Cuando has pecado
contra Dios y no sabes cómo orar, arrójate a los pies de Cristo y encontrarás
una verdadera oración de arrepentimiento.
Por: Evaristo Sada, L.C. | Fuente: La-oracion.com
Cuando has pecado la mejor
oración es un espíritu contrito, humillado y confiado a los pies de Cristo
crucificado.
Señor, he pecado.
Con el corazón hecho pedazos vengo a pedirte perdón.
Sé que no hay maldad tan mala capaz de impedirte
amarme.
ELEVA
AL SEÑOR ESTA ORACIÓN CUANDO LE HAS FALLADO
Me da vergüenza verte
crucificado y encima pedirte favores, pero,
te necesito, Señor: por tu inmensa
compasión ¡borra mi culpa!
Mírame, soy débil,
vulnerable, pecador. Yo, miseria. Tú,
misericordia.
Tú que puedes sacar bien
del mal, levántame, Señor. Sáname.
Restáurame. Hazme un hombre nuevo.
Desde la altura del cielo
nos viste sufrir y con el estandarte del
amor viniste al encuentro del hombre que sufre.
Una y otra vez he
comprobado que lo que atrae tu mirada misericordiosa sobre mí es mi estado de
miseria. No son mis méritos los que me
hacen agradable a tus ojos, sino la omnipotencia de tu misericordia.
La incomprensible gratuidad de tu amor.
No debe haber pecado capaz
de tenerme alejado de ti. Por más
vergüenza y dolor que sienta, siento
también la confianza de venir a pedirte perdón con la certeza de que siempre, siempre, encontraré la mirada del Buen Pastor.
Tus ojos están puestos en los que esperan en tu misericordia
(Sal 32)
Por eso estoy aquí, una vez
más de rodillas ante ti, Cristo crucificado. Vengo
a declararme débil, miserable, pecador. Vengo
a pedirte perdón.
(Guarda silencio, escucha
que te absuelve y que te dice: Te sigo amando igual. Déjate amar.)
Gracias, Jesús. Cuando
hago oración contemplándote en la cruz te
me revelas como Misericordia.
Tu amor crucificado es una
invitación a la confianza. Te lo suplico,
Señor, que hoy y cuando tenga la desgracia de perder la gracia, no olvide jamás que tú, Dios, moriste crucificado para salvarme; que no pierda nunca la esperanza de tu misericordia.
Como el ladrón que paga sus
culpas en el Calvario, también yo te
suplico: acuérdate de mí a la hora de mi
muerte y consérvame a tu lado para
siempre. Y luego, con el espíritu bien dispuesto,
acudir al sacramento del perdón.
Una buena práctica que
aprendí al entrar a la vida religiosa es el rezo del Salmo 50 todas las noches,
de rodillas junto a la cama, ante Cristo crucificado, tratando de adoptar las
actitudes del Rey David:
Misericordia, Dios mío, por
tu bondad, por tu inmensa compasión, borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado, contra
ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás
razón, en el juicio resultarás inocente. Mira,
en la culpa nací, pecador me concibió mi madre. Te gusta un corazón sincero, y en mi interior me inculcas
sabiduría.
Rocíame con hisopo: quedaré
limpio, lávame, quedaré más blanco que la nieve. Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos
quebrantados. Aparta de mi pecado tu
vista, borra en mí toda culpa.
Oh Dios, crea en mí un
corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme, no me arrojes de tu rostro, no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso; enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti.
Líbrame de la sangre, oh
Dios, Dios Salvador mío y cantará mi lengua tu justicia. Señor, me abrirás los labios y mi boca proclamará tu
alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen; si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un
espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las
murallas de Jerusalén; Entonces aceptarás
los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar se inmolarán
novillos.
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