¿REZAR MÁS O HACER APOSTOLADO?
Tranquilo… no eres el único
que se ha hecho esta pregunta. Mi reflexión de hoy es para los que descubrimos
en nuestra vida un llamado claro al anuncio del Evangelio.
Para todos aquellos que
sentimos en las venas ese mandato del Señor a anunciar la Buena Nueva a todos
los Pueblos, en todos los rincones de la tierra.
¿Cómo no querer
compartir con todos el tesoro invaluable que llevamos como vasos de barro?,
¿les ha sucedido que a veces se sienten «entre la espada y la pared», con el
tiempo que debemos dedicar a la oración y el que debemos dedicarle a nuestras
responsabilidades apostólicas?
Esos días en que estás tan
ocupado y contra el reloj con algún encargo pastoral, que se te hace muy
difícil tener ese espacio de oración, que sabemos que lo necesitamos.
Ese «tira y jala» que por un
lado, nos lleva al encuentro
íntimo con el Señor, pero, por el otro, nos quiere remitir a
salir al encuentro de los demás, aparece —sin que lo queramos— como una contradicción.
Lo comparto así, pues muchas
veces es una experiencia que tengo, y es algo que vengo meditando, rezando y
conversando con mi director espiritual.
¿Cómo conciliar
de forma armónica esas dos fuerzas que te llevan o sacan de tu interior? Si recurrimos un poco a los
términos de física, que estudiamos en el colegio, hay una fuerza centrífuga y
otra centrípeta.
EN VEZ DE OPONER, UNIFICAR
Pienso que, en vez oponer o
dividir, debemos buscar el punto donde se unen ambas necesidades o
responsabilidades como buenos cristianos.
Finalmente, el Señor nos pide
que lo busquemos, que tengamos una relación de amor con Él. Y a la vez, que lo
anunciemos a todos los hombres, que todos lo conozcan.
Por lo tanto, no pueden ser
«dos fuerzas» que se opongan. La clave está en la comprensión que tenemos del
«por qué» hacemos una u otra responsabilidad.
Deseo compartir algunas
conclusiones que tengo sobre esto, con el anhelo de que les sirva para su
propia vida como cristianos comprometidos, y porque no, para nuestra
propia santidad.
TENGAMOS EN CUENTA UNA COSA
Antes de mencionar tres ideas
que pueden brindarnos luces importantes e interesantes para comprender esta
aparente contradicción, y estar más en paz conmigo mismo, sin sentirnos
culpables por no rezar lo suficiente o creer que no le dedicamos el tiempo
necesario para hablar de Dios, pensemos lo siguiente:
La oración o el apostolado no
son un fin en sí mismos. ¿Qué quiero decir con
esto? La práctica continua de ejercicios espirituales son un medio para
que pueda tener un encuentro personal con Dios.
Por otro lado, todas las
actividades que hago apostólicamente sean charlas, talleres, retiros y muchas
otras posibilidades, no tienen sentido si es que no llevan a las personas —así
como con la oración— al encuentro con Dios.
Si esto ocurre —así es mi
experiencia— yo también, a través de esa actividad apostólica, me encuentro con
Dios.
1. HABLEMOS DEL ENCUENTRO CON CRISTO
Esta es la primera reflexión
que me gustaría compartir. Hagamos un breve examen de
conciencia, y
preguntémonos ¿qué busco en la oración o en el
apostolado?
¿Estoy
simplemente cumpliendo unos requisitos para ser un «cristiano perfecto», o un
«cumplidor de la ley», al estilo farisaico?
O ¿mi
preocupación es, en verdad, mantener una relación con Cristo, y un esfuerzo
para que otros también puedan vivir ese encuentro?
La diferencia de ambas
posturas es muy clara. En la práctica podría parecer que estamos haciendo lo
mismo. Las demás personas, que nos miran, pueden incluso decirnos qué tal
ejemplo de cristianos somos… pero la intención de fondo, que anima ambas
actitudes, son muy distinta.
Por un lado, hay una
preocupación —me atrevería a decir— vanidosa y con cierta soberbia espiritual,
mientras que la otra postura —respectivamente— nos mueve a una actitud humilde.
De quiénes se perciben
necesitados de la gracia y vida del Señor, y entienden el apostolado como un
llamado, desde el bautismo, a colaborar en la obra y misión de la Iglesia, y no
como un triunfo o mérito personal.
NO OLVIDEMOS QUE SOMOS SIMPLES SIERVOS, INDIGNOS E
INFIELES
Que no podemos hacer nada para
ganarnos, por nuestros propios méritos, todo lo que Dios nos ha dado. Cumplimos
lo que debemos cumplir, y punto. ¡Nada más!
No soy negativo, soy realista.
A veces creemos que por ser cumplidores de la ley, merecemos ser reconocidos,
no solo ante los demás, sino ante Dios mismo.
Siempre seremos pecadores, y
por más buenas obras que hagamos, el único mérito que nos concede santidad y
felicidad es el amor de Cristo, que se entregó por nosotros en la cruz.
