Aprovechando la fiesta de la Santísima Trinidad
publico estas reflexiones.
Dice Walter
Kasper en su libro “El Dios de Jesucristo”:
“Al igual que
en los salmos de lamentación, muchos se preguntan: ¿por qué el sufrimiento de
los inocentes? Si Dios es omnipotente y bondadoso, ¿cómo puede permitir todo
eso? ¿Por qué no interviene? Tampoco la doctrina de la Trinidad puede responder
fácilmente a estas preguntas, pero sí que puede arrojar algo de luz en la
oscuridad y ayudar a soportarla. Puede mostrar que el amor siempre implica renuncia. Por eso, el amor y el sufrimiento, más aún, el amor y la muerte forman una unidad,
como siempre ha sabido la gran literatura. Por lo que respecta a la vida
intratrinitaria, esto significa que las personas divinas –cada una de las
cuales es infinita– deben dejarse
espacio unas a otras por amor. El amor trinitario tiene, por consiguiente,
naturaleza kenótica; y cabalmente en este modo kenótico de existencia es
Dios él mismo como amor. Desde semejante concepción kenótica de la Trinidad resulta comprensible la cruz como revelación
suma del amor de Dios. La concepción kenótica de la Trinidad le permite
en cierto modo a Dios identificarse en
la cruz con lo más ajeno a él, con el pecador que ha merecido la muerte, e
ingresar en lo contrario de su ser, en la noche de la muerte.” (pp. 23 – 24)
“La teología de los siglos XIX y XX es el
ambicioso intento de reinterpretar el concepto de Dios y su inmutabilidad
desde esta confesión o, más exactamente, desde la cruz de Jesús, a fin de
volver a poner así de relieve la concepción bíblica del Dios de la historia.
(…) La encarnación de Dios alcanza en la cruz su meta de sentido. De ahí que
todo el acontecimiento Cristo deba ser entendido desde la cruz. En la cruz
acontece en su radicalidad última el amor autoenajenante de Dios. La cruz es lo más extremo a lo que puede
llegar Dios en ese amor en el que se da a sí mismo como don; es el «id quo
maius cogitari nequit» (aquello mayor que lo cual nada puede ser concebido), la
ya insuperable autodefinición de Dios. Por eso, esta autoenajenación no es una autorrenuncia ni una autodesdivinización
de Dios. El amor de Dios revelado en la cruz es más bien expresión de la
incondicional fidelidad de Dios a su promesa. Del Dios vivo de la historia hay
que afirmar que, justo en cuanto Dios de la historia, se mantiene fiel a sí mismo
y no puede negarse a sí mismo (cf. 2 Tim 2,13). De ahí que la cruz no sea una desdivinización de Dios,
sino una revelación del Dios divino. Cabalmente en la insondabilidad de
su dadivoso amor se pone de manifiesto que él es Dios, no hombre (cf. Os 11,9)
De ese modo, para la Biblia, la
revelación de la omnipotencia divina y la revelación del amor divino no se
contraponen. Dios no necesita despojarse de su omnipotencia para revelar
su amor. Al contrario, hace falta
omnipotencia para poder entregarse y regalarse a sí mismo, así como para
retirarse al donar y respetar la independencia y la libertad del receptor.
«Por eso, la omnipotencia de Dios es su bondad. Pues la bondad consiste en dar
por entero, pero de modo tal que uno, retirándose poco a poco, haga independiente al receptor…. Lo
incomprensible es que la omnipotencia puede producir no solo lo más imponente:
la totalidad visible del mundo, sino lo más frágil: un ser independiente de la omnipotencia». Con ello hemos llegado
al punto decisivo: la autoenajenación
de Dios, su impotencia y su sufrimiento no son expresión de deficiencia,
como en los seres finitos, ni tampoco de una necesidad fatal. Si Dios sufre, lo
hace de modo divino, y esto significa que su sufrimiento es expresión de su libertad; a Dios no le afecta el
sufrimiento, sino que se deja afectar por él. A diferencia de la
criatura, no sufre por deficiencia de ser, sino por amor y a causa de su amor,
que es la sobreabundancia de su ser. Atribuir
a Dios devenir, sufrimiento y movimiento no significa, pues, convertirlo
en un Dios en devenir que solo a través de este alcanza la plenitud de su ser: semejante tránsito de la potencia al ser
queda excluido en el caso de Dios. Atribuir a Dios devenir, movimiento y sufrimiento supone concebir
a Dios como plenitud de ser, pura actualidad, sobreabundancia de vida y de
amor. Porque es la omnipotencia del amor, Dios puede permitirse, por así decir,
la impotencia del amor; está en condiciones de exponerse al sufrimiento y a la
muerte sin sucumbir en ellos. Solo así puede redimir nuestra muerte mediante su
propia muerte.”
(KASPER, Walter, El Dios de Jesucristo, pp. 276 –
277)
El argumento de Kasper:
1)
Kasper entiende la Trinidad como una
especie de autonegación de Dios que da lugar al Hijo
y al Espíritu Santo, y hace coincidir esa autonegación con el amor divino: el
darse
a otro implicaría siempre y necesariamente un negarse
a sí mismo. Por eso
ve en la Cruz la máxima expresión del misterio trinitario mismo.
