el riesgo de reconocer con su silencio la calumnia; y ya se sabe, "el que calla, otorga". Y el que se defiende, da pábulo a nuevas calumnias y escándalos periodísticos, que son los efectos - con frecuencia comerciales - que precisamente busca el agresor.

Los ataques que han sufrido algunas personalidades de la Iglesia contemporánea no son, desde el punto de vista histórico, excesivamente novedosos. Muchas de las acusaciones que escucho ahora contra cardenales, obispos y fundadores, me evocan viejas lecturas escolares.

Con acusaciones semejantes aguijonearon sus contemporáneos a dos grandes santos, San José de Calasanz y San Juan Bosco, fundadores de los dos colegios en los que estudié - un colegio de escolapios primero, y de salesianos después -, y de los que guardo tantos gratos recuerdos, al igual que de la Universidad de Navarra, donde conocí a san Josemaría, canonizado en el 2002.

Con el paso de los años he ido leyendo la vida de muchos hombres y mujeres santos, y he tenido oportunidad de tratar a algunas personalidades contemporáneas de la Iglesia que posiblemente veamos en el futuro en los altares. He observado que prácticamente todos, de un modo u otro - desde san Pío de Pietrelcina a la Beata Teresa de Calcuta - han tenido que morder la fruta amarga de la incomprensión o del escándalo.

Esto me ha llevado a acometer la tarea de analizar y comparar las diversas contradicciones que han sufrido algunos santos a lo largo de la historia.

Afortunadamente, aquellas antiguas hagiografías que nos presentaban a los santos envueltos en un haz de luz, avanzando pacíficamente hacia la beatitud entre la admiración y el aplauso de los contemporáneos, reposan desde hace mucho tiempo entre las telarañas de las bibliotecas. Bien merecido tienen su letargo: son tan falsas desde el punto de vista histórico como desvirtuadoras del concepto mismo de santidad.

Sin leyendas doradas.
Ya no es tiempo de las leyendas doradas: es necesario recordar que los hombres y mujeres santos de todas las épocas no caminaron jamás como ángeles alados sobre nubes de purpurina: fueron labrando su santidad día tras día, paso a paso, a fuerza de dificultades y tropiezos.

Cayeron y se levantaron una y otra vez, entre los barrancos y el fango; se lastimaron - porque eran hombres - con las piedras de las miserias humanas y de sus propios defectos y limitaciones; y soportaron por amor a Dios, hasta llegar al heroísmo, la polvareda que formaron a su alrededor, con sus insultos y calumnias, algunos de sus contemporáneos.

Es posible que, tras la lectura de estas páginas, algún lector se plantee la posible veracidad de determinadas acusaciones contra los hombres y mujeres santos. Es comprensible: la calumnia juega astutamente con esa tendencia humana a conceder, al menos, un punto de razón al ofensor, -siguiendo el conocido dicho popular: "cuando el río suena...".

Pero a veces suena el río y sólo lleva piedras: murmuración, despecho, trapisonda y, con frecuencia, intereses inconfesables. Los católicos conocen el rigor y la prudencia con la que actúa la autoridad de la Iglesia a la hora de llevar a sus fieles a los altares. Porque, por muy grande que sea la devoción popular hacia una determinada persona, por muy extendida que esté la fama de sus virtudes, antes de reconocer su santidad públicamente -es decir, antes de proponer a esa persona como objeto de culto y de intercesión-, la Iglesia procede a una minuciosísima investigación sobre su vida –un proceso, un juicio en toda regla- donde, entre otras cuestiones, se analizan, una tras otra, con gran rigor, todas las imputaciones, acusaciones, denuncias, etcétera, que sus enemigos le hicieron en vida.

San José de Calasanz
La Causa de Canonización de san José de Calasanz es un ejemplo entre muchos. Como la sombra de la calumnia es tristemente alargada, muchas de las falsedades que se dijeron contra el Santo en vida le persiguieron tras su muerte y la Iglesia tuvo que ir aclarándolas, una tras otra, a lo largo de un proceso que duró un siglo. Con razón afirma Giner, que ha analizado detenidamente todas las peripecias del complicado proceso del santo aragonés, que "el camino que lleva a la verdadera santidad es estrechísimo y las biografías de los santos nos lo prueban sobradamente. Pero no es menos difícil, estrecho y complicadísimo el sendero marcado por la Iglesia para conducir a los santos, en una especie de peregrinaje póstumo, hasta los altares, en donde reciban legítimamente el culto público hacia ellos destinado".

Pido disculpas a a los que pueda molestar este desescombro histórico. ¡Bastante tuvieron que soportar en vida estos hombres y mujeres de Dios - podrían argumentar - como para airear de nuevo toda esa podredumbre. El conjunto de acusaciones y calumnias contra los santos compone, con el paso de los siglos, una buena carretada de inmundicias. ¿Para qué sacar a la luz de nuevo este conjunto maloliente de falsedades, insultos y chismorreos?

No ha sido mi propósito exhumar viejas calumnias, cuya falsedad en la mayoría de los casos ha sido puesta en evidencia desde hace siglos; sino mostrar la actitud heroica de los santos frente a esas contradicciones, y recordar - ante algunos sucesos de la vida cotidiana - que no hay nada nuevo bajo el sol.

