La costura que corría por mano del pobre lego tomó tal fama, que pronto pudo restaurar a la santa efigie.
Por:
Fernán Caballero | Fuente: Wikipedia
Un lego de convento,
de corazón muy sencillo y sano, tenía un entrañable amor a la Virgen, y vivía
con el pesar de no tener en su celda ninguna imagen de la Señora a la que
dirigir sus oraciones, dar culto y cuidar. Encontrase un día en un zaquizamí
del convento una efigie de la Señora; pero tan deteriorada y estropeada por el
tiempo y el polvo, que daba pena verla. Fuera de sí de gozo, se la llevó a su
celda, la limpió muy bien, y conoció que si un buen pintor la restauraba,
quedaría hermosa y como nueva. Entonces cayó de
rodillas y le dijo:
-¡Madre mía!
Bien sabéis cuánto deseo que esta vuestra santa imagen sea restaurada, y que en
ella se os rinda culto; pero soy tan pobre, que si vos no me ayudáis, no podré
hacerlo. Así, os suplico que trabajéis
conmigo para que esto pueda hacerse.
En seguida se fue en casa de una señora muy caritativa, y le pidió que le diese
costura para que una pobrecita, con lo que ganase cosiendo, pudiese vestirse
decentemente. La señora se la dio. Compró en seguida hilo, agujas, dedal y
tijeras, lo llevó todo a su celda, lo presentó a la Señora, diciéndole:
-Señora,
habéis sido muy buena costurera, y es preciso que me ayudéis con vuestras
benditas manos, para reunir lo que necesito para restaurar vuestra efigie.
La Virgen se sonrió, y el lego se fue a sus quehaceres. Cuando volvió se
encontró la costura hecha, tan bien cosida y tan olorosa, que la señora quedó
muy satisfecha, y se la pagó muy bien.
La costura que corría por mano del pobre lego tomó tal fama, que pronto pudo
restaurar a la santa efigie.
Al guardián y demás religiosos llamó la atención el cómo un pobre lego podía
sufragar esos crecidos gastos, y un día se escondieron para ver lo que en la
celda hacía. Entonces vieron que se hincó de rodillas ante la Señora, y le presentó
unas ropas sin hacer, y que la Señora alargó sus benditas manos, y las tomó con
un semblante dulce y complacido.
Entonces el guardián y los religiosos, asombrados, se postraron de rodillas,
exclamando:
-Bienaventurados
los sencillos y pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario