4 claves para
entender qué significa llevar las cruces que se nos presentan en la vida y cómo
nos ayuda Dios.
Por: n/a | Fuente: PildorasdeFe.net
"Llevar la Cruz": Estas célebres palabras de Cristo aparecen en los tres
evangelios sinópticos (Marcos 8,34; Mateo 16,24; Lucas 9,23) y tienen
dos interpretaciones diferentes: una en la cual el
sufrimiento constituye un "testimonio" del Señor; la otra
considera el sufrimiento un "morir a sí
mismo".
En este artículo tomaremos como tema la primera
de estas interpretaciones y te daremos 4 claves que te ayudarán a entender qué significa llevar las cruces que
se nos presentan en la vida
1.- ENTENDER QUE TODOS TENEMOS CRUCES
Cuando consideramos la invitación del Señor a
tomar nuestra cruz, tendemos a pensar que Dios nos pide aceptar los
sufrimientos y dificultades propios
de la vida en este mundo, infectado por el virus de la maldad.
Si bien a veces nos cuesta comprender por qué un
Dios tan bueno permite que su pueblo sufra, todos sabemos lo que es el
sufrimiento y podemos entender qué relación tiene con la cruz.
Este tipo de sufrimiento puede ser físico,
espiritual o emocional; es decir, puede abarcar
muchos tipos de adversidades, como un cáncer o el daño
interior provocado por la discriminación, o incluso la persecución por causa de
la fe; o bien puede manifestarse en la muerte de un bebé poco antes de nacer, o
en un hijo perfectamente sano pero que no avanza como debería en su educación.
También puede presentarse en forma del rechazo
de amigos o familiares por defender la vida en una cultura de la muerte, o bien
en el trauma causado por una separación dolorosa en el matrimonio. Sea lo que
sea, todos hemos pasado por situaciones que podríamos llamar “cruces” que nos toca llevar.
Pero también es importante darse cuenta de que, antes de aceptar cualquier cruz que se nos presente,
podemos pedirle al Señor que nos libre de ella.
Sí, es cierto que Jesús nos dijo que cargáramos
nuestras cruces, pero al mismo tiempo, Él mismo curó a mucha gente, es decir,
les quitó sus cruces por su amor y su compasión.
Así como les quitó las cruces a esas personas, hay muchos casos en los que Él también quiere quitarnos las nuestras, porque sabe que estamos sufriendo, a veces en
extremo.
2.- EL SUFRIMIENTO ES UN MISTERIO.
La experiencia nos dice que hay personas que
reciben curaciones especiales de Dios y otras no. Esto sucede porque el sufrimiento es un gran misterio: algunas
personas que oran mucho y son muy santas no reciben curación, mientras que
otras que apenas llegan a la fe, sanan. Algunas reciben curación después
de haber orado sólo un momento, otras rezan durante años y nunca sanan.
Al parecer, San Pablo llevaba una cruz, que él
llamaba “espina en la carne” (2 Corintios
12,7), que puede haber sido alguna forma de dolencia o padecimiento. Lo que
haya sido, lo primero que hizo fue pedirle al Señor que le quitara esa cruz, y
en realidad se lo pidió en tres ocasiones distintas.
Cristo mismo también oró con la misma
intención en el Jardín de Getsemaní poco
antes de que lo arrestaran. Pero ni Jesús ni Pablo se vieron libres de sus
respectivas aflicciones.
Por eso, cuando se te presente una cruz en tu
vida, pídele al Señor que te la quite; pide curación y puedes hacerlo con las
mismas palabras de Jesús; o bien, clama en alta voz, como lo hacía el ciego
Bartimeo, a quien no pudieron hacer callar: "¡Jesús, Hijo de David, ten
compasión de mí!" (Marcos
10,46-52).
Dios nos ama y quiere sanarnos. Si tuvieras un
hijo enfermo ¿no harías tú todo lo posible para
evitar que sufriera y se curara?
¡Por supuesto! En
efecto, si así queremos a nuestros hijos nosotros que somos pecadores, ¡cuánto más nuestro Padre que está en el cielo derramará
su gracia sanadora sobre los suyos! (Mateo 7,11).
Siempre es bueno orar y no dejar de hacerlo.
Nunca te des por vencido, aunque no puedas comprender el misterio de tus
propias aflicciones.
No dejes de confiar en Dios, porque su bondad y su amor jamás disminuyen: “Den gracias al Señor porque Él es bueno, porque su amor es
eterno” (Salmo 136,1).
3.- EN TU ORACIÓN PIDE FORTALEZA PARA LLEVAR LA CRUZ.
Cuando rezamos para sanarnos de alguna
enfermedad, también tenemos que preguntarnos: "Si me toca aceptar esta
cruz, ¿lo haré con una actitud de “entereza y serenidad” o con una fe firme y
confiada?"
Hay una diferencia importante en esto: Una
persona que acepta su cruz con entereza y serenidad, lo hace con buena
intención, tratando de no quejarse ni sentir lástima de sí misma.
Si bien esta es una manera correcta de aceptar
la cruz, si alguien lo hace sólo apoyándose en sus buenas intenciones y en su
capacidad humana, es probable que toda su experiencia venga acompañada de algún
grado de desaliento, ira o sentido de culpa, en algún momento se sentirá
flaquear.
