Muchas
veces no aprovechamos el poder de intercesión de la Santísima Virgen, como Dios
nos regaló. Lo racionalizamos, lo relativizamos. Cuando hablamos de la
intercesión de María derivamos muchas veces en discusiones bíblicas y
teológicas. Si un ser humano puede interceder poderosamente ante Dios, si eso
no ensombrece la capacidad intercesora de Jesucristo, etc. No está mal
discutirlo académicamente.
Pero hay veces que se omite la realidad: la
experiencia de los cristianos, las vivencias de los santos, las visiones
místicas.
Se olvida la inconmensurable misericordia que la Santísima Virgen ha
mostrado en estos 2000 años en hechos concretos. Porque se habla solamente de
la Misericordia de Dios y no de los intercesores humanos. Cuando la enorme
capacidad de misericordia e intercesión de María es una gracia de Dios.
Dios también quiso recurrir a la intercesión suprema
de una mujer humana en su plan de salvación.
Y por eso también la hizo pasar por experiencias que ampliaron esa
capacidad. Pongamos un ejemplo por lo que pasó.
LA
EPIDEMIA
Imagina que el mundo está siendo invadido por una epidemia que está matando a toda
persona que entra en contacto con la enfermedad. Al comienzo un brote se dio en
Asia y tan pronto como semanas han
muerto miles. Para cuando la enfermedad se ha expandido por un año, ya
ha muerto el 40% de la población del planeta. Los científicos están buscando contrarreloj algún anticuerpo
que pueda combatir el virus. Van ciudad a ciudad haciendo exámenes de sangre a
la gente para averiguar si alguno tiene la cura. Al fin llegan a la ciudad
donde vivimos y van a tu casa
por ti, tu cónyuge y tu hijo único para realizar las pruebas. Al cabo de unos
minutos regresan a tu casa con los resultados y te dicen que tu hijo, la carne de tu carne, es portador
del ansiado anticuerpo. Inmediatamente te explican la situación: necesitan toda la sangre de tu hijo, hasta la
última gota. Porque el anticuerpo solo se encuentra en su sangre.
Te piden que entregues a tu hijo y él
voluntariamente se ofrece a morir para que personas desconocidas se salven.
¿Qué
harías? ¿Qué decisión tomarías? ¿Cómo
te marcaría para el futuro? El don de la maternidad divina otorgado a Nuestra Madre Santísima por su
“sí”, le hizo partícipe de la vida de su hijo hasta la muerte en la cruz, quien derramó
hasta la última gota de su sangre.
La Madre hubo de soportar, de entenderlo y de amar
esa decisión de Su hijo, y fue el gran laboratorio de Dios para moldear su
impresionante misericordia.
DE
LA CUNA AL PIE DE LA CRUZ
María vivió una serie de experiencias humanamente
muy exigentes que moldearon su misericordia.
Las vivió al pie de la Cruz. Las experimentó al
regresar del Calvario a casa. Y sin embargo aún hoy Nuestra Señora sufre nuestra indiferencia. Porque nosotros no hemos sido misericordiosos con
nuestra Madre Celestial. Piensa en cada vez que has meditado en la Pasión de
Nuestro Señor y luego piensa en la
cantidad de veces que han meditado sobre el dolor Nuestra Señora. Son
muchas menos probablemente ¿no? Y no estamos
diciendo que los dolores de María tengan la misma importancia que los que
sufrió Nuestro Señor. Sino que los padecimientos que experimentó el Dulce
Corazón de nuestra Reina están en
extremo ligados a los que cargó Cristo en su cuerpo y en su corazón. Son
parte del plan de Dios. Habrá quienes vean innecesaria o poco importante el
papel de Nuestra Señora en el plan de Salvación, haciendo eco de mucha doctrina
protestante. Pero san Luis María
Grignion de Monfort, uno de los exponentes más grandes de la teología
Mariana, asegura que: “María es necesaria para los fieles y su salvación en tanto que fue
necesaria a Dios con necesidad llamada hipotética, es decir, proveniente
de la voluntad divina. De esta manera podemos concluir que es mucho más necesaria a los hombres para
alcanzar la salvación. La
devoción a la Santísima Virgen no debe, pues, confundirse con las devociones a
los demás santos, como si no fuese más necesaria que ellas y sólo de
supererogación”
Expone este
santo también que:
“María es fundamental para los fieles en tanto
que solo por ella se alcanza una perfección y santidad excepcional.
