miércoles, 24 de junio de 2020

EL PAPA, LA RENTA BÁSICA Y LOS POBRES


Hace ya varias semanas, el Papa Francisco dirigió una carta a los «movimientos populares», con los que, como recuerda en la misma carta, se ha reunido ya en varias ocasiones. No he hecho mucho esfuerzo por indagar cuáles son exactamente estos «movimientos populares», porque creo que sin mucha dificultad podemos imaginarnos de qué tipo son y qué ideologías se gastan. Los términos de la carta son los acostumbrados en este tipo de escritos y no me voy a detener a analizarlos, porque cuando lo he intentado he sobrepasado algunos de los límites editoriales que nos imponemos en esta web, que pretende servir a la Iglesia con el respeto debido a su jerarquía.
Me centraré en la sugerencia del Papa que ha despertado más polémica en ámbitos extraeclesiales, especialmente en España, al haber sido utilizada por uno de los partidos más anticatólicos para arremeter contra los obispos españoles. El Papa dice, con el estilo con el que suele suscitar propuestas abiertas para el debate que:
«Tal vez sea tiempo de pensar en un salario universal que reconozca y dignifique las nobles e insustituibles tareas que realizan; capaz de garantizar y hacer realidad esa consigna tan humana y tan cristiana: ningún trabajador sin derechos.»
El presidente de la Conferencia Episcopal Española, comentando estas palabras, indicó que este «salario universal» o, como se suele llamar en el debate político patrio, «renta básica», puede ser necesaria como un alivio temporal debido a la situación actual de pandemia. 
Valorando las declaraciones de Mons. Argüello, Pablo Iglesias, líder supremo del partido comunista-bolivariano Unidas Podemos, quiso enfrentar al Papa con los obispos españoles, con estas palabras:
«Me quedo con lo que ha dicho el Papa, que ha demostrado nuevamente una enorme sensibilidad social al plantear la necesidad de que todo el mundo tenga un ingreso mínimo vital, y hasta nueva orden, el Papa es el jefe de la Iglesia Católica.»
Esta tarde he leído un librito muy interesante de William R. Luckey, profesor emérito del Christendom College de Virginia, que acaba de ser traducido al italiano con el título: Creare Ricchezza. La soluzione alla povertà. Es un ensayo breve (70 p.), pero lleno de sugerencias que darían para muchos artículos. En la línea de la economía capitalista de libre mercado, el prof. Luckey valora históricamente la postura de la Iglesia respecto de la riqueza, y cómo haber entendido la creación de riqueza como algo desvinculado de la distribución de ésta, ha lastrado la valoración que el Magisterio ha hecho de los temas relacionados con el capital, el papel del Estado en la economía y el problema de la pobreza.
La propuesta de este autor es clara: si es propio de los cristianos preocuparse de la mejora de las condiciones de vida de los pobres, la solución ha de ser fomentar la creación de riqueza. Y si analizamos los mecanismos de la creación de riqueza, la mejor ayuda para los pobres (en particular en los países en desarrollo) es fomentar la libertad económica, el ahorro y las instituciones sociales que fomentan la seguridad del individuo y de su propiedad.
En otro momento me gustaría tener tiempo de valorar todas estas cosas que ahora me limito a enunciar, adelantando que estoy absolutamente de acuerdo con todo. Pero en este momento quisiera aplicar estas ideas a valorar tanto la propuesta del Papa, como yo quiero entenderla, como el proyecto de lo que en España se entiende como «renta mínima», que me parecen cosas totalmente distintas.
