De Darío Pimentel (2018).
Mediados
de los 60, plena época del gobierno militar del general Velasco. Como miembro
de la policía de carreteras me sentía satisfecho, al igual que mi compañero de
servicio, pues nuestro destacamento había sido equipado con los poderosos Volvo
Amazon 123 con Over Drive. De manera que no esperábamos pretexto para perseguir
cualquier vehículo sospechoso y sentir el poderío y velocidad de nuestro
flamante patrullero.
La noche
había sido agitada y con muchas intervenciones, por lo que dormitábamos
estacionados cerca a la Fortaleza de Paramonga y
al río del mismo nombre.
El reloj
marcaba la una de la mañana. Cuando un reflejo de luz acompañado de un zumbido
cruzó por la pista frente a nosotros, infringiendo los límites permitidos de
velocidad. Sin pensarlo dos veces arranqué nuestro veloz Volvo encendiendo la
sirena y la circulina. Alcanzamos rápidamente los
150 km. por hora, logrando ver a lo lejos la luz de peligro multicolor
del infractor.
El
sinfónico sonido que emitía el escape Holliday con que venía equipado esta
patrulla de la época incentivaba más mi pie sobre el acelerador, llegando a alcanzar los 170 km. por hora con facilidad, sin
embargo, no lograba alcanzar al vehículo. Pero al acercarnos a Punta Colorado
(La Horca) percibimos que el sospechoso vehículo empezaba a bajar la velocidad,
pues comenzábamos a acercarnos, hasta quedarnos
lelos al comprobar que solamente eran luces que avanzaban sobre la vía. La
forma ovalada de estas luces nos llamó mucho la atención, mas al llegar a la
famosa Cruz de Arévalo las luces salieron de la pista y se posaron a cierta
altura sobre esta, iluminando toda la zona.
Fue
entonces que notamos que nuestra batería se había
descargado sin ninguna razón, ya que el alternador había estado cargando
normalmente. Nuestra confusión fue interrumpida al intensificarse el zumbido
que emitía este extraño objeto. De pronto, empezó a
elevarse emanando aún más luz, para luego desaparecer a una velocidad
fantástica. Nuestro asombro llegó al clímax al ver que nuestros relojes marcaban las seis de la mañana, ya era
de día. Extrañamente se nos habían perdido
cuatro horas y no nos explicábamos cómo.
Muchos
años después conversé con un camionero a quien le sucedió algo similar en la
misma zona, pero esa... es otra historia.
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