lunes, 3 de diciembre de 2018

“… ¡POR LO TANTO ES EL REY!”


“Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10), dijo claramente Jesús. Esta venida del Señor Jesús no indica sólo el fin de su ministerio, sino que supone la venida al mundo de Alguien que está por encima y es anterior al mundo. A partir de la misión de Jesús, penetramos mejor en el misterio de su adorable Persona. Para conocerlo mejor, es necesario conocer mejor su origen.

Sin duda, Él asumió una naturaleza humana, pero esto no disminuye su dignidad divina. Cuando Él dice que lo debe todo al Padre, reconoce sencillamente la paternidad de Dios, al Cual está consustancialmente unido con el Espíritu Santo, desde toda la eternidad.

“JESÚS ES DIOS” 

Definir lo que es el Señor Jesús, intentar conocerlo mejor, profundizar sus relaciones con el Padre en la Trinidad, su misión eterna y su misión en el tiempo, hace parte de nuestra vida, se puede decir de manera dramática: porque lo que está en juego en el mundo actual en el que vivimos es verdaderamente la divinidad de Jesús. Si Jesús es Dios, en consecuencia Él es el Señor y el Rey de todas las cosas, de las personas, de las familias, de la sociedad, de todas las realidades que existen.

Si no estamos convencidos de la Divinidad de Jesús, no poseeremos jamás la fuerza para custodiar la fe en Él, Dios, Señor y único Rey, ante la injerencia del laicismo, nombre moderno del ateísmo, y de las falsas religiones, para las cuales Jesús no es Rey, no es afirmado como Dios con todas las consecuencias que esto conlleva para la moralidad general, moralidad del individuo, de las familias, del Estado.
A causa de la ambigua libertad religiosa, como a menudo es afirmado hoy, que pone a todas las religiones en el mismo plano y concede los mismos derechos a la Verdad y al error, Jesús ya no es considerado la única Verdad y Aquél que es la fuente de la Verdad. 

“Nosotros somos pluralistas”, se dice hoy. ¿Qué significa “pluralismo”? A menudo quiere decir que Jesús es admitido pero no se le reconoce que es el único Dios, que hay algo distinto al mismo nivel que Jesús: se ponen en el mismo plano todas las opiniones, todas las “religiones”. Así, los católicos que viven en medio de ateos o en medio de musulmanes, o entre protestantes, pensando cómo se piensa hoy por la mayoría, admiten de hecho el ateísmo, el protestantismo, el islamismo, como realidades válidas: he aquí el relativismo, el indiferentismo que caracteriza hoy a la mayoría. 

Estos católicos de hoy han perdido el sentido de la Realeza de Jesús, realeza espiritual y social, y acaban así perdiendo el sentido de la Divinidad de Jesús. Es una falta de fe muy grave, porque así se hace muy fácil que muchos se alejen de la Iglesia, ya no practiquen la fe y su vida moral se vuelva moralmente deplorable.
Esta idea de libertad – que es licencia y no verdadera libertad – llega pronto a envenenarlos a ellos mismos y a corromper la Verdad. Y esta Verdad es Jesús mismo, el Hijo de Dios hecho hombre, único Señor, único Salvador, único Rey de la humanidad y del mundo. Si no se afirma todo esto, ya no hay ley, ya no hay moralidad, viene a menos la civilización, a cuyo ocaso estamos asistiendo desde hace decenios.

“JESÚS ES REY” 

El número de divorcios, de familias destruidas, se hace cada vez mayor, como se hace cada vez mayor el número de las convivencias con el extenderse de una infelicidad y de una depresión inimaginable hasta hace no muchos años. Después de que este relativismo – la negación de Jesús, único Dios y único Rey – se ha difundido en nuestros Países, nos encontramos ante una decadencia peor que un terremoto devastador: tras el divorcio, la contracepción, el “amor libre”, las “uniones civiles” entre hombres y hombres, mujeres y mujeres, la eutanasia, el desmoronamiento de todo, hasta el punto que los hijos matan a sus padres y los padres matan a sus hijos.

Entonces, es necesario reflexionar, pensar, convencerse de que es necesario, indispensable que Cristo reine, y no solamente sobre los individuos, en la intimidad de las conciencias, en las decisiones privadas, sino en toda realidad: la familia, la escuela, la cultura, la justicia, la medicina, el trabajo, las relaciones civiles y sociales, la misma política: todo ha sido querido por Dios, “en Él y para Él”, Jesús, su Hijo y nuestro Rey; todo encuentra su solución solamente en Él. 

Amigos, si escuchamos decir: esta persona piensa de manera distinta de la mía, tiene otra religión distinta de la mía, es libre. No, esto no es verdad. Debemos decir en cambio: “Lo siento, pero estás en el error, no estás en la Verdad. Un día, se te pedirán cuentas y serás juzgado sobre tu vida. Claro, precisamente así. Debes convertirte. No basta que busquemos los valores comunes. Jesús ha comenzado su misión diciendo a todos: ‘Convertíos y creed en el Evangelio’ (Mc 1, 15)”. 

Jesús debe reinar no sólo en nuestra casa, sino fuera de nuestra casa, en toda la sociedad. Todo le pertenece. Toda la humanidad será juzgada por Él. Ningún hombre, de ninguna religión, puede pretender no ser juzgado por Él. Jesús mismo dijo: “Dios Padre ha puesto todo juicio en mis manos” (Jn 5, 22). Porque Él procede del Padre, es el Verbo del Padre, tiene derecho y poder sobre todos los hombres y sobre todas las realidades humanas. ¡Debemos estar convencidos de esto! 

Alguien dirá que así somos intolerantes. Intentemos entendernos: nosotros toleramos el error que no puede cambiarse de hoy a mañana, pero la Verdad, Cristo, única Verdad, no puede tolerar el error. Por el hecho de que es la Verdad, expulsa el error como la Luz expulsa las tinieblas. Nosotros no podemos hacer nada. La Verdad no tolera el error y el Bien no tolera el mal.

Esto no quiere decir que en la práctica no se pueda tolerar lo que es imposible cambiar, a quien no se deja convertir. Pero debemos actuar y no estar en paz hasta que no existan ni el error ni las tinieblas, ni el vicio, ni nada fuera de Jesús. Y todo esto trabajando, sufriendo, orando, actuando de todas las maneras, para llevar a Jesús a todo hombre, toda realidad, el mundo entero.

En esto se encuentra y se alimenta el espíritu de apostolado, el espíritu misionero de la Iglesia, de todo católico verdaderamente enamorado de Jesús, de Jesús en su integridad, Hombre-Dios, único Salvador, único Rey. De otro modo, estamos fuera del proyecto de Dios, que quiere “omnia instaurare in Christo” (Ef 1, 10), recapitular en Jesús todas las cosas, las de la tierra y las del cielo.

Nunca como hoy es cierto y se debe reflexionar, como escribía el padre De Condren, que “es necesario hacer nacer y crecer en nuestras almas el verdadero espíritu de Religión, que no puede soportar que exista nada fuera de Jesucristo, que sólo podrá estar en paz cuando todo le sea devuelto a Él”. Oportet Jesum regnare (1 Cor 15, 25). Jesús debe reinar.

Candidus
(Traducido por Marianus el eremita/Adelante la Fe)

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