sábado, 1 de diciembre de 2018

(231) AFRONTAR LA CRISIS: LAS LECCIONES DE LA HISTORIA (Card. Walter Brandmüller)


“…recordar estos acontecimientos en este contexto es útil, porque aún hoy es posible reconocer algunas de esas desviaciones, cuando la gente está demasiado empeñada en rebelarse contra sacerdotes y obispos.” “Se ha visto al lobo venir y se ha permanecido mirando como irrumpía a través de la grey.”
(Card. W. Brandmüller)
A principios de noviembre, el Card. Walter Brandmüller -presidente emérito de la Comisión Pontificia de Ciencias Históricas- ha brindado una serie de reflexiones sobre la grave crisis moral de la Iglesia, señalando la fuerte incidencia que en ella ha tenido la falta de vigilancia sobre heterodoxias y herejías en los seminarios teológicos.
Advierte asimismo los riesgos de un laicado que puede acusar cierta autosuficiencia soslayando la importancia del sacerdocio ministerial, y señala interesantes semejanzas con otras situaciones de la historia de la Iglesia.
Presentamos a continuación la traducción del texto completo, con la esperanza de ser debidamente aprovechado y difundido, dando gracias a Dios por la claridad, valentía y lucidez de este noble príncipe de la Iglesia. Por cierto, su lectura nos ha hecho recordar el libro de nuestro p. J.M. Iraburu Infidelidades en la Iglesia“, de la Fundación Gratis Date. Las negritas son nuestras.
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Afrontar la Crisis: las lecciones de la historia
Card. Walter Brandmüller   (traducción para InfoCatólica)
Saber que la homosexualidad y el abuso sexual se han extendido de manera casi epidérmica entre el clero y aun en la jerarquía de la Iglesia en Estados Unidos, Australia y Europa, sacude la Iglesia actual desde sus fundamentos, por no decir que la ha hecho caer incluso en una especie de shock.
Se trata de un fenómeno que, aunque presente también en el pasado, hasta mitad del siglo XX era desconocido en las terribles dimensiones actuales. Se plantea entonces la pregunta sobre cómo se ha podido llegar a este punto.
En busca de una respuesta, la mirada cae inmediatamente no sólo sobre la sociedad actual caracterizada por un liberalismo extremo, sino también sobre la  teología moral de las últimas décadas y sobre sus representantes.
Entre ellos, algunos líderes de opinión han abandonado el fundamento clásico de la ley natural y la teología de la revelación y han proclamado nuevas teorías. Una moral autónoma, que no quiere reconocer las normas comúnmente vinculantes; un consecuencialismo, que juzga la calidad ética de una acción según sus consecuencias, o la ética situacional, que hace depender lo bueno o lo malo de un acto de las relativas circunstancias concretas de las actividades humanas: todos estos nuevos planteamientos en teología moral han sido defendidos por los profesores de teología en incluso en los seminarios y por supuesto también aplicados a la moral sexual. Allí, entonces, también se ha podido delinear la homosexualidad como moralmente aceptable y su clara condena por parte de las Sagradas Escrituras como algo superado en el tiempo.
En el fondo estaba operando la vieja convicción típicamente modernista –siguiendo el patrón de la “evolución"– de la dinámica del desarrollo de la humanidad hacia un mayor nivel cultural que comprendiese también la religión y la moralidad. Por lo tanto, alcanzado el nivel más elevado de conciencia, lo que ayer todavía estaba prohibido, hoy podría permitirse. Los nombres que deben ser mencionados aquí son famosos; algunos de ellos incluso han enseñado en las universidades Pontificias sin ser relevados de su cargo. Las consecuencias de esto han emergido tempranamente cuando algunos seminarios, particularmente en los Estados Unidos, se convirtieron en incubadoras de la homosexualidad. El ex sacerdote jesuita Malachi Martin en su novela cifrada “La casa azotada por el viento” de 1996, presentó en su escenario un retrato que hoy resulta tremendamente real.
Cuando esta degeneración se ha hecho evidente, los católicos, tan espantados como indignados, han reaccionado en gran escala, como se muestra de manera impresionante en diversos portales de internet.
Como consecuencia, el flujo de dinero -por lo general abundante- de las donaciones provenientes de las organizaciones seculares católicas a las arcas vaticanas comenzó a disminuir: quien tomó las riendas del asunto no fue el episcopado, sino los laicos. El hecho de negar las ricas ofrendas habituales se ve, no erróneamente, como una protesta contra las carencias de Roma en la crisis actual. Y de esta manera siguieron-probablemente sin saber-un ejemplo histórico de la Alta Edad Media.
En efecto, la situación es comparable a la de la Iglesia italiana en el siglo XI-XII. El hecho de que durante el primer milenio el papado, las oficinas episcopales -hasta incluso las más sencillas funciones eclesiales- debido a los ingresos que se aseguraban, hayan sido cada vez más apetecibles, tuvo como consecuencia las luchas y combates, mercantilizando el acomodamiento en ellas. Este mal se llamaba simonía: Simón el Mago había ofrecido dinero al apóstol Pedro para que le confiriese los dones del Espíritu Santo.
A esto se agregaba la pretensión de los gobernantes temporales de interferir en la atribución de altos cargos en la Iglesia -la investidura secular- y por supuesto también el concubinato de muchos sacerdotes.
Lo mismo valía para el papado, que en los siglos IX y X se había convertido incluso en la cumbre de la discordia entre las familias nobles de Crescenzi y Tuscolo. Éstos, por lo tanto, ponían – no importa cómo – a uno de sus respectivos hijos o parientes como Papa. Entre ellos también había hombres muy jóvenes y moralmente disolutos, que se sentían más dueños de la herencia de Pedro que pastores supremos de la Iglesia.
A raíz de estos acontecimientos también creció la homosexualidad entre el clero. Y esto sucedió a tal punto que San Pedro Damián en 1049 entregó al recién electo Papa León IX su Liber Antigomorrhianus“, escrito en forma epistolar, en el que exponía este peligro para la Iglesia y para la salvación del alma de muchos. El título del tratado se refiere a la ciudad de Gomorra que, según Gén. 18, debido a sus pecados había sido condenada por Dios a la destrucción juntamente con Sodoma.
S. Pedro Damián esperaba de ese Papa, conocido como reformador celoso, una intervención eficaz contra el pecado tan difundido. Escribió: “la inmundicia sodomítica se propaga como un cáncer en el orden eclesiástico, de hecho, como una bestia sedienta de sangre que ruge en el redil de Cristo con libre audacia, para que la salvación de las almas de muchos esté más segura bajo el yugo de la servidumbre de los laicos, que con el acceso voluntario al servicio de Dios bajo la ley férrea de la tiranía de Satanás", que reinaba entre el clero.
Es muy notable que casi al mismo tiempo se haya constituido un movimiento secular, no sólo contra la inmoralidad del clero y el concubinato de los sacerdotes, sino también contra el apoderamiento de las oficinas eclesiásticas por parte de los laicos, o la oportunidad de adquirirlos. Fue justamente así que entre el clero se insinuaron elementos que no tenían ni la capacidad ni la voluntad de llevar una vida conforme al estado clerical. Para los señores laicos, tener vasallos leales en las sillas episcopales era a menudo más importante que el bien de la iglesia.
Contra todo esto surgió el vasto movimiento popular conocido como “Pataria” (o movimiento patarino), dirigido por miembros de la nobleza de Milán y también por algunos miembros del clero, pero apoyado por el pueblo. Colaborando estrechamente con el pueblo reformista cercano a S. Pedro Damián y luego con Gregorio VII, con el obispo Anselmo de Lucca -importante canonista luego convertido en el Papa Alejandro II-, y con otros, los “patarinos” solicitaron, recurriendo también al uso de la violencia, la realización de la reforma que posteriormente tomó -por Gregorio VII- el nombre de “Gregoriana“: por un celibato del clero vivido fielmente, contra la ocupación de diócesis por poderes seculares y contra la simonía.
Lo interesante es que el movimiento reformador estalló casi simultáneamente en los máximos entornos jerárquicos de Roma y entre la vasta población secular de Lombardía, en respuesta a una situación considerada insostenible.
Pero sin embargo esta unión de intereses no duró mucho. De hecho, cuando más adelante se formaron las diversas ramificaciones del movimiento pauperístico,  aunque sin retomar el impulso eclesiástico y jerárquico de los primeros franciscanos, con la predicación espontánea y no autorizada desafió la resistencia de una jerarquía que no comprendía los signos de los tiempos. No pocos de los “pobres de Cristo", con su rechazo a la jerarquía fundada en el sacramento, se deslizaron a la herejía y la desobediencia. Así nacieron los movimientos empobrecidos ramificados, que sólo gracias a la longanimidad y acción pastoral de Inocencio III podrían ser reintegrados en gran parte a la iglesia.
Recordar estos acontecimientos en este contexto es útil, porque aún hoy es posible reconocer algunas de esas desviaciones, cuando la gente secular está demasiado empeñada en rebelarse contra sacerdotes y obispos.
Hoy, como entonces, ante los conflictos surgen reacciones entre un episcopado enredado en las instituciones y la burocracia -incluyendo la curia romana- y los movimientos laicos que se sienten abandonados, si no traicionados, por los pastores y maestros de la iglesia, por los sucesores Apóstoles. Para superar la pérdida de confianza que se crea entre los fieles, servirá de mucho un esfuerzo por parte de la jerarquía y del clero. Es verdad que la Congregación para la Doctrina de la Fe ha publicado documentos de teología moral, por ejemplo “Persona humana” (1975). Además, a dos profesores les ha sido revocada respectivamente en 1972 y 1986, la licencia de enseñanza debido a errores teológicos, y algunos libros sobre moralidad sexual fueron condenados. Pero los herejes realmente importantes, como el jesuita Josef Fuchs (1), que desde 1954 a 1982 fue profesor en la Pontificia Universidad Gregoriana, y Bernhard Häring (2), que ha enseñado en el Instituto de redentoristas de Roma, y el muy influyente teólogo moral de Bonn, Franz Böckle (3) o el de Tubinga Alfons Auer (4), han podido seguir dispersando imperturbados, bajo los ojos de Roma y de los obispos, la semilla del error.
La actitud de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de los obispos en estos casos es, en retrospectiva, sencillamente incomprensible. Se ha visto al lobo venir y se ha permanecido mirando como irrumpía a través de la grey. La encíclica “Veritatis Splendor” de 1993 de Juan Pablo II – la contribución a ella de Joseph Ratzinger aún no ha sido debidamente reconocida – ha indicado claramente los fundamentos de la enseñanza moral de la Iglesia, pero se ha enfrentado con el amplio rechazo de los teólogos. Tal vez porque se publicó sólo cuando la decadencia teológico-moral estaba ya demasiado avanzada.
Por lo tanto, hay que decir que por un lado, el fracaso de la jerarquía es incomprensible y lamentable y, por otra parte, necesario y loable el compromiso de los laicos en la situación actual, aunque entre sus actitudes y comportamientos, es posible identificar elementos significativos de riesgo. Si el comportamiento ilustrado por encima de la llamada “Iglesia institucional", que se preocupa más por las finanzas y la administración, causa el creciente abandono de la Iglesia por poblaciones que alguna vez fueron católicas, un laicado demasiado seguro de sí mismo corre el peligro de no reconocer la naturaleza fundada en el orden sagrado de la iglesia y de deslizarse, en protesta contra el fracaso de la jerarquía, en un cristianismo comunitario de tipo evangélico.
Por tanto, al laicado conscientemente católico que se está formando sobre todo en el catolicismo norteamericano, a quien se reconoce y alienta en su protesta contra la degeneración sexual entre sacerdotes, obispos e incluso cardenales, sin embargo se le advierte que no puede perderse de vista el significado constitutivo del ministerio sacerdotal, fundado en el sacramento del orden, y mucho menos el hecho de que la mayoría de los sacerdotes viven fielmente de acuerdo a su propia vocación.
Mientras tanto, la tensión entre los dos polos podría ser útil para superar la crisis actual.
Sin embargo habrá que tener cuidado de evitar una nueva edición del conflicto entre los obispos y los “fideicomisos” laicos en los Estados Unidos relativos a la soberanía de las finanzas eclesiásticas, surgidas a mediados del siglo XIX, y que se mantuvieron virulentas.
Más bien, sería bueno recordar al Beato John Henry Newman, quien ha rendido maravillosamente homenaje al importante papel de los fieles ”en materia de doctrina". Lo que escribió en 1859 debe aplicarse hoy también a los asuntos económicos y morales, justo ahora que – como en las luchas cristológicas del siglo IV – el episcopado permanece inactivo por largos períodos. El hecho de que podamos ver esto también en la crisis actual de los abusos puede depender del hecho de que la iniciativa personal y la conciencia de la propia responsabilidad como pastor del obispo local se hace más difícil por las estructuras y aparatos de las Conferencias Episcopales, con el pretexto de la colegialidad o la sinodalidad.
Sin embargo, cuanto más los obispos lleguen a sentirse apoyados por la firme voluntad de los fieles de renovar y reavivar la iglesia, más fácil será para ellos poner sus manos a la obra de una reforma auténtica de la Iglesia.
Es en la colaboración entre obispos, sacerdotes y fieles, con el poder del Espíritu Santo, que la crisis actual puede y debe convertirse en el punto de partida para la renovación espiritual – y por lo tanto también de la nueva evangelización – de una sociedad post-cristiana.
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(1) Josef Fuchs S.J. (1912 – 2005) teólogo jesuita alemán, que enseñó en la Universidad Gregoriana de Roma durante más de 30 años. Fue miembro de la Comisión Pontificia de Población, Familia y Natalidad.  Asumió la antropología teológica de Karl Rahner. Presidió el informe de mayoría de la comisión que rechazó la Humanae Vitae de Pablo VI. Se centró principalmente en la crítica de la objetividad moral.   
(2) Bernhard Häring, redentorista, fue una de las columnas del Concilio Vaticano II, y se califica a sí mismo de “moderado", estimado por los papas Juan XXIII y Pablo VI, quienes habían elogiado sus obras, fue sostenido siempre por sus superiores, aunque, al mismo tiempo, ha sufrido durante años los según él “ataques y humillaciones” de la Inquisición teológica de Roma y de la Congregación para la Enseñanza Católica, a los que califica como “terroristas” de la fe. Fue uno de los más fervientes disidentes de la encíclica Humanae Vitae. Al publicarse la Veritatis Splendor, siendo rector de la Universidad San Alfonso, de Roma, dirigió al Papa una carta pidiéndole que se retractase de dicha encíclica.
(3) Franz Böckle catedrático de Teología Moral de la Facultad de Teología Católica de la Universidad de Bonn, fue ordenado sacerdote en 1945, y vicario episcopal en Zurich, donde conoció a Urs von Balthasar, con quien él se interesó por la teología protestante moderna de Karl Barth.  La misión de la moral fundamental es para Bockle “reconstruir los fundamentos de una teoría ético-teológica en el marco de la situación histórico-cultural". Insistió en la autonomía moral, incompatible con el concepto de “moral heterónoma de los mandamientos", considerando que después de los descubrimientos del pensamiento moderno, el acceso y la relación del hombre con Dios han de tomar siempre como punto de partida la autonomía de la subjetividad.
(4) Alfons Auer (1915-2005) fue profesor de Teología Moral en las universidades de Wurzburgo y Tubinga. Aboga por una ética autónoma y una “ética del ambiente”. Considera que la indiferencia, orgullo y temeridad son consecuencias de la ciencia moderna, que resultó en la destrucción del hábitat del hombre. Altamente crítico del progreso científico y tecnológico, que  considera el mundo natural sólo en términos de utilidad y extiende su crítica hacia un cuestionamiento de la tradición cristiana por considerar la superioridad del hombre sobre la naturaleza.
Mª Virginia

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