Además, por muy graves que hayan sido esas acusaciones, no han logrado empañar las figuras excelsas de los hombres y mujeres de Dios: al contrario; bajo toda esa miseria arrojada sobre sus rostros, su imagen se nos muestra aún más noble y más digna, más amable y atractiva, y resplandece en ellos, como se ha afirmado recientemente, "aún más el heroísmo que comporta la identificación con Cristo a la que llegan. La basura que algunos hombres de su tiempo les arrojaron fue el abono para llegar a la plenitud de su vida cristiana; y, paradójicamente, hace de los santos un irresistible polo de atracción hacia Cristo para muchos hombres y mujeres de todos los tiempos".

Una provocación al conformismo
Ya recordaba san Alfonso María de Ligorio que "quien quiera ser glorificado con los santos del Cielo necesita, como ellos, padecer en la tierra, pues ninguno de ellos fue querido y bien tratado por el mundo, sino que todos fueron perseguidos y despreciados, verificándose lo del propio Apóstol: Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos.

"Los santos - recordaba el Siervo de Dios Pablo VI el 3 de octubre de 1976 en la homilía de Canonización de santa Beatriz de Silva - representan siempre una provocación al conformismo de nuestras costumbres, que con frecuencia juzgamos prudentes sencillamente porque son cómodas. El radicalismo de su testimonio viene a ser una sacudida para nuestra pereza y una invitación a descubrir ciertos valores olvidados".

Espero que al lector le suceda lo mismo que a mí al redactar estas páginas, y que al contemplar la actitud de estos hombres y mujeres de Dios ante la persecución y la calumnia, crezca su veneración hacia ellos. Ése ha sido mi único deseo.

I. A LO LARGO DE LA HISTORIA
¡Crucifícalo! Uno de los pasajes más desconcertantes del Evangelio es el que recoge el plebiscito popular sobre Jesús. El Evangelista Mateo nos pone en antecedentes:

"Los príncipes de los sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para darle muerte; pero no lo encontraron a pesar de los muchos falsos testigos presentados. Por último se presentaron dos que declararon: Éste dijo: Yo puedo destruir el Templo de Dios y edificarlo en tres días" (Mt, 26,59-61).
Hasta aquí todo resulta comprensible: se entiende que dos calumniadores a sueldo declaren falsamente ante un tribunal; se entiende que por despecho o por ambición, haya jueces corruptos: son realidades que se han dado - y que se seguirán dando - a lo largo de la historia.

Lo que cuesta entender es la ira que provoca Jesús en unas gentes que tenían tantas razones para estarle agradecidas, y su inesperada simpatía hacia un criminal como Barrabás.

Ese furor desconcertó también al procurador romano, aunque "sabía - apunta el Evangelio - que le habían entregado por envidia". No hubo, entre todo el gentío, ni una vacilación, ni una voz discordante.

"¿A quién de los dos queréis que os suelte? Ellos dijeron: A Barrabás. Pilato les dijo: ¿Y qué haré con Jesús, el llamado Cristo? Todos contestaron: ¡Sea crucificado! Les preguntó: ¿Pues qué ha hecho? Pero ellos gritaban más fuerte: ¡Sea crucificado!" (Mt, 27,21-23. 3 Ibid 27, 20)

La escena - por mucho que el Evangelista explique que "los príncipes de los sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud para que pidiese a Barrabás e hiciese morir a Jesús" resulta incongruente. Esas multitudes se habían beneficiado de los milagros de Jesús; muchos de aquellos hombres le habían seguido, años atrás, por los campos de Judea; y posiblemente ellos, o sus mujeres, o sus hijos, habían alfombrado el suelo a su paso, pocos días antes, durante su entrada triunfal en Jerusalén.

Los estudios acerca de la mentalidad de aquella sociedad no logran explicar de un modo definitivo esa trágica incoherencia de actitudes, ese ¡crucifícalo! irracional y furioso. Porque no hubo ni tan siquiera uno que alzara su voz para defenderle.

Esa ira casi irracional - que se da en culturas y mentalidades muy diversas - traspasa la frontera de la lógica humana: se adentra en el misterio del mal, en ese mysterium iniquitatis que rodeó la vida terrena de Jesús, y la vida de los santos en muy diversas latitudes de la tierra.

Las acusaciones que se han ido escuchando a lo largo de la historia de la Iglesia contra los hombres y mujeres de Dios, son un eco lejano de ese grito y sus consecuencias han sido las mismas: la crucifixión, física o moral, de los seguidores de Cristo.

Jesús lo anunció claramente: "Si el mundo os odia, sabed que antes de vosotros me ha odiado a mí" y sus palabras se han ido cumpliendo, siglo tras siglo. Al igual que la de Jesús, la presencia de los santos ha sido un signo inquietante y muchas veces incómodo para sus contemporáneos. Las mujeres y los hombres de Dios han experimentado, de un modo u otro, la soledad, la incomprensión o la infamia; la persecución, la calumnia o el desprecio; la Cruz, en definitiva.

"Éstos son los que de generación en generación han seguido a Cristo - recordaba Juan Pablo II en la ceremonia de Beatificación de Josemaría Escrivá y Josefina Bakhita -: a través de muchas tribulaciones han entrado en el reino de Dios".

Los primeros cristianos
Los seguidores de Jesús han ido recorriendo ese camino doloroso desde el primer siglo de la historia del Cristianismo. "Ya puede el cristiano vivir como todo el mundo - afirma Hamman en su libro La vida cotidiana de los primeros cristianos -, frecuentar las termas y las basílicas, ejercer los mismos oficios que los demás, que siempre hará las cosas con ciertos matices, incluso a veces actuará con reservas. Su fe es tachada de fanatismo, su irradiación es proselitismo, su rectitud es reproche".

