viernes, 23 de enero de 2009

EL VIEJITO QUE SE ROBÓ LA LUNA


Un día, frente a la placita de mi casa vi a un señor de barba blanca, petiso y panzón que miraba el cielo y anotaba algo en un papel.

Me acerqué para saber qué hacía.
· Me llamo Buoner. Soy profesor - me dijo, mientras escribía.
· Yo me llamo Walter. ¿Por qué mira el cielo, profesor?”
· Porque soy astrólogo. Estudio la posición de las estrellas, pero mi especialidad es la Luna - susurró con un tono misterioso, mientras miraba una luna casi transparente a esa hora del día.
· “¿Me deja mirar el cielo con usted?”- le pregunté.

El profesor se rió y me dijo que por supuesto. Como no decía más nada, me quedé callado un ratito. Pero después no pude con mi genio.
· Y. ¿qué pasa con la Luna?”
· “¿Qué Luna?” - exclamó distraído.
· Luna hay una sola
· No te creas - me contestó, sumergido en sus anotaciones.
Antes de irse, enrolló el papel, guardó la lapicera y se despidió con una sonrisa.

Era el mes de abril. La planta de moras se iba quedando sin hojas frente a la puerta de casa. Yo siempre miraba a la plaza para ver si aparecía el viejito. Al fin un día volvió, con unos pantalones azules, como los que usan los jardineros.
· Hola, Walter
¡Se acordaba mi nombre! Eso me hizo sentir con derecho a hacerle todas las preguntas que se me ocurrieran. El profesor tuvo mucha paciencia y me habló de un invento que él quería probar esa noche.
· Esta noche voy a robarme la Luna
· “¡Nadie puede robarse la Luna!”- repliqué.

El viejito estaba loco, pero era divertido.
· Esta noche a las diez, te espero al lado del charco que hay en la canchita de fútbol. Si vienes, serás el único testigo

Pasé el resto del día armando y desarmando planes para salir de casa a semejante hora. Mamá no iba a dejarme salir solo, menos papá. A último momento se me ocurrió una idea.
· Mami, te olvidaste de sacar la basura
· “¡Ay, qué cabeza la mía!. ¿No me harías el favor de sacarla?”

Papá estaba en su cuarto mirando televisión. Feliz de la vida, salí a la vereda, dejé la bolsa pegada al tronco de la morera y crucé hasta la plaza.

El viejito tenía un aspecto ceremonioso.
· Muy bien, has sido puntual, Walter

Sobre el pasto, vi dos espejos raros, de marcos gruesos y pesados. Buoner tomó uno de los espejos y lo empujó bajo el agua del charco. La luna se reflejaba en el agua y en el espejo. El agua se estremeció, como si tuviera frío.
· Ahora viene el momento más importante - dijo.

Y encima del espejo sumergido puso el otro, pero con el vidrio hacia abajo, de tal forma que desapareció el reflejo de la luna. Noté que había oscurecido de pronto. Miré hacia arriba y la hermosa luna llena del cielo, era apenas un manchón negro. Me asusté tanto que dejé al profesor Buoner hablando solo.

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