ODO LO QUE DEBES SABER DE UN CASO MANIPULADO QUE SE USA PARA ATACAR A LA IGLESIA
El caso
Galileo es el ejemplo tipo que se utiliza siempre
que se intenta atacar a la Iglesia acusándola de ser enemiga de la ciencia. De
nada sirve que eminentes católicos y que la propia Iglesia hayan apoyado y
liderado decisivos avances científicos sin que existiera ningún conflicto entre
ciencia y fe.
Se utilizó su juicio porque es el
único que se ha podido utilizar para atacar a la Iglesia. Un siglo después, los
filósofos de la Ilustración aprovecharon el error cometido por la Iglesia para
poner en funcionamiento toda una maquinaria propagandística. Sin embargo, el
astrónomo y matemático Galileo Galilei (1564-1642) nunca fue
torturado, y menos quemado en la hoguera, como muchos todavía creen hoy. Ni siquiera pisó
la cárcel.
Su pena fue conmutada por arresto
domiciliario que pudo disfrutar en distintas villas, protegido por importantes
eclesiásticos. Incluso se le llegó a permitir abandonar su casa y salir. De
hecho, murió como católico, con una bendición del Papa y los últimos
sacramentos.
El debate en el
juicio no era demostrar el heliocentrismo. Desde
décadas atrás ya había fuera y dentro de la Iglesia importantes personajes que
defendían tanto una como otra postura gracias a las aportaciones de Copérnico.
Lo que los
inquisidores pidieron a Galileo es que no afirmase como cierta lo que no era
más que una teoría, y como tal debía presentar sus tesis a no ser que las pudiera
demostrar. Pero más allá de los fallos de los inquisidores en juzgar a Galileo,
lo cierto y comprobable es que su caso ha sido utilizado durante siglos para
desprestigiar a la Iglesia.
***
LEYENDA
NEGRA DEL CASO GALILEO
Los filósofos de la Ilustración
crearon un siglo después del Caso Galileo la gran leyenda
negra de que la Iglesia era una declarada enemiga de la ciencia. Y utilizaron un hecho cierto, como fue el
juicio a Galileo, para deformarlo hasta convertirlo en una burda
manipulación llegando hasta nuestros días una versión muy diferente a lo que en
realidad ocurrió.
Un ejemplo clarísimo es lo que
recoge Vittorio Messori en
su libro Leyendas Negras de la Iglesia (LibrosLibres).
Recoge una encuesta del Consejo de Europa realizada entre los estudiantes de
ciencias de los países miembros. Y las conclusiones eran aterradoras: casi el
30% está convencido de que Galileo fue quemado vivo en la hoguera por
parte de la Iglesia. Y un 97% estaba convencido de que había sido torturado. E
incluso los que mostraban un supuesto mayor conocimiento del caso recordaban la
conocida frase “Eppur su muove!” (Y sin
embargo se mueve), que el científico de Pisa habría pronunciado a los
inquisidores tras la sentencia.
Pues bien, ni Galileo fue
quemado vivo, ni fue torturado, ni siquiera pisó nunca la cárcel. Pero
tampoco pronunció nunca aquella frase ya hoy legendaria y totalmente extendida
que es arrojada una y otra vez contra la Iglesia. Esta cita fue inventada en
Londres en el año 1757 por el periodista Giuseppe Baretti. Pero este mismo
personaje también afirmó, con las consecuencias que hoy vemos,
que Galileo “fue sometido a tortura, por
decir que la Tierra se movía”.
En su libro Falso Testimonio,
el historiador y sociólogo Rodney Stark rescataba otras palabras de Voltaire que
evidencian cómo la Ilustración utilizó todas las tretas posibles para
desprestigiar a la Iglesia. “Con ochenta años de
edad, el gran Galileo se vio obligado a lamentar sus días de mazmorra
de la Inquisición, porque había demostrado con pruebas irrefutables
el movimiento de la Tierra”.
La verdad, aportada por el
propio Galileo, fue muy distinta. Él mismo escribió: “yo, que jamás he estado en una cárcel...”. Pero
además nunca aportó “pruebas irrefutables”. De
hecho, el origen del caso y del propio juicio fue ese. La
Iglesia le pidió que hablase de hipótesis, no de teoría probada, puesto
que ni en el juicio pudo demostrarlo. Se tardaría más de un siglo en que se
aportaran las evidencias necesarias sobre el heliocentrismo.
En el juicio, el único argumento
que presentó a favor de que la Tierra giraba en torno al sol era justamente
errónea, pues Galileo argumentaba que
las mareas eran provocadas por la ‘sacudida’ de las aguas, a causa del movimiento de la
Tierra. Y los jueces y científicos que le juzgaban le opusieron la contraria,
que resultaba correcta: el flujo y el reflujo del
mar se debe a la atracción de la Luna.