Al principio era sólo un rumor, una murmuración en voz baja. "Circulan los cotilleos más inverosímiles - recuerda Hamman -, las acusaciones están calcadas de la imagen de la sociedad que las hace, es una proyección sobre los cristianos de los propios vicios".

Del cotilleo se pasó a la denuncia pública; y de ésta, a las persecuciones encarnizadas.

Las primeras persecuciones anticristianas fueron una desproporcionada explosión de odio, que aún hoy día resulta difícil de explicar satisfactoriamente, en todos sus extremos, desde el punto de vista histórico.

Comenzaron muy pronto, en la segunda mitad del siglo I, pero no todas tuvieron el mismo signo. En el siglo II se persiguió a los cristianos como personas privadas y sólo en la primera mitad del siglo I el objetivo fue ya la Iglesia como institución.

Al principio fue una persecución irregular y poco organizada, que se convirtió en pocos años en una represión sangrienta y ferozmente sistemática que se cobró millares de vidas. Aunque no poseamos cifras globales, las Actas de los Mártires revelan documentadamente el heroísmo de los primeros confesores de la fe y la refinada brutalidad de las torturas a las que fueron sometidos.

"En las provincias asiáticas de Capadocia y el Ponto - escribe Jedin, al relatar la persecución de Diocleciano -, los cristianos perseguidos fueron entregados a verdugos de tan refinada inventiva que arrancarles un ojo o paralizarles la pierna izquierda con hierro candente era por ellos presentado, sarcásticamente como trato humanitario, y competían entre sí en la invención de nuevas brutalidades".

Al comprobarse que los habitantes de una pequeña ciudad frigia eran cristianos en su totalidad, se le pegó fuego con todos sus moradores. Eusebio introdujo en su descripción el relato del Obispo mártir Fileas de Tumis sobre el refinamiento de las torturas empleadas en Egipto, que explotaban todas las posibilidades de la técnica del tiempo".

Las torturas que se describen en las Actas de los Mártires rozan lo inverosímil. ¿Cómo es posible semejante crueldad? La duda se disipa, apunta Jedin, que conoció los horrores de las guerras contemporáneas, al recordar "acontecimientos recientes de un pasado recentísimo".

Felices seréis cuando...
La actitud de los cristianos ante las persecuciones sorprendía profundamente a los paganos de los primeros siglos. Aquellos hombres de fe, lejos de considerarlas un mal, las recibían como la bienaventuranza predicha en el Evangelio: "Felices seréis cuando os insulten y os persigan, y digan toda clase de calumnias contra vosotros por mi causa".

En la actualidad, esa actitud - que nace de esa paradoja cristiana que encuentra la felicidad en la Cruz y la paz en la persecución -, sigue sorprendiendo también a los que se reconocen miembros de una sociedad post-cristiana, que se autoproclama pluralista y tolerante, pero en la que no falta, con frecuencia, la animadversión y la represión más o menos solapada contra la Iglesia y lo religioso.

Desde los primeros cristianos hasta nuestros días la Iglesia no ha dejado nunca de padecer persecuciones de un modo u otro, de propios y ajenos. Baste recordar - por limitarnos a los últimos siglos - el calvario de la Iglesia en los países asiáticos de misión, los episodios sangrientos de la Revolución francesa, o los ataques que ha padecido la Compañía de Jesús a lo largo de su historia.

"Las contradicciones que ha habido y hay - escribía San Ignacio de Loyola a Pedro Camps - no son cosa nueva para nosotros; antes, por la experiencia que tenemos de otras partes, tanto esperamos se servirá más a Cristo nuestro Señor en esta ciudad, cuantos más estorbos pone el que procura siempre impedir su servicio".

"No es nuestro propósito - se lee en un manifiesto de unos padres de familia mexicanos en defensa de la Compañía de Jesús fechado en 1855 - debatir ahora la cuestión que desde hace siglos se agita en el mundo sobre el instituto de la Compañía de Jesús. La existencia de esa cuestión por tan largo espacio de tiempo, el calor con que se ha seguido, la calidad de las personas que en ella han tomado parte, prueba sin duda que en el instituto hay algo verdaderamente grande y que sale del orden común; y desde que esa observación se hace, deja de parecer extraño que los jesuitas hayan tenido notables y señalados adversarios; porque ¿qué institución de elevado carácter hubo jamás en la tierra que no fuese blanco de duras contradicciones?".

El pasado siglo XX fue especialmente pródigo en persecuciones contra la Iglesia: los nombres de san Maximiliano Kolbe o santa Teresa Benedicta (Edith Stein) - muertos en campos de concentración - están ligados para siempre con la persecución nazi; y las figuras del Cardenal Primado de Hungría Jozsef Mindszenty, o la del Primado de Polonia Stefan Wyszynski - ahora en proceso de Beatificación -, evocan todos los padecimientos de la Iglesia tras el telón de acero.
Una de las más virulentas persecuciones europeas fue la que sufrió la Iglesia Católica en toda España desde el mes de mayo de 1931 hasta el 31 de marzo de 1939.