2)
La pura Perfección de Dios, entonces,
al ser trinitaria,
incluye la autonegación.
Por tanto, para Dios negarse, limitarse, cambiar, sufrir, morir, ser
impotente, no es un defecto,
sino la máxima plenitud.
3)
Por eso
mismo, la Omnipotencia en Dios incluye la posibilidad de volverse voluntariamente impotente, haciendo que la
creatura se independice del Creador.
4) El cambio y el sufrimiento en Dios,
por tanto, no son en Él una imperfección, porque
no los sufre pasivamente,
sino que los asume libremente.
Se ha de notar ante todo que
en todo esto Kasper no está hablando de Nuestro Señor Jesucristo
solamente según su naturaleza humana, como haría la teología
tradicional al hablar del sufrimiento y la muerte del Hijo de Dios, sino que
está hablando de Dios mismo según su naturaleza divina, retomando así el discurso de la teología “kenótica”.
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Es clara la raíz hegeliana de esa introducción del
concepto de “negación” en
el misterio trinitario. En su forma más clara y burda, el Hijo sería la
negación o antítesis del Padre, y
el Espíritu Santo, la negación del Padre y el Hijo.
Y el mundo, la negación de
Dios Trinidad.
La raíz de todo el argumento
parece ser la idea de que el amor implica siempre la
negación de sí mismo.
Pero eso no se desprende de la tradicional definición del amor tal como la
expresa Santo Tomás de Aquino: “querer el bien
del otro”.
Querer el bien del otro no implica necesariamente no querer el propio
bien o querer ser privado del mismo.
Kasper dice que el amor implica siempre renuncia. Eso se entiende en un ente finito, que, o bien tiene malas
inclinaciones a las que debe renunciar para
poder amar rectamente, o bien, tiene inclinaciones legítimas hacia bienes también finitos que son incompatibles con el bien de otro ente finito,
o con la vocación concreta
que tiene de servir a Dios, Bien
Infinito.
Pero nada de eso se da
ni puede darse en Dios. El único Bien que Dios ama
necesariamente es Él mismo,
Bien Subsistente, al
cual no puede renunciar bajo ningún concepto, y por lo que toca al Amor
intratrinitario, no hay en él renuncia alguna.
En efecto, el Padre no pierde la Naturaleza divina por el hecho de comunicársela toda entera
y completa al Hijo. Porque ambos se identifican realmente por lo
que toca a esa Naturaleza o Esencia divina,
y se distinguen realmente entre sí
solamente por lo que tiene que ver con la relación de origen bajo la
cual la poseen: el Padre como Quien la comunica al
Hijo, el Hijo como Quien la recibe del Padre.
Y lo mismo hay que decir del Padre y el Hijo, como Quienes comunican
la naturaleza divina al Espíritu Santo, y del Espíritu Santo,
como Quien la recibe
de ellos.
Usando la metáfora de
Kasper, las Personas divinas no tienen que “hacerse lugar”
unas a otras, porque todas ocupan el mismo lugar que es la Naturaleza o Esencia divina, distinguiéndose
entre sí solamente por la relación de origen bajo la cual lo ocupan.
En cuanto a los bienes
finitos, Dios los ama con total
libertad, pudiendo perfectamente no amarlos, y no puede haber
nada que lo ponga en situación de
“renunciar” a ellos, pues ante todo, ninguno de ellos
significa para Dios una ganancia, ni la carencia de ellos
significaría para Él una pérdida.
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En
Dios no hay negatividad alguna, ni carencia, ni renuncia, ni sufrimiento, ni
muerte, ni enajenación. Dios es Puro Ser, pura Luz, pura Positividad.
El único “no
ser” que hay en Dios es
puramente relativo,
es la oposición entre
las relaciones de origen, que fundamenta la
distinción real entre ellas. En Dios, la Paternidad, o sea, el Padre, no es la Filiación, o sea,
el Hijo, porque la segunda es el término al que tiende la primera, y
la primera el término al que tiende la segunda.
La Filiación no es la
Paternidad, pero eso no se debe a algo que le falte
a la Filiación, sino a su ser relativo mismo,
porque lo esencial de la relación es “ser a otro”, y el “otro” de la Filiación es, obviamente, la Paternidad.
Es
el ser de la relación, no su no ser, lo que la distingue realmente de su término.
Y lo mismo con las otras dos
relaciones divinas subsistentes, la paternidad y la espiración pasiva o
procesión.