EL
ORIGEN Y DESARROLLO DEL “CASO GALILEO”
Para entender el
caso Galileo hay que remontarse un siglo atrás, pues no fue este
italiano quien presentó por primera vez la teoría de que era la Tierra la que
giraba en torno al Sol y no al revés. En el siglo XVI, un clérigo,
Nicolás Copérnico (1473-1543), escribió un libro titulado Sobre las revoluciones (de los orbes
celestes) donde
rompía con el modelo aristotélico geocéntrico y proponía un modelo
heliocéntrico con centro en el Sol.
El actor británico Simon Callow
interpretó a Galileo en el episodio 'Galileo's battle for the Heavens' (2002)
de la serie de divulgación científica 'Nova' de la cadena pública
estadounidense PBS.
En
1536, el cardenal Nicolás Schönberg, arzobispo de Capua (Italia), escribió una
carta a Copérnico. Le decía que conocía hacía tiempo su fama y le animaba a
publicar el libro: “He sabido que usted sostiene
que la tierra se mueve y que el sol ocupa el lugar más bajo, y por tanto el
lugar central, del universo… Le ruego comunique este descubrimiento a sus
discípulos, y que lo antes posible me remita sus escritos sobre la esfera del
universo, junto
con las tablas y todo lo que sea relevante al respecto. He dado instrucciones a
Teodorico de Reden para que, corriendo yo con los gastos, copie todo en su
despecho y me lo envíe”.
Finalmente publicó sus trabajos
en 1543, poco antes de morir. Durante los siguientes setenta años, en todo el
orbe católico los científicos, muchos de ellos clérigos y religiosos,
debatieron en torno al geocentrismo y el heliocentrismo, encontrándose
partidarios y detractores de uno u otro modelo entre cardenales, obispos y
sacerdotes. En 1610, Galileo Galilei, quien había nacido veintiún años
después de morir Copérnico, publicó El
mensajero de las estrellas, donde recogía sus investigaciones con el
recién inventado telescopio, entre ellas el descubrimiento de cuatro lunas de
Júpiter. La brillantez de sus hallazgos le otorgó fama
y reconocimiento, y
trabó amistad con cardenales como el inquisidor San Roberto Bellarmino y Maffeo
Barberini, futuro Papa Urbano VIII.
Galileo se
mostraba partidario del heliocentrismo -como tantos otros en su tiempo-,
pero hablaba de ese modelo como un hecho probado. En 1615, el cardenal
Bellarmino le escribió pidiéndole que dejase de presentar esa teoría como un
hecho probado, dado que no era un hecho probado y, sin embargo, parecía
contradecir las Sagradas Escrituras, lo que exigía prudencia. Ese mismo año,
Bellarmino escribió también a otro heliocentrista, el sacerdote Paolo Antonio
Foscarini, pidiéndole una cautela similar a la que había exigido
a Galileo. Añadía un criterio esclarecedor: “Si hubiese una verdadera
demostración de que el sol está en el centro del mundo y la tierra en el tercer
cielo, de que el sol no rodea a la tierra sino la tierra al sol, entonces sería
necesario andar con mucho cuidado al explicar las Escrituras, que parecen
contrarias. Habría que decir que no las entendemos, más
que decir que sea falso lo que está demostrado. Mas yo no creeré que exista tal
demostración, mientras no me la muestren”.
Galileo nunca demostró el
heliocentrismo. Por un lado, el modelo no era suyo, sino de Copérnico. No lo
mejoró, como hizo Kepler (1571-1630). No planteó modelos alternativos, como
hizo Tycho Brahe (1546-1601) proponiendo una hipótesis geo-heliocéntrica. No
aportó una teoría matemática para soportarlo, como hizo Isaac Newton
(1643-1727). Por otro lado, nunca pudo contestar la
principal objeción al modelo, la desviación en la paralaje al calcular la
distancia entre estrellas. Esa
objeción no pudo resolverse hasta que Friedrich Bessel (1784-1846) la calculó
con precisión en 1838, George Airy (1801-1892) la explicó teóricamente y
Ferdinand Reich (1799-1882) demostró la rotación de la Tierra. Para entonces,
es cierto, ya nadie creía en el geocentrismo, pero al fin quedaban explicados
los puntos débiles de la teoría contraria.
Dos siglos antes, pues, de que
existiese esa prueba, en 1616, tras un breve juicio de pocas horas, el cardenal Bellarmino ordenó formalmente
a Galileo que dejase de defender la teoría heliocéntrica mientras no
la demostrase,
aunque podía seguir defendiéndola como hipótesis. En
1632, Galileo publicó su libro Diálogo
sobre los dos máximos sistemas del mundo, ptolemaico y copernicano, escrito en forma de conversación entre varios
personajes. En él se saltaba la prohibición de San Roberto Bellarmino
(fallecido en 1621) y se burlaba crípticamente de sus oponentes, en particular
de su viejo amigo y ahora Papa Urbano VIII. Para conseguir el Imprimatur
(permiso) para la publicación, recurrió además a algunas triquiñuelas.