EL «SALARIO UNIVERSAL» DEL PAPA FRANCISCO
El Papa en esta carta propone, como una mera sugerencia, la posibilidad de implantar un salario universal. No estoy muy seguro de que la expresión «salario universal» deba entenderse como sinónimo de lo que se suele llamar «renta básica universal», que es lo que proponen los comunistas españoles. La renta básica universal sería un ingreso que recibirían todos los ciudadanos por el hecho de serlo, sin más condiciones o determinaciones. Es fácil ver los problemas de tipo humano y social que puede traer un ingreso de este tipo, así como el más que posible uso del Estado para limitar la libertad de la sociedad civil, pero no entraremos en esto aquí, por ser de sentido común. La pregunta que quiero responder ahora es: ¿está proponiendo el Papa una renta básica universal de este tipo o propone algo distinto?
Creo que el Papa propone, efectivamente, algo distinto. Y la pista la tenemos en la frase inmediatamente anterior en la que realiza esta propuesta:
«Muchos de ustedes viven el día a día sin ningún tipo de garantías legales que los proteja. Los vendedores ambulantes, los recicladores, los feriantes, los pequeños agricultores, los constructores, los costureros, los que realizan distintas tareas de cuidado. Ustedes, trabajadores informales, independientes o de la economía popular, no tienen un salario estable para resistir este momento… y las cuarentenas se les hacen insoportables.»
La renta básica universal pretende resolver el supuesto problema de que en una sociedad moderna y con muchos trabajos automatizados, muchas personas no tendrían acceso a un puesto de trabajo que les proporcionara un salario digno. Pero aquí claramente el Papa no se está refiriendo a este problema, sino al de los trabajadores informales que son tan abundantes en países en vías de desarrollo, como son aquellos en los que operan los «movimientos populares» a los que está dirigida esta carta. Por eso el Papa se refiere a personas con profesiones concretas que en las circunstancias actuales de pandemia y crisis tienen problemas para desempeñar sus trabajos con normalidad, sobre todo porque los gobiernos directamente les prohíben trabajar. Es cierto que en España se está proponiendo un ingreso que no sería universal, según entiendo, sino sólo a las personas que no tienen un trabajo (lo cual no excluye que tengan ingresos desde lo que se suele llamar «economía sumergida»), pero esta desvinculación del trabajo hace que hablemos de dos cosas totalmente distintas.
Conociendo de primera mano la situación de los países a los que se dirige el Papa, entiendo perfectamente lo que quiere decir. En la parroquia de la que fui párroco en Perú había mucha gente que, como dice el texto, «viven el día a día». En esa situación, parece lógico que el gobierno busque la manera de pagar el salario a estos trabajadores que no cuentan con ahorros o sistemas de protección social. Pero esto no es una renta básica universal, sino algo más parecido a lo que defendía Mons. Argüello: un subsidio social puntual.
Al margen de esta propuesta, que considero razonable, sería muy interesante que el Papa además les hubiera dicho a estos movimientos populares que dejaran de apoyar las políticas ideológicas que crean estas situaciones de desvalimiento e impiden el desarrollo económico y humano de sus países. Pero eso supongo que lo habrá dejado para otra ocasión.
LA RENTA BÁSICA Y LOS POBRES
Si ahora analizamos lo que es propiamente la renta básica universal, veremos que, como otras políticas económicas semejantes, lejos de suponer una mejora de las condiciones de vida de los pobres, lo que acaban suponiendo es, no solo un empeoramiento de estas condiciones, sino además un aumento numérico de las personas necesitadas de auxilios sociales para sobrevivir.
La clave está en lo que señalábamos antes: que la única solución para la pobreza es la creación de riqueza, como demuestra solventemente el Prof. Luckey en su ensayo. Viendo el desarrollo histórico de las relaciones económicas, cuando las relaciones comerciales y los instrumentos técnicos han conseguido mejorar la producción de riqueza, la sociedad en general ha mejorado su bienestar económico, algo verificable desde indicadores empíricos como el aumento de población y la disminución de la mortandad infantil.