Dice en efecto Santo Tomás de Aquino en De Potentia,
q. 7 a. 8 ad 4 (traducción nuestra):
“Al cuarto
argumento hay que responder que la
oposición de relación difiere en dos cosas de las otras oposiciones, de
las cuales la primera es que en
las otras oposiciones se dice que uno se opone a otro en cuanto que lo remueve: pues la negación remueve
la afirmación, y según esto, se le opone; ahora bien, la oposición de
privación, de hábito y de contrariedad incluye la oposición de contradicción,
como dice en el libro IV de la Metafísica. Pero no es así en los relativos. Pues el padre no se opone al hijo porque lo remueva, sino por su ordenación a
él. Y de aquí se sigue la segunda diferencia, porque en los otros opuestos siempre uno de ellos es
imperfecto; lo cual sucede por
razón de la negación que se incluye en la privación y otros
contrarios. Esto no sucede en los
relativos, sino que cada uno de
ellos puede considerarse perfecto, como se ve sobre todo en las
relaciones de origen, como la igualdad, la similitud, el padre y el hijo. Y así
la [oposición de] relación puede
atribuirse a Dios con mayor razón que otras oposiciones. Pues por razón
de la primera diferencia puede
afirmarse una oposición relativa entre
la creatura y Dios, pero no otra oposición, porque de Dios es más propiamente la posición de las
creaturas que su remoción; pero sí hay alguna relación de las creaturas a Dios. Por razón de la segunda diferencia hay oposición
relativa en las mismas Personas divinas
(en las cuales no puede haber nada
imperfecto), y no otra,
como se verá más adelante.”
Las mismas Relaciones divinas
subsistentes se identifican con la Esencia divina absolutamente Perfecta e Infinita, de modo que en ellas no hay nada de imperfecto ni de limitado.
De ahí se sigue que en la Paternidad, por ejemplo, no hay ninguna perfección que no esté en
la Filiación, y viceversa.
Y que por tanto, el orden del Padre al Hijo y el orden del Hijo al Padre, lo
que se denomina el “esse ad” de la relación, siendo real, no agrega perfección
alguna a la Divinidad, como enseñan muchos de los tomistas, radicando
toda la perfección de las Relaciones divinas subsistentes en su “esse in”, que en las
relaciones creadas es la inherencia propia
del accidente metafísico, y que en las
Relaciones divinas se identifica
realmente con la Esencia divina.
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Por lo mismo, el Hijo no procede del Padre por autonegación del Padre, sino por generación, que es la comunicación de la naturaleza divina al Hijo,
de la cual el Padre mismo no se despoja al comunicarla.
Esa comunicación hace surgir
necesariamente relaciones opuestas entre el Padre y el Hijo, las relaciones de
Paternidad y Filiación, que son opuestas porque necesariamente lo que es
término para una es sujeto para la otra, y viceversa, de modo que deben distinguirse realmente entre
sí.
Y que al distinguirse
realmente entre sí, precisa y solamente en tanto
que relaciones opuestas, no se distinguen tampoco realmente de la misma y única Esencia divina.
Pero dada la unicidad de la Naturaleza divina, que es lo que el Padre
comunica al Hijo, esa distinción real entre las relaciones de Paternidad y
Filiación no puede ser una distinción real entre sujetos
sustanciales de esas relaciones
que fuesen distintos de ellas mismas, por lo que en Dios las Personas
divinas se identifican realmente con esas relaciones de origen, así como con la única Naturaleza divina,
quedando la distinción real entre las tres Personas
divinas solamente en el plano de las relaciones.
Por eso se ve también que para
Dios engendrar al Hijo no es privarse de la Naturaleza
divina, pues la Naturaleza divina
que está en el Hijo no es numéricamente distinta
de la Naturaleza divina que está en el Padre, quedando la distinción real entre el Padre y el Hijo solamente en las relaciones de origen bajo
las cuales cada uno de ellos posee la única Naturaleza divina.
No puede hablarse, entonces,
de una autonegación de Dios o de un autoenajenamiento de Dios al engendrar al Hijo.
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Es posible que lo que esté
faltando aquí sea la distinción entre Naturaleza divina y
Personas divinas, y entre la Sustancia divina
y las Relaciones divinas.
En efecto, sin esa distinción,
la Trinidad sólo puede pensarse contradictoriamente, o bien como triteísmo, que es contradictorio con la noción misma de
Dios como Absoluto y por tanto, Único, y o bien como identidad
contradictoria de lo realmente distinto, sin más, al modo hegeliano.
Faltando la distinción entre Persona – Relación y Naturaleza divina, es lógico pensar que
la distinción real entre las Personas
divinas se da en el plano de lo absoluto, de la Esencia divina
misma,
de modo que la identidad real con lo realmente
distinto, sin más, sea efectivamente una negación de sí
mismo.
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Por eso no alcanza, en
teología trinitaria, con decir que Dios es Amor y que el Amor, siendo
necesariamente dialogal, implica pluralidad de personas, según el esquema clásico del amante, el amado, y
el amor.
Dice Kasper:
“Partiendo de
la autocomunicación de Dios se puede, en segundo lugar, aminorar el problema de la unidad y la trinidad en
Dios. Salta a la vista que este problema no es una cuestión numérica ni
tampoco comporta una suerte de matemática superior. Esta relación puede
entenderse desde la esencia del amor. Pues el amor quiere ser uno con el otro, sin fundirse con él ni absorberlo.
