sábado, 29 de abril de 2023

A VUELTAS CON LA PESADILLA HECHA REALIDAD

 LUIS HIZO ESTE COMENTARIO AYER QUE ME ABRIÓ LOS OJOS:

Me encanta ver la pasión del padre en una verdadera lucha para conciliar la bondad de Dios con la existencia del Infierno.

Es cierto, es cierto. Ha expresado con economía de palabras lo que ha sucedido en mi alma desde los comienzos de mi fe. Y no solo con el tema del infierno, aunque el asunto de la condenación eterna se lleva la palma de todos los asuntos en que he tratado (y todos hemos tratado) de conciliar ambas cosas: la bondad y la dureza.

Creo en el dogma de la Iglesia sobre el infierno, creo en cada versículo de la Sagrada Escritura, pero tantas veces, en mi alma, he sentido la lucha de Jacob con el ángel.

Después de tantos años, estoy seguro: todo lo que enseña la Iglesia es verdad, todo lo que enseña la biblia es verdad. Ahora bien, podemos conciliar el dogma con la bondad sin que por ello salga resentida la verdad.

Podemos emplear toda la bondad posible, mientras no nos salgamos de la fórmula del dogma. ¿Hará Dios lo mismo? ¿No estaré excediéndome? Sin ninguna duda, no. Seguro que Dios usa de la máxima bondad, misericordia, compasión que le es posible sin romper principios que conoceremos en su momento y que veremos que eran muros infranqueables. Ese gran muro es la libertad humana para resistirse de un modo definitivo.

UN COMENTARIO A MI ÚLTIMA CHARLA SOBRE EL INFIERNO

Un comentarista hacía este interesante comentario a mi charla sobre Dios como arquitecto del infierno. Es un comentario profundo, que vale la pena meditar y dar una respuesta:

Padre, en su razonamiento (minuto 10:20), observo un error. Comenta que nadie puede cometer un mal infinito. Pero ello no es cierto. Si alguien contribuye como cooperador necesario para que un alma se condene, entonces su mal es infinito, porque el mal creado a esa alma es infinito. Dado que la existencia es material (finita) y espiritual (infinita), todo quien coopera necesariamente a la condenación eterna de un alma comete un mal infinito. Por tanto, es equitativo (y hasta misericordioso) que reciba un castigo infinito con un orden de magnitud que desconocemos.

Es cierto que parece que hay una diferencia esencial entre querer la muerte de una o diez personas, entre torturarles una hora o una semana, y buscar su sufrimiento sin fin por los siglos de los siglos. Esto segundo, desde un punto de vista teórico, parecería una diferencia radical; pero no lo es.

Cuando uno odia con todas sus fuerzas, busca provocar el mayor daño posible al otro. Normalmente, la voluntad que comete un asesinato o tortura piensa en hacer sufrir aquí y ahora, durante un mayor o menor tiempo, sin entrar en más consideraciones. Pero cuando se odia tanto, si uno pudiera elegir hacer sufrir para siempre, se escogería la opción de provocar dolor sin fin. A cierto nivel de odio tremendo, todos los que sufren ese furor escogerían la opción 2, la de provocar sufrimiento sin fin.

Pero, incluso en ese caso en que uno escogiera la opción 2, no estamos hablando de que la persona ha cometido un pecado de “peso” infinito, sino que desea que algo finito se prolongue sin fin. Con lo cual no hablamos de que en la balanza una iniquidad posee un peso infinito, sino de un grifo de odio que uno no quiere cerrar.

Aun así, querido comentarista, te doy la razón en algo: un grifo de odio que uno rehúsa cerrar, aun siendo un pecado finito (pues su chorro es limitado), se trata de una iniquidad que tiene un carácter tal que bloquea la misericordia infinita para que esta actúe.

Ese pecado es finito, pero se transforma en obstáculo perfecto.

P. FORTEA

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