miércoles, 1 de agosto de 2018

¿QUE LAS TRES RELIGIONES MONOTEÍSTAS TIENEN EL MISMO DIOS? ¡¡¡NO!!!


No es la primera vez que el papa Bergoglio, recibiendo a grupos de varias confesiones o asociaciones, como, por ejemplo, los representantes de la Cruz Verde, el sábado 27 de enero, se niega a impartir la bendición católica pronunciando en cambio una especie de bendición sincretista, no ciertamente en el nombre de Dios “Padre, Hijo y Espíritu Santo” sino en el nombre de un solo Dios “Padre de todos los hombres y de todas las confesiones religiosas”. Que Dios sea padre de todos los hombres, entendidos como creaturas suyas en sentido amplio podría incluso aceptarse, pero que todas las confesiones religiosas crean en un solo mismo Dios es completamente falso, más aún, es la plena negación de una de las verdades más importantes de nuestra fe: la filiación divina que se obtiene solamente con el Sacramento del Bautismo, sello de Dios para sus hijos.
Se ha hecho eco también de esta especie de bendición “urbi et orbi” L’Osservatore Romano, el 31 de enero de 2018, que, en la página 7, dice así: “Una sola casa para tres religiones según el proyecto House of One, que se propone reunir en un único templo las tres religiones monoteístas”. Este proyecto no es sino un sincretismo de las tres religiones así llamadas “monoteístas” para que se realice la “religión universal” proyectada desde hace siglos por la gnosis esotérica y por el “Nuevo Orden Mundial” masónico.

A este proyecto de destrucción de la fe cristiana, que anula en la práctica los dogmas, la doctrina y, en última o en primera instancia, todo el cristianismo, eliminando al mismo Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, se oponen con fuerza, no sólo los católicos, sino también todos los cristianos que no se reconocen en absoluto en esta especie de “globalización del espíritu” y no tienen ninguna intención de orar al mismo tiempo junto a un musulmán, por ejemplo, ni junto a un judío. Junto al primero porque un abismo de diferencias nos distingue del Islam, que no distingue en absoluto entre orden civil y religioso, sólo por citar una diferencia esencial; y junto al segundo, el judío, porque no ha reconocido todavía en Jesucristo al Hijo de Dios, único Salvador del mundo, negándole a Él y todo el Nuevo Testamento.
Como respuesta, aportamos el así llamado “Pensierino della sera” [“Breve pensamiento de la tarde”, ndt] de don Ferdinando Rancan, fallecido en olor de santidad el pasado año, es decir, frases bien examinadas y extrapoladas de algunos libros suyos, elegidas como respuesta al tema que se quiere tratar.
“Dios no ha dejado a los hombres en la ignorancia ni tampoco en la confusión y en la incertidumbre respecto a la verdad primaria y fundamental de nuestra vida. No nos ha dejado a merced de un Dios vago y genérico que apague los deseos de todos. Dios ha querido ir más allá de la naturaleza y con la Revelación nos ha abierto los horizontes ilimitados de su realidad divina y las maravillas realizadas por su amor. Esta Revelación nos hace conocer las dos Verdades fundamentales de nuestra fe: la Unidad y Trinidad de Dios; la Encarnación, la Pasión, la Muerte y la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Esta es la fe cristiana. Una fe que no sólo ilumina nuestra inteligencia, sino que establece entre nosotros y el único Dios verdadero una relación nueva, sobrenatural, divina y humana, en la Persona del Hijo de Dios: Jesús”. Tomado de “Il senso del vivere”. 

Esta Revelación divina cristiana no es algo opcional a lo cual adherirse o no, sino que es firmemente vinculante para quien ha tenido la fortuna de conocer y abrazar la fe cristiana, la cual debe defenderse con todas las fuerzas a costa del martirio. Recordemos recientemente a la heroica mujer Asia Bibi, paquistaní, en una cárcel durísima sin ventanas desde hace nueve años solamente por haber declarado a unas vecinas musulmanas su fe en Jesús. Condenada a morir ahorcada, pero más tarde conmutada la condena por otra a una cárcel durísima. Debemos advertir que dos defensores suyos paquistaníes fueron asesinados precisamente por haber osado defender a una cristiana, y los asesinos fueron protegidos y alabados con motivo de esta su “ideología religiosa”, que los hace ciegos y que nada tiene que ver con el único Dios verdadero. Esto es el Islam, no el extremista, sino el común, oficial, reconocido legalmente. ¿Y tendremos que orar junto a ellos al mismo tiempo? Pero aquí, más aún que perder la dignidad y el bien de la inteligencia, nos estamos jugando el alma para toda la eternidad. El cristiano reconoce ante todo como verdadero Dios y verdadero hombre a Jesucristo, único Salvador, y para conservar y dar testimonio de esta fe en el único Dios verdadero, que es “Padre, Hijo y Espíritu Santo” por Revelación divina, debe estar dispuesto a todo, incluso a la muerte. De otro modo ¿para qué ha servido el sacrificio de la vida de millones de cristianos en todo el mundo que se han negado a abrazar otros “dioses”? Esta vida nuestra en la tierra pasa deprisa… después viene la Vida Eterna, o sea, la felicidad para siempre.
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Judíos, Cristianos y Musulmanes: ¿son todos hijos del mismo Dios? Absolutamente ¡NO! Veamos por qué.