El amor implica una unión que
salvaguarda tanto la propia identidad como la identidad del otro, llevando
precisamente de este modo a ambas a su realización última. El amor
significa unidad acompañada del reconocimiento de la alteridad del otro. Así,
la unidad trinitaria incluye autodiferenciación.” (p. 23).
Pero se supone que ese amor se da también entre las creaturas racionales, entre las cuales
sin embargo no se la unicidad de la naturaleza o esencia,
que se da en Dios.
En las creaturas racionales
tenemos la unidad y la autodiferenciación propias del amor sin que tengamos
por eso el misterio de Unidad y Trinidad
que hay, según nuestra fe, en Dios.
Por el contrario, siempre que
a nivel creado se dé ese amor, va a haber una pluralidad de
sustancias en juego: justamente lo que no puede haber en Dios.
Con esto entonces no se “aminora” el problema de la Unidad y la
Trinidad en Dios, porque ni siquiera se lo aborda.
No es cuestión, entonces, de
hacer afirmaciones despectivas sobre las “cuestiones
numéricas” y la “matemática superior”, sino de abordar de frente el verdadero problema,
que sí es un problema de unidad y pluralidad,
y que sólo puede resolverse por la tradicional distinción entre
la Esencia divina y las Relaciones divinas, identificadas estas
últimas con las Personas divinas, distintas realmente entre sí en tanto que
relaciones opuestas, e identificadas realmente con la única Esencia
divina.
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Hay que notar también que
cuando Kasper dice que la Omnipotencia divina no se
opone al Amor divino, cosa que en
sí misma es totalmente verdadera, lo entiende sin embargo en el sentido de que
como Dios es Amor, y el amor es autonegación, la
Omnipotencia entonces es la capacidad de volverse
impotente, y de hacer a la creatura independiente de Dios mismo, de modo que el “amor” divino sea la capacidad de dejar a la creatura entregada a su propia autonomía.
Parece que Kasper no pudiese
entender el punto verdaderamente clave de la relación entre
el Creador y la creatura: que ésta se afirma más a sí misma y
adquiere más consistencia y valor cuanto más depende del Creador, y
no cuando (por imposible, salvo en el caso del pecado) se hace “independiente”
de Dios.
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Por otra parte, el presupuesto
de las afirmaciones que hace Kasper sobre la
Omnipotencia divina y el cambio y sufrimiento en Dios es la idea de Dios como “Libertad absoluta”:
“Además, la
cuestión «fe y razón», en polémica con la secularización y el ateísmo modernos,
representaba el gran desafío. Por eso, la confrontación con estas corrientes
ocupa bastante espacio en El Dios de Jesucristo. A tal fin era necesario asumir constructivamente los planteamientos
de la filosofía moderna de la libertad. Así, se intentó definir, en el
horizonte de la filosofía moderna de la libertad, la esencia de Dios no como ser absoluto, sino como la libertad absoluta
que todo lo determina.” (p. 14).
“A este nuevo
comienzo teológico trató de contribuir también, a su manera, El Dios de
Jesucristo. Esto lo hace en el marco de una concepción global que intenta
pensar la definición teológica de Dios en
el horizonte del pensamiento moderno como libertad personal absoluta y omnideterminante.” (p. 21 – 22)
A partir de ahí se entiende
que Dios sea Omnipotente o no a voluntad, que la
creatura dependa de Dios o no según lo que Dios libremente
quiera, y que el hecho de que Dios cambie o no cambie dependa de la misma libre Voluntad divina,
de modo que tanto su cambio como su inmutabilidad fuesen igualmente expresión
de su Omnipotencia.
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El problema es que la
idea misma de una “libertad absoluta” es
contradictoria e implica renunciar a la razón.
En efecto, una libertad
absoluta debería ante todo ser libre de
existir o no existir. Es decir, debería poder elegir entre existir o no existir. Pero eso es
imposible, porque toda elección supone la existencia: para elegir, hay que existir, ya previamente.
También una libertad absoluta debería ser libre de ser libre o no ser libre, es decir,
debería poder elegir entre poder elegir y no poder elegir.
Lo cual es obviamente imposible, porque para elegir hay que ya, previamente,
poder elegir.
Un Dios dotado de libertad
absoluta debería poder elegir entre existir o no, ser libre o no, ser
Dios o no, ser Santo o no, ser Amor o no,
etc. Y entonces, un tal “dios” podría
no existir, no ser libre, no ser Dios, no ser Santo, no ser Amor, y por tanto,
podría ser limitado y malo. Obviamente que eso no es Dios.
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Es contradictorio,
obviamente, decir que Dios deja de ser Omnipotente en
virtud de su misma Omnipotencia, o que se hace impotente en virtud de su
Omnipotencia. Es lo mismo que decir que Dios no es potente porque es Omnipotente.
Por supuesto que Dios puede renunciar a defenderse y entregarse en manos de sus enemigos, pero eso no es hacerse impotente,
porque Dios no pierde por ello la capacidad de vencerlos a todos y de liberarse de todos, sino que simplemente
decide no ejercerla, no utilizarla. Y la impotencia no es no ejercer el poder, sino carecer de él.