Es cierto que no todo desarrollo económico supone necesariamente un desarrollo humano, pero tampoco se puede ocultar que las épocas de mayor esplendor en el saber, el arte e incluso en la reforma de la Iglesia, han ido unidas a una mejora de los indicadores económicos. Podemos pensar, por ejemplo, en el s. XIII, en el que, como consecuencia de una paz relativa que permitía el comercio y la mejora de la situación técnica y climática en el campo, se produjo una explosión de actividad cultural y humana en las ciudades. Aparecieron las universidades, se construyeron las grandes Catedrales, aparecieron las órdenes mendicantes que impulsaron la reforma de la Iglesia, etc. Todo eso supuso un aumento de las condiciones de vida de la población en general, sin perjuicio de que hubiera grandes diferencias sociales, como las ha habido siempre en la historia de la humanidad.
Aquí entraría uno de los puntos en discusión, que es de dónde proviene esta creación de riqueza. Yo pienso, sin ser experto en economía, que la creación de riqueza proviene de la inversión, que es posible gracias al ahorro de los particulares. Una persona que posee un capital lo pone al servicio del Bien Común cuando, al invertirlo, a través de la productividad de esa inversión genera riqueza que repercute en toda la sociedad y, obviamente, en el mismo inversor. Digo que sobre esto hay discusión, porque hay una escuela de pensamiento económico que piensa que la riqueza se crea a partir del consumo, que reclama producción y trabajo. Este consumo no surge del ahorro (que sería negativo en esa perspectiva), sino de las políticas monetarias y de las inyecciones de liquidez a los particulares por medio de subsidios como el que estamos comentando. Curiosamente, este tipo de pensamiento económico, generalmente beligerante contra el capitalismo, suele tildar de «consumistas» a los que promueven el primero de los sistemas.
Suponiendo que la inversión que viene del ahorro es fundamental para la creación de riqueza, es fácil ver cuál es uno de los problemas de la renta básica universal. Esta renta básica, sin ser una fuente de ahorro para los particulares, supone directa o indirectamente, una amenaza para el ahorro que sí genera riqueza. Puede ser directamente porque para financiar este tipo de proyectos se pretenda crear impuestos contra el ahorro, precisamente como está proponiendo el político comunista-bolivariano Pablo Iglesias. Indirectamente, este tipo de políticas tienden a crear inflación que, lógicamente, perjudica también el ahorro.
Por tanto, lo mejor que se puede hacer para ayudar a los pobres no es darles un subsidio (que normalmente les mantiene en una cómoda miseria), sino facilitar que se cree riqueza mediante la inversión que viene del ahorro. Para esto es necesario entender que no es malo que haya quién posea más capital que otros, porque no todos están capacitados igualmente para crear riqueza.
Esto no supone para nada un conflicto con el principio de la Doctrina Social de la Iglesia que se enuncia como «destino universal de los bienes». Sobre las condenas del Magisterio a un «cierto capitalismo» (Populorum Progressio, 26) ya habrá tiempo de hablar en otra ocasión. Ya he mencionado en otro artículo la diferencia que realiza Santo Tomás entre la propiedad de los bienes y el uso de los mismos. El empresario que, poseyendo capital, lo invierte para obtener un rédito y, a la vez, crear riqueza, productos útiles y baratos para mejorar la vida de las personas y trabajo digno, está cumpliendo perfectamente con este principio. Para cumplir con él no es necesario que se despoje de la propiedad (por ejemplo, mediante donaciones que son muy loables), sino que la use para el Bien Común, cosa que consigue precisamente siendo un empresario exitoso. Lo que es absolutamente contraproducente es la actitud de los políticos que pretenden «ayudar a los pobres» con el dinero ajeno. Yo defiendo que un empresario como Amancio Ortega sirve más al Bien Común simplemente con haber creado una empresa exitosa y ganado mucha riqueza con ella, que un Presidente del Gobierno que decide regalar 125 millones de euros de sus gobernados a una fundación que, entre otras cosas, promueve el infanticidio. Es más, creo que esto último es abiertamente contrario al Bien Común.
Francisco José Delgado

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