 EL DIOS DEL ISLAM 
La gente está convencida de que el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam derivan del único Patriarca Abrahán, al cual Dios confió la promesa por medio de dos hijos: Isaac, hijo de su mujer Sara, e Ismael, hijo de la esclava Agar, porque Dios habría dado a ambos su bendición haciéndoles jefes de numerosas Naciones. En realidad las bendiciones son múltiples y por varias circunstancias, pero la mesiánica es una sola, para una sola persona, un “elegido”, en cierto sentido, y Dios la dio a Abrahán, el cual la transmitió sólo a Isaac, por mandato de Dios, el cual la transmitió a su hijo Jacob, siempre por voluntad de Dios, y no a Esaú, no obstante fuera éste el primogénito. El mismo Jacob, más tarde, transmitió la bendición mesiánica a uno solo de sus doce hijos (aun amándolos a todos indistintamente), no al primogénito Rubén, ni tampoco al muy conocido José, que llevó al pueblo a Egipto, sino sólo a Judá, por inspiración directa de Dios, para que se cumpliera la Escritura según la cual de esa descendencia habría venido el Rey David y después Jesucristo. 

Se trata, en efecto, de bendiciones particulares, casi una Investidura divina, como las Unciones para los Reyes, que en aquellos tiempos tenían un significado muy especial vinculado también a un mandato muy preciso de proveniencia divina, el mesiánico precisamente. En todos los casos, si consideramos la sucesión desde el punto de vista étnico, esto es, de la descendencia carnal, la genealógica, decimos, los descendientes de Isaac, hijo de la promesa que Dios hizo a Abrahán, son los Judíos, pero los descendientes del otro hijo de Abrahán, Ismael, hijo de la esclava Agar, al cual, sin embargo, Dios prometió protección y larga descendencia, ¿quiénes son? 

Los descendientes de Ismael según la sangre son las diferentes etnias árabes que tenían elementos de religión judía y pagana, mientras que los musulmanes descienden de Mahoma, el fundador del Islam (alrededor del año 570), que creó una fractura irreparable con la religión judía y cristiana presente en aquellos tiempos en Arabia; un guerrero violento y pasional que, con la intención de reconducir a idólatras y paganos al Dios del Islam, Alá, hizo en realidad de su “misión” una guerra continua, una verdadera carnicería, jactándose de haber degollado a las puertas de Medina a más de 700 judíos que se negaban a convertirse, y obligando a sus secuaces a hacer lo mismo por medio de la así llamada “Yihad”, “la guerra santa”, que él mismo quiso estigmatizar en el Corán como indiscutible voluntad de Dios. El mismo Mahoma se jactaba de haber obtenido de Dios el permiso de tener veinte mujeres, mientras que los fieles pueden tener como mucho cuatro. Estos “detalles” y otros semejantes no deben infravalorarse si queremos hacernos una idea del Islam y de Mahoma[i]. 

El mensaje del Islam es transmitido por el Corán, subdividido en 114 capítulos o suras, y por la Sunna, que, junto a los dichos y narraciones de Mahoma, constituyen la sharia islámica, que es la ley, esto es, la constitución de los musulmanes, la única fuente del derecho islámico, religioso, civil, político legislativo; todo lo que se opone a ella es nulo y quien la osa contradecir merece la muerte[ii]. 

El “Dios” de los Musulmanes, del nombre árabe “musliman”, musulmán, esto es, miembro del Islam (Islam a su vez significa sometido) es un “monarca-absoluto”, inaccesible y solitario que exige castigos terribles para quien infringe la ley y tributos de sangre para todos los infieles, un “Dios” que premia a sus creyentes con sensualidad y diversiones de todo tipo en un hipotético paraíso de gozos perennes que sólo la fantasía de Mahoma podía inventar[iii]. 

Por lo tanto, el Dios islámico no es en absoluto el mismo Dios del padre Abrahán. 

Cuando en el Corán se habla de un Dios misericordioso, no tiene nada que ver con la misericordia del Evangelio, la misericordia de un padre que ama a su hijo mucho más allá de sus méritos; incluso cuando peca, lo perdona y espera su vuelta. La misericordia de Alá es la de un emperador que levanta el pulgar en vez de bajarlo para salvar de la muerte al gladiador herido. Todos aplauden su “misericordia”, pero estamos en otro planeta. El Corán, prácticamente incomprensible, es en cambio clarísimo respecto a la guerra que los musulmanes deben librar contra los infieles y presenta como excepción extraordinaria una gran consideración a María, o mejor, a su pureza absoluta, como madre del profeta Jesús, obviamente, y no como Madre de Dios. Se piensa que esta tradición oral haya sido transmitida a Mahoma por los cristianos presentes en aquel tiempo en Arabia y que pueda constituir, como decía recientemente el Obispo de Beirut, un “elemento de unidad” casi milagroso sobre el cual apoyarse para impetrar de ambas partes el auxilio de la Virgen, sobre todo en la dificilísima empresa del diálogo y de la convivencia pacífica. 

EL DIOS DE LOS JUDÍOS 
Visto que nosotros cristianos bebemos todos del Antiguo Testamento, ¿podemos decir que tenemos al menos con los Judíos el mismo Dios de la Alianza? Veámoslo brevemente.
Al pueblo judío, el pueblo de la promesa que vivía en ambientes idólatras, Dios se reveló, por medio de Abrahán, Moisés y los Profetas, proclamándose el Único Dios verdadero, “YO SOY”, y mientras que por un lado le demostraba su predilección protegiéndolo contra sus numerosos enemigos, al mismo tiempo exigía de su pueblo adoración y obediencia, con el fin de una misión especialísima a la cual había sido llamado por voluntad de Dios: ¡la venida del Salvador del mundo, un Judío, hijo de Judíos, de la descendencia de David!
Sabemos por la Historia Sagrada cómo el “pueblo en un tiempo elegido” fue, sin embargo, castigado muchas veces también por el mismo Dios, sobre todo cuando se manchaba del pecado de idolatría, tanto es así que, por motivo de la idolatría, los Judíos sufrieron el castigo más terrible: la deportación a Babilonia, de la cual fueron liberados gracias al rey Ciro. Vueltos a Jerusalén, reconstruyeron el templo y las murallas, a la espera de la realización de la “gran promesa”, esto es, la venida del Mesías, pero no quisieron reconocerlo en Jesús de Nazaret.
En el Evangelio, Jesucristo confirma la bondad de todo el Antiguo Testamento con sus palabras y con su misma vida, citando varias veces a Abrahán, Moisés y los Profetas ante los Fariseos incrédulos, incluso apareciendo ante los Apóstoles en la transfiguración junto a Moisés y Elías, como signo de continuidad con el pasado del pueblo judío. “No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolir sino a dar cumplimiento” (Mt 5, 17). Sin embargo, Jesucristo, al confirmar la continuidad, pone también de relieve con firmeza la distinción, dada por la “novedad absoluta” constituida por su Presencia Divina como Hijo de Dios, totalmente uno con el Padre, de cuyo amor promana el Espíritu Santo: ¡la Santísima Trinidad, esto es, un solo Dios en Tres Personas divinas! Revelación verdaderamente asombrosa y vinculante para la salvación eterna. Antes de subir al cielo, Jesús dijo a los apóstoles: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. ¡Id, pues, y haced discípulos míos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo!” (Mt 28, 16). Desde ese momento, los Judíos tendrán que adorar al único Dios en Tres Personas porque el Dios del Antiguo Testamento se ha revelado en Cristo y ha hablado de Sí mismo, proclamando su plena unidad con el Padre y el Espíritu Santo: “Yo y el Padre somos uno, el Padre está en mí y yo estoy en el Padre” (Jn 10, 30).
Y cuando los Judíos, incrédulos, para desafiar a Jesús, le recuerdan que ellos descienden de Abrahán y tienen a Dios como padre, Jesús les responde: Si Dios fuera vuestro Padre me amaríais, porque de Dios he salido y vengo. (…) Porque no podéis escuchar mis palabras VOSOTROS QUE TENÉIS POR PADRE AL DIABLO y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. (…) Abrahán, vuestro padre, exultó en la esperanza de ver mi día, lo vio y se alegró”. Le dijeron entonces los Judíos: “No tienes todavía cincuenta años y ¿has visto a Abrahán?” Les respondió Jesús: “En verdad, en verdad os digo, antes de que Abrahán existiera, yo soy” (Jn 8, 31-59).
Fuerte y terrible este fragmento de Juan, en el que Jesús aparece en toda su majestuosidad, autoridad y poder. Aun siendo él mismo judío, sin embargo no duda en definir a sus connacionales “hijos del diablo” y no hijos de Abrahán, ¿por qué? Porque con la venida de Jesucristo y sobre todo con su Muerte y Resurrección, el “Dios de Abrahán” está ahora solamente en la fe en Cristo y, por lo tanto, cualquier parentesco o descendencia es sólo de orden espiritual. Se pueden definir como “hijos de Abrahán” sólo aquellos que nacen a la fe en Cristo, por lo tanto también los paganos que se convierten a Cristo, cancelando definitivamente el valor de la sucesión carnal, étnica, para privilegiar sólo la de la fe en Él, abierta a todos los hombres de todas las razas.
“Abrahán vio mi día y se alegró”, afirmó Jesús. ¿Cómo es posible si Abrahán vivió alrededor de dos mil años antes de Cristo? Santo Tomás da esta respuesta: “Era necesario que el misterio de la Encarnación de Cristo de algún modo fuera creído por todos, de manera distinta, según los tiempos y las personas…” (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II, q. 2-7). Por tanto, también Abrahán, Moisés, David y los Profetas del Antiguo Testamento se salvaron, no por las obras de la Ley, ni tan siquiera por la fe en un único Dios, SINO POR LA FE EN CRISTO, que debía venir, esto es, por la fe en el Dios Trinitario. Por lo tanto, aun teniendo las mismas raíces y el mismo Antiguo Testamento, lo que crea la diferencia es el acto de fe en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, que los Judíos no han realizado todavía como pueblo, sino sólo singularmente como individuos o pequeños grupos desde los tiempos de Cristo hasta hoy. 

EL DIOS DE LOS CRISTIANOS: “PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO”. UN SOLO DIOS EN TRES PERSONAS. 
A la luz de lo dicho se sigue que para los cristianos el único Dios verdadero es Aquél que se manifestó en Jesucristo, Hijo de Dios, alrededor de dos mil años después de Abrahán, y que reveló la esencia más íntima y peculiar de la naturaleza divina: Tres Personas en una sola Naturaleza: Padre, Hijo y Espíritu Santo, esto es, la Santísima Trinidad, inconcebible para los Judíos, blasfemada por los musulmanes. 

Aquel Jesucristo que se encarnó en el seno de la Virgen María, que dio pruebas de su divinidad, que habló de Dios como Padre, que lo dio a conocer como Amor, identificándose con el Hijo hasta tal punto que también el Hijo vino a la tierra por Amor, y sólo por Amor dio su vida por los hombres. Aquel Cristo que resucitó y que prometió también para nosotros la resurrección de entre los muertos es un hecho histórico, real, maravilloso, cuanto menos asombroso, que exige de cada uno de nosotros un preciso y consciente acto de fe, ya que no estamos ante un sistema religioso entre otros que prevé verdades en las que creer y ritos que celebrar, sino que nos encontramos ante una Persona Divina, Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre. 

Por ello, quien adora a Jesucristo adora también a Dios y quien no adora a Jesucristo no adora a Dios en absoluto. 

¡He aquí por qué manipular la figura de Cristo es un “deicidio”, un grave pecado contra el Espíritu Santo, que podría tener consecuencias terribles para toda la humanidad! Si se excluye a Jesucristo, o si se le considera sólo un Profeta, o se confunde con otras divinidades, se hace vana la misma Redención, todo el Nuevo Testamento, el Amor divino, el Espíritu Santo, la Santísima Trinidad, se excluye la Iglesia por Él querida, el Sacerdocio, los Sacramentos, en resumen, se excluye al mismo Dios. Y sin Dios el hombre se pierde a sí mismo. 

Para concluir tomemos como punto de referencia el “Prólogo del Evangelio de San Juan” cap. 1, 9-14, que reproduzco: “El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros…” Se evidencia claramente que son hijos de Dos sólo aquellos que “han nacido de Dios” y no de la carne. ¿Cómo? Por medio del Bautismo. ¡¡¡Clarísimo!!!
Ps
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[i]       Robert Spencer, Guida all’Islam e alle crociate. Tutto ciò que sapete sull’Islam e le crociate è falso. Ed. Lindau, 2008.
[ii]      Stanley L. Jaki, Gesù, Islam, Scienza, Ed. Fede & Cultura, 2009.
[iii]     Para ulteriores profundizaciones es útil el opúsculo “Islam e Cristianesimo” de la Conferencia episcopal de Emilia Romagna (Italia), ed. Dehoniane, Bologna.
(Traducido por Marianus el eremita/Adelante la Fe)

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