Cfr. Mt. 26, 53: “¿O piensas que no
puedo rogar a mi Padre, y Él pondría a mi disposición ahora mismo más de
doce legiones de ángeles?”
Es contradictoria
también la idea de que Dios hace que la creatura no
dependa de Él. Porque en la
medida en que eso es algo que Dios hace, en esa misma medida la
creatura depende de que Dios lo haga. O sea que la creatura es independiente
de Dios porque depende de Él, lo cual es absurdo.
En la misma línea de
razonamiento, un tal “dios” sería tan “omnipotente” que podría hacer que el mundo siguiese existiendo
una vez que el mismo “dios” hubiese dejado de existir. Y ahí
tenemos otra contradicción:
un mundo que existe independientemente
de Dios porque depende de Dios, que desde la nada sigue haciéndolo
existir.
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Kasper cree que puede afirmar el cambio en Dios con sólo
aclarar que ese cambio en Dios es voluntario y no involuntario, es libremente
asumido y no impuesto, es activo
y no es pasivo, negando
que en Dios el cambio sea un pasaje de potencia a acto.
Pero es que no hay otro cambio fuera del que es pasaje de potencia a acto. Cambiar es comenzar a ser lo que antes no
se era, pero se podía ser, de lo contrario el cambio no habría podido darse.
O sea, pasar de potencia a acto.
Por tanto, nada importa si ese pasaje de potencia a acto es voluntario o no,
es libremente asumido o no, en todo caso, es un aumento de
perfección y actualidad, es adquirir algo que antes no se tenía.
Porque ser actualmente es más que meramente poder ser.
Incluso si el cambio consiste
en una destrucción, es porque se ha actualizado alguna otra perfección,
incompatible con la primera,
que por tanto, al actualizarse la destruye, como cuando en una hoja de papel se
actualiza el fuego.
Y es absurdo hablar
de un aumento de perfección y actualidad en Dios.
Dios no puede mejorar, porque es por definición lo absolutamente Mejor. No puede ganar ninguna bondad ni aumentar en
ella, porque es el Bien mismo Subsistente. Y por la misma
razón tampoco puede perder nada, porque sería
menos perfecto, si así fuese, que el Bien mismo que no pudiese tampoco perder
nada de su Bondad.
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La
misma fidelidad de Dios a sus promesas depende de la Inmutabilidad divina, es decir, que Dios no puede
cambiar.
De lo contrario, podría perfectamente haber cambiado de opinión entre el tiempo de los Apóstoles y el día de hoy.
Recordar que Dios no tiene a nadie por encima de Él a quien dar cuentas de lo que hace o ante quien ser responsable.
Y en cuanto a ser fiel a Sí mismo, el hecho es que estamos en la hipótesis, precisamente, de
que el “Sí mismo” del presente no es en todo el
mismo que el que hizo las promesas en el pasado (es claro que
si hay cambio en Dios, también hay para Él pasado y futuro, porque hay antes y
después, sucesión de estados)
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Kasper incluso contradice su tesis
de la “libertad absoluta” divina
al hablar de la fidelidad divina,
porque dice que:
“Del Dios
vivo de la historia hay que afirmar que, justo en cuanto Dios de la historia,
se mantiene fiel a sí mismo y no puede negarse a sí mismo (cf. 2 Tim 2,13).” (p. 277)
Sin duda que Dios es fiel a sí
mismo y que no puede negarse a Sí mismo, y que la cita que pone Kasper nos da
un precioso testimonio acerca de Dios, pero todo eso es precisamente porque Dios es Inmutable, no puede cambiar.
Ahora bien, si Dios “no puede” negarse a Sí mismo ¿en
qué queda la “libertad absoluta” que Kasper atribuye a Dios?
Si se sustituye el
ser por la libertad, entonces efectivamente la libertad es
radical, es el constitutivo último de la
realidad, ante todo, de la realidad de Dios, y entonces ¿qué cosa sería aquella que Dios “no
puede” o que “no puede” darse en Dios?
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Dice también Kasper:
“Por
consiguiente, Dios es –en su esencia– el Santo, en cuya fidelidad se puede confiar incondicionalmente;” (p. 25) “El amor de Dios revelado en la cruz es más bien
expresión de la incondicional fidelidad
de Dios a su promesa.” (p. 276 – 277)
Cierto, pero eso es así porque Dios es Inmutable, no puede
cambiar. De lo contrario, si habría una
condición de por medio: que Dios no
hubiese cambiado tanto que ahora la fidelidad a la promesa antes
dada le pudiese parecer inconveniente.
Y
no sirve, si se
mantiene la mutabilidad divina, replicar que Dios ha hecho el solemne compromiso voluntario de no abandonar nunca esta
Voluntad suya de salvarnos, porque ahí se querría apuntalar un acto de la voluntad libre y por hipótesis capaz
de cambiar, con otro acto de la voluntad libre y por hipótesis capaz
de cambiar, y se seguiría en el mismo problema.
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No vale decir, en efecto, que lo que antes se decía mediante la “inmutabilidad”
divina, hoy se dice mediante la “fidelidad” divina.
