Sábado Santo. Tratemos de imitar a María en su fe, en su esperanza y en su amor, que la sostienen en medio de la prueba.
Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
Contemplemos el corazón de la Santísima Virgen -dolorido en la pasión, en las
lamentaciones del profeta Jeremías. El profeta está refiriéndose a la
destrucción de Jerusalén, pero en esta poesía, que es la lamentación, hay
muchos textos que recogen el dolor de una madre, el dolor de María. Como dice
el profeta: "Un Dios que rompe las
vallas y entra en la ciudad".
Podría ser interesante el tomar este texto desde el capítulo II de las
lamentaciones de Jeremías, e ir viendo cómo se va desarrollando este dolor en
el corazón de la Santísima Virgen, porque puede surgir en nuestra alma una
experiencia del dolor de María, por lo que Dios ha hecho en Ella, por lo que
Dios ha realizado en Ella; pero puede darnos también una experiencia muy grande
de cómo María enfrenta con fe este dolor tan grande que Dios produce en su
corazón.
Un dolor que a Ella le viene al ver a su hijo en todo lo que había padecido; un
dolor que le viene al ver la ingratitud de los discípulos que habían abandonado
a su hijo; el dolor que tuvo que tener María al considerar la inocencia de su
hijo; y sobre todo, el dolor que tendría que provenirle a la Santísima Virgen
de su amor tan tierno por su hijo, herido por las humillaciones de los hombres.
María, el Sábado Santo en la noche y domingo en la madrugada, es una mujer que
acaba de perder a su hijo. Todas las fibras de su ser están sacudidas por lo
que ha visto en los días culminantes de la pasión. Cómo impedirle a María el
sufrimiento y el llanto, si había pasado por una dramática experiencia llena de
dignidad y de decoro, pero con el corazón quebrantado.
María -no lo olvidemos-, es madre; y en ella está presente la fuerza de la
carne y de la sangre y el efecto noble y humano de una madre por su hijo. Este
dolor, junto con el hecho de que María haya vivido todo lo que había vivido en
la pasión de su hijo, muestra su compromiso de participación total en el
sacrificio redentor de Cristo. María ha querido participar hasta el final en
los sufrimientos de Jesús; no rechazó la espada que había anunciado Simeón, y
aceptó con Cristo el designio misterioso de su Padre. Ella es la primera
partícipe de todo sacrificio. María queda como modelo perfecto de todos
aquellos que aceptaron asociarse sin reserva a la oblación redentora.
¿Qué pasaría por la mente de nuestra Señora este
sábado en la noche y domingo en la madrugada? Todos los recuerdos se
agolpan en la mente de María: Nazaret, Belén, Egipto, Nazaret de nuevo, Canaán,
Jerusalén. Quizá en su corazón revive la muerte de José y la soledad del Hijo
con la madre después de la muerte de su esposo...; el día en que Cristo se
marchó a la vida pública..., la soledad durante los tres últimos años. Una
soledad que, ahora, Sábado Santo, se hace más negra y pesada. Son todas las
cosas que Ella ha conservado en su corazón. Y si conservaba en el corazón a su
Hijo en el templo diciéndole: "¿Acaso
no debo estar en las cosas de mi Padre?". ¡Qué habría en su corazón al contemplar a su Hijo
diciendo: "¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu, todo está
consumado!"
¿Cómo estaría el corazón de María cuando ve que los pocos discípulos que quedan
lo bajan de la cruz, lo envuelven en lienzos aromáticos, lo dejan en el
sepulcro? Un corazón que se ve bañado e iluminado en estos momentos por
la única luz que hay, que es la del Viernes Santo. Un corazón en el que el
dolor y la fe se funden. Veamos todo este dolor del alma, todo este mar de
fondo que tenía que haber necesariamente en Ella. Apenas hacía veinticuatro
horas que había muerto su hijo. ¡Qué no sentiría la
Santísima Virgen!
nto con esta reflexión, penetremos en el gozo de María en la
resurrección. Tratemos de ver a Cristo que entra en la habitación donde está la
Santísima Virgen. El cariño que habría en los ojos de nuestro Señor, la alegría
que habría en su alma, la ilusión de poderla decir a su madre: "Estoy vivo". El gozo de María podría ser el simple gozo de una madre
que ve de nuevo a su hijo después de una tremenda angustia; pero la relación
entre Cristo y María es mucho más sólida, porque es la relación del Redentor
con la primera redimida, que ve triunfador al que es el sentido de su
existencia.
Cristo, que llega junto a María, llena su alma del gozo que nace de ver
cumplida la esperanza. ¡Cómo estaría el corazón de
María con la fe iluminada y con la presencia de Cristo en su alma! Si la
encarnación, siendo un grandísimo milagro, hizo que María entonase el
Magníficat: "Mi alegría qué grande es
cuando ensalza mi alma al Señor. Cuánto se alegra mi alma en Dios mi Salvador,
porque ha mirado la humillación de su esclava, y desde ahora me dirán dichosa
todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí, su
nombre es Santo". ¿Cuál sería
el nuevo Magníficat de María al encontrarse con su hijo? ¿Cuál sería el canto
que aparece por la alegría de ver que el Señor ha cumplido sus promesas, que
sus enemigos no han podido con Él?
Y por qué no repetir con María, junto a Jesús resucitado, ese Magníficat con un
nuevo sentido. Con el sentido ya no simplemente de una esperanza, sino de una
promesa cumplida, de una realidad presente. Yo, que soy testigo de la escena, ¿qué debo experimentar?, ¿qué tiene que haber en mí? Debe brotar en mí, por lo tanto,
sentimientos de alegría. Alegrarme con María, con una madre que se alegra
porque su hijo ha vuelto. ¡Qué corazón tan duro, tan insensible sería el que no
se alegrase por esto!
Tratemos de imitar a María en su fe, en su esperanza y en su amor. Fe,
esperanza y amor que la sostienen en medio de la prueba; fe, esperanza y amor
que la hicieron llenarse de Dios. La Santísima Virgen María debe ser para el
cristiano el modelo más acabado de la nueva criatura surgida del poder redentor
de Cristo y el testimonio más elocuente de la novedad de vida aportada al mundo
por la resurrección de Cristo.
Tratemos de vivir en nuestra vida la verdadera devoción hacia la Santísima
Virgen, Madre amantísima de la Iglesia, que consiste especialmente en la
imitación de sus virtudes, sobre todo de su fe, esperanza y caridad, de su
obediencia, de su humildad y de su colaboración en el plan de Cristo.
P. Cipriano Sánchez LC
No hay comentarios:
Publicar un comentario