"Durante los cinco meses de gobierno del Frente Popular - escribe Cárcel Orti en La persecución religiosa en España durante la Segunda República (1931-1939) - varios centenares de iglesias fueron incendiadas, saqueadas o afectadas por diversos asaltos; algunas quedaron incautadas por las autoridades civiles y registradas ilegalmente por los Ayuntamientos. Varias decenas de sacerdotes fueron amenazados y obligados a salir de sus respectivas parroquias, otros fueron expulsados de forma violenta; varias casas rectorales fueron incendiadas y saqueadas y otras pasaron a manos de las autoridades locales; la misma suerte corrieron algunos centros católicos y numerosas comunidades religiosas; en algunos pueblos de diversas provincias no dejaron celebrar el culto o lo limitaron, prohibiendo el toque de las campanas, la procesión con el viático y otras manifestaciones religiosas; también fueron profanados algunos cementerios".

El rumor
Esta persecución comenzó utilizando un antiguo medio denigratorio: el rumor. Se difundieron por todo el país las especies anticlericales más absurdas, como que unas religiosas salesianas habían distribuido en Madrid caramelos envenenados (sic) a sus alumnos, que eran hijos de obreros; se aseguró además que uno de esos niños agonizaba en el Colegio de La Paloma en medio de atroces sufrimientos...

Era sólo una excusa para lanzar al populacho contra esas religiosas, herirlas gravemente, e incendiar el colegio, como sucedió más tarde.

Fue tristemente tópica: se expulsó a los jesuitas, se abolió la enseñanza religiosa y se llegó, como recuerda Mondrone en su biografía sobre san Pedro Poveda, a provocar situaciones ridículas que recordaban escenas de siglos anteriores: "algún maestro exigió el saludo: no hay Dios, al que había que responder: ni nunca lo ha habido".

Las víctimas eclesiásticas fueron 6.832, desde el día 18 de julio de 1936, en el que comenzó el conflicto, hasta el final de la guerra. De este total, 4.184 pertenecían al clero secular, incluidos doce Obispos, un Administrador Apostólico y varios seminaristas; 2.365 eran religiosos y 283 religiosas.

A estas cifras hay que añadir las de los millares de laicos, hombres y mujeres, que murieron por el puro hecho de declararse católicos.

Una dificultad añadida
La historiografía contemporánea empieza a disponer de estudios rigurosos sobre gran parte de las persecuciones que ha sufrido la Iglesia. Sin embargo en ocasiones los historiadores se encuentran con una dificultad que proviene, curiosamente, de la propia voluntad de los afectados.

Las exigencias de la caridad han llevado a muchos santos a padecer en silencio las ofensas y los ultrajes, y es frecuente - por ejemplo, en el caso de los Fundadores -, que hayan prohibido a sus seguidores consignar siquiera el nombre de los que los difamaron.

Eso explica que en muchas hagiografías no se consigne el nombre de los perseguidores hasta que no ha transcurrido un tiempo prudencial. Sin embargo, a pesar del esfuerzo de los santos por borrar la memoria de las ofensas, en un ejercicio heroico de la caridad y el perdón, en la mayoría de los casos los historiadores están logrando desvelar, no sin dificultades, como sucede en el caso de san Juan Bautista de la Salle, la identidad de los ofensores.

Saturnino Gallego, en su libro Vida y pensamiento de San Juan Bautista de la Salle, investiga la identidad del perseguidor del Santo. Blain, el biógrafo de san Juan Bautista, evita citar su nombre, utilizando datos confusos o ambiguos, porque afirma que obraba de buena fe, y era "de piedad sólida y probada".

San Juan de Ávila constituye un ejemplo entre muchos. Cuando se encontraba en la prisión de la Inquisición de Sevilla, a consecuencia de unas denuncias falsas, le insistía al Padre Párraga, uno de sus inquisidores, que tachase los testigos que habían depuesto en su contra. Estaba "muy confiado en Dios y en su inocencia, y que éste le salvaría" y no quería que la historia conociese aquel pecado que habían cometido contra él.

María Milena Toffoli testifica en su Introducción a la Autobiografía de la Madre Sacramento, la dificultad de los biógrafos contemporáneos de la Santa: "el hecho de que vivieran todavía muchas personas que intervienen en la historia, le obliga a callar sobre sucesos delicados y graves relacionados con las mismas".

"Pero después de más de cien años - escribe Toffoli -, cuando ya los hechos han pasado a formar parte del acervo de la historia, es preciso descorrer el velo para que la figura de la mujer, de Fundadora y de Santa, cual es María Micaela del Santísimo Sacramento adquiera su verdadera dimensión en el plano humano, sociopedagógico y espiritual".

Leer entre líneas
Del mismo modo, en su biografía sobre san Pedro Poveda, Mondrone tiene que "leer entre líneas" para intuir las maledicencias que forzaron a este santo sacerdote a abandonar, después de años de intensa dedicación apostólica, a sus queridos gitanos de Guadix.

En sus Memorias del Oratorio San Juan Bosco vela caritativamente el nombre de sus ofensores. Omite el nombre de Luis Nasi y Vicente Ponzati que intentaron - de buena fe, ya que estaban convencidos de su falta de salud mental - internarle en un manicomio, y alude a ellos llamándoles "algunas personas respetables".

Con la misma caridad habla de aquel sacerdote "respetable por su celo y su doctrina" que manifestó, en contra del criterio del Santo, su opinión política ante los jóvenes del Oratorio y de todos aquellos que mantuvieron una conducta infamante contra él.