No
es lo mismo, porque la fidelidad
depende de una voluntad libre, de modo que, si miramos solamente al concepto de “voluntad libre”, puede por definición querer otra cosa distinta de la que quiere, y entonces, podría dejar de querer ser fiel.
Es claro que en
Dios eso no sucede, pero precisamente, porque en Dios no
depende todo en última instancia de la libre Voluntad divina, o sea,
precisamente porque Dios no es “libertad
absoluta”.
O sea, porque Dios es Inmutable, y
eso lo es por Naturaleza, no por una libre decisión suya, cosa que
además sería contradictoria, porque un ser mudable no podría darse a sí mismo la inmutabilidad, y un ser inmutable no necesita dársela a sí mismo.
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Frente a argumentos de este
tipo la respuesta de Kasper es típica (habla del teólogo alemán H.
Shell, que al parecer llegó a sostener que Dios es tan libre que se crea a Sí mismo, es “causa sui”):
“Estas objeciones son irrefutables sobre la base de la metafísica
clásica. Pero con ello no hacen justicia a la intención de Schell,
que, a pesar de sus no del todo afortunadas formulaciones, es legítima; pues lo
que persigue es superar, sobre la base
del pensamiento moderno, una concepción objetivo-sustancialista del ser
y pensar a Dios, de hecho, como ser, como libertad y vida. De esta suerte,
Schell se aproxima no solo al enfoque intelectual moderno, sino también a la
comprensión bíblica de Dios bastante más que sus adversarios neoescolásticos,
quienes en 1898 consiguieron que fuera incluido en el Índice, impidiendo así,
en perjuicio de la fe cristiana, que los planteamientos de Schell contribuyeran
a una nueva síntesis de fe y saber en consonancia con la situación intelectual
de la Modernidad.” (p. 230)
Pero, que una cosa o existe o no existe ¿es “metafísica
clásica”? El principio de no contradicción ¿es “metafísica clásica”? Que
una libertad absoluta debería darse a sí misma la existencia y el ser libertad,
y que eso es imposible porque entonces debería existir antes de existir y ser
libre antes de ser libre, y eso es absurdo ¿es “metafísica
clásica”?
¿Qué es “superar una concepción
objetivo-sustancialista del ser”? ¿Decir que nada existe, o que Dios
no existe? ¿Decir que Dios no existe en Sí mismo, sino en otro?
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¿O bien será lo que Kasper dice también en esa obra:
“Con ello
acontece una revolución en la comprensión del ser. Lo último y supremo no es la sustancia, sino la relación. Para
Aristóteles, la relación es uno de los accidentes que sobrevienen a la
sustancia; se trata incluso de lo más débil de todo lo que es. Pero si Dios
mismo se revela como el Dios de la alianza y del diálogo cuyo nombre significa
ser para nosotros y ser con nosotros,
la relación tiene prioridad sobre la sustancia.” (p. 234)
Pero entonces ¿qué significa “relación”?
Dejemos por un lado las relaciones divinas intratrinitarias,
porque es claro que al llamarlas “relaciones” les estamos
aplicando un concepto que hemos tomado de nuestra experiencia de
las creaturas, así que ante todo veamos qué significa ese concepto.
Y es claro que para que haya
relación tiene que haber cosas relacionadas, y que
entonces, la relación no puede ser “lo último” ni puede tener “prioridad
sobre la sustancia”.
No es que la relación entre
Pedro y Juan esté primero colgada en el aire esperando
a que Pedro y Juan vengan a hacerse sujetos de ella.
De lo contrario, no estamos
simplemente hablando de una “relación”.
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Nótese además que Kasper
afirma la prioridad de la relación sobre la sustancia hablando de la relación de Dios con los hombres
en historia de la salvación. Pero Dios no puede depender de la
creatura ni se relativo a ella en modo alguno. Esas supuestas
relaciones de Dios con el mundo, o bien serían accidentes en Dios,
lo cual va contra la Simplicidad divina, o bien se identificarían
con Dios mismo, y entonces, el mundo sería tan necesario como Dios y sería parte, por así
decir, de Dios mismo.
Las relaciones que Dios tiene con el mundo, por tanto, no son reales,
sino de razón, enseña la teología
clásica. Las que son reales son
las relaciones que el mundo tiene con Dios.
Recordar que una relación no es una cuerda que
ata dos sustancias la una a la otra, sino que es un
accidente que está en una sustancia y la ordena a otra.
La paternidad, por ejemplo, está en el padre, y lo ordena
al hijo, mientras que la filiación está
en el hijo, y lo ordena al padre.
Y si Juan es amigo de Pedro, es porque hay allí dos relaciones,
no una sola: la relación “ser
amigo de Pedro“, que está en Juan, y la relación “ser
amigo de Juan“, que está en Pedro.
Por eso, al hablar de “relaciones de Dios con el mundo“, podemos estar hablando o bien de la relación que está en Dios y lo ordena al mundo, que no es real, por lo dicho,
sino solamente de nuestra razón, o bien de la relación que está en el
mundo y lo ordena a Dios, que esa sí que es
real.