La razón es que algunas cruces
son excesivamente pesadas y a veces nos resultan demasiado dolorosas para
llevarlas solos.
Aquí es donde interviene la fe firme y confiada.
Dios puede ayudarte a llevar el peso de la cruz que hoy cargas. Dios quiere
comunicarnos su propia gracia divina para ayudarnos a aceptar las cruces de la
vida, como Jesús le dijo a San Pablo: "Mi amor es todo lo que necesitas; pues mi poder se
muestra plenamente en la debilidad".
Estas palabras fueron tan impresionantes para el
apóstol que luego pudo escribir: "Y me alegro también de las debilidades, los insultos,
las necesidades, las persecuciones y las dificultades que sufro por Cristo,
porque cuando más débil me siento es cuando más fuerte soy". (2 Corintios 12,9-10).
Llevar una cruz con la ayuda de la gracia de
Dios es muy diferente de tratar de actuar con entereza y hacer lo posible por
aceptar la adversidad con serenidad, pero sin la ayuda de Dios, es decir, sólo
con tus fuerzas humanas.
Los que aceptan la cruz recurriendo a la gracia aprenden a depender de Dios más y más cada día; además,
encuentran reservas de fortaleza, confianza y obediencia que saben
perfectamente que no vienen de ellos mismos, sino de un Dios que es
bondadoso y misericordioso.
En lugar de centrar su atención en los
padecimientos que les toca llevar, se sienten
inspirados a ser comprensivos y compasivos con otras personas, aunque ellos mismos sufran dolores,
padecimientos y dificultades.
En resumen, poco a poco van adoptando las
actitudes del propio Jesús.
Esta es la paradoja de la cruz: Aceptamos el sufrimiento no porque sea bueno ni porque
nos guste, sino como parte de nuestra vocación de seguidores de Cristo Jesús.
Estas cruces pueden
llegar a ser oportunidades para que nos entreguemos más al Señor y le demos gloria y alabanza.
4.- EL SUFRIMIENTO NOS UNE A CRISTO.
El Papa San Juan Pablo II nos ofreció un ejemplo
conmovedor de cómo se puede demostrar el gozo de conocer al Señor incluso
cuando se está padeciendo los dolores de la ancianidad.
En su última presentación en público, en marzo
de 2005, el Santo Padre salió a la ventana de su residencia en el Vaticano a
pesar de la fragilidad de su condición, ya cercano a la muerte y con
dificultades para hablar.
No se escuchó ninguna palabra de sus labios y
después de bendecir a la multitud reunida en la plaza, se retiró y se cerraron
las cortinas. No pudo decir nada, pero toda su silenciosa actitud demostraba
que quería animar a todos.
Quienes lo observaban ese día podían imaginarse
que les quería decir: “Sigan adelante, sigan en la
carrera hacia el cielo". Fue un ejemplo dramático y conmovedor de
lo muy unido que él se sentía a su gente y de cuánto los amaba a todos.
Durante toda su vida, el Santo Padre enseñó que
el sufrimiento nos une al Señor y sus últimos días de vida fueron una clara
demostración de su enseñanza.
En febrero de 1984 emitió una carta
apostólica sobre el misterio del sufrimiento titulada Salvici Doloris, en la cual escribió, de una manera que resultó
ser profética, sobre lo que significaba llevar nuestra cruz con la ayuda de la
gracia de Dios: "Esta madurez interior
y grandeza espiritual en el sufrimiento, ciertamente son fruto de una
particular conversión y cooperación con la gracia del Redentor crucificado. Jesús mismo es quien actúa
en medio de los sufrimientos humanos por medio de su Espíritu de Verdad, por
medio del Espíritu Consolador. Él es quien transforma, en cierto sentido, la
esencia misma de la vida espiritual, indicando al hombre que sufre un lugar
cercano a sí. Él es - como Maestro y Guía interior - quien enseña al hermano y
a la hermana que sufren este intercambio admirable, colocado en lo profundo del
misterio de la redención. El sufrimiento es, en sí
mismo, probar el mal. Pero Cristo ha hecho de él la más sólida base del bien
definitivo, o sea del bien de la salvación eterna".
CONCLUSIÓN
Querido lector, si te ha tocado llevar una cruz
particularmente pesada, no dejes de orar y pedir curación o solución; pero si
la cruz permanece, pídele al Señor la gracia de ayudarte a aceptarla y
llevarla, y ten por seguro que Él vendrá en tu ayuda.
Como lo dijo San Juan Pablo II, todo sufrimiento
es malo y no existirá en la nueva Jerusalén, cuando Jesús regrese a la tierra.
Pero Dios sabe sacar el bien de este mal, incluso grandes
bendiciones, y puede enseñarnos a
todos a aceptar el sufrimiento de una manera que nos acerque más a Jesús.
Así pues, haz un momento de paz y bendice a
todos los que sepas que están llevando una cruz muy pesada; pídele al Señor que
derrame sobre ellos una gracia abundante para que reciban el auxilio del cielo
y les lleve la paz.
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