Por su parte, san Juan de la Cruz disculpó siempre a los que le recluyeron en una cárcel improvisada y le sometieron a múltiples vejaciones: "lo hacían - comentaba el Santo, comprensivo - por entender acertaban".

"Jamás le oí - recordaba un compañero suyo - quejarse de nadie ni decir mal de los que le habían así tratado".

La actitud de los santos ante las contradicciones
Ésta es la actitud de los santos ante las contradicciones. "Los baldones e injurias - escribía san Alfonso María de Ligorio - son las delicias que anhelan los santos. San Felipe Neri padeció en su casa de San Girolamo, en Roma, treinta años de malos tratamientos que algunos le dirigían, razón por la cual no quería abandonarla e ir al nuevo oratorio de la Chiesa Nuova, por él fundado, en que vivían sus queridos hijos, que le invitaban a retirarse allí con ellos".

Los santos están convencidos, como recuerda san Alfonso, de "que todos los trabajos nos vienen de la mano de Dios, o bien directa o indirectamente por medio de los hombres. Por tanto -recomienda Ligorio- cuando nos veamos atribulados, agradezcámoselo al Señor y aceptemos con alegría de ánimo cuanto Él se sirva disponer para nuestro bien. Dios hace concurrir todas las cosas al bien de los que le aman".

El beato Juan XXIII, antes de ordenarse sacerdote, escribe en sus notas personales sobre Jesús, tachado de ignorante, falseadas sus doctrinas, expuesto a los escarnios y las burlas de todos, calla humildemente, no confunde a sus calumniadores, se deja golpear, escupir en el rostro, azotar, tratar como loco, y no pierde su serenidad, no rompe su silencio. Yo, pues, permitiré que se diga de mí cuanto se quiera, que se me relegue al último puesto, que se echen a mala parte mis palabras y mis obras, sin dar explicaciones, sin buscar excusas, antes bien aceptando gozosamente los reproches que pudieran venirme de los superiores, sin decir palabra".

Tribulaciones sorprendentes
Entre las diversas tribulaciones soportadas por los santos, quizá una de las más sorprendentes fue las que padecieron, entre otros, san Juan Bautista de la Salle, la beata Juana Jugan, santa Rafaela María de Porras. Son sólo un ejemplo entre muchos de este tipo, como el de la beata Bonifacia Rodríguez, beatificada en 2003.

San Juan Bautista de la Salle
A finales de 1702 atribuyeron falsamente a san Juan Bautista de la Salle unos errores ajenos y tras un procedimiento tortuoso, lo destituyeron del cargo de Superior de los Hermanos de la Doctrina Cristiana.

Saturnino Gallego analiza en su biografía sobre el Santo los diversos pasos de esa insidia en la que latía, junto con la incomprensión, un deseo por influir en el gobierno y dirección propia de los Hermanos por parte de otras personas: "Su gran pecado - escribía La Grange, refiriéndose al Santo -, por lo que he podido descubrir, es que no se deja gobernar por el señor párroco de San Sulpicio".

San Juan Bautista aceptó enseguida la destitución; pero los Hermanos no, y el Santo no conseguía convencerlos. Sólo después de muchas humillaciones y desaires para el Fundador se llegó a una curiosa solución: de la Salle continuaría como Superior y el que habían nombrado en su lugar quedaría como Superior oficial, aunque "externo".

El tal "Superior oficial externo" sólo hizo acto de presencia una vez en tres meses y no regresó.

Juana Jugan
Lo que en la vida de san Juan Bautista fue un episodio, ocupó casi toda la existencia de Juana Jugan. Tras fundar el germen de las futuras Hermanitas de los Pobres y tras doce años de intensa actividad apostólica, fue despojada de todos sus cargos y relegada durante veintisiete años, hasta su muerte.

Juana Jugan había sido reelegida como Superiora por la comunidad el 8 de diciembre de 1843, pero un sacerdote, el padre Le Pailleur, dos días antes de la Navidad de ese mismo año, anuló por su cuenta la elección y nombró en su lugar como Superiora a una religiosa de 23 años.

Es más; Le Pailleur suplantó a Juana como Fundador de la Congregación y procedió a una sorprendente "reescritura" y falsificación de la historia de la propia fundación, intentando hacer creer a todos que Juana había sido la tercera religiosa en incorporarse.

La falsificación llegó hasta la propia tumba: cuando Juana murió en 1879, se escribió sobre la lápida, al lado de su nombre: "tercera Hermanita de los Pobres".

Esta leyenda, creada deliberadamente por el Padre Le Pailleur, aparecía en los textos oficiales de la época. "La primera vez - escribe Milcent - en la carta escrita por el Obispo de Rennes a la Santa Sede, para presentar a la Congregación y pedir la aprobación pontificia. La fecha del comienzo de la obra se ha convertido en el 15 de octubre de 1840 (en realidad Juana entonces ya había recogido a dos mujeres pobres desde hacía casi un año)".

Se presenta al Padre como Fundador. A Juana sólo se la nombra entre cuatro jóvenes de humilde condición. Se ha encontrado el borrador de esta carta en los archivos del obispado de Rennes: tiene dos correcciones que modifican sensiblemente el texto: probablemente han sido introducidas por una mano cómplice, después de que el Obispo aprobase el texto. Se ha tachado el adverbio praesertim (= en particular, especialmente) que subrayaba el papel de Juana; y se ha añadido la palabra fundatoris al lado del nombre de Le Pailleur".