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Pero nos dirán ¿y qué pasa con las relaciones divinas, que son subsistentes,
y que no relacionan entre sí a sujetos distintos de ellas
mismas, porque
el Padre es la Paternidad, y el Hijo es la Filiación?
Pasa que no son
subsistentes por sí mismas o por ser relaciones, sino porque se identifican realmente con la
Esencia divina única y subsistente, absoluta, sustancial.
Esas relaciones divinas
subsistentes también relacionan algo absoluto y sustancial,
como toda relación: la Paternidad divina,
por ejemplo, relaciona a la Esencia divina absoluta y Subsistente,
considerada bajo esa relación de Paternidad, con la cual se
identifica realmente, con esa misma Esencia divina absoluta y
Subsistente, considerada en ese caso bajo la relación de Filiación,
con la cual también se identifica realmente, pero de tal modo, que esas dos
relaciones opuestas se distinguen
realmente entre sí.
Es claro que a diferencia de todas las
relaciones creadas, esas relaciones subsistentes no son accidentes,
porque se identifican realmente con la Esencia divina,
de lo contrario no serían Personas divinas, sino creaturas.
Pero ese no ser accidentes no les viene,
como dijimos, de ser relaciones, sino de ser idénticas
realmente a la Sustancia divina absoluta.
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Ahora bien, esto no es
simplemente “metafísica clásica”, sino que es lo que la razón humana exige
necesariamente para pensar sin contradicción el misterio
trinitario. Desde que en Dios hay Unidad y Unicidad en el plano
sustancial, la pluralidad que la fe
nos enseña al hablar de Tres Personas divinas debe estar necesariamente y solamente en el plano
de las relaciones, que también la fe nos enseña
que existen en Dios, pues nos habla de un Padre, y de un Hijo, y de un Espíritu
Santo que procede de ambos.
Y es claro que la unidad en Dios debe ser sustancial,
porque una relación, como tal, no puede
ser factor de unidad, sino que más bien entraña la distinción real entre el sujeto de la relación y el término de la
misma.
Precisamente si el Padre se distingue realmente del Hijo, es porque las relaciones de
Paternidad y Filiación, siendo relaciones opuestas, se distinguen
realmente entre sí.
Y menos puede ser fundamento de la Unidad divina una pluralidad de relaciones realmente
distintas unas de otras.
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Las relaciones,
en cuanto tales, fundamentan la comunión, pero no la unidad, al menos, la unidad sustancial.
La comunión basada en
relaciones, en cuanto tales, es siempre comunión de una pluralidad
de sustancias. Si la comunión
entre las Personas divinas es más que eso, hasta justificar que
se hable de un solo Dios, no puede ser una comunión
basada en las relaciones
como tales, sino que ha de ser la comunión sustancial basada en
la unicidad de la Esencia divina absoluta y subsistente, con la
cual las tres Relaciones divinas se identifican
realmente, distinguiéndose realmente entre ellas.
No
basta entonces la comunión en el amor para justificar la unidad y unicidad de Dios, tal como la presenta Kasper:
“Esta
relación puede entenderse desde la esencia del amor. Pues el amor quiere ser uno con el otro, sin
fundirse con él ni absorberlo. El amor implica una unión que salvaguarda tanto la propia identidad como la identidad del
otro, llevando precisamente de este modo a ambas a su realización última.
El amor significa unidad acompañada del reconocimiento de la alteridad del
otro. Así, la unidad trinitaria
incluye autodiferenciación.” (p. 23).
Una comprensión de la Trinidad
de este tipo no sobrepasa el nivel del triteísmo, por
lo dicho.
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La misma forma de hablar de Kasper muestra la contradicción dentro
de la cual se mueve: el sufrimiento no
afecta a Dios, dice, porque Dios se deja afectar por él.
Pero entonces sí lo afecta, más allá de que Dios deje que lo
afecte o que esa afección se
imponga a Dios independientemente de su Voluntad.
El sufrimiento,
en sí mismo, es un mal, más
allá de las consecuencias o usos buenos que pueda tener. Por tanto, es absurdo afirmarlo en Dios mismo, más allá de que sea
libremente asumido por Dios o no.
Por eso mismo el sufrimiento,
en sí mismo considerado, sólo puede ser una afección
pasivamente recibida, y por
tanto, impuesta desde fuera. Porque ninguna voluntad tiende al mal como tal, ya que el objeto de toda voluntad es el bien. Y por tanto, una Voluntad Omnipotente, a la que nada se le puede imponer,
no puede nunca por su propia actividad sufrir del modo que sea.
Lo único que puede hacer una
voluntad (creada) es asumir voluntariamente esa
afección pasiva que es el
sufrimiento, o sea, dejar que le sea impuesta, no hacer que
deje de ser pasiva y pase a expresar solamente la actividad
de la voluntad.
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El problema con Kasper
es que él, como dice en el pasaje citado, quiere pensar a
Dios, no como ser absoluto, sino como libertad absoluta. Eso quiere decir, ante todo, que Kasper no piensa a Dios en términos de “ser”.