Reconozco todas las obras
buenas que podamos hacer, y eso nos debe alegrar… por supuesto. Pero si nos
empieza a llevar hacia la vanidad, y olvidar nuestra condición de pecadores,
entonces algo no «huele bien». A eso me
refiero.
Evidentemente, nos toca ser
fieles y obedecerlo al Señor si realmente lo amamos. «A Dios rogando y con el
mazo dando», nos recuerda un dicho muy popular.
No nos olvidemos que, en esta
vida, todo es vanidad de vanidades. Y tanto nosotros, como las personas a
quiénes ayudamos apostólicamente, necesitamos ese encuentro amoroso con Cristo.
2. ESTAMOS LLAMADOS AL AMOR
Romano Guardini, un gran
teólogo, decía en su libro «La esencia del cristianismo», que lo esencial de la vida cristiana es la
relación personal de amor con Cristo.
Todo lo demás, desde el
cumplimiento de los Mandamientos, hasta la vivencia de la solidaridad, son por
supuesto, importantísimos.
Pero no tienen sentido si no
brotan desde ese encuentro personal con Cristo. De ahí se nutre nuestro
corazón, y puede crecer el amor de Dios en nuestro interior.
Por lo tanto, aplicando esta
vocación cristiana, tan claramente descrita, sea en mi vida de oración
personal, sea a la hora de ejercer la evangelización, la pastoral o el
apostolado, debe ser ocasión para vivir el amor.
Es el llamado que tenemos
todos como personas, creados a imagen de Dios. Así como cada Persona de la
Santísima Trinidad, nosotros también, estamos constituidos para vivir el amor.
PERSONA ES, PRECISAMENTE, UN SER PARA EL ENCUENTRO
Para la relación, la
comunicación. Si vemos nuestra vida cristiana de esa manera, entonces no hay
razón para oponer o polarizar la relación con Dios y los demás.
Acordémonos de lo que nos dice
san Juan, en su primera carta. Cómo el amor a Dios, se ve reflejado en el amor
a los demás. Miente el que dice que ama a Dios, pero no ama a los demás.
Así que —creo yo— la pregunta más bien no es si debo rezar más o hacer más apostolado, sino
cómo organizo mi vida.
Cómo priorizo —por supuesto —mis momentos de encuentro personal con Dios.
Valiéndonos siempre del
sentido común, puesto que algunas veces sin lugar a duda, nos tocará dedicar
todo el día al apostolado, y probablemente, no tendremos ese rato de oración
que deseamos.
Pero no debería ser motivo de
recriminación, sino de una constatación, desde nuestra libertad como hijos de
Dios, que «ese día» determinado, fue necesario dedicarle más tiempo al amor al
prójimo.
Vale la pena decir que en mi
experiencia personal, cuando tu labor apostólica brota de tu encuentro con el
Señor, y tiene como objetivo ayudar a que los demás se encuentren con Él, y no
es una búsqueda personal de aprobación vanidosa, naturalmente, se da un
encuentro con el Señor.
¡Cuántas veces
he derramado lágrimas, en esos minutos maravillosos, en los que me descubro un
instrumento de Dios, ayudando a que otras personas se acerquen más al Señor!
3. NUESTRO HORIZONTE ES DAR GLORIA A DIOS
No siempre, pero muchas veces,
antes de empezar alguna actividad apostólica, me acuerdo de un lema ignaciano
que decía: «Para mayor gloria de Dios, y salvación
de los hombres».
En realidad, es una afirmación
básica de doctrina cristiana. Todo lo que hacemos es para la gloria de Dios.
Toda nuestra vida es para la gloria de Dios.
San Ireneo decía que, el
hombre es la gloria de Dios. Y la gloria del hombre es ese rendir culto
agradable a Dios. De modo que, sea lo que sea, hagamos lo que hagamos, siempre
debemos dar gloria a Dios.
Dicho esto, me parece claro
que tanto en mi vida de oración como en el apostolado, estoy llamado a
glorificar a Dios.
DEJEMOS A UN LADO EL CONFLICTO O LA CONTRADICCIÓN
¿Para qué
generar un conflicto de intereses o aparente contradicción? Más bien, entendamos que —con
madurez y sensatez— debemos encontrar el sano equilibrio para estar a solas con
el Señor.
O preocupados por llevar a
otros a ese encuentro con Dios. Mi experiencia es que cuánto más te dedicas a
la labor evangelizadora, más experimentas la necesidad de esa relación y
encuentro con Dios amor. Y lo mismo, al revés.
Les exhorto pues, a que no
caigamos en falaces oposiciones o polarizaciones, que solo generan
insatisfacción y descontento.
Comprendamos el camino
cristiano del encuentro con Cristo, que se traduce en una vida que sobreabunda
de amor y busca ser un acto constante de gloria a Dios.
Quisiera terminar con un lema
que creo yo, puede ayudarnos a descubrir ese equilibrio: «Oración para la vida
y el apostolado, vida y apostolado hechos oración».
Escrito por Pablo Perazzo
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