domingo, 11 de enero de 2009

CENSURAR A LA IGLESIA


Se ha convertido en un ejercicio habitual. Si la Iglesia, a través de sus maestros autorizados, dice algo sobre algún tema inmediatamente se aplica una implacable censura. Lo que dice la Iglesia es corregido, reprobado, señalado públicamente como malo.

El argumento que se esgrime para justificar este dictamen es más o menos siempre el mismo: La Iglesia no puede imponer a una sociedad unas normas de conducta. Un argumento bastante débil, pues resulta de dominio público que la Iglesia no puede, al menos con medios coactivos, hacer valer su autoridad.

¿Que el Evangelio dice una cosa y yo quiero hacer la contraria? ¿Qué el Papa predica en un sentido y yo pienso y vivo en el sentido opuesto? ¿Que los Obispos señalan una conducta como negativa y a mí esa misma conducta me parece el súmmum del progreso, de la bondad y de la justicia?

Todo el mundo sabe que esa disidencia no me acarreará ningún problema. Me pueden llevar a los tribunales si vulnero las leyes del Estado. Nada me va a pasar, al menos en este mundo, si transgredo la ley de Dios o los mandamientos de la Iglesia.

Así que nadie se puede hacer la víctima. No obstante, la denuncia de la supuesta imposiciónde la Iglesia de una moral es, en realidad, un modo de pretender amordazarla. La Iglesia debe callar; no puede decir nada; no puede, siquiera, cumplir el mandato de su Fundador: Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio.

Cuando la Iglesia habla recuerda las palabras de Dios; esas palabras que resuenan, si le dejamos hacerlo, en la voz de nuestra conciencia. Hay cosas buenas y malas, moralmente permitidas y moralmente prohibidas. No todo es igual, ni vale lo mismo. La palabra de la Iglesia, cuando es auténtica, es un eco de la palabra de Dios. Una palabra que juzga y salva, que condena y redime, que nos hace morir y vivir.

La reacción frente a la predicación de la Iglesia hace honor al mensaje que ésta predica. La palabra de un loco no merece réplica. La palabra de la Iglesia, sí. Es perpetuamente contestada. Quienes lo hacen, quienes sistemáticamente la impugnan, reconocen, explícita o implícitamente, que esa palabra es la verdad. Aunque esa verdad no les guste. La verdad, como la luz, ilumina y ciega. Y el que obstina en su ceguera no puede resistir la claridad. Nada nuevo. También Cristo resultó insoportable para muchos.
Guillermo Juan Morado

Nota: Un ejemplo simple y nada grave: Me sucedió hace poco, al publicar lo que la Iglesia desmintió sobre "La Verdad sobre el Pan del Padre Pío". Nunca había recibido tantos "comentarios" negativos. Cada uno tenía su propio argumento para seguir creyendo en esa falsedad. Creo que el que lo inventó podría ser millonario con su receta en vez de atribuirlsela al Padre Pío.
José Miguel Pajares Clausen

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