El autor recuerda otras falsificaciones, que fueron posibles en el interior de la Congregación porque los primeros testigos fueron desapareciendo poco a poco, no sin ocasionar algunos asombros en las nuevas vocaciones "ya que muchas de ellas habían oído en sus familias otra versión de los hechos".

Al final, los hechos se aclararon, tras una encuesta apostólica realizada por la Jerarquía. En 1880 Le Pailleur fue llamado a Roma, donde murió en un convento, sin recobrar el cargo que se había atribuido.

Pocos años después, la Santa Sede comenzó a descubrir la verdad histórica de los sucesos. La joven religiosa que sustituyó a Juana Jugan - Mane Jamet - conoció este final, ya que ella murió en 1893; posiblemente esto la consoló. Su buena fe no puede ponerse en duda: a menudo debía sentirse desgarrada entre lo que creía la obediencia y el respeto a la verdad. Una religiosa había oído de ella la siguiente confesión: no soy yo la primera hermanita ni la Fundadora de la obra. Juana Jugan es la primera y la Fundadora de las Hermanitas de los Pobres".

Para entender la actitud de Juana Jugan durante este proceso, hay que tener en cuenta, como apunta Garrone, que la Fundadora sabe durante ese periodo "que la barca está en buena ruta; la elección de la superiora que la substituye de oficio, a pesar del voto de las hermanas, no le parece contraria al bien de la comunidad y de los ancianos a quienes hay que servir. Contempló a lo largo de su vida, durante su postergación, el gran desarrollo de la Congregación que había fundado, que contaba, pocos años antes de que muriera, con más de cien casas en diversos países y con 2.400 religiosas.

Postergada, humillada, injustamente olvidada, Juana Jugan no tuvo nunca ninguna reacción de rencor. "Nunca le oí decir - recuerda una religiosa - la menor palabra que pudiera hacer suponer que ella había sido la primera Superiora General. Hablaba con tanto respeto, con tanta deferencia de nuestras primeras buenas madres (= las superioras). Era tan pequeña, tan respetuosa en sus relaciones con ellas...".

Santa Rafaela
Ésa fue también la actitud de santa Rafaela María Porras, una de las Fundadoras del Instituto de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, a la que unas religiosas de su Congregación desposeyeron de todos los cargos de gobierno, tras dieciséis años de Fundadora y Superiora General de su Instituto, alegando que se había vuelto loca.

La Santa vivió así hasta su muerte: fueron treinta y dos años de "aniquilación progresiva y de martirio en la sombra", como diría Pío XII el día de su Beatificación.

Santa Rafaela conservó siempre, ante estas contradicciones - como afirmaba su director espiritual, un religioso jesuita que ignoraba que aquella humilde monja a la que dirigía espiritualmente fuese la Fundadora - una "serenidad de espíritu, manifestada en su mirada límpida y en la característica sonrisa en sus labios". No hubo en ella el mínimo movimiento de crítica. "Yo bendigo cada día más mi inutilidad – decía -; ojalá que acabe de lograr que nadie, se acuerde de mí".

San Alfonso
“¡Cómo se consuelan los santos, cuando son injuriados - escribía san Alfonso - recordando las ignominias que padeció Jesucristo por nosotros!".

En su vejez el propio san Alfonso tuvo que aplicar éstas a su propia vida: cuando volvió de Santa Águeda, donde le había nombrado Obispo el Papa, descubrió que la Congregación atravesaba entonces una crisis profunda. Había rivalidades, intrigas y ambiciones y en la misma Curia Romana se seguía un proceso en el cual los cismáticos tenían todas las probabilidades de triunfar.

El mismo Fundador estaba en peligro: se le acusaba de haber cambiado las Constituciones del Instituto, de haberse dejado engañar por el regalismo dominante, de haber hecho más caso de la corte de Nápoles que de la autoridad pontificia. Y llegó la sentencia de Pío VI: Alfonso y sus más fieles compañeros eran separados de la Congregación.

Al recibir la noticia, sólo dijo estas palabras: hace seis meses que hago esta sola oración: Señor, lo que Vos queréis lo quiero yo también. Pero tan delicada era su conciencia, que pensó en emprender un largo viaje para manifestar su sumisión al Papa. Esto provocó el asombro de los que le rodeaban porque ni siquiera era capaz, a sus años, de tenerse en pie.

La Beata María de la Pasión
La Beata María de la Pasión, Fundadora de las Franciscanas Misioneras de María, sufrió una humillación semejante, aunque durante menos tiempo. Fue depuesta del gobierno de, su Instituto en 1883 y rehabilitada al año siguiente.

Olvido y perdón
La respuesta de todos estos hombres y mujeres de Dios fue siempre el olvido y el perdón. "Yo dejo a Dios que me defienda - comentaba Santa María Micaela, conocida como la Madre Sacramento, cuando oía a los Obispos hacerse ecos de las calumnias que propalaban contra ella - porque si lo hago yo, le quito a Dios el derecho de que lo haga y yo fío más en su defensa que en la mía".

"Este año he sido muy calumniado - escribía a su director espiritual san Antonio María Claret - y perseguido por toda clase de personas, por los periódicos, por folletos, libros remedados, por fotografías y por muchas otras cosas, y hasta por los mismos demonios. Algún poquito a veces se resentía la naturaleza; pero me tranquilizaba luego y me resignaba y me conformaba con la Voluntad de Dios. Contemplaba a Jesucristo, y veía cuán lejos estaba de sufrir lo que Jesucristo sufrió por mí, y así me tranquilizaba. En este mismo año he escrito el librito titulado El consuelo de un alma calumniada.

