Hace poco más de 100 años, ocurrió un suceso conocido como el “Milagro en el Vístula”, una histórica victoria del ejército de Polonia sobre el Ejército Rojo de la Unión Soviética que se atribuye a la intercesión de la Virgen María en su advocación de Czestochowa.
En un artículo
publicado en National Catholic Register por el corresponsal en Reino Unido, KV
Turley, se recordó que en la primavera de 1920, en el Santuario Nacional de
Nuestra Señora de Czestochowa se encendieron velas y se entonaron oraciones
desesperadas junto a la imagen de la Virgen Negra, como también es conocida a
la patrona de Polonia.
La intercesión de Nuestra Señora de Czestochowa nunca fue más necesaria,
subrayó Turley en su artículo.
El 20 de mayo de 1920, el recién creado Ejército Rojo atravesó la
frontera polaca con la intención destruir todo.
Los líderes bolcheviques reunidos en Moscú para el Segundo Congreso de
la Internacional Comunista ya habían comenzado a preparar planes para una
revolución mundial de inspiración comunista, comenzando con las naciones de
Europa Central y Occidental. Lenin había ordenado que se tomara la capital
polaca Varsovia sin demora.
El Ejército Rojo se dirigió hacia Varsovia, avanzando hacia las orillas
del río Vístula que atraviesa Polonia desde el Báltico hasta la parte más
meridional de la tierra. Para los polacos, la batalla estaba perdida, especialmente
porque sus súplicas de ayuda a las potencias occidentales fueron desatendidas.
El primer ministro de aquel entonces, David Lloyd George, dijo al Parlamento
británico que Polonia tenía que aceptar “su
destino”.
EL AUTOR PRECISÓ QUE “SOLO UN MILAGRO PODRÍA SALVAR
A POLONIA”.
El 5 de agosto, sintiendo la urgencia de la situación, el Papa Benedicto
XV exhortó a todos a orar por “la misericordia de
Dios para Polonia... a unirse a todos los fieles en implorar al Dios Altísimo
que por intercesión de la Santísima Virgen María pueda salvar a la nación
polaca de su derrota final y pueda alejar esta nueva plaga de Europa”.
Sin ayuda militar ofrecida desde el extranjero, el líder de Polonia, el
general Józef Piłsudski, se dio cuenta de que esta podría ser la última
resistencia de su nación. Después de pasar una noche en oración, Piłsudski
comenzó a reunir soldados, tantos como pudieron salvarse para un gran asalto en
el flanco izquierdo soviético. El plan parecía temerario, un imprudente último
intento de supervivencia.
El 10 de agosto, el Gobierno británico envió un telegrama al Gobierno
polaco instándolo a que se rindiera a los soviéticos para evitar la
aniquilación. En cambio, Piłsudski comenzó a seleccionar sus destacamentos
militares favoritos para unirse a los que se reunían cerca de Lublin para el
contraataque programado el 17 de agosto.
Frente a él estaba un Ejército Rojo de 100 mil soldados llenos de fervor
revolucionario, listos para destruir Varsovia y todos los que encontraran allí,
relató Turley.
El 12 de agosto, Piłsudski se preparó para salir de Varsovia y unirse a
la fuerza de ataque que contraatacaría a los soviéticos. Al partir, Piłsudski
se volvió hacia su esposa Aleksandra y le dijo: “Está
en manos de Dios”.
El 13 de agosto de 1920, los soviéticos atacaron Varsovia. Al encontrar
poca resistencia, capturaron los suburbios exteriores en el sureste y noroeste
de la ciudad. En todas partes, parecía que las fuerzas polacas estaban huyendo.
La artillería soviética desató un devastador bombardeo sobre todos los que
quedaban en el centro de Varsovia.
Según Turley, “Varsovia comenzó a adquirir
un aspecto surrealista”, ya que la “ciudad estaba llena de refugiados
aterrorizados, con personas acampadas en parques públicos junto a defensas
preparadas apresuradamente y totalmente inadecuadas”.
Un tren especial que transportaba a casi todo el cuerpo diplomático
extranjero salió de la capital con destino a Poznan. Uno de los pocos
extranjeros que quedó fue el entonces Nuncio de Polonia, el Cardenal Achille
Ratti, el futuro Papa Pío XI. El Purpurado organizó una oración perpetua por la
liberación y, con la custodia en alto, dirigió una procesión eucarística por
las calles de Varsovia mientras llovían los proyectiles soviéticos.
