¿Mártires o kamikazes?
Por: Germán Sánchez Griese y Francisco Ramos |
Las sirenas de las ambulancias rasgan con sus
bemoles de urgencia el fino velo del silencio. Chirridos de ruedas, gritos
desaforados, lloriqueos lastimeros, charcos de sangre. El ambiente inyectado de
temor y miedo. En el suelo yacen abatidos por los hombres-explosivo, gente
anónima.
Caricatura blasfema de un verdadero mártir. Los kamikazes palestinos son
aventureros exaltados por una idea de liberación. Mercenarios de la locura,
venden su vida en un instante mortal, golpean en donde más pueden ofender: la inocencia de los civiles. Matando se matan. Su
mortaja es una mochila llena de explosivos y con su rabia irracional debilitan
cualquier intento de paz. Sobresale su “valentía” desatinada,
respuesta brusca y no pensada a una noble causa... En fin, la cascada de
desilusión que genera emana de su confusa desesperación.
Mueren no como mártires, sino como unos pobres locos, engañados por slogans fanáticos de algunos de sus compatriotas. Creen
dar una solución, y sin embargo, desencadenan, tras su muerte, un torrente
impresionante de mayor violencia y odio. La sangre derramada por ellos y en los
demás, no regará ningún jardín de paz, quedará estéril en la aridez de la
irritación.
En contraste, el verdadero mártir: un bravo caballero que legitima su amor por
un ideal. Se esposa con la muerte con sublime dignidad. Da la vida por su
ideal. No mata, le arrancan la vida sin que lo busque, pero lo acepta. Recibe
con su acto heroico el anillo del desposorio y las arras con las que pagará su
entrada al cielo. Es más que nada, el fruto lozano de una amor sincero. Su
respuesta es valiente, consoladora, jamás desesperada. Al fin y al cabo nadie
tiene mayor amor que el que da la propia vida por sus amigos. Muere destilando
en el ambiente la fragancia del amor. Fecunda el mal con el bien.
La diferencia es tan grande... El martirio es la exaltación de la perfecta
humanidad y de la verdadera vida de la persona, como atestiguaba un mártir de
Antioquía: “Por favor, hermanos, no me privéis de
esta vida (celestial), no queráis que muera… dejad que pueda contemplar la luz,
entonces seré hombre en pleno sentido. Permitid que imite la pasión de mi
Dios”. Los kamicazes, pierden el
sentido de la vida y hacen resonar con su mala muerte las palabras del profeta:
“¡Ay, los que llamáis al mal bien, y al bien mal;
que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad; que dan amargo por dulce, y
dulce por amargo!”
¡Qué gran diferencia entre un kamikaze y verdadero
mártir! Es un gran error confundir una acto de despecho, la del
kamikaze, con una vocación de mártir recibida de lo alto. Una nace abortada del
hombre, otra viene benditamente donada por Dios. Es tan grande la diferencia,
como el abismo que separa el odio del amor.
La seguridad aniquilada que ha reinado desde el 11 de septiembre urge que
soplen con furor los nuevos vientos. No las armas, no las bombas ni los
pérfidos tanques y las montañas de palabras de truncados planes de paz, sino el
verdadero viento divino del perdón, de la comprensión, del diálogo envuelto en
la aureola del amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario