miércoles, 15 de agosto de 2018

CRISIS EN LA IGLESIA CHILENA


La ordalía de la Iglesia chilena parece no tener fin a la vista.
Antes de que el Papa Francisco anunciara su visita a Chile, la cosa venía mal por varios años. Comenzó con casos antiguos como el de Fernando Karadima, y siguió con un permanente flujo de nuevas acusaciones. Se esperaba que la visita papal marcara un hito en ese proceso. A comienzos de 2018, Francisco llegó y se fue, dejando la sensación de que había poco interés en lo que venía a decir. Lo único que quedó en claro fue que había sido mal informado de la severidad de la crisis de la Iglesia en Chile.
Al poco tiempo los obispos chilenos fueron citados a Roma, y como un gesto inédito presentaron su renuncia en masa. Algunas fueron cursadas inmediatamente y hay rumores de que se aceptarán más, pero de nada sirvió para apaciguar los ánimos. Luego arribó un delegado papal, Charles Scicluna, obispo de Malta, que se entrevistó con los laicos de Osorno y nuevamente pidió disculpas a las víctimas de abusos. El delegado papal se fue de Chile, pero la Iglesia siguió en los titulares. Esta vez, el Ministerio Público abrió con bombos y platillos investigaciones por encubrimiento contra los obispos, en base a la carta enviada por el Papa Francisco, donde lamentaba ese tipo de conductas.
Más recientemente, el Presidente Piñera amenazó sutilmente con no asistir al Te Deum ecuménico (servicio anual con ocasión de las fiestas de independencia), si lo oficiaba el arzobispo de Santiago, investigado por encubrimiento. Y así, suma y sigue, decenas de denuncias y episodios que serían muy largos de detallar aquí. Sería un alivio que un cura sea acusado de desfalco, estafa y robo, dije una vez, y a los pocos días hubo un caso.
Es natural que todo este proceso genere rechazo en la población. Rechazo a la Iglesia en general y a los obispos en particular. Según una encuesta reciente, solo el 46% de los chilenos se declara católico, y un 83% respalda la afirmación de que la Iglesia no es honesta ni transparente.
¿QUÉ HACE UN CATÓLICO DE A PIE CON TODO ESTO?
Primero, sentir vergüenza. Eso resulta inevitable. Luego, tratar de entender cómo llegamos aquí, y qué se puede esperar a futuro.
Debo reconocer que mi análisis de esta crisis está teñido por mi experiencia como abogado en el sistema penal chileno. La mayoría de las personas solo oyen hablar de abusos cuando hay un sacerdote involucrado, son los casos que llegan a los medios de comunicación. Detrás de los titulares, sin embargo, hay una realidad cotidiana de abusos mucho peor. Cada año los tribunales procesan y emiten condenas en miles de casos por violación y abusos sexuales. En su gran mayoría los agresores (varones y mujeres) son conocidos de los niños, forman parte de su círculo familiar e incluso tenían el deber de cuidar a la víctima. Esto ocurre en colegios, salas cunas, hogares de acogida, empresas privadas, comunidades evangélicas, e instituciones del Estado. Se ha vuelto tan común que a nadie llama la atención y no se publica en los medios. Es horrible pero es así.
En cambio, basta con la mera denuncia del abuso donde podría estar envuelto un sacerdote para que todo el país se preocupe del tema por varios días. No es que haya un esfuerzo coordinado, una “agenda”, para atacar a la Iglesia por estos abusos. ¿Por qué solo estas notas se publican?:
1.      Objetivamente es más grave: Se espera que un sacerdote tenga un estándar moral más alto, incluso que el de un padre que está al cuidado de su hijo.
2.      La Iglesia está en todas partes: Por historia y acción social, todos conocen a Iglesia y tienen una opinión sobre ella. A nadie le interesa lo que ocurre en la 15º Iglesia Metodista Pentecostal de Puente Alto.
3.      Forma parte de una narración: La Iglesia es percibida como retrógrada, por sus defensa de la vida y la ética sexual, y a las élites les interesa instalar ideas que la priven de toda autoridad moral.
Repitamos, no hay una agenda detrás, solo una combinación de factores que hace muy fácil vender con el escándalo.
Esa narración repetida una y otra vez (con la ayuda, por cierto, de los mismos sacerdotes y religiosos católicos), da paso a una idea extremadamente peligrosa: de que solo en ambientes de Iglesia los niños están en peligro de sufrir abusos. No es así. Por favor, cada vez que puedan ayúdenme a contrarrestar este gravísimo error. Debemos formar conciencia de que en todas partes hay riesgo para los niños, estar atentos a sus reacciones y enseñarles a protegerse, de acuerdo a su edad.
A comienzos de la década pasada, cuando surgió el tema de los abusos sobre todo en los EUA, era común traer a colación el celibato de los sacerdotes. Este “dogma” y una actitud negativa hacia el sexo, se solía decir, sería la causa de que los sacerdotes terminen por caer en conductas desviadas. No he visto este argumento usado recientemente en los reportajes, probablemente debido a que, en años reciente, los se han develado escándalos sexuales en todas partes. Hoy es más evidente que la dinámica del abuso tiene más que ver con una sexualidad desbocada, y no reprimida.
Ahora bien ¿Qué pasa con los encubrimientos? Una cosa es que exista un abusos sexuales, y otra muy diferente que, conocido el hecho nadie haga nada. Muchos piensan que la rígida jerarquía y mentalidad dogmática impidió tomar medidas para poner término al abuso y proteger a las víctimas. Incluso cierta clase de buitre eclesiástico aprovecha la oportunidad para gritar que “otra Iglesia es posible” y que deberíamos tener una Iglesia más democrática y menos dogmática.