No puede usted formarse una idea - le escribía san Antonio María al P. José Xifre, el 15 de enero de 1864 - de cuánto trabaja el infierno contra mí: calumnias las más atroces, palabras, obras, amenazas de muerte; todo lo pone en juego para ver cómo me desprestigia y me espanta; pero con la ayuda de Dios, no hago caso".

La actitud de los santos podría resumirse en los consejos que daba san Josemaría Escrivá: "callar, rezar, trabajar, sonreír". "No olvidéis que estar con Jesús es, seguramente, toparse con su Cruz. Cuando nos abandonamos en las manos de Dios, es frecuente que Él permita que saboreemos el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas, por dentro y por fuera; porque quiere conformarnos, a su imagen y semejanza y tolera que nos llamen locos y que nos tomen por necios".

"Nunca le oí - recordaba un amigo de san Josemaría que está camino de los altares, el Siervo de Dios José María García Lahiguera - una palabra de mal humor, ni frases hirientes, ni siquiera quejas".

Lo mejor es reírse de ellos - escribía santa Teresa a la Madre María de San José en 1577, a propósito de sus atacantes - y dejarlos decir". La Santa alababa al Señor por esas persecuciones que permitía contra las carmelitas.

"Sea con vuestra paternidad, mi padre, el Espíritu Santo - le escribía al Padre Gracián -, y déle fuerzas para pasar esta batalla, que pocos hay ahora en nuestros tiempos que con tanta furia permita el Señor que los acometan los demonios y el mundo. Bendito sea su nombre, que ha querido merezca vuestra paternidad tanto y tan junto".

Se podrían citar numerosos ejemplos, desde la antigüedad cristiana hasta nuestros días. Basta recordar la vida de san José Benito Cottolengo Fundador de la Pequeña Casa de la Divina Providencia. Escribe uno de sus biógrafos: "Estremeciese de gozo por los dolores que le permitía (Dios), dichoso por poder sufrir alguna cosa por Él".

San Pedro Poveda comentaba: "He sido el tema de las tertulias, se me ha puesto en solfa; he tenido enemigos de todas clases; he recogido muchas ingratitudes".

Sin embargo, en medio de tantas penalidades, estos hombres y mujeres fueron profundamente felices, porque supieron encontrar en la Cruz el amor de Dios. "Desead sufrir injurias - le aconsejaba san Ignacio al P. Nadal -, trabajos, ofensas, vituperios, ser tenido por loco, ser despreciado de todos, tener cruz en todo por amor de Cristo nuestro Señor...".

Una lógica sobrenatural
Estas actitudes sólo se explican desde una lógica sobrenatural: más que la ofensa personal que se les hace, a los santos les duele la ofensa que esos ataques suponen contra Dios. Porque, como recuerda santa Teresa, esa ofensa "primero se hace a Dios que a mí, porque cuando llega a mí el golpe ya está dado a esta Majestad por el pecado".

Por esa razón la Santa de Ávila no quería lamentos del tipo "razón tuve", "hiciéronme sin razón", "no tuvo razón quien hizo esto conmigo". "De malas razones nos libre Dios - escribía con energía -. ¿Parece que había razón para que nuestro buen Jesús sufriese tantas injurias y se las hiciesen, y tantas sinrazones?"
Comentando este pasaje teresiano, san Alfonso recordaba la respuesta de Jesús a un mártir que se lamentaba por la injusticia que sufría, sin haber hecho mal alguno: "Y yo, ¿qué mal hice, preguntóle el Señor, para verme crucificado y muriendo por los hombres?"

Nunca el mundo ha recibido con gusto...
"Nunca el mundo ha recibido con gusto, desde un principio - afirmaba Campanella en su Libro apologético contra los impugnadores de las Escuelas Pías en San José de Calasanz - a los que Dios ha suscitado como Fundadores de grandes obras útiles para beneficio de los mortales: casi siempre lo ha hecho con indignación y repugnancia".

Tras citar a Moisés, los Profetas, los Apóstoles y al mismo Jesucristo, continuaba el dominico: "Los que siguiéndole a Él han fundado órdenes religiosas nuevas han sufrido oposiciones no pequeñas de parte de los mismos cristianos. Testigos de ello son Santo Tomás y San Buenaventura, en los opúsculos que escribieron contra los impugnadores de la Orden dominicana y franciscana. Ni los jesuitas ni otras órdenes posteriores se vieron libres de persecuciones.
"No es pues de admiración que en nuestro tiempo el Instituto de las Escuelas Pías, utilísimo a la república y a la religión, sea perseguido por los seglares y religiosos. Nosotros que, no solamente por la historia de los demás, sino por las tribulaciones propias, hemos aprendido que no son acusaciones sino calumnias las que se lanzan contra los bienhechores del mundo (...), hemos querido acallar las murmuraciones de entrambos. Por lo cual refutaremos con razones primero a los seglares, ayunos de verdadera ciencia y verdadero celo; y después a los religiosos movidos por el celo sin ciencia".

La apasionada defensa que hace el dominico Campanella de las Escuelas Pías y de su Fundador en un momento crítico de la historia de esta Institución, pone de manifiesto que rara ha sido la institución de la Iglesia que no se ha visto envuelta, en algún período de su historia - habitualmente en el de su fundación -, por el temporal de la contradicción externa o interna.