Sólo
María halló gracia delante de Dios (Lc. 1,30) sin auxilio de ninguna creatura. Sólo por Ella han hallado gracia ante
Dios cuantos después de Ella la han hallado, y sólo por Ella la encontrarán
cuantos la hallarán en el futuro. Ya estaba llena de gracia cuando la saludó el
arcángel Gabriel. Quedó
sobreabundantemente llena de gracia cuando el Espíritu Santo la cubrió
con su sombra inefable. Y siguió creciendo de día en día y de momento en
momento en esta doble plenitud, de tal manera que llegó a un grado inmenso e
incomprensible de gracia”.
Por esto no
han tenido reparos los santos, a lo largo de los siglos, en rendirse y
abandonarse en las manos de María. Y antes de poner ejemplo, debemos explicar
de manera breve los motivos que llevaron a esto. Un aspecto importante y que no
tardaron en notar nuestros predecesores en la fe fue que María es Reina. Pero, ¿cómo lo supieron?
LA
REYNA EN LA CULTURA JUDÍA
Para este
pueblo la reina no era la esposa del
Rey como para muchos pueblos lo era y como muchos hoy creemos que fue
para los israelitas. Sino que quien ocupaba ese puesto era la madre del rey. Para los apóstoles, quienes no debemos de
olvidar crecieron y vivieron como judíos, Jesús era Rey. Como de hecho lo es por su linaje como descendiente
de David y por su condición divina. No debió ser raro entonces que desde el
principio vieran a María como Reina,
dado los méritos de su Hijo.
María como Reina está vista así desde el germen de
los tiempos de la Iglesia.
Este es uno
de los títulos, pero se puede ir un paso más, es Reina de los Cielos. Si Jesús es Rey del Universo, del Universo
también es Reina María. De tal manera dice san Bernardino de Siena, que cuantas son las criaturas que sirven
a Dios, tantas deben ser también las
que sirvan a María. Además, María Santísima no sólo es Reina del cielo y
de los santos, sino también del
infierno y de los demonios, por haberlos derrotado valerosamente con sus
virtudes.
Ya desde el comienzo del mundo Dios predijo a la
serpiente infernal la victoria y dominio sobre ella que lograría nuestra Reina.
Anunció que
vendría al mundo una mujer que la vencería: Pondré enemistad entre ti y la mujer… ella
quebrantará tu cabeza (Génesis 3,
15). En traducciones más extendidas de la Biblia, al citarse este versículo se
lee como “Él te quebrará la cabeza”, pero en la Vulgata, aprobada por el concilio de
Trento hallamos ella y no él. Y
así lo entendieron San Ambrosio, San Jerónimo, San Agustín, San Juan Crisóstomo
y muchísimos otros. De cualquier modo, lo cierto es que el Hijo por medio de la
Madre o la Madre en virtud de su Hijo han derrotado a lucifer. De suerte que el
soberbio, a pesar suyo, ha quedado
pisoteado y abatido por esta Virgen Bendita, como dice san Bernardo.
Esta majestad, que viene por méritos de Cristo, no
puede sustentarse sino en la bondad y el amor misericordioso, que el Hijo da a
la Madre, y esta a su vez a sus hijos, que somos nosotros.
En su libro,
“Las Glorias de María”, dice san
Alfonso María de Ligorio que: “De dos
maneras, dice el angélico santo Tomás, podemos poner nuestra confianza en una
persona: o como causa principal o como causa intermedia. Los que quieren alcanzar algún favor de un
rey, lo esperan del rey como señor, o lo esperan conseguir por el ministro o
favorito como intercesor. Si se obtiene semejante gracia, se obtiene del rey pero por medio de su
favorito, por lo que quien la obtiene, razón tiene para llamar a su intercesor su esperanza”.