Se equivocan profundamente, y déjenme apelar a mi experiencia para explicar por qué. Lo he visto muchas veces. Un niño que le dice a su madre que ha sufrido abuso por parte de su conviviente, y ella no lo puede creer. Él es un buen hombre, buen proveedor, tal vez un poco tosco pero cariñoso, no es violento ni nada por el estilo. Seguramente el niño interpretó mal, alguien le metió ideas en la cabeza, todavía extraña a su padre. Y tanto no puede creer esa pobre mujer lo que está ante sus ojos, que no lo cree, lo omite, espera a que se resuelva solo.
En las instituciones ocurre algo parecido. En un colegio, una sala cuna, una congregación religiosa, un club deportivo o una empresa, la primera reacción es de incredulidad. Luego se instala una dinámica de protección a la institución y a sus miembros, que intenta resolver internamente el problema, y sirve como excusa para mantener el statu quo. Esto nada tiene que ver con ser más o menos jerárquico, simplemente no se puede creer y se intenta minimizar el problema. Se diría que, con tantas noticias sobre abusos, ya nadie podría excusarse pensando que es algo raro o poco habitual. Sin embargo, muchos ven el abuso como algo que ocurre en otros lugares, no aquí, porque las notas de prensa se enfocan en ciertos casos. Los psicólogos y sociólogos tienen un amplio campo de investigación acerca de esas dinámicas en todos los grupos humanos.
Respecto al rol de los dogmas en esta crisis, es cierto que influyen, pero no de la forma que suponen los periodistas o la opinión popular.
Mis lectores saben que la Iglesia tiene una visión extremadamente positiva del sexo, como algo sagrado y fecundo, pero digamos, para efectos del análisis, que la doctrina católica en este sentido fuera represiva o autoritaria. En ese caso, uno esperaría que un abuso generara una respuesta inmediata de rechazo y condena, y estaríamos más protegidos frente a una crisis de abuso. No ha sido así. La Iglesia rechaza cualquier ejercicio de la sexualidad fuera del matrimonio, y un abuso sexual se aleja tanto de esa exigencia que ni siquiera es tema. Al contrario, la reacción ha sido la opuesta, de tolerancia ante conductas claramente opuestas a la moral católica. Si ese fuera el dogma que funciona aquí, la situación actual sería muy diferente.
Hay un dogma en juego aquí, pero es el de la misericordia con el pecador. Se nos ha insistido tanto en la misericordia cristiana, que ésta parece no tener límites. Hasta la justicia, uno de los atributos divinos, corre riesgo de desaparecer. Quien habla hoy de justicia no intenta conjugarla con la misericordia (uno de los grandes desafíos del cristianismo), sino que la presenta como una expresión de misericordia. De otro modo será condenado como “poco misericordioso”. Parece que ya no se castiga al delincuente porque sea lo justo ante el delito cometido, solo se le puede sancionar para hacerle salir de su error.
En ese contexto, quien se entera de un abuso sexual en una parroquia o congregación está muy presionado para no hacer nada que pudiera parecer incompatible con la misericordia hacia el pecador, o con un juicio apresurado en su contra. Se le notificará antes que a nadie de los hechos de los que se le acusa y si los confiesa se le alabará por su arrepentimiento. Desde luego, bastará con que se comprometa a no hacerlo más para que se le crea del todo, y se le trasladará a otras funciones, no como castigo (faltaba más), sino para ayudarle a evitar la tentación.
Y aquí estamos, protegiendo a la institución y mostrando misericordia al pecador, y con la mierda hasta el cuello. No soy teólogo, pero creo que el amor de Dios comprende la misericordia y la justicia, y que ninguno de esos dos aspectos se confunde ni pierde en el otro. La indignación de nuestros antepasados con pecados como el adulterio o la herejía nos puede parecer poco moderna, pero ¡cómo me gustaría ver un tercio de esa reacción con pecados como la pedofilia! Y no me refiero a declaraciones públicas 20 años después de los hechos, sino inmediatamente. Jesús mismo que dijo a la mujer adúltera “vete y no peques más”, también dijo que a quien dañara a un niño más le valdría que le ataran una piedra al cuello y lo arrojaran al mar. “Más le valdría” porque peor es el castigo que se merece. Dios es misericordioso.
El énfasis en la misericordia con el pecado nos ha puesto en una situación más vulnerable incluso que otras instituciones y lugares.
No sé cuándo o cómo vaya a acabar todo esto, y sobre todo en qué condición estará la Iglesia cuando termine. Confío en que hay varios obispos capaces de dar una respuesta verdaderamente católica a la crisis, y no solo ceder a las presiones sociales. Eso sí, debemos darnos cuenta que la Iglesia no está preparada para dar una respuesta interna a los abusos. No tiene fiscales, jueces, ni cárceles para los condenados. Cualquier denuncia o incluso un rumor debe ser canalizada a los tribunales civiles, evitando dar la imagen de una investigación paralela. Si hay una queja de un sacerdote, que el obispo ni siquiera se las dé de buzón, dígale al denunciante que vaya él mismo a tribunales.
Es indispensable además revisar el régimen de selección de los seminarios. El celibato no es para todos, y no por anotarse más vocaciones se deben pasar por alto las señales de que una persona no puede vivir las exigencias de la vida sacerdotal.
Esto ya se alarga demasiado. Para terminar, solo digamos que no podemos aspirar a que la Iglesia vuelva a ser popular e influyente como en el pasado. El mundo no está preparado para el evangelio y Chile es parte del mundo. Solo espero que sea una minoría profundamente comprometida con el mensaje cristiano, partiendo por cosas tan simples como indignarse con el pecado.
Pato Acevedo

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