Un año después, fue llamado a Roma para ser juzgado por todo
ello, algunos de cuyos miembros eran ellos mismos defensores
de la tesis de Copérnico y Galileo. La causa comenzó 12 de abril y en ella
el astrónomo negó que sostuviese el heliocentrismo, lo que los jueces
interpretaron como una nueva burla. El 22 de junio se dictó
sentencia. Galileo fue declarado “sospechoso
de herejía”, aunque la Iglesia nunca se había pronunciado doctrinalmente
sobre el heliocentrismo. Se le obligó a comprometerse a “abandonar la falsa opinión de que el sol es el centro del mundo e
inmóvil, y de que la tierra no es el centro del mundo y se mueve” y a no
escribir más sobre ello, y se le condenó a arresto domiciliario.
CÓMO
VIVIÓ DE VERDAD LA “CONDENA” GALILEO
Lejos de ser arrojado a las
llamas, a Galileo ni se le encarceló ni se le torturó, sino que
siempre fue cuidado, y tratado con respeto y cariño, una imagen muy alejada de
lo que la propaganda ha conseguido vender durante
estos siglos. Cuando Galileo fue llamado a Roma
para el proceso se alojó, a cargo de la Santa Sede, en una vivienda de cinco
habitaciones con vistas a los jardines del Vaticano y con servidor personal.
Después de la sentencia, fue alojado en la Villa Medici en el Pincio.
Desde aquí, se trasladó pero en condición de huésped al palacio del arzobispo
de Siena, uno de los muchos dignatarios de la Iglesia que le ayudaron en su
carrera. Y finalmente, llegó a su elegante villa en Arcetri.
En ningún momento perdió la
estima o la amistad de obispos y otros científicos católicos. Tampoco se le impidió nunca seguir con su trabajo. De
hecho, siguió estudiando e investigando y fue en este tiempo cuando
publicó Discursos y
demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias, que
a la postre se convertiría en su obra maestra.
Pero además Messori explica
que a Galileo tampoco se le prohibió recibir
visitas, por lo que personajes importantes fueron pasando por su casa para
reunirse y charlar con él. Es más, pronto se le levantó la prohibición de
salir de su villa. Y únicamente le quedó una obligación: rezar una vez a la
semana los siete salmos penitenciales. Esta penitencia se acabó a los tres
años, pero Galileo quiso seguir libremente rezándolos hasta su
muerte.
La Leyenda Negra presenta a este
científico como un defensor de la ciencia frente al oscurantismo de la Iglesia.
Pero Galileo vivió como persona creyente y murió como creyente. Al
final de su vida dejó escrito: “En todas mis
obras no habrá quien pueda encontrar la más mínima sombra de algo que recusar
de la piedad y reverencia de la Santa Iglesia”. Murió con indulgencia plenaria, la bendición del
Papa y en los brazos de su hija monja.
POR
QUÉ EN TAN CONOCIDO Y CITADO EL CASO GALILEO
Los enemigos de la Iglesia citan
una y otra vez el caso Galileo para atacarla por una sola razón: “Porque no hubo ningún otro caso en que
chocaran. Es el único. Es un caso excepcional”. Así lo afirma Ignacio Sols Lucia, doctor en Ciencias Matemáticas por la
Universidad de Princeton e investigador del CSIC, autor de El proceso a Galileo a través de sus textos (Digital
Reasons).
“Es un tema
sangrante, que una y otra vez surge. Es el único caso de conflicto de la Iglesia
con un científico y lo sacan a menudo, y eso tapa el fructífero
diálogo que existe entre la ciencia y la Iglesia”, explica este experto.
Sols insiste en que “el cardenal [San Roberto] Belarmino ya había declarado
que si Galileo encontraba razón suficiente para dejar la
interpretación literal de los textos bíblicos sobre el movimiento de la Tierra,
la Iglesia lo aceptaría. El reto de Galileo era encontrar esas
demostraciones físicas o astronómicas, ese reto era relevante. Pero
la razón que daba, diciendo que las mareas demostraban la traslación, era
falsa. Necesitaba otros elementos que se irían demostrando en el siglo
siguiente”.
En tiempos
de Galileo el debate estaba abierto en la Iglesia, que sólo esperaba
que se pudiera confirmar esta teoría. De haber sido así, insiste este doctor, “toda la clase culta habría visto que estaba demostrado y
la Iglesia lo habría aceptado. Pero la argumentación
de Galileo no demostraba lo que él defendía, el argumento
de Galileo sobre las mareas era falso y la clase culta lo veía. Él
creía que su demostración era real, y que el movimiento realmente se producía.
No decía: "Esto es un modelo matemático que yo propongo", sino
"la tierra se mueve realmente y puedo
demostrarlo".
No hay comentarios:
Publicar un comentario