La Omnipotencia
divina, por tanto, en Kasper es simplemente una palabra que significa “todo lo puede”, en vez ser una consecuencia de la Plenitud
del Ser.
O sea, es la Omnipotencia
independizada del Ser, y sólo así es pensable (que no lo es, de
todos modos) la libertad absoluta.
Porque es el ser,
justamente, el que impone el principio de no contradicción: “una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y en el
mismo sentido”, que se basa en la oposición irreductible entre el ser y el no
ser.
Y es el principio de no
contradicción, como vimos, el que hace imposible la “libertad absoluta”.
Y por la misma razón, es el
principio de no contradicción el que hace imposible que Dios deje de
ser Omnipotente en virtud de su misma Omnipotencia, o no sea
afectado porque libremente se deja afectar.
La teología de Kasper
es la teología de un Dios y un mundo sin ser,
o sea, un “dios” y un mundo meramente imaginativos, fantasmagóricos. Sólo en este mundo de fantasía es posible la libertad absoluta, como en los dibujos animados es posible ver al Coyote llevando bajo el brazo el agujero
portátil en
su eterno intento de capturar al Correcaminos.
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Hay que reconocerle a Kasper
el mérito de haber expresado la verdadera esencia del
progresismo católico, más allá de toda necedad acerca
de ser conservador o no: el cristianismo
sin ser. Un cristianismo de
la imaginación que no llega al plano de la inteligencia.
Frente a todo eso, Dios existe, y nosotros también existimos.
No se puede prescindir del ser en teología, porque no se puede prescindir del
ser en general. Lo que no es, no es nada, tampoco Dios, ni pensamiento, ni teología, ni
nada.
No es que sometamos al Dios
al ser, sino que Dios, obviamente, es (los que dicen que no es son los
ateos), y obviamente, no es en dependencia de otro,
sino por Sí mismo, y por tanto, en absoluta plenitud
del ser. Dios no se somete al
ser, sino que es el Ser en su forma originaria y plena, de modo que todo lo
que es, lo es de algún modo por participación en Dios.
Y hay solamente dos
posibilidades: algo es, o no es. Principio de tercero excluido.
Si
algo existe, no puede al mismo tiempo y en el mismo sentido no existir: principio de
no contradicción. Y entonces, la “libertad absoluta” ya no es posible. Ya
hay algo que ese ente existente no puede hacer ni elegir:
existir y no existir a la vez.
Tampoco ha podido ese ente,
sea el que sea, darse a sí mismo la existencia, porque
para eso ya debería previamente existir, y
llegaría tarde con el supuesto don de la existencia a sí mismo.
Ni tampoco ha podido ese ente,
si es racional, determinar libremente una característica suya tan natural y esencial
como la libertad de elección. Porque para eso debería haber podido ser libre antes de ser libre, lo cual es obviamente imposible.
Por tanto es innegable que ese
ente, sea el que sea, tiene una naturaleza o esencia, que no
depende de su propia libertad.
Y que necesariamente todo discurso sobre la libertad y la Omnipotencia supone la necesidad
fundamental, no libre, y no sujeta a ninguna Omnipotencia, de la Esencia divina, que
tiene necesariamente en Sí misma la razón suficiente de su propia existencia
necesaria y no libre, y que libremente ha querido dar la existencia a las
esencias o naturalezas finitas.
Porque la única
Omnipotencia posible, que es la Omnipotencia del Ser, es la que
Santo Tomás de Aquino define como la capacidad de hacer todo aquello
que no implica contradicción, es
decir, que no implica identificación del ser con el
no ser. Y es marca, por tanto, de
la auténtica Omnipotencia la incapacidad de hacer el no
ser, lo que no es.
Por eso cae fuera de la
Omnipotencia divina que Dios deje de ser Santo, o Eterno, o Infinito, o Bueno, u Omnisciente, u
Omnipotente. Porque todo eso, al implicar contradicción con la noción misma de “Dios”,
es decir, del Ser Subsistente, es no ser, no es.
Y por eso mismo cae fuera, también, de la Omnipotencia divina el que Dios se vuelva, en su naturaleza divina, impotente,
o que cambie, o que sufra, o que haga a la creatura independiente de
Él mismo, contra lo que dice
Kasper.
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El progresista, en efecto, cree que la cuestión de pensar
o no pensar a Dios en términos de ser es un simple enfrentamiento entre formas
históricas de pensar,
la antigua y medieval, por un lado, la moderna, por otro.
Y no se da cuenta de que
al plantear así el problema ya está inmerso en la
perspectiva historicista, y por tanto, antimetafísica, propia de la modernidad.
Es decir, que ha sustituido al ser con la historia, en el mismo momento en
que dice que la cuestión del ser es una cuestión histórica. Y que por lo mismo,
ha convertido a la historia en la nueva divinidad, el nuevo ser subsistente, sólo que al mismo
tiempo, contradictoriamente, cambiante.
Porque siendo nuestra
inteligencia la facultad del ser,
no se puede estar sin metafísica,
aunque ésta sea algo tan contradictorio como la metafísica historicista.
Néstor
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