“La Inmaculada siempre Virgen María, Madre de Dios,
terminado el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria
celestial”, así dice la constitución
apostólica “Munificentissimus Deus”, con la
que el Papa Pío XII proclamó esta verdad de fe en 1950 y cuya fiesta se celebra
como solemnidad cada 15 de agosto.
Años después, San Juan Pablo II,
al hablar de este dogma de la Asunción en 1997 explicó que “en efecto, mientras para los demás hombres la
resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la
glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio".
En este sentido, tal como lo afirmó Benedicto XVI
en 2011, "María, el arca de la alianza que
está en el santuario del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en
camino hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios”.
Asimismo el Papa Francisco señaló en 2013 que “esto
no significa que esté lejos, que se separe de nosotros; María, por el
contrario, nos acompaña, lucha con nosotros, sostiene a los cristianos en el
combate contra las fuerzas del mal”.
Redacción ACI
Prensa
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