Y del mismo modo que los verdugos han ensayado a lo largo de los tiempos, como recordaba Hamman, la práctica totalidad de las. posibilidades de martirio que la mente humana pueda imaginar, determinados verdugos morales han llevado a cabo, a lo largo de estos veinte siglos de historia de cristianismo, todas las posibilidades denigratorias y todas las modalidades de "linchamiento moral" conocidas en contra de los hombres de Dios, en especial contra los santos.

¿Por qué contra los santos?
¿Por qué se dirige la denigración principalmente contra los hombres santos, cuando podría encontrar en el seno de la Iglesia, de origen divino pero compuesta por hombres, todas las miserias humanas imaginables? Parecería más lógico que en la diana de las críticas estuviesen aquellos cristianos - corruptos, falsarios, crueles, inmorales, perversos... - que deshonran con sus actuaciones la fe recibida en el Bautismo.

Sin ánimo de desentrañar el misterio, se vislumbran algunas de las razones de ese ensañamiento histórico contra los santos, al reflexionar sobre su función en el seno de la Iglesia.

"El escándalo - escribe Romano Guardini en El Señor -, es la expresión violenta del resentimiento del hombre contra Dios, contra la esencia misma de Dios, contra su santidad. En lo más profundo del corazón humano dormita, junto a la nostalgia de la fuente eterna... la rebelión contra el mismo Dios, el pecado, en su forma más elemental que espera la ocasión propicia para actuar.

Pero el escándalo se presenta raramente en estado puro, como ataque abierto contra la santidad divina en general; se oculta dirigiéndose contra un hombre de Dios: el profeta, el apóstol, el santo, el profundamente piadoso.

Un hombre así es realmente una provocación. Hay algo en nosotros que no soporta la vida de un santo, que se rebela contra ella buscando como pretexto las imperfecciones propias de todo ser humano, sus pecados, por ejemplo. ¡Éste no puede ser santo! O sus debilidades, aumentadas malévolamente por la mirada oblicua de los que le rechazan... En una palabra, el pretexto se basa en el hecho de que el santo es un hombre finito.

La santidad, sin embargo, se presenta más insoportable y es objeto de mayores objeciones y recusaciones intolerantes en la patria de los profetas. ¿Cómo va a admitirse que es santo un hombre cuyos padres se conocen, que viven en la casa de al lado, que debe ser como los otros. El escándalo es el gran adversario de Jesús.

Como recuerda el teólogo español José Luis Illanes, la Iglesia "tal y como ella se entiende a sí misma, no es un simple grupo de creyentes que mantiene vivo a lo largo de los siglos la memoria o recuerdo de Cristo, sino una comunidad que participa de la vida de Cristo y que, en Cristo y por Cristo, tiene acceso a la intimidad con Dios, es decir, a la santidad. Hablar de santidad, concluye el teólogo español es, en definitiva, hablar de la razón de ser de la Iglesia, de lo que la define y constituye.

"La historia de la Iglesia no es otra cosa - explica Illanes -, en su substancia última, que la historia de la santidad realizándose en el tiempo. Por eso ha podido decirse que la historia cristiana debería escribirse y estructurarse a partir de la historia de sus santos: los jalones decisivos de la historia de la Iglesia no están constituidos por las grandes gestas culturales o por la confrontación de unas u otras civilizaciones, ni tampoco por la construcción de grandes templos o por la celebración de concilios de alcance universal, sino por la real y efectiva promoción de santidad".

Desde esta perspectiva teológica se entiende mejor que cualquier ataque contra la Iglesia se dirija a los santos como a su punto álgido: los santos son dones de Dios a su Iglesia, mediante la cual impulsa su caminar; son una síntesis feliz de una iniciativa de la gracia divina con la respuesta libre y generosa del hombre a esa iniciativa. Atacar a los santos es atacar el fruto más precioso de la Iglesia.

Los ataques contra los santos y las instituciones de la Iglesia han sido "múltiples, variados y constantes", como recordaba Campanella. En los siguientes capítulos se alude sólo a las contradicciones que guardan una mayor actualidad.

-La llamada "contradicción de los buenos", en su doble versión de incomprensión por parte de las almas rectas, pero confundidas;
-La incomprensión de miembros de la Jerarquía;
-Las que acaban provocando denuncias ante los Tribunales eclesiásticos y civiles;
-Las que provienen de acusaciones de determinados ex-miembros de algunas instituciones hacia sus propios Fundadores.

Trataré más tarde de las persecuciones por parte del poder político, de las controversias que suscitan a veces las vocaciones jóvenes; de las acusaciones de locura contra los hombres de Dios; y de las ridiculizaciones y las difamaciones acerca del carácter de los santos.

No acaba aquí el elenco de tribulaciones: podrían citarse también los atentados y las agresiones físicas, los encarcelamientos, las torturas y las deportaciones que han sufrido los hombres de Dios a lo largo de todas las épocas.

Muchos de estos sufrimientos han tenido lugar en fechas muy recientes: están saliendo a la luz los relatos de los padecimientos morales y físicos que ha soportado la Iglesia en los países del Este.

Madjansky refiere algunas de esas penalidades en su libro Un Obispo en los campos de exterminio. Sin embargo, estos aspectos se encuentran más próximos al martirologio, y en estas páginas se analizan sólo las contradicciones más habituales de los hombres y las mujeres de Dios.
Autor: José Miguel Cejas

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