Los generales polacos, al ver que Varsovia no podía resistir hasta que
llegara el relevo de la maniobra de flanqueo de Piłsudski, le telegrafiaron
urgentemente: “¡Ataque!”. Piłsudski se
sorprendió al escuchar el rápido deterioro de las condiciones en la capital
polaca, pero accedió a lanzar su asalto.
En la mañana del 15 de agosto, Fiesta de la Asunción, oleadas de
soldados soviéticos continuaron atacando Varsovia. Sin embargo, esa mañana,
desde el interior de la ciudad, las fuerzas polacas se las arreglaron de alguna
manera para detener su avance.
Y luego, contra todo pronóstico, –prosigue Turley– comenzaron a retomar
el terreno que había ganado el Ejército Rojo. Los soviéticos empezaron a
preguntarse cómo el ejército polaco, al que habían visto derrotado durante
muchas semanas, había comenzado a luchar con corazón fresco contra un enemigo
superior.
Luego se produjo un contraataque soviético, pero fue inútil. El Ejército
Rojo no pudo vencer a los polacos defensores. De hecho, a medida que avanzaba
el 15 de agosto, los soldados polacos parecían volverse más audaces en el
contraataque, señala el autor del artículo.
En Varsovia comenzaron a circular extraños rumores. Algunos afirmaron
que en el cielo sobre las líneas polacas había aparecido la Virgen Negra de
Czestochowa.
Turley escribe que “mientras los polacos
luchaban con una nueva determinación, los soviéticos, curiosamente, perdieron
la suya”.
Un fusilero ruso comentaría más tarde que, en la tarde del 15 de agosto,
“había llegado el momento en que no solo las
unidades individuales, sino todo el ejército, de repente perdieron la fe en la
posibilidad de éxito contra el enemigo. Era como si un cordón que habíamos
estado estirando desde la invasión se hubiera roto repentinamente”.
Para aliviar Varsovia y romper el avance soviético, el contraataque
había comenzado con Piłsudski a la cabeza.
Con la esperanza de descubrir una fuerza soviética significativa en cualquier
momento, los polacos que atacaban se sorprendieron al encontrar su camino
misteriosamente despejado. A medida que avanzaban más, se encontraron
prácticamente sin oposición.
A Piłsudski le preocupaba que los soviéticos estuvieran tendiendo una
trampa, que estuvieran planeando rodear a sus hombres con una fuerza superior
una vez que hubieran avanzado lo suficiente y fuera imposible escapar. Sin
embargo, durante casi dos días, las fuerzas polacas siguieron avanzando,
dejando de lado las pocas unidades bolcheviques que encontraron. Piłsudski no
podía creer lo que veía.
En la noche del 17 de agosto, las fuerzas polacas finalmente entraron en
contacto con concentraciones significativas de tropas soviéticas, pero los
comunistas fueron tomados desprevenidos por la repentina aparición de esta
importante fuerza polaca.
El resultado para el Ejército Rojo fue catastrófico: muchos murieron, incluido un gran número de oficiales de
alto rango. En las orillas del Vístula, el ataque polaco eliminó
efectivamente a las tropas soviéticas en masa, además de interrumpir sus líneas
de comunicación, impidiendo así que las reservas soviéticas entrantes llegaran
a Varsovia.
Turley cuenta que en “los días que
siguieron, el aparentemente invencible Ejército Rojo retrocedió hacia el este
de donde había venido”.
Al enterarse de lo sucedido a orillas del Vístula, Lenin declaró que el
ejército había sufrido una “enorme derrota” y
de inmediato suspendió sus planes para una sangrienta revolución mundial.
Mientras tanto, los polacos regresaron al Santuario de Czestochowa. Una
vez más, se encendieron velas, una vez más para arrojar un tenue resplandor
sobre el enigmático rostro de la Virgen Negra, concluye Turley en su artículo.
Muchos años después, el
Papa Juan Pablo II escribió:
“Saben que nací en 1920, en mayo, cuando los
bolcheviques marcharon hacia Varsovia. Y por eso desde que nací llevo la gran
deuda con los que murieron luchando contra el agresor y ganaron, dando la vida
por su país...”
“Entonces... el comunismo apareció como muy fuerte
y peligroso. Parecía que los comunistas conquistarían Polonia y marcharían
hacia Europa Occidental, que conquistarían el mundo, pero no sucedió. El
milagro del Vístula, la victoria del mariscal Piłsudski en la batalla contra el
Ejército Rojo, detuvo a los soviéticos”.
Traducido y adaptado por Diego López
Marina. Publicado originalmente en National
Catholic Register.
Redacción ACI Prensa
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