Agrega,
también, que: “El rey del cielo, porque es
bondad infinita, desea inmensamente
enriquecernos con sus gracias. Pero
como de nuestra parte es indispensable la confianza, para acrecentarla nos ha
dado a su misma Madre por madre y abogada nuestra, con el más completo poder de
ayudarnos. Y por eso quiere que en
ella pongamos la esperanza de obtener la salvación y todos los bienes”.
INDISPENSABLE
REYNA DE ESPERANZA
Hay quienes ponen su confianza en las criaturas olvidándose de Dios, como los pecadores, que por
conquistar la amistad y el favor de los hombres no les importa disgustar a
Dios. Ciertamente que son malditos de Dios como dice Isaías. Pero están los que esperan en María como Madre de
Dios, poderosa para obtenerles toda clase de gracias y la vida eterna. Éstos son benditos y complacen al corazón de
Dios, que quiere ver honrada de esta manera a tan sublime criatura, a
quien ha querido y honrado más que todos los ángeles y santos juntos.
San Bernardo resume esto de la siguiente manera: “Atiende
hombre, y considera los designios de Dios, que son designios de piedad. Al ir a redimir al género humano, todo el
precio lo puso en manos de María”.
Y es que por la particular y única relación que tuvo
María con nuestro Dios, se han puesto en sus manos todos los dones y gracias
para que nosotros alcancemos la Misericordia de Dios y la salvación del alma.
Dice San
Alfonso María de Ligorio que María es
la Misericordia de Dios, lo cual es cierto. Sin embargo, profundizar en
ello necesitaría más que unos minutos. Debido a esto solamente quiero mostrar
dos ejemplos: Cierto día un pecador dijo a María: Demuestra
que eres mi madre. Pero la Virgen le replicó: Demuestra que eres mi hijo. A otro pecador que la
invocaba, un día la llamó Madre de misericordia, María le respondió: Ustedes los pecadores, cuando quieren que yo les ayude, me llaman Madre de misericordia, pero
luego no descansan con sus pecados de hacerme Madre de miserias y de
dolores. María nunca abandona el papel de una Madre de una Madre de misericordia. Si
quien ora – dice san Anselmo – por sus propios méritos no merece ser escuchado,
por los méritos de María a quien él se
encomienda, hará que sea escuchado. Por
ello san Bernardo exhorta a todo pecador a orar a María y acudir a ella con gran confianza.
Porque si el pecador no merece lo que pide, el
Señor se lo concederá gracias a los méritos de María que ruega a Dios por él.
En su oficio
de buena Madre hace lo que debe: busca la reconciliación de los hijos. Y es que María es Madre de Cristo y Madre de los hombres.
Cuando ve a algún pecador enemigo de
Cristo no puede soportar lo que sea y se dedica de lleno a su
reconciliación. Cuando María ve a sus pies a un pecador que llega implorando
misericordia no mira los pecados que
carga, sino la intención de enmendarse. Dice el beato Amadeo que nuestra Reina no deja de estar presente ante la
divina Majestad, intercediendo
constantemente por nosotros con sus poderosas plegarias. Y dado que el
cielo conoce perfectamente nuestras miserias y necesidades, no puede menos que compadecerse de nosotros. De manera
que con cariño de madre, movida a compasión en favor nuestro, benigna y
compasiva, trata siempre de socorrernos
y salvarnos.
Santa Brígida oyó que Jesús decía a su Madre: “Tú eres mi Madre, tú la Madre de misericordia, tú la consoladora de los que están en el purgatorio”.
Y la misma
Virgen dijo a santa Brígida que así como un enfermo afligido y abandonado en su
lecho se siente reconfortado con cualquier palabra de consuelo, así aquellas almas se sienten aliviadas con sólo oír su
nombre. El solo nombre de María, nombre de esperanza y de salvación, es
el que constantemente invocan en aquella cárcel sus hijos queridos, siéndoles de gran consuelo. Y después,
dice Novarino, la Madre amorosa, sintiéndose invocar por ellos, los une a sus plegarias ante Dios. Socorre
a aquellas almas y así quedan como
refrigeradas de sus grandes ardores, con celestial lluvia. Es tal la
misericordia que logra María para los que le son fieles devotos en esta vida,
que al final de sus muertes ella misma
viene en su busca.
EL
ALCANCE DE SU INTERCESIÓN
Cuenta san
Alfonso María de Ligorio que una pobre pastorcilla que guardaba su rebaño amaba
tanto a María, que toda su delicia consistía en ir a la ermita de Nuestra Señora que había en el monte y estarse allí
hablando y haciendo homenajes a su amada Madre, mientras pastaba el
rebaño. Como la imagen de talla existente estaba desprovista de adornos le hizo un manto como pudo. Otro día,
con flores del campo hizo una guirnalda
y subiendo sobre el altar puso la corona a la Virgen, diciendo: “Madre mía, bien quisiera
ponerte corona de oro y piedras preciosas, pero como soy pobre recibe de
mí esta corona de flores y acéptala en señal del amor que te tengo”. Con
éstos y otros obsequios procuraba siempre esta devota jovencita servir y honrar
a su amada Señora. Pero veamos cómo recompensó esta buena Madre las visitas y
el amor de esta hija suya. La joven
pastorcita cayó gravemente enferma y sucedió que dos religiosos pasaban
por aquellos parajes. Cansados del viaje, se pusieron a descansar bajo un
árbol. Ambos tuvieron la misma visión. Vieron
una comitiva de hermosísimas doncellas, entre las que descollaba una en
belleza y majestad.
“¿Quién eres señora y dónde vas por estos caminos?”, le preguntó uno de los religiosos a la doncella de sin igual majestad. “Soy la Madre de Dios
– le respondió – que voy con estas santas vírgenes a visitar a una pastorcilla que en la próxima aldea se halla moribunda y
que tantas veces me ha visitado”. Dicho esto, desapareció la
visión. Los dos buenos siervos de Dios se dijeron: “Vamos nosotros también a visitarla”. Se
pusieron en camino y pronto encontraron la casita y a la pastorcita en su lecho
de paja. La saludaron y ella les dijo: “Hermanos, rogad a Dios que os haga ver la compañía que me asiste”. Se
arrodillaron y vieron a María que
estaba junto a la moribunda con una corona en la mano y la consolaba. Luego
las santas vírgenes de la comitiva iniciaron un canto dulcísimo. En medio de
tan celestial armonía y mientras María hacía ademán de colocarle la corona, la bendita alma de la pastorcita abandonó su
cuerpo yendo con María al paraíso.
Dice san
Bernardo que: “No hay duda que Jesús es el único mediador de justicia entre los hombres
y Dios y que en virtud de los propios méritos, puede y quiere, según sus
promesas, alcanzarnos el perdón y la gracia divina. Pero dado que en Jesucristo
reconocen los hombres la divina Majestad que reside en Él como Dios, y se
aterran, se hizo necesario asignarles
otra abogada, a quien pudiéramos acudir con menor temor y mayor confianza. Esta
abogada es María”.
Nosotros los seguidores de Cristo, alcanzaremos
bajo el manto protector de María y su intercesión, las gracias necesarias para
lograr la Gloria Celestial que Cristo ha preparado para los que le son fieles
en el Amor.
Y concluye
san Bernardo diciendo que:
“Acude, pues, alegremente, que ella te salvará
con su intercesión”.
Fuentes:
- La Biblia Latinoamericana
Letra Grande. (2002). Madrid: San Pablo-Verbo Divino.
- Ligorio, San Alfonso
María de. (2006). Las Glorias de María. Quito, Ecuador: San Pablo.
- Monfort, San Luís María
Grignion de. (1715). Tratado de la verdadera devoción a la Santísima
Virgen María.
Edwin Vargas, de Nicaragua, Ingeniero de Sistemas, Predicador Católico
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