viernes, 2 de noviembre de 2018

LA ORACIÓN DEL EGÓLATRA REDIMIDO


Pocos parecen notarlo pero entre más egolatría, menos racionalidad, menos justicia y menos paz.

¿Quién podrá poner remedio?

Solo Dios que cambia el corazón humano. ¿Cómo lo hará? Poniendo al ególatra a tomar responsabilidad por las consecuencias.
Dos caminos pondrá el Señor ante el ególatra: a. el camino del arrepentimiento o, b. el camino de su propia condena.
De acuerdo, habrá casos patológicos que serán eximidos de culpa por el hecho de la misma enfermedad, pero igual, la gracia tiene el poder de sanar hasta al mayor psicópata si es que buscara la salud de cuerpo y alma.
Yo misma tengo cercano a un narcisista que por cuidar su imagen de hombre de fe batalla contra la frustración y la ira, pide perdón, se enmienda, se confiesa, comulga, reza el rosario, frecuenta la santa misa y, poco a poco, aquél narcisismo que hacía tanto daño, la gracia lo ha moldeado como a un trampolín que, muy probablemente, lo llevará al cielo.
Así que, es cierto que el Señor puede cambiar el corazón de piedra por uno de carne. A un trastornado en un hombre que se conduce por la vida como quien conoce, ama y sirve a Dios.
De tal forma que, si nos ha tocado vivir en un mundo en el que, poco a poco, la filosofía y la antropología, moldeándonos como a perfectos ególatras, nos apartan de Dios, Dios –a pesar de nuestra rotunda miseria- se las ingenia para continuar salvando almas que buscan salvarse pese a sus graves defectos y enfermedades.
Mi propia vida serviría de ejemplo.
Pocos parecen notarlo pero, si, lo que sobreabunda es la egolatría la que, en muchísimos casos, raya en simple locura tal como la que resulta fácil observar en los gobernantes a todo nivel, en los clérigos de igual forma. Muchísimos andan como cabras locas: híper-excitados, confusos, aturdidos… contagiando de su desenfreno a quienes se lo permiten.
¿Saben? Viene a ser como meterse voluntariamente a uno de esos recintos para niños que contienen muchísimas pelotas de plástico sobre las que saltan, se hunden o sumergen, se lanzan, caen y del que, con mucha dificultad, tratan de levantarse para salir de allí.   
¿Cómo salen los niños? Híper-excitados, confundidos, aturdidos, frustrados, cansados, mareados; muchas veces llorando o con ganas de hacerlo. Por los resultados, claramente, es un juego absurdo al que muchos ven como lo más normal.
Más o menos así estamos hoy en día. Uno puede decidir meterse en el recinto o puede decidir no hacerlo. Un niño razonable no lo haría, ¿por qué habría de hacerlo un adulto?
En fin… que, si eso que llaman “la vida real”, resulta ser una lucha de ególatras que batallan dentro de un ridículo cajón de pelotas plásticas, a los redimidos les quedan dos opciones: 1. Meterse, a sabiendas del resultado, o 2. Mirar desde fuera, orar, rezar muchísimos rosarios y, (¿por qué no?) sonreír a ratos.
“Oh, Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme. No me arrojes lejos de tu rostro, no retires de mí tu santo espíritu [ ] Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame en tu espíritu generoso. Enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti [ ] Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza”

Por eso digo que el salmo 50 viene a ser la oración del ególatra redimido.
Mi propia oración, dicho sea de paso.
